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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Niní Marshall

Revista Siete Días
septiembre 1973

 

 

 

Tal vez no existe en el ambiente del espectáculo un caso tan notorio de distanciamiento entre un personaje y su creador: la señora Niní Marshall es la antítesis de su invento más célebre, Catita. Refugiada en un coqueto piso del Barrio Norte y preocupada por difundir la imagen de una pulcra e inteligente señora de clase media, la veterana actriz —debutó como cancionista internacional hace 36 años en Radio Municipal y un año después presentó sus imitaciones en un programa humorístico— habita un mundo recoleto, en el que no penetran los sinsabores que suelen cachetear la realidad cotidiana.
Quizás sin advertirlo, NM ha construido una torre de marfil que la preserva de las groserías, del mal gusto, de costumbres irritantes. Por eso, cuando se sumerge en las calles de Buenos Aires puede hurgar sin remordimientos en los hábitos de la gente y conseguir así la materia prima con que elabora sus caricaturas, un rosario de personajes aplaudidos por el mismo público que los inspiró. Actualmente, Niní protagoniza un espectáculo de café-concert, en El Gallo Cojo, titulado 'Y se nos fue redepente'. En la charla mantenida con Siete Días, la actriz confesó el origen de esas creaciones, desnudó su actitud personal frente a las Catitas y las Cándidas de carne y hueso que pueblan los barrios porteños y contó, también, algunos de los secretos de su recatada vida.
—¿Cómo nacen sus personajes?
—Observando a la gente, prestando atención a los pequeños defectos que pueden causar risa. Yo voy a la peluquería, por ejemplo, y paro la oreja para ver lo que hablan las clientes Es increíble lo que pueden decir allí las mujeres: están en los secadores y como el aparato les tapa las orejas y hace ruido, deben gritar para escucharse. A gritos cuentan la vida y milagros de todo el barrio. En general, yo caricaturizo lo que allí se dice, pero a veces ni me hace falta cargar las tintas, lo mismo en los transportes públicos: generalmente no viajo en ómnibus porque me reconocen y me miran, y eso me pone muy nerviosa; pero a veces me pongo los anteojos negros y doy una vuelta para escuchar a la gente. Parece mentira lo indiscretos que son. Otra fuente muy jugosa es la placita [Vicente López] que está enfrente a mi casa; ahí espío a las mucamitas con sus novios y obtengo expresiones, dichos y situaciones que con sólo repetirlos causan gracia.
—¿Y qué pasa con esa gente; no se reconoce a sí misma al ver su imitación?
—No; las empleadas, las obreras, las manicuras no descubren sus propias caricaturas, pobres. Yo tenía una doméstica que solía decirme: "A mí, de todo lo que usted hace, lo único que no me gusta es Catita, porque ella habla como una, así que no sé dónde está la gracia". Ellas no ven sus propios defectos, no los advierten.
—Pero usted se está burlando de ellas...
—Yo no diría eso. Claro que toda caricatura tiene un fondo de crítica, de burla, pero yo no tengo la culpa si otros hablan mal. Por eso tiene gran éxito el espectáculo del café concert: el publico agarra las cosas porque es gente culta, educada. Además, yo bromeo con todas las clases sociales; también le tomo el pelo a la clase alta y a la clase media. A la niña Jovita, por ejemplo (una solterona con todas las de la ley), la hice pensando en una pariente mía que murió, una directora de colegio jubilada, solterona, que tenía un montón de amigas como ella, todas señoritas emperifolladas. Cuando festejaba un cumpleaños en su casa, la sala parecía un depósito de conserva.
¡ESTE FREUD...!
—¿Y usted a qué clase social pertenece?
—Yo soy de la clase media, siempre fui de la clase media, me gusta la clase media, me parece que es el sector que ayuda al crecimiento de un país. Soy una persona más o menos culta, he estudiado, he tenido la oportunidad de aprender; he leído libros de psicología y sociología y hasta al señor Freud. Entre paréntesis, no estaba del todo equivocado, lástima que centrara tanto su atención en el sexo; me parece que estaba demasiado obsesionado y que él era el primero que necesitaba analizarse. En resumen, me siento cómoda en la clase media porque no ambiciono más dinero.
—¿Es una persona conservadora en sus gustos o acepta lo moderno?
—Yo acepto algunas cosas. No me molestan ni las barbas ni los bigotes, al contrario; me parece que si los jóvenes quieren usarlos, allá ellos. Lo que no me parece bien es aceptar todo lo que sea moderno por puro snobismo. En escultura y en pintura, por ejemplo, se dan casos en los que la gente aplaude a rabiar un montón de hierros retorcidos o un colorinche raro sobre una tela porque le parece que así va a quedar bien. Si modernismo significa que las calles estén con la mugre que están ahora y que la gente sea guaranga y mal educada, entonces yo soy una chapada a la antigua. Algunos, por estar a la moda parecen indios, pero indios incivilizados; porque yo conozco indios que son civilizados.
—En sus espectáculo usted no incluye malas palabras; tal vez eso sea por motivos similares a los que acaba de analizar...
—Claro. No me gustan las malas palabras porque son chocantes, de mal gusto. Además, en mi vida jamás uso malas palabras. Yo tenía una amiga que cada vez que se sentía mal por algo, se iba corriendo al baño, se ponía de cara a la pared y decía un montón de palabrotas. Eso le hacía mucho bien; volvía calmadita.
—Y usted, qué hace cuando se enoja?
—Repito que soy una persona muy bien educada, así que es muy raro que me enoje. Lo más que hago es pegar un gritito.
—¿Le gusta la juventud actual o prefiere a los adolescentes de otra época?
—Todo ha cambiado mucho, me parece muy bien que tengan libertad pero estoy en contra del libertinaje, de las drogas y de todas esas cosas feas. A mí no me molesta que protesten sin gritar. Yo odio la violencia y estoy en contra del exceso de libertad.
—¿Entonces no está de acuerdo con la libertad sexual?
—Con respecto al sexo pienso que algunas cosas son necesarias. No me parece bien la completa ignorancia en que antes se tenía a los jóvenes. Lo que sucede ahora es que la gente se pasa del límite. Hay cosas que un poquito está bien, pero que si se abusa ya no está bien. El vino es una cosa rica, agradable y sana, pero si alguien toma mucho se emborracha, y eso ya es malo. Además, un borracho de vino tinto no es lo mismo que un borracho de champagne francés. Ah, y otra cosa sobre esto: antes muchas cosas se escondían, en cambio ahora se saben. Yo pienso que algunas cosas no deberían comentarse tanto.
—¿Y qué es lo que debería comentarse?
—No sé... Tal vez la gente tendría que dedicarse a las cosas lindas y de buen gusto: yo colecciono platos antiguos, ceniceros y todo tipo de manualidades. Me gustan mucho las cosas antiguas, todo lo que tenga un valor artesanal o artístico. Hay que ver que eso es muy lindo porque en estos tiempos todo se fabrica a máquina. Como diría Jovita, estamos en una época un poco triste en la que el hombre lo único que hace a mano es rascarse.

CATITA APARECE REDEPENTE
A pesar de su conocida verborragia frente al público, Catita odia los reportajes en diarios y revistas: supone, acertadamente, que la trascripción de sus palabras diluye lo mejor de su estilo, el acento desenfadado, el toque cómico. En toda su carrera sólo accedió a una entrevista de ese estilo para la prensa escrita, ésta es, entonces, la segunda vez, en 35 años, que Catita hilvana un diálogo con el periodismo.
—¿Hay algunas novedades en su barrio?
—Ah, no las novedades del barrio yo no las sé porque soy muy descreta. No es por alabarme, pero yo no me meto en nada, ¡que si me metería le podería contar cada cosa! Porqué no se vayan a creer que yo soy como las chusmas de las de al lado (ésas que tienen una sobrina divorciada porque el marido la pescó en cosas raras con el lechero; el lechero que cuando jovencito estuvo preso por estúprido). Esas se meten en todo, se la pasan espiando por el agujero del tapial del fondo lo que no se les importa de los vecinos. Y que no me digan que éstas son calunias porque cada vez que yo voy a mirar por el agujero me encuentro con el ojo de ellas.
—¿Es cierto que a usted no te gustan los chicos que usan el pelo largo?
—Al contrario, me parece muy práctico porque al usar el pelo largo el individuo se evita las molestias de tener que lavarse las orejas.
—¿Tiene muchas quejas por el costo de la vida?
—Y, sin ir más lejos antiyer fui al mercado de la esquina a comprar una manzana y me la cobraron 600 pesos. En seguida me di cuenta de que tenía un gusano y me puse a protestar como toca. Y sabe lo que me dijo el dependiente; me dijo: "Cállese, no grite, que si la oye el patrón le va a querer cobrar el gusano".
—¿Su barrio ha progresado mucho, verdad Catita?
—Sí, progresó muchísimo. Antes había que andar en bote cada vez que llovía, por eso lo llamaban Villa Laguna. Ahora ya no: entran barcos de gran calado.
—¿Por quién piensa votar?
—Con todo este asunto de las lesiones y el botage yo estoy más confundida que Adán en el Día de la Madre.
—¿Qué opina de la muerte?
—Es una cosa muy fea, muy fea, sobre todo si uno está vivo.

 

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