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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

La Boca
Un barrio inventado por el trabajo y la fantasía del pueblo
Texto de Enriqueta Muñiz

Revista Vea y Lea
1961

 

 



Caminito
Estatua El Cantor


Juan de Dios Filiberto autor del tango "Caminito"






 

En realidad, la Boca del Riachuelo es mucho más que un barrio porteño. Sus características transforman ese trozo de Buenos Aires en un territorio aparte, casi un país, que por cierto ha reivindicado su independencia convirtiéndose, hace unos años, en una ilusoria república.
En ese tren de cosas, se puede hablar de las "fronteras" de la Boca: Barracas, la Casa Amarilla, el Puerto y el Riachuelo. Algunos traducen estos límites por nombres de calles: Martín García, junto a la barranca de Lezama; Patricios (un poco más allá de la Casa Amarilla), y Pedro de Mendoza. En cuanto al Riachuelo, sigue siendo simplemente el Riachuelo, con sus aguas tradicionalmente sucias, su pueblo de barcos, sus puentes férreos y sus relentes indefinibles.
La población de la Boca, generalmente constituida por inmigrantes e hijos de inmigrantes, incluye pocos criollos. Los entendidos suelen decir que la Vuelta de Rocha pertenece a los "zeneixes" o genoveses; el sector del sur a los toscanos y romanos; la porción fronteriza con Avellaneda a los españoles (gallegos y vascos), y los restaurantes a los napolitanos.
Pero antes de proseguir esta radiografía, rastrearemos brevemente la sabrosa historia vieja de la Boca. Vale la pena.

PRIMERAS IMPRESIONES DE LOS CONQUISTADORES
Corría el año 1535 cuando don Pedro de Mendoza y su gente se adentraron en el Río de la Plata, dispuestos a fundar una ciudad. ¿Dónde la fundaron en realidad? Se ignora el punto exacto en que se irguió solemnemente don Pedro de Mendoza y apuntó hacia el suelo con el índice, en una postura que, de creer a los escultores, fue común a todos los esforzados conquistadores a partir de Cristóbal Colón.
La polémica es ardua y desesperante. Groussac, Cardoso y Gandía, entre otros, elaboraron tesis diversas, pero los boquenses están persuadidos de que la tal primera fundación de Buenos Aires no se realizó lejos de la Vuelta de Rocha.
Las primeras impresiones de los navegantes no fueron precisamente entusiastas. Cierto que por aquel entonces, la Boca no debía presentar un aspecto muy sonriente, con sus orillas barrosas, su vegetación hirsuta y su fauna de sapos y reptiles.
Según el interesante y ameno libro del escritor boquense Antonio Bucich, las opiniones de los recién llegados fueron más bien pesimistas: "Tierra de pajonales espesos", dijo uno; "Valle pantanoso, desolado y triste", añadió otro; "Cangrejales movedizos y traidores", dictaminó un tercero.
Sin embargo, se quedaron allí hasta que charrúas y querandíes los exterminaron prolijamente.
Cuando años más tarde insistió en la empresa otro fundador, Juan de Garay, la Boca mejoró notablemente en el concepto de los viajeros. En el reparto de tierras ejecutado por el jefe de la expedición, la zona del Riachuelo le tocó a Alonso de Vera, y sus compañeros pensaron que no había tenido mala suerte. "Tierras pantanosas e inundables en sus orillas —dijeron—, pero fértiles y de excelentes pastos".
Entonces comenzó el trabajo. Durante más de dos siglos, los colonizadores levantaron inestables habitaciones en el barro y los caballos arrastraron penosamente los barcos por las orillas pantanosas, hasta alcanzar tierras más firmes. Periódicamente, el Riachuelo desbordaba y arrasaba la labor de varios años, pero la obra de las hormigas humanas continuaba tercamente.

VITALIDAD Y PROGRESO DE LA BOCA
Hasta el siglo XIX nadie "vivía" realmente en la Boca. Nadie se había decidido aún a establecerse firmemente en el antiguo feudo de Alonso de Vera, todavía cubierto de sauces, como corresponde a un terreno muy húmedo y pantanoso.
Sin embargo, en 1816 apareció un aviso en "La Gaceta de Buenos Aires" ofreciendo una quinta en la Boca...
Sólo en 1866, cuando A. Aymez trazó su plano definitivo, la Boca adquirió categoría de barrio y existencia indudable.
Casi diez años más tarde, para ser más exactos el 1º de julio de 1875, aparecía el primer periódico boquense. Según las informaciones recogidas por Antonio Bucich en su libro, se trataba de una hoja peleadora y quijotesca, que solía salir en defensa de los amores contrariados. Se llamaba "El Ancla", como corresponde a un publicación nacida en un barrio marinero, y sus artículos eran famosos por su tono sin eufemismos.
Por aquel entonces, ya habían progresado bastante las instalaciones para el alumbrado de las calles.

LA VUELTA DE ROCHA
La Vuelta de Rocha es el alma de la Boca. En tiempos de Rosas llevó el sugestivo y poco elegante nombre de "Puerto de los Tachos", pero, en compensación, fue la primera calle que se pavimentó en el barrio, con esos buenos adoquines desparejos de otras épocas que aún hoy destrozan los zapatos del turista.
Muchas cosas podrían contarse de la Vuelta de Rocha, amenizada por cafetines de alegres nombres, como "El Rey del Chupín" o "La Taberna del Capitán Tito". Los boqueases cuentan que fue allí donde preparó su heroica escuadrilla el almirante Brown, y que en aquellas aguas atracó en 1883 el "Italia", primer transatlántico de pasajeros que llegó a la Argentina. Como se puede observar, siempre historias de barcos.
Aún hoy, los mástiles se meten casi por las ventanas de las casas, pintadas con brillantes y agresivos colores.
La Vuelta de Rocha es el feudo de Quinquela Martín, quien le ha dado una fisonomía muy particular. Semicírculo de edificios que la invención de un pintor supo transformar en belleza.
En realidad, Quinquela Martín no se conformó con trasladar la Boca a sus lienzos, sino que pretendió llevar sus colores al paisaje que lo rodeaba. Después de haber pintado centenares de telas, salió a la calle un buen día y pintó las casas de rosa y amarillo, pintó los tristes remolcadores negros de rojo y verde, pintó los ómnibus de naranja y azul. Si lo hubieran dejado, habría pintado la ciudad entera.
Sobre la Vuelta de Rocha arranca el Caminito, que reúne la furia multicolor de Quinquela Martín y la nostalgia del viejo tango de Juan de Dios Filiberto. La popularidad del Caminito, donde se ha instalado recientemente un pintoresco teatro al aire libre, disgusta a veces al músico: "Parece que no hubiera compuesto nada más que ese tango", dice en son de reproche, recordando "Malevaje", "Quejas del bandoneón", "Cuando llora la milonga", "Clavel del aire" y tantos otros títulos famosos.
En la Vuelta de Rocha se levanta también la Escuela-Museo, el Instituto Odontológico Infantil y el Lactarium Municipal Nº 4, edificados sobre terrenos donados por Quinquela Martín. Naturalmente, ostentan todos los tonos de la paleta del pintor, quien tiene una teoría propia sobre el tema:
—El color es un antídoto natural contra la tristeza o la inquietud de los niños —dice, observando la fachada amarilla, verde y azul del Instituto Odontológico Infantil—. He querido destruir la amenazante blancura de los hospitales para que los pequeños se distraigan, no intuyan el dolor y vayan bien predispuestos. El color ha logrado algo curioso: los niños van solos al Instituto. Ya no tienen miedo.

BREVE HISTORIA
DE UN GRAN BOQUENSE
Benito Quinquela Martín habla de sí mismo con serena objetividad. El 21 de marzo de 1890 fue depositado en el torno de la Casa de Expósitos, con un papel que decía: "Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín". A los seis años escasos, fue adoptado por un matrimonio pobre, propietario de una pequeña carbonería: los Chinchella, nombre que el futuro pintor aceptó con cariño. Quinquela se desempeñó en el oficio de su padre adoptivo y comenzó a dibujar simultáneamente. Cuando no transportaba las bolsas de carbón a través de la estrecha pasarela que unía el barco a la tierra firme, se dedicaba a plasmar en sus dibujos lo que tenia a su alrededor: el puerto, las naves, los robustos cargadores del muelle. Tenía 17 años cuando comenzó a asistir a las clases del pintor Alfredo Lazzari, el único maestro que tuvo en su vida. Por aquel entonces trabó amistad con Juan de Dios Filiberto, y ambos recuerdan con emoción aquellas épocas de trabajo, jarana, guerrillas de barrio y aventuras.
Un día, Quinquela se escapó de su casa, vivió la vida ruda de los hampones de la isla Maciel, comenzó a hacerse hombre y artista.
Pintaba incansablemente ese paisaje que lleva en el alma: la Boca. Y llegaron los primeros éxitos, las primeras exposiciones, el gran viaje a España, donde permaneció todo un año. Fue un acontecimiento productivo en todo sentido triunfo artístico y material,
ya que vendió muchas telas. A la vuelta, tenía bastante dinero para comprar la casa en que funcionaba la carbonería de sus padres adoptivos y regalársela.
Más tarde, fue la consagración internacional: exposiciones en París, en Nueva York, en Italia, en Londres. La Boca, con sus barcos y sus cargadores, comenzó a viajar por todo el mundo en las telas apasionadas de Quinquela Martín.
El dinero no se demoraba en manos del pintor. Apenas reunió una buena cantidad, se dedicó a donar terrenos para la fundación de instituciones que prestigiaran a la Boca y ayudaran a sus habitantes. El primero de esos terrenos sirvió para levantar la anhelada escuela-museo con que soñaba el pintor. Más tarde, fue donando sucesivas parcelas, donde se edificaron la Escuela de Artes Gráficas, el Lactarium, el Jardín de Infantes y el Instituto Odontológico Infantil.
No contento con esto, Quinquela batalló incansablemente ante las autoridades para dotar a la Boca de una verdadera personalidad. Llenó las casas de colores vivos, persuadiendo a la gente pobre, que solía pintar sus viviendas de chapas y maderas con el sobrante de material de los barcos, para que eligieran los tonos más brillantes y contrastados.
La miseria se convertía en arte. El trabajo adquiría sentido.
Se sucedieron las peñas de los domingos, fiestas de pasta asciutta, arte y simpatía. Quinquela fundó la Orden del Tornillo, especie de condecoración cordial, que se otorga a las personas susceptibles de haber perdido un tornillo (artistas, soñadores, hombres y mujeres que han sabido dedicar su vida a una vocación, etcétera). La lista de condecorados con la Orden del Tornillo asciende a más de 300 personas, entre las que se cuentan actrices, como Berta Singerman, políticos, como Adlai Stevenson, escritores, poetas, príncipes orientales, capitanes de navío y todo un mundo de personalidades conocidas y desconocidas, que por su espíritu tuvieron derecho a protagonizar la atractiva ceremonia de la condecoración y a lucir en sus solapas el sugestivo tornillito dorado.

ARTE Y ARTISTAS DE LA BOCA
Todos los boquenses conocen los nombres de sus artistas: junto al infaltable Quinquela Martín, Francisco Cafferata, el escultor que decidió poner fin a su vida a los 28 años de edad; Victorica, el pintor fallecido hace poco; Roberto Capurro, otro escultor; Antonio Bucich, el escritor que preside el Ateneo Popular de la Boca; Juan de Dios Filiberto, el músico más popular, y tantos otros, cuyo recuerdo se guarda con cariño.
Hace tiempo, funcionaban dos teatros en la Boca: el Dante Alighieri y el Ateneo Iris, amén de un teatrillo de títeres, que hacía las delicias de la gente menuda. Las dos primeras salas solían presentar al público las obras clásicas del teatro italiano y también los viejos dramones finiseculares, que deleitaban a las sentimentales plateas de antaño.
Hoy, sólo queda un teatro en la Boca: el del Caminito, cuyo éxito ha sido un gran triunfo para el barrio, a la par que una nueva atracción para el turismo.

LA "MADONNA" Y LOS SANTOS
Varias imágenes de origen italiano que representan a la Virgen, y cuyos fieles se miran unos a otros con cierto recelo, integran el culto central de los boquenses, junto a una legión de santos muy venerados.
La más importante de las tres parroquias existentes, San Juan Evangelista, abriga a la mayoría de esas santas figuras: la Virgen italiana de Conxigliano, la famosísima Madona Negra; San Cosme y San Damián, San Roque, Santa Lucia de Siracusa, San Nicola... . A propósito de San Nicola, Quinquela Martín cuenta una anécdota que habla del fervor religioso de los boquenses. El pintor realizó un cuadro de seis metros de altura, titulado La Procesión, y necesitó un santo joven y lindo, para incorporarlo a la tela. San Nicola reunía esas cualidades, y el artista lo eligió. Una vez colocada la obra en el museo, el pintor encontró un día a varias mujeres rezando ante el lienzo, según ellas, milagroso. Quinquela debió intervenir enérgicamente para que tal creencia no se generalizara, y más de una vez tuvo que despedir a los fieles de San Nicola que venían a rezar en el museo: "Esto es sólo un cuadro" —les decía—. "San Nicola está en la iglesia"...

LOS BOMBEROS VOLUNTARIOS DE LA BOCA
Desde tiempo inmemorial, la Boca, asolada por las crecidas y los desbordamientos del Riachuelo, también sufría por los tremendos incendios originados en las casitas de madera.
El 2 de julio de 1884, don Tomás Liberti tomó la iniciativa de reunir a varios vecinos, que se pusieron de acuerdo para combatir el mal. Así nació la benemérita institución, cuyo cuartel central funciona actualmente en la calle Brandsen. A la menor señal de peligro, los voluntarios abandonan sus casas, sus ocupaciones o su diversión, para correr a las autobombas. Esa actitud habla bien claro de la responsabilidad civil, del espíritu de colaboración y del coraje de una población que siempre hizo frente a los infortunios, contando sólo con sus propias fuerzas y su sentido de la solidaridad.

PORQUE REINAN EN SUS FILAS ENTUSIASMO, AMOR Y FE...
La trayectoria del Club Boca Juniors, el equipo de fútbol argentino que más se conoce en el extranjero, comenzó hace muchos años en el potrero situado en la intersección de las calles Wenceslao Villafañe y Pedro de Mendoza. En 1905, la institución de barrio adquirió categoría de club, y comenzó a reunir su famosa y temida hinchada. El gran estadio nuevo, popularmente llamado La Bombonera, fue inaugurado en 1940, y constituye el orgullo de todos los partidarios de Boca Tanta devoción deportiva se ha visto recompensada hasta ahora con quince victorias en los campeonatos anuales de la Liga. Pero ganen o pierdan, los muchachos de la camiseta azul cruzada con una ancha franja amarilla gozan de una admiración casi ilimitada por parte de los boquenses, quienes suelen festejar sus grandes victorias con monstruosas pizza-parties en las calles del barrio.

LA BOCA MODERNA: TRABAJO Y DINAMISMO
Una simple mirada al panorama ciudadano boquense basta para captar el infatigable ritmo de una población que ha sabido aunar el trabajo y la alegría.
De la cantidad de bares y cafetines que se encuentran en la Boca, se puede inferir que el habitante de la zona es un adepto de la vida de sociedad. No menos de setenta establecimientos de ese género abrigan las tertulias y las reuniones de los nativos y de los extranjeros que llegan al barrio en busca de ambiente. 
Las cantinas constituyen un permanente anzuelo para el turista (de Buenos Aires o de Nueva York), que quiere probar la sabrosa cocina y la no menos sabrosa cordialidad de los napolitanos. Medio centenar de restaurantes aseguran al público buena mesa, acordeones, guitarras, tarantelas y alegría, en un ambiente generalmente simpático. Spadavecchia, La Barca de Bachicha, El Pescadito, Los Tres Amigos, El Tiburón, Caminito, etcétera, gozan de gran popularidad.
Sería lícito esperar un buen número de pizzerías en la Boca, pero tal cosa no sucede. Las grandes pizzerías no llegan a diez, entre ellas sobresalen el famoso Rancho Banchero, Guastavino, Tuñín de la Boca, etcétera.
El elevado número de panaderías (unas cincuenta) y de fábricas de pastas (unas veinte), permiten suponer que los boquenses se encuentran divididos en materia de gustos. El pan, abundante en las mesas españolas, y las pastas, base de la cocina italiana, designan claramente las dos corrientes nacionales que alimentan al territorio boquense.
Más de diez imprentas y alrededor de veinte librerías, hablan de la actividad intelectual de la Boca, cuyo grupo más importante de profesionales está integrado por los médicos.
Teniendo en cuenta la reducida extensión del barrio, se puede decir que la Boca cuenta con abundantes servicios públicos y facilidades para toda clase de actividades ciudadanas. Con magnifico hospital (el policlínico Cosme Argerich), dos sucursales de Correos, más de veinte escuelas, tres mercados, alrededor de treinta clubes deportivos y sociales, tres conservatorios de música, dos cines (el Dante y el Olavarría) y un teatro (Caminito), aseguran atención médica, instrucción, cultura, comodidad y diversión a una población tan numerosa como activa.

LA "REPUBLICA DE LA BOCA"
En determinado momento de su existencia, el barrio de la Boca intuyó que sus características lo diferenciaban del resto de la ciudad, y decidió afirmar esa cualidad constituyéndose en República independiente. De más está decir que esa República no poseía fundamentos políticos ni asideros legales, pero, evidentemente, representaba una actitud espiritual.
Su primer presidente se llamó Víctor José Molina, y, según se cuenta hoy en día, su especialidad consistía en declamar el único discurso que había aprendido de memoria y que servia para todas las ocasiones por su pomposa ambigüedad.
En aquellos tiempos, la República de la Boca tuvo cierto significado social: su sede era un verdadero centro de ayuda a los necesitados del barrio y una especie de sociedad de fomento de la comunidad boquense, además de una nueva atracción para el turismo. La República llegó, incluso, a tener su bandera, en cuyos pliegues se enterraba a los muertos más conspicuos del lugar, pero, poco a poco, fue perdiendo su impulso vital, para degenerar en una burocracia, que terminó por extinguirse sola. Hoy en día, la República de la Boca es sólo un recuerdo pintoresco, y su actual presidente, Victoriano Caffarena, ocupa un cargo decorativo que no implica ninguna responsabilidad real.
Lo importante es no dejar morir la tradición: los boquenses piensan que el espíritu de su barrio reside tanto en su amor por el trabajo como en esa cualidad que, a fin de cuentas, es el mejor patrimonio de un pueblo: su gusto por la fantasía.

 

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