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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

ACNÉ JUVENIL Y REVOLUCIÓN


La actual ebullición política de los alumnos de la enseñanza media implica un juicio a todo el sistema
social y educacional: las críticas de los jóvenes, sus costumbres, sus hábitos y su vida sexual son una respuesta agresiva, profunda, al mundo que les ofrecen sus mayores.

 


asamblea en el Pellegrini


por una salida obrera...


leyendo el diario del che en Bolivia

 

"¿Y qué puede sentir uno? Mufa, bronca, ganas de ponerle una bomba al colegio. Seis años de venir todos los días desde las siete y media de la mañana hasta las cinco de la tarde, levantarse temprano, pasarse las horas encerrado entre esas cuatro paredes, estar sin un mango en el bolsillo, no poder salir los fines de semana porque hay que estudiar para un examen. Y todo para qué: para recibir un papelito, un título con el que se puede conseguir un trabajo de 8 ó 10 horas diarias. ¿Cuándo puede uno gozar un poco de la vida? ¿Cuándo se aprende a ser hombre, eh? Por eso quisiera prenderle fuego al colegio." Repetida de diversas maneras por sus compañeros de la Escuela Industrial Otto Krause, la letanía de Ricardo (17 años, a punto de egresar de ese establecimiento) es una constante que desgranan, también, los alumnos de otros institutos secundarios. Tal vez sin saberlo, con esa queja sintetizan los males mayores del sistema de enseñanza media y las disconformidades y rebeldías más profundas del medio millón de adolescentes que en la Capital Federal y alrededores pueblan las aulas de las 2 mil escuelas de ese nivel que existen en la zona.
Claro que no son ésos los únicos blancos de la crítica juvenil: aunque el cuestionamiento de los adolescentes se inicia en sus núcleos más cercanos —la escuela y la familia— pronto comprenden que esas instituciones no son otra cosa que el reflejo del sistema social en que viven. Sus andanadas se dirigen, entonces, a la sociedad toda, a 1a escala de valores de los adultos, al modo de vida que quieren inculcarles sus mayores.
Así, inmersos en un sistema educacional que muchos de ellos califican como castrador y represivo, disconformes con el proyecto de vida que les proponen sus maestros y sus padres, ansiosos por encontrar respuestas a sus interrogantes y decididos a basar sus existencias sobre una moral distinta, nueva, los estudiantes secundarios hierven en busca de soluciones y producen con esa ebullición una ola de escandaletes, críticas, retos y condenas. Para ver qué hay mas allá de esa espuma rebelde y para detectar cuáles son los cuestionamientos fundamentales, las costumbres y las inquietudes políticas de los estudiantes del ciclo medio, dos redactores de Siete Días recorrieron durante una semana aulas y claustros, recogiendo las impresiones de alumnos, profesores y autoridades. El informe configura, en definitiva, un panorama de esa discutida, apasionante generación.

"A LA IZQUIERDA DEL CENTRO ESTA LA DERECHA"
La gran sorpresa que recibieron quienes desconocían las actividades de los jóvenes alumnos fue la explosión política que sacudió los colegios en los últimos años, auge que tuvo su cresta a partir del 25 de mayo: hasta esa fecha tenía vigencia la "resolución De la Torre", del 24 de octubre de 1936, que prohibía a los estudiantes secundarios agruparse orgánicamente en centros y que impedía, por consiguiente, la expresión de sus inquietudes políticas. Al derogarse esa disposición y estimularse desde el Ministerio de Educación todas las actividades partidarias e ideológicas, los adolescentes pudieron hacer públicas sus ideas y los colegios se cubrieron, entonces, de leyendas, carteles y volantes que les dieron una nueva fisonomía, un notorio parecido a los claustros universitarios, cuyas paredes conocen de memoria todas las consignas de los sectores estudiantiles.
Algunas siglas famosas en otras épocas —como la (UES, Unión de Estudiantes Secundarios— fueron exhumadas y el furor político hizo que casi todos los grupos que operan a nivel nacional tuvieran sus ramas en la enseñanza media. En la actualidad hay una docena de siglas que representan otras tantas corrientes ideológicas. Sin embargo, el espectro no es, a nivel juvenil, tan amplio como en el resto del país: "Los secundarios somos casi todos de izquierda —sentenció Eduardo, 18, sexto año del Colegio Nacional de Buenos Aires—, considerando que el peronismo es un movimiento izquierdista. Y esto no es casual, porque el capitalismo está muerto y para nosotros el sistema político del futuro es el del socialismo. A nosotros no nos engrupen Balbín ni Manrique ni esos que dicen que son de centro o de centro izquierda."
Más allá de sus tajantes afirmaciones y de la opinión de sus compañeros (ver recuadro con los resultados de una elección realizada por Siete Días entre más de 200 alumnos de siete establecimientos), lo cierto es que en los distintos colegios secundarios de la Capital y alrededores operan dos grupos peronistas (la Juventud Secundaria Peronista, vinculada a la Mesa del Trasvasamiento, y la UES, originariamente conectada con la Tendencia Revolucionaria y que en la actualidad intenta aglutinar a todos los secundarios peronistas de diversas tendencias), un grupo ligado a la izquierda insurreccional (FLS, Frente de Liberación de los Secundarios), un sector dependiente del Partido Comunista (La Federación Juvenil Comunista), un desprendimiento de ese partido, el Partido Comunista Revolucionario (CIS, Corriente de Izquierda de los Secundarios), una fracción trostkista (TERS, Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista), una agrupación de "marxistas-leninistas no alineados en el PC", como gustan definirse los miembros de los Círculos Estudiantiles de Militantes Socialistas (CEMS) y una corriente que se autotitula Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). A ese complejo panorama habría que agregarle, como excepción, un sector de alumnos liberales de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini que, en obvio homenaje al extinto presidente Pedro Eugenio Aramburu, bautizaron su agrupación con la sigla UDELPE (Unión del Pellegrini), sospechosamente similar a Udelpa.

DEL DICHO AL HECHO HAY MUCHO TRECHO
Junto a las inquietudes políticas, el cuestionamiento de la moral sexual es otra de las constantes de los jóvenes secundarios: sobre 230 jóvenes de ambos sexos interrogados por Siete Días, 140 se manifestaron totalmente de acuerdo con las relaciones sexuales prematrimoniales, 42 manifestaron algunos reparos y sólo 39 las negaron terminantemente. Claro que ese acuerdo no significa necesariamente una conducta sexual activa: en los cursos superiores sólo un escaso 15 por ciento admitió —el interrogatorio era por escrito y se respondía anónimamente— haber vivido experiencias completas en el campo del amor, mientras que en los años inferiores sólo se detectaron seis casos (cinco varones y una mujer) de jóvenes iniciados en ese temido, deseado terreno. Las escuelas tampoco se preocupan demasiado por romper con el viejo tabú: de los nueve establecimientos visitados, el único que ofrece un curso de educación sexual —fuera de los programas de estudio y en horas de la noche— es el Colegio Nacional de Buenos Aires. En los otros institutos el tema se ignora o bien se lo rodea de una curiosa aureola de misterio y misticismo: "En mis clases de Botánica y Anatomía —confesó el hermano Germán, profesor del Colegio de Lasalle— yo intento dar a los jóvenes una idea acerca de las cosas que Dios les dio y cómo deben usarlas, pero en general es inútil. Cuando uno quiere explicarles algo a los chicos ellos ya están avivados. A veces saben las cosas desde demasiado chicos; uno trata de mostrarlos la verdad divina, el concepto cristiano del amor, pero es muy difícil porque cuando se tocan algunos asuntos y los padres se enteran ponen el grito en el cielo afirmando que esas cosas no deben hablarse en el colegio. ¡Es tan complicado lograr que todos queden conformes!"
Más allá de las actitudes sexuales propiamente, dichas, las relaciones de pareja entre los adolescentes han sufrido vuelcos fundamentales en los últimos años: como la mayoría de los estudiantes secundarios pertenecen a la clase media, deben ingeniárselas ¡para mantener su precaria economía con cuotas mensuales —aportadas por sus padres, claro—, que oscilan entre los 20 y los 30 mil pesos viejos; descontando viáticos y gastos de comida, a los chicos les quedan para sus módicos placeres entre 10 y 15 mil pesos; eso los obliga a que cada miembro de la pareja pague sus gastos, las invitaciones ya no existen más y, en consecuencia, las decisiones son totalmente compartidas; hurgando en sus bolsillos basta las últimas monedas, los noviecitos eligen el programa de común acuerdo. Esa igualdad no implica, sin embargo, cambios en algunos hábitos: el cine, la confitería "para tomar una coca" y los lugares bailables siguen siendo, como antes, las principales distracciones de los estudiantes.

DE TAL PALO, TAL ASTILLA
A pesar de haber asumido dos actividades típicas de los adultos —la política y el sexo— los secundarios siguen siendo adolescentes: "Después de todo somos pibes —se entusiasmó Carlos Alberto, quinto año del Pellegrini— y el hecho de que hayamos asumido una actitud militante no nos quita la alegría de estos años jóvenes. Claro que no queremos ser esos adolescentes típicos que el sistema propone, tipos preocupados por la pilchita y por el último disco de moda. Nosotros encaramos una militancia política, tenemos conciencia de la realidad que nos rodea, pero cuando nos metemos a jugar un picado pensamos en la pelota y no en las relaciones sociales de producción. Creo que eso es lo que nos diferencia de algunos intelectuales, lo que nos salva, lo que nos mantiene puros."
A pesar de las generalidades descriptas —constantes que se repiten en todos los niveles—, las actitudes de los alumnos secundarios no son homogéneas y dependen, obviamente, de la educación familiar, del tipo de establecimiento al que concurren y del año que cursan. El clima más efervescente es, sin duda, el de los dos institutos porteños que dependen de la Universidad de Buenos Aires: la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y el Colegio Nacional de Buenos Aires. Allí, las nuevas autoridades imprimieron un giro de 180 grados a la enseñanza y removieron totalmente uno de los focos más críticos: la disciplina. "Este era un colegio elitista, para privilegiados —acusó Antonio López Crespo, vicerrector y profesor de Historia del Pellegrini—; los padres enviaban a sus chicos acá porque el nivel académico era superior y además porque confería cierto status tener un crío en esta escuela. Pero resulta que los chicos pagaban el precio de esa situación: estaban sometidos a un sistema disciplinario que era directamente policiaco, y no tenían oportunidades creativas. Nosotros democratizamos la escuela, permitimos que la vida política, hasta entonces clandestina, saliera a la luz, echamos a algunos preceptores demasiado rígidos, hablamos con el resto y transformamos la escuela dándoles plena participación a los alumnos". Un rápido paseo por los claustros permite comprobar esas afirmaciones: los alumnos visten ropas sport, pueden lucir el cabello largo, circulan libremente por todo el colegio (antes del 25 de mayo no podían salir del patio que le correspondía a cada año) y sólo tienen una queja: todavía no pueden fumar libremente. "Antes, apenas salíamos del colegio, nos sacábamos el escudo —relata Nora, de cuarto año— porque nos daba realmente vergüenza ser alumnos de una casa así. Nos lo poníamos con ganchitos para hacerlo desaparecer. En cambio, ahora lo cosimos bien fuerte con hilo grueso y todo. Estamos orgullosos de estudiar en el Pellegrini."
La situación del Buenos Aires no es muy distinta; su rector, Raúl Aragón, también profesor de Historia, la sintetizó así: "Acá se maltrataba a los alumnos, se descuidaba totalmente el aspecto afectivo y se les exigía un gran rendimiento académico sin tener en cuenta sus necesidades vitales. Ahora les damos un poco de cariño, los tratamos como seres humanos y los invitamos a cuestionar los planes de estudio, los sistemas de calificaciones, la disciplina, a través de las mesas de trabajo en las que alumnos, docentes y autoridades discuten los problemas y buscan soluciones." En el otro extremo, el Liceo y Comercial de Señoritas Martín de Güemes, del barrio de Barracas, exhibe todavía una estructura anticuada: las alumnas entran a la escuela en filas de a dos mientras la vicedirectora, Aneri Aneda Zanotti de Bruzzo, profesora de Estenografía y Caligrafía, controla que los ojos de las chicas no estén pintados, que la vincha obligatoria esté en su lugar y que a los guardapolvos no les falte el inefable cinturón. Esas exigencias provocan entre las estudiantes pequeñas rebeldías: usan las vinchas a modo de collar u ocultas en el bolsillo y sólo se la ponen cuando ven a las autoridades, "les damos ese gustito porque les tenemos un poco de lástima —bromeó Margarita, de cuarto año—, pero hay cosas de fondo mucho más graves. Acá el régimen era muy estricto, terrible, pero como después del 25 de mayo vinieron directivas del Ministerio de Educación para que las cosas cambiaran, las mismas personas que antes nos reprimían ahora se quieren hacer las buenitas. Vamos, ¿a quién se creen que van a engrupir? Para colmo, lo que el Ministerio manda son sugerencias, no órdenes estrictas, de manera que las autoridades no hacen nada concreto; simplemente, se las ingenian para hacer ver que cumplen con el reglamento, porque, la verdad, le tienen un miedo terrible a ese bendito reglamento. Pero en definitiva, acá cambió algo para que todo siguiera igual." Tal vez inconscientemente, la directora de ese establecimiento, María Alicia Vallejos Casas, profesora de Literatura, corroboró las acusaciones de sus alumnas: "Ahora les damos libertad a las alumnas a pedido del Ministerio, pero no imponemos nada, sugerimos algunas cositas y respetamos todos los credos políticos y todas las religiones aunque, claro, seguimos la tendencia actual en política."

DIOS Y EL DIABLO EN LAS AULAS
En ese mundo aparte que son los colegios privados, ni la política ni el cuestionamiento profundo a la sociedad tienen demasiado asidero: tanto en los prestigiosos colegios Lasalle y Champagnat como en el Instituto Vernié (los dos primeros religiosos, el último laico) la mayoría de los alumnos entrevistados procuran imitar la conducta de sus padres —generalmente clase media alta o burguesía muy acomodada—, de modo de responder a pautas muy específicas. Sin embargo, hay algunos grupos que censuran a sus propios compañeros: "Acá hay mayoría de conservadores —se indignaron Gerardo, Nacho, Juan, Gustavo, Mario y Charlie, del quinto año del Lasalle—, tanto como lo son sus padres. Pero también, afortunadamente, hay grupos que hacen beneficencia, chicos que todos los fines de semana van a una villa a llevar un mensaje de amor. Porque los males de nuestra sociedad no son económicos, como muchos creen, sino que provienen de una actitud mental. Por eso algunos son demasiado exagerados al condenar a la sociedad y en consecuencia demasiado agresivos. Nosotros creemos, junto a San Agustín, que la voz que protesta es la voz de la conciencia y que ésta es la voz de Dios. Por lo tanto, una protesta no puede ser nunca un grito, porque Dios no grita. Como puede verse, nuestra actitud es muy distinta a la de los alumnos de otros colegios, porque acá no hay ni marxistas ni homosexuales ni drogadictos."
Menos preocupados por los fantasmas de las "ideologías extrañas" y de la homosexualidad, los alumnos de la Escuela de Comercio Joaquín V. González, del barrio de Barracas, se enorgullecen de su director —Eduardo Cáceres Zelaya—, quien antes del 25 de mayo había creado un centro de estudiantes que funcionaba clandestinamente. "A pesar de que algunos me lo echen en cara —se defendió ECZ—, yo al reglamento lo tengo guardado en el cajón y lo uso ocasionalmente, porque pienso que lo más valioso para lograr buena comunicación y óptimos resultados con los chicos es el trato afectuoso. En la escuela venimos haciendo una revolución desde hace tiempo, estamos cambiando el sistema disciplinario, experimentando con la libertad, dándoles alas a los pibes. Es hermoso." Su peculiar, atractiva filosofía tiene una amplia respuesta entre los estudiantes: frente a Siete Días entonaron un estribillo dedicado al director, "Oé oé, oé, oá, para el González no hay nada mejor que el Tata Zelaya como director" y enunciaron orgullosos el lema de su centro: "En un mundo que cambia, una juventud que trabaja en comunidad y amor. Unidos en la lucha hasta la victoria."
Una consigna que tal vez entusiasmaría a Enrique, un simpático alumno del Otro Krause, cuyo pequeño drama personal condensa, posiblemente, todo el convulsionado mundo de los adolescentes secundarios: "Con la rata de hoy me quedo al borde de faltas —confesó a un redactor de Siete Días en un café cercano al colegio—, pero juro que si entraba, reventaba. Resulta que los tipos meten materias aburridas, profesores ídem y un montón de pavadas y después pretenden que uno sea como Sarmiento. Yo falto por culpa de la escuela, no por ser vago; pero a las reuniones de la agrupación política del colegio nunca falto porque ahí sí que me interesa la cosa; tengo la posibilidad de cambiar lo que me rodea y mi libertad es en serio, no como en la escuela, donde uno es libre de hacer lo que quiere, siempre y cuando no lo vean. ¡Ojalá algún día uno pueda hacer cosas sin temor a que lo pesquen!" 
Amalia Figueiredo-Rodolfo Andrés
septiembre de 1973

 

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