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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

1945
17 DE OCTUBRE
La Patria sublevada



Revista Dinamis
1972

 

 



 

Jorge Abelardo Ramos
"Al caer la tarde el sector céntrico de la ciudad es irreconocible. La pequeña burguesía, los estudiantes, los abogados, las gentes bien vestidas, el 'público culto' que había dominado hacía pocas horas las calles desaparecen. Algunos raleados grupos 'democráticos' desde las veredas, observan perplejos el inusitado espectáculo.
"Algunos en camiseta, muchos en camisa, otros montados en caballos, aquellos agrupados en camiones, trepados al techo de tranvías, amontonados en colectivos que perentoriamente debieron cambiar su ruta y conducirlos a la Plaza de Mayo, las mujeres obreras con sus niños en brazos, otros con pantalones arremangados hasta la rodilla, munidos de palos o de latas para agregar estrépito a su desfile, lanzando burlas soeces a los caballeros bien vestidos que miraban las manifestaciones en silencio, llevando carteles improvisados, o botellas vacías, bebiendo refrescos, comiendo un trozo de pan, enronquecidos y desafiantes, profiriendo ironías gruesas o epítetos agresivos, esa gigantesca concentración obrera inauguraba el 17 de octubre un nuevo capítulo en la historia argentina.
"La noche había caído sobre la ciudad y seguían llegando grupos exaltados a la Plaza de Mayo. Jamás se había visto cosa igual excepto cuando los montoneros de López y Ramírez, de bombacha y cuchillo, ataron sus redomones en la Pirámide de Mayo, aquel día memorable del año 20. Ni en el entierro de Yrigoyen una manifestación cívica había logrado congregar masas de tal magnitud. Cómo —se preguntaban los figurones de la oligarquía azorados y ensombrecidos— ¿pero es que los obreros no eran estos gremialistas juiciosos que Juan B. Justo había adoctrinado sobre las ventajas de comprar porotos en las cooperativas? ¿De qué abismo surgía esta bestia rugiente, sudorosa, brutal, realista y unánime que hacía temblar a la ciudad? Con el diario La Prensa retorcido a guisa de antorchas, aquella noche inolvidable, el proletariado iluminó con una llama viva la trama de la conspiración oligárquica. Miles de antorchas rodearon de una aureola ardiente, la mole espectral de la Casa de Gobierno." '
(Perón, Historia de su triunfo y su derrota, 1959.)

Arturo Frondizi
A 27 años de los hechos, el 17 de octubre es una fecha definitivamente incorporada a nuestra historia como pueblo y como Nación. Su contenido popular, expresado a través de las multitudes que marchaban hacia la Plaza de Mayo arrastradas por una vanguardia obrera en la que se unificaban las fuerzas del trabajo de todas las ramas de la producción, afirmaba un profundo contenido nacional. En los hechos de ese día se objetivaron coincidencias entre las aspiraciones del pueblo, esas vanguardias obreras en especial y las Fuerzas Armadas. Esta alianza implícita, sirvió de dique de contención a las minorías que intentaron capitalizar el acontecimiento y desviarlo hacia el callejón sin salida de las represiones masivas —como la que se dio en la Semana Trágica— o la guerra civil.
El 17 de octubre fue el pronunciamiento de un pueblo que consustanció en su jefe, el entonces coronel Perón, el motor de un nuevo proceso en el que la formalidad democrática no pudiera enmascarar la injusticia social. Fue el punto de partida para una revolución social, incruenta y transformadora que, hecha poder a través del comicio, generó una legislación social que nos colocó a los niveles en que se manifestaban las naciones más avanzadas y progresistas del mundo. El 17 de octubre selló esa unidad que ha presidido las etapas más constructivas de la nacionalidad que son aquellas en que nuestro pueblo y sus FF.AA. se unificaron en derredor de objetivos de bien común y de quebrantamiento del "statu quo" que ha servido históricamente al afianzamiento de nuestra dependencia de factores externos y sus agentes de nuestro país. Su más trascendente declaración, la que otorga a la independencia económica la condición de basamento para la soberanía política y la justicia social, compromete desde entonces la acción mancomunada de todos los argentinos. Ahora, sobre múltiples coincidencias que la gravedad de la crisis que empobrece al pueblo y está vaciando el país nos plantea, con alianzas de clases y sectores, entre las que inexorablemente se sumarán las instituciones que aquel 17 de octubre escucharon el clamor del pueblo, cerrarán el paso a la represión y aventarán el fantasma prefabricado de la guerra civil.

Eduardo Colom
Por los canales informativos de La Época, en los primeros días de octubre, tuve conocimiento del malestar reinante en Campo de Mayo y que el descontento de la oficialidad respondía a una circunstancia baladí: la Dirección de Correos y Telégrafos debía ser adjudicada al coronel Imber, mientras que el entonces coronel Perón se inclinaba por la designación de don Osear Nicolini, viejo funcionario de Correos y Telégrafos.
El día 4 de octubre informé al coronel Perón en presencia, entre otros, del teniente coronel Mercante, que la designación de Nicolini sería el pretexto para el levantamiento de Campo de Mayo. Es más, agregué que según información en mi poder las fuerzas revolucionarias le despojarían del poder. Obsérvese que en esa época el general Perón era vicepresidente de la República, ministro de Ejército y secretario con rango de ministro de Trabajo y Previsión. La respuesta de Perón fue tajante, respondiéndome... "Si se c... me voltearán." "Por lo pronto usted —agregó— queda invitado al juramento que prestará en el despacho del ministro del Interior, doctor Quijano, el nuevo director de Correos y Telégrafos señor Nicolini y desde allí nos trasladaremos al Palacio de Correos para poner en posesión del cargo al flamante director."
Las palabras del general Perón no me convencieron; obraban en mi poder datos fidedignos y con todo asistí a la ceremonia del juramento y más tarde presencié el apoteótico homenaje que se le tributó al nuevo funcionario en el Palacio de Correos.
El día 8 de octubre del mismo mes un reportero gráfico de La Época registró la marcha de una columna que avanzaba desde Campo de Mayo hacia la Avda. Gral. Paz. En la madrugada del día 9 una delegación compuesta, entre otros, por los generales Pistarini y Von der Becke, se constituyó en el edificio del Ministerio de Guerra, Callao y Viamonte, y exigió la renuncia de Perón a todos sus cargos. Perón tomó su pluma y redactó su propia renuncia y alargándola al general Pistarini le dijo: "Se la entrego manuscrita para que vean que no me tiembla la mano ni el pulso al escribirla". En ese momento dramático acompañaban al coronel Perón, entre otros, un grupo de leales amigos y camaradas. Recuerdo que estaban el ex ministro de Justicia, doctor Benítez, el secretario de Aeronáutica, brigadier De la Colina, el jefe de la Policía, coronel Velazco, el general Ramón J. Alvariño y los coroneles Lucero y Vargas Belmonte. Minutos más tarde llegó en traje de fajina el director del Colegio Militar, coronel Silva y el general Sosa Molina desde Entre Ríos telefónicamente expresó su solidaridad al general Perón. A pesar de todas las instancias Perón se negó a rectificar su actitud y en horas de la madrugada se dirigió a su domicilio particular.
La Época, al tanto de la traición, denunció públicamente la conjura atribuyendo la conspiración de las maniobras del doctor Amadeo Sabattini, quien estaba ligado por una vieja amistad con el general Eduardo Avalos, jefe de Campo de Mayo. Inútiles fueron los ruegos para que Perón resistiese a los sublevados y el líder, entonces conocido como el "Coronel del pueblo", expresó que su renuncia evitaría la guerra civil con los consiguientes perjuicios para la República. Conocida la noticia de la renuncia de Perón, era visible la reacción popular sobre todo cuando la multitud se congregó el día 10 de octubre en la Secretaría de Trabajo cubriendo las calles adyacentes. Perón habló y puede afirmarse sin duda que allí sembró la semilla que hubo de fructificar en el acto multitudinario del 17 de octubre.
La Época tuvo un papel protagónico en las jornadas del 10 al 17 de octubre; fue el vaso comunicante que unía a la distancia al pueblo con el líder prisionero. El coronel Perón, después de su discurso de despedida, se dirigió acompañado de Eva Perón a una isla en el Tigre y el día 13 fue detenido y trasladado a Martín García. 
La CGT de entonces inicia cabildeos, los que recién terminan cuando por un solo voto logran declarar la huelga general que debía cumplirse el día 18. En el ínterin, los obreros se movilizan espontáneamente y así asistimos al levantamiento de los obreros de Berisso, los que acaudillados por Cipriano Reyes avanzan sobre Buenos Aires. Igual actitud asumen los obreros de los frigoríficos "La Negra-Sancinena-Anglo" y todos, como respondiendo a un comando, invaden la ciudad de Buenos Aires. Sin coordinación, pero llevados por el mismo espíritu de lograr la libertad del líder prisionero, los obreros de los establecimientos industriales, textiles, fraccionadores de vino, metalúrgicos, etc., adoptan igual actitud. La marcha se hace ordenadamente al grito de "exigimos la libertad de Perón" y como el punto obligado de paso era el diario La Época, Moreno 550, allí desde sus balcones se improvisaron oradores, los que encaminaron a la multitud hacia la Plaza de Mayo.
Perón había sido trasladado a la isla de Martín García en la mañana del día 13 de octubre y en la madrugada del día 17, por consejo médico, fue alojado en el pabellón que correspondía al capellán del Hospicio Militar. 
Mientras la multitud, que ignoraba hasta ese instante que Perón había sido alojado detenido en el Hospital Militar, había puesto sitio a la Casa de Gobierno y a la una de la tarde de ese histórico día en los balcones de la Casa Rosada emergieron las figuras de Avalos, Vernengo Lima, Farrell y otros generales. Minuto a minuto la multitud, como una marea, subía y en ese momento crítico el general Avalos se dirige al pueblo para informarle que Perón estaba en libertad. Los improperios con que contestó la multitud a ese anuncio fueron de tal calibre que evidentemente intimidaron al general Avalos y éste, ante el peligro de que el Palacio gubernativo fuese incendiado, ordenó conducir al teniente coronel Mercante, hasta ese momento detenido, a los balcones para apaciguar a la multitud. Vano intento, la multitud no escuchaba a nadie: exigía y reclamaba imperativamente la libertad del coronel Perón.
En ese dramático momento, quien escribe estas líneas, llegó a la Casa de Gobierno y con un paquete de ejemplares del diario La Época, en cuya primera página figuraba el coronel Perón, se acercó a Avalos y le pidió el micrófono para calmar a la multitud. Era el instante más crítico. La pueblada había empezado la pedrea sobre los vidrios de la Casa de Gobierno. Avalos me negó el micrófono diciéndome: "Aquí ningún periodista habla". En esa circunstancia, Solitro, quien conocía al general Avalos por haberle vendido caballos para la remonta, dirigiéndose al general le dijo: "El único que puede calmar a la multitud es el director de La Época" y uniendo la acción a la palabra desplegó un ejemplar del diario y lo arrojó por el balcón. La multitud al ver la esfinge de Perón y al reconocer al diario La Época aclamó furiosamente y aprovechando ese momento de indecisión me dirigí al general Avalos y con firmeza le dije... "General, déjeme hablar y este asunto terminará sin derramamiento de sangre." Destaco que el almirante Vernengo Lima pedía permiso para ametrallar a la multitud y que el general Farrell, Presidente de la Nación, rotundamente se negó a ello. A mi requisitoria Avalos me miró y dudando si me concedía o no el micrófono me dijo: "Hable". Le respondí: "Hágame anunciar como director de La Época". Dio la orden y antes de que pudiese tomar el micrófono me previno: "Cuidado con lo que diga". De inmediato y sin hesitación alguna le respondí "¿Qué quiere que diga?" Avalos me respondió: "Informe que el general Perón está en libertad y que es su deseo que el pueblo se disgregue en orden para evitar consecuencias irreparables". Yo había observado que cada vez que se pronunciaba el nombre de Avalos la multitud bramaba y respondía con gruesos epítetos, algunos de ellos irreproducibles. Tal había ocurrido con Mercante cuando se aprestó a hablar y la multitud no lo dejó. Llegó mi turno e inicié mi discurso con estas palabras: "... El general Avalos". La multitud apagó mi voz con silbidos y denuestos pero, como yo estaba preparado para la rechifla, guardé silencio, hice una pausa y con firmeza les dije: "... cuando el director de La Época habla, único diario que defiende al coronel Perón, ustedes se callan y deben oírme". La firmeza de mis palabras lograron el objeto perseguido. La multitud me escuchó y contraviniendo la orden del general Avalos sinteticé mi discurso en las siguientes frases: "El general Avalos afirma que el coronel Perón está en libertad y alojado voluntariamente en el Hospital Militar. Yo no lo creo y ustedes tampoco; por eso les pido que nadie se mueva hasta tanto el coronel Perón ocupe este balcón". 
Mis palabras fueron clamorosamente aplaudidas por el pueblo y provocaron una reacción entre militares y civiles que ocupaban el balcón y antes de que éstos accionaran por mi actitud contraria al pedido del general Avalos, escapé de la Casa de Gobierno y al llegar a Paseo Colón paré un automóvil particular y le dije imperativamente: "Lléveme al Hospital Militar, este día será para usted histórico. Voy a traer al coronel Perón". 
Quien conducía el automotor accedió a mi pedido y llegamos al Hospital Militar, donde una multitud reclamaba la presencia de Perón. Sorteando obstáculos logré llegar hasta el séptimo piso donde encontré al coronel Perón en cama acompañado, entre otros, de los entonces coroneles Lucero, Descalzo, De la Colina y del doctor Antille, ministro de Hacienda, y del general Pistarini. Minutos más tarde se incorporó el teniente coronel Mercante. Entusiasmado me dirigí al coronel Perón y le dije: "Levántese, coronel, el pueblo lo espera en la Plaza de Mayo y vengo a buscarlo en su representación". Antille, pausada y reflexivamente, interviene y dice: "Comparto el entusiasmo de Colom, pero entiendo que es necesario adoptar precauciones". Previo cambio de opiniones el general Pistarini se dirige a Perón y le dice: "¿Cuáles son sus órdenes? ¿Quiere la renuncia de Farrell?" "¡NO! —replica rápidamente el coronel Perón—. Eso nos traería problemas. En primer término exijo la renuncia de Vemengo Lima, a quien le propinaré una paliza." "¿Con quién lo reemplazamos? ¿Con el almirante Pantín? ¿Qué hacemos con Avalos y los otros?", indaga Pistarini. Perón responde: "Ustedes resuelvan; mi voluntad es retirarme de la función pública y asumir la dirección de mi pueblo como simple ciudadano". Perón se viste y la delegación compuesta por Pistarini, Descalzo, De la Colina y los otros parten hacia la Casa Rosada. Mercante tiene un aparte con Perón y luego abandonamos juntos el Hospital Militar. Regresamos a la Casa de Gobierno. Mercante entra a la Sala de deliberaciones y a mi se me concede un plazo de un minuto para abandonar el Palacio Gubernamental. Salgo a la calle y encaramado sobre un camión con altoparlantes informé al pueblo del resultado de mi gestión. Creo que pronuncié catorce discursos hasta que se me pidió concurrir al Hotel de Mayo donde el doctor Benitez, con la ayuda del coronel Usain, habían logrado instalar parlantes y una cadena emisora. Desde allí anuncié que el coronel Perón se encaminaba a la Casa de Gobierno adonde llegó horas después, una vez logradas las garantías de seguridad necesarias. Minutos más tarde, quien escribe estas líneas, fue invitado por el coronel Perón y frente a la multitud que había convertido en antorchas los ejemplares de La Época se estrechó conmigo en un fuerte abrazo.

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