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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

"CHONGOS" Y "GENTE DE CLASE"
PORTEÑOS DE COLOR

Revista Panorama
1967

 

 


Unión Caboverdeana de Socorros Mutuos: todas las noches canciones, alegría, los sábados también cachupa con olor a locro

Don Hilario Díaz, "el abuelo del dock"

En Floresta, hijos de uno de los tantos matrimonios mixtos, tres morenos y una blanca

Charol en su camarín "¿el papel que más sentí en mi vida? Cuando interpreté a un negro segregado"

Elida Obella "las clientes nos adoran"

D. López, presidente del núcleo caboverdeano de ensenada "Estoy orgulloso de mi color"

Kary Vane, modista, actriz y cantante "hay tres clases de negros, el usté, el vos y el che"

Aún se oye en Buenos Aires el tambor candombero

Haydee San Martín, Dama de Honor de la colectividad "La clase se está extinguiendo"

 

Aunque no se conozcan se saludan al cruzarse por la calle: son unos tres mil, entre negros, pardos y mulatos; se los encuentra en el Dock, en Ensenada, donde alborotan con sus candombes, y en los escenarios. Nos legaron, además de su música, la empanada y el arrorró.
Hubo tiempos en que Buenos Aires tuvo también su rostro negro, su perfil africano. Eran los tiempos en que los habitantes de color, nucleados en cofradías y "naciones" según su procedencia, alborotaban con sus candombes, iluminaban la ciudad con su alegría de raza triste.
Tiempos viejos, cuando había en la capital del Virreinato 22.000 negros y mulatos y solo 8.000 blancos, como en 1806, en que pelearon en primera línea contra el inglés Beresford. Tiempos en que dejaban centenares de cadáveres en los campos de Maipo, a las órdenes de San Martín.
Después fueron carne de cañón en las contiendas civiles, en la guerra contra el Brasil o el Paraguay. Y finalmente el aluvión inmigratorio disgregó a la raza, y el mestizaje hizo el resto. La historia apenas los recuerda, pero ellos nos dejaron algo de su música, fueron también los porteros del tango, nos legaron la herencia de algunas palabras dulces, como arrorró, alfajor, empanada...
Ahora se los ve raramente en una calle cualquiera, en una boite, en un aula universitaria, en un escenario, y llaman la atención, excitan la curiosidad. Son algunos de los 3.000 negros, mulatos y pardos que restan en Buenos Aires.
¿Quiénes son, qué hacen, qué piensan los argentinos de color? Esta nota trata de ser una respuesta.

¡Pase, calunga!

En una confitería céntrica, el dueño se acercó a la mesa y comenzó a quejarse de su personal:
—Estos negros son una porquería...
Justamente había en la mesa una persona de color, el actor Rey Charol, que increpó duramente al hombre. Este se disculpó:
—Pero no, morocho, no lo decía por usted... Yo tengo gran simpatía por ustedes los morochos. Los que me fastidian son esos negros, los cabecitas negras. ..
Mientras contaba esta anécdota, que data de 1956, año en que llegó a Buenos Aires desde el Uruguay, Charol se vestía con el uniforme de vigilante del 900, en su camarín del Astral. Hombre de rostro bueno y mirada inquisitiva y tierna a la vez, hablaba con cierto tono socarrón, y durante una hora recordó anécdotas, detalles con frecuencia sutiles:
—A veces, cuando camino por la calle, noto que la gente se da codazos, como diciendo: "Ahí va"... Me divierte mucho cuando alguien, al verme, se toca la rodilla. Algunos lo hacen con verdadero y cómico disimulo. Otros creen que es más efectivo tocar un objeto de oro. Por eso algunas mujeres se palpan distraídamente la muñeca buscando su pulsera o juegan con el anillo...
Cuando Charol pregunta a los practicantes de tan misteriosa cábala el motivo de su actitud, suelen contestarle: "Es que ustedes los negritos traen suerte"... Y hasta hubo una señorita que le recordó la famosa copla: Oro toco, negro veo, /San Benito querido, / que se cumplan mis deseos... Sin embargo, ya se sabe que no todo es amable o risueño en el reino del prejuicio:
—Cuando me cruzo con algunas monjas invariablemente se santiguan. Creen que somos hijos del diablo...
En una oportunidad, Charol oyó que una señora le decía a su hijo: "Si no te portas bien, el señor te va a llevar". Pero dejemos que lo cuente él mismo:
—Yo me indigné, y le dije a esa señora que le estaba haciendo a la criatura un daño irreparable. Por ejemplo, si alguna vez llegara a perderse tendría miedo de pedirle ayuda a un negro. Y acto seguido lo alcé y comencé a jugar con el chico hasta que lo hice reír...
Charol tiene que entrar en escena. Antes, cuando llegamos al camarín, nos había recibido con "¡Pase, calunga!", que significa "compañero" en dialecto bangué. Ahora, mientras sale, se despide con una reflexión:
—No quisiera pasar por resentido, porque le debo mucho a la Argentina. Pero aquí hay un racismo solapado. Si hasta desprecian a los propios cabecitas... Nunca pude comprender por qué hay tantas incomprensiones entre los hijos de un mismo país. ¿No te parece, calunga"!

El "chongo" y la "clase"

Cuando dos personas de color se cruzan por la calle, se saludan aunque no se conozcan. Ya nos lo había explicado Guillermina Latorre, presidenta del Shymmy, un club de gente de color: "Es como si tuviéramos un imán en la mirada". Y Rey Charol: "Cuando veo un negro por la calle me dan ganas de gritarle: "¡Chau, hermano!". Y Emilio Montero, cajero del Ministerio de Hacienda: "Es que, ¿sabe?, así uno se siente menos solo".
Católica en su mayoría, la gente de la colectividad porteña de color, una colectividad dispersa que no conserva prácticamente ninguna de sus tradiciones, sigue fiel sin embargo a San Benito, antiguo patrono de los negros, y en algunos hogares hemos visto su imagen. Como toda colectividad, tienen también sus expresiones peculiares, una especie de "santo y seña" para uso interno. Cuando dos personas de color conversan sobre un tercero y quieren saber si es de su raza, generalmente preguntan: "¿Es de clase?". La expresión de clase quiere decir, precisamente, negro, de color, y la clase implica a la colectividad en su conjunto. Un muchacho nos dijo en su casa de Liniers, mientras saboreábamos el mate preparado por las manos expertas de su madre: "Mi hermana está de novia con un chongo". Quería decir que el cortejante era un joven blanco.
Kary Vane, una mujer elegante, culta, de seductora conversación, manifestó que "hay tres clases de negros": el usté, el vos, y el che o chau. El primero sería el que se empeña en progresar, en realizarse en una vocación; el segundo, el que se conforma con un empleo u oficio cualquiera; y los últimos, "los que no hacen nada, y ni se peinan aunque tengan la cabeza llena de abrojos".
Cuando una persona de color visita a gente de la clase, siente una íntima satisfacción si ve la casa arreglada, si se respira confort: como lo expresó una muchacha del barrio de Floresta, "eso quiere decir que la raza anda bien". Del mismo modo, admiran a todo negro "que sea alguien", toman como propio su triunfo: "Sidney Poitier ganó un Oscar. ¡Nos enorgullece que sea de color!", exclamó César Salas, bailarín del Maipo. "Nos llena de alegría que hombres como Nat King Cole, Armstrong, Sammy Davis, Richard Wright, sean negros", comentó su compañero Edmundo Da Cruz, un joven de expresión reflexiva que de día trabaja en la Administración General de Puertos y de noche baila también en el Maipo.
De labios de Eugenia País, una anciana de 75 años, que exhibe una rara lucidez, escuchamos estas palabras: "A Luther King le dieron el Premio Nobel de la Paz. ¡Es como si nos lo hubieran dado a todos los negros!"

"Cada vez somos menos"
Sin embargo, a pesar de esta suerte de cohesión nostalgiosa, la gente de color de Buenos Aires constituye una colectividad dispersa, en extinción, que no hace vida comunitaria. Pocos saben que existe el Shymmy Club, una entidad casi fantasmal que no cuenta con sede propia ni desarrolla ninguna actividad cultural: se limita a organizar bailes en los salones del Sindicato de Cerveceras, de Humahuaca al 4000, el primer sábado de cada mes, y en la Casa Suiza (Rodríguez Peña al 200) durante los Carnavales.
Alfredo Núñez, empleado del Congreso de la Nación y presidente del Shymmy, nos recibió en su casa del barrio Coronel Dorrego. En "la veredita florida", como él la llama, nos sentamos a conversar. Nos dijo: "Nuestra gente va desapareciendo por los matrimonios mixtos. Los negros somos cada vez menos". La dicharachera y cordial Haydee San Martín, o "la Parda Haydee", Dama de Honor del Shymmy, corroboró la afirmación de Núñez. Haydee, que a los 77 años muestra una alegría contagiosa, nos lanzó esta humorada: "Antes, cuando hacíamos un baile, el salón parecía una carbonería"... Y comentó luego: "Ahora la mayoría son blancos. La clase de nosotros se está extinguiendo". Guillermina Latorre nos acogió en su casa de Somellera 943, que hace las veces de secretaría del club y donde reciben la correspondencia. Sobre el bargueño, una muñeca blanca y otra negra parecían todo un símbolo: su marido, el entusiasta Emilio Pérez, director de la típica Chiclana y vicepresidente de la entidad, no es hombre de color.
Para expresarlo con palabras "de José Luis Lanuza, los sobrevivientes de nuestra raza negra se están disolviendo en la Argentina blanca "como una pizca de canela en una taza de café con leche". Ello parece tener su correlativo en la ausencia de continuidad cultural. En general, la gente de color no es aficionada a la música propiamente africana. Le gusta el jazz, el tango, la música tropical, aunque hay un reducido grupo de candomberos, que son vertiginosos bongoceros o tumbadores. "En el salón grande se baila lo que le gusta a todo el mundo, y el candombe en el fondo, frente al bufet", explicó Pérez. Aunque no es raro que, al final, se produzca una especie de candombe general, en el que intervienen todos.
El candombe que se ejecuta en Buenos Aires, al que no hay que confundir con el 'candomblé' o la 'macumba' de los afrobrasileños, con sentido ritual y religioso, mereció esta opinión a Néstor Ortiz Oderigo, reconocido especialista en música afro: "Entre nosotros, lo único que queda del candombe son unos ruidos de tambor".
De todos modos, aunque muchos ignoren su existencia y en los bailes no haya, a veces, más de 100 personas de color sobre un total de 400 ó 500, el Shymmy es la única entidad que los nuclea: "Cuando siento nostalgias de la raza, voy al Shymmy", nos confesó Alicia País, dibujante y modelista de 23 años, esposa de un conocido cortometrajista.

El doctor-ordenanza
No hace mucho, un profesional de color con oficinas en el centro de la Capital, protagonizó un equívoco de perfiles grotescos. Un desconocido preguntó por el doctor, y luego de unos momentos la secretaria lo hizo pasar al estudio. ¡Lo recibió un hombre de color de mediana edad, y como el visitante insistiera en que quería hablar "con el doctor", éste le contestó: "El doctor soy yo". El eventual cliente creyó ser objeto de una broma, y le replicó con displicencia: "Vaya, vaya, llame al doctor; usted es el ordenanza". Finalmente, el prejuicioso señor tuvo que convencerse; expuso su problema y se retiró confundido. Pero no volvió.
Este es un ejemplo típico del prejuicio según el cual, para emplear la expresión de Enrique Nadal, estudiante de sociología de color, se considera a los negros "solamente aptos como personal de maestranza".
La atractiva Elida Obella, propietaria del Instituto de Belleza Chanel, de Bogotá al 4440, en Floresta, que resultó segunda en el certamen organizado en 1965 por la empresa Coca-Cola para elegir la Reina del Carnaval, convino en que a veces se confunde un problema de nivel cultural con una cuestión racial, pero insistió en que no siempre se trata de fantasmas creados por una sensibilidad aguzada. Su novio, un muchacho blanco que trabaja en una repartición oficial, nos contó que en una pizzería de las inmediaciones de Rivadavia y Lacarra no los quisieron atender y hasta les hicieron bromas de mal gusto: "Nos apagaron las luces para que comiéramos a oscuras".
Este tipo de experiencias, que lógicamente pueden crear un sentimiento de minusvalía, provocan en ciertas personas de color una actitud explicable, aunque falsa: "Mi hermanito Juan Carlos desprecia a los de su misma raza", nos confesó un empleado municipal. "No quiero que el día de mañana, cuando vaya a la escuela a buscarlo, mi propio hijo se avergüence de mi color", reflexionó a su vez un joven intelectual preocupado por la educación de su retoño.
En algunos casos, este rechazo de la propia condición no es sino una transferencia inconsciente; rechazan, en realidad, una vida pobre, sin posibilidades, e identifican un nivel social bajo con la condición racial. Cuando ello ocurre, la gente de color es víctima de un prejuicio a la inversa.

Música y combinación de colores
"Me gustaría ser vendedora en una boutique, pero cuando usted acude por un aviso del diario, la gente se siente incómoda. Le dicen invariablemente: "Ya la vamos a llamar". La queja de Kary Vane, una mujer que recorrió "el país y sus alrededores" cantando a dúo con Oscar Porra, el "Carusso Negro" ya fallecido, coincide con las experiencias de otras personas. Por ejemplo, con las de Raquel Ana Moreno: "El negro tiene muchas cualidades, pero solo lo van a buscar para que haga payasadas". Más o menos lo mismo dijo Mamina, bailarina del Florida (tiene 25 años, estudió piano, folklore, danzas clásicas y españolas): "Solo nos quieren para la cocina. Nos dan papeles de sirvienta o mucama. A mí me llamaron de un canal de TV para que apareciera alcanzándole el teléfono y una carta al niño del programa. ¡A las negras les dan buenos papeles cuando son made in!". Ya Rey Charol nos había comentado que si el autor de una obra no especifica que tal o cual papel debe ser protagonizado por un negro, "nuestros directores no son capaces de incluirnos en el reparto para un papel convencional". Y hasta a veces para ciertos papeles, prefieren pintar a un blanco; "¡Eso es lo que más me rebela!", exclamó su compañero Juan Carlos Lima.
Augusto Marcelino, brasileño con más de treinta años de residencia en Buenos Aires, profesor de guitarra y autor de un revolucionario sistema de notación musical simplificada basado en la guitarra, declaró categóricamente: "Hasta no hace mucho tiempo, con excepción de los conjuntos formados en cooperativas, en la Argentina las orquestas importantes no admitían negros, porque la mezcla de color era mal vista por los directores. Por eso los negros decidían formar su propio conjunto".
En el terreno de los prejuicios, un hecho insólito entre nosotros conmovió recientemente a los argentinos: en la Guardería El Grillito, de Salguero 1115, fue rechazado Osvaldo Ernesto Nadal, de un año y medio de edad. La dueña de la guardería, Susana de Yakamoto, declaró muy ufana: "No queremos negros motosos". Por insistir en la admisión del niño fue despedida la psicóloga. La mayoría de las madres retiró a sus niños, y las maestras renunciaron en solidaridad.

Un Harlem argentino
Pocos saben que ahí no más, como quien dice, existe algo así como un Harlem criollo. Barrio humilde en el que abundan casas de chapa y madera, en el que se respira un clima popular de boliches y corrillos callejeros; estamos en Dock Sud, o en el Dock, como lo llaman familiarmente quienes lo habitan. Allí, en cualquier esquina, en cualquier bar puede verse un rostro de rasgos africanos junto a un italiano, yugoslavo, español o polaco. Mezcla de Harlem y Hong-Kong en miniatura, nuestro Dock está poblado por estibadores, marineros, maquinistas, hombres de mar que suelen permanecer tres meses en sus hogares y el resto del año en lejanas tierras.
Allí lo encontramos a don Hilario Díaz, en una esquina. Parecía mirar hacia el pasado, remontar el curso de sus 91 años en un momento de ensoñación. Cuando le hablamos le costó respondernos, tal vez porque estaba mirando hacia adentro y tardó en volver. Pero en seguida sentimos una simpatía profunda por este hombre que llegó al Dock hace cincuenta o sesenta años desde la isla de Cabo Verde, dominio portugués en la costa africana y antiguo destino de desterrados políticos y esclavos negros. Nos hicimos amigos, fuimos a su casa, nos presentó a sus compatriotas y a los hijos de sus compatriotas, argentinos negros o mulatos, o pardos, o casi blancos.
Paradójicamente, esta colonia, relativamente nueva, constituye el único conjunto de hombres de color que en nuestro país hace verdadera vida comunitaria, y conserva ciertas prácticas solidarias de alguna manera semejantes a las de las antiguas cofradías porteñas: por ejemplo, la Asociación de Socorros Mutuos Unión Caboverdeana, que cuenta con 600 socios (algunos viven en La Plata, Tigre, Berisso, Lanús o Buenos Aires), se hace cargo de los gastos toda vez que fallece un miembro de la colectividad y obsequia una corona. En el local de la Asociación se puede saborear la 'cachupa', un plato africano parecido a nuestro locro.
Sin embargo, los miembros de esta colectividad de color se refieren a sí mismos solo como integrantes de la colectividad portuguesa, aunque los lusitanos blancos tienen su propio club en la Capital Federal, el Centro Patria Portuguesa. Al principio, cuando nos acercamos, se mostraron esquivos respecto a su condición de hombres de color. Pero después nació la confianza, y hubo orgullo por su origen africano.

¡Welcome to the Dock!
En la Asociación conocimos a Eudino Livramento, Augusto Custodio, Alberto Monteiro (secretario de la entidad), Felipe Cançado, Andrés Almeida. Livramento, un hombre de tez oscura y ojos verdes, hijo de un blanco y una mujer de color, nos presentó a su esposa morena, a su hijo rubio: "Nunca tuve problema. Ya ve que mi chico es blanco. Si viviera en África del Sur, ¿cree que podría ir al cine con mi hijo?"...
El Dock parecía desmentir ciertas impresiones de algunos argentinos de color que viven dispersos por Flores, Floresta, Liniers, Palermo o el centro de Buenos Aires. Allí la gente se mostró extrañada por nuestras preguntas, parecía no comprender, "¿Dificultades? ¡Por favor! Aquí no hay un solo negrito que no haya tenido cinco o seis novias blancas. Ellas los prefieren negros", expresó con sonrisa traviesa Alberto Monteiro, que trabaja en una cooperativa de Barracas. Y en seguida nos contó una anécdota: el año pasado, cuando vino el "Norkfold", de la marina de guerra norteamericana, lo fueron a visitar e invitaron a varios marineros de color a un baile que se realizó en la Asociación: "Al principio no se atrevían a bailar con las chicas blancas. Hasta que los pusimos frente a varias beldades y al fin se convencieron".

El Moreno de la payada
No es casual que frente a nuestros grandes payadores de la leyenda o la literatura se plante siempre un payador negro. Aunque a veces se lo olvide, su voz puede oírse de pronto, como en el Santos Vega, o dialogando en fascinante contrapunto con Martín Fierro. Sin los gauchos negros, síntesis del negro esclavo y el negro alzado, no podríamos entender nuestra historia. Tampoco el génesis del tango o la milonga sin los tambos o cofradías de negros: la palabra tango parece provenir, precisamente, de tambo o de la expresión toca-tangó (tocar tambor), y según Augusto Marcelino, milonga, plural de mulenga, es palabra bunda, que significa palabrerías, pendencia, acepción que aún hoy es moneda corriente en nuestra habla popular.
Del mismo modo, no podríamos comprender nuestro contorno actual negando la presencia negra en el coro de nuestras voces. Nosotros quisimos que a través de estas líneas volviera por sus fueros el Moreno de la payada, para que escucháramos su palabra tierna, su voz a veces indignada o amarga, para que se filtrara algo de su alegría siempre dispuesta a estallar.
Cada vez son menos, porque, como lo expresó pintorescamente Eleuterio Fernández, obrero de color de Avellaneda, en nuestro país cosmopolita "el negro se casa con la blanca, el blanco con la mulata, el negro con la parda, el pardo con la parda, la parda con el blanco, y ¡cataplún! ¿dónde está el negro?"... Es bueno que así sea, que la mayoría de nuestros compatriotas se fije solamente "en el color del corazón". Esta fusión amorosa nos viene de lejos, desde la época en que se había popularizado la traviesa copla:
Padre negro y madre negra
y niño blanco, 
aunque el amo me lo niegue 
aquí hubo trampa,
Cachumba, caracatachum...
MÁXIMO SlMPSON

 

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