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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

El teléfono Automático
Invento Argentino

Revista De Frente
octubre 1954

un aporte de
Carlos Enrique Podestá

 

 

No sabía Ud. que el teléfono automático es un invento argentino?
No, no lo sabíamos, y apenas si lo creemos, así, de improviso. Nuestro interlocutor, hombre de sesenta y tantos años, sonríe con aire un tanto mefistofélico, y agrega:
—Muy pocos son los que lo saben, es decir, los que recuerdan el asunto. Por otra parte, hay algo más que olvido: toda una conspiración de silencio, que al cabo de cuatro décadas ha dado sus frutos. Para todo el mundo, se trata de un invento norteamericano. Sin embargo, la verdad es muy otra. Aunque nadie lo haya dicho en los últimos años, y aunque ni los mismos descendientes del inventor tengan interés en recordar las circunstancias, el hecho no puede ser negado.
Pedimos más detalles. Lo acostumbrado es oír hablar de nuestra incapacidad, de nuestra dejadez. Hay ya toda una literatura de la frustración argentina y latinoamericana, ilustrada recientemente por el libro de H. A. Murena ("El pecado original de América, editorial Sur), infatigable remachador del complejo de inferioridad de cierta gente ante el esplendor acerado de la Cartago a orillas del Hudson. No es que demos demasiada importancia a dicho invento, pero, de todos modos, bueno es enterarse de lo que constituyó, entre otras cosas, una apropiación piratesca.
Nuestro informante es hombre de la capital bonaerense. De joven, solía encontrarse con Francisco López Merino paseando por el Bosque, bajo la lluvia otoñal. De niño, saludó muchas veces a Almafuerte, sin obtener contestación ("Porque el viejo era bastante cascarrabias, dicho sea de paso") y hasta solicitó y obtuvo la ayuda de Ameghino para una urgente composición escolar sobre los fósiles... Pertenece a la segunda generación de la ciudad, de la nacida luego de la fundación por don Dardo Rocha. Con ello se dice que la historia y la crónica menuda de su gente no tiene secretos para él.
—Me acuerdo —dice— como si fuera hoy. Uno de los personajes más pintorescos de La Plata de entonces,
era el "Loco" Jurado. Antes que los futuristas de Europa comenzaran a agitar este asunto, se declaró "sinsombrerista". En aquel entonces, sólo podía encontrarse en la calle, sin sombrero, a una persona que hubiese salido corriendo en busca de los bomberos. Su campaña pro cabeza libre bastó para atraerse el apodo rotundo y definitivo. Por lo demás, ostentaba una barba que establecía un curioso contraste con su actitud modernista, pues correspondía más bien a la época de Lavalle que a la de Marcelino Ugarte.
—¿Y el teléfono automático"? ¿Cuándo fué inventado?
—¡Ah! Fechas, no. Me pide demasiado. Habría que buscar en centenares de legajos judiciales. El hecho fué que, mientras en el país de Graham Bell (de quien se dijo, insistentemente, que se apropió de una patente italiana) los teléfonos seguían funcionando a manija, con pedido de comunicación, un buen día el "Loco" Jurado patentó su invento entre nosotros. Poco después, instalaba en la esquina de las calles 7 y 59 las oficinas y servicios centrales de la compañía "La Positiva", que casi inmediatamente recibió la concesión de los teléfonos de reparticiones públicas. Muchos particulares, en vista de la conveniencia de la novedad, sumáronse a la lista de abonados. 
—¿Cómo desapareció "La Positiva"?
—El "Loco" Jurado se enteró de que las compañías telefónicas rivales, integrantes del trust internacional, le habían birlado el invento, sin siquiera proponerle la compra de la patente. Empezaron los pleitos, largos y complicados. Uno a uno los fué ganando en el fuero provincial. Pero ya el teléfono automático proligeraba en los Estados Unidos, y era inútil pretender indemnización o reconocimiento internacional.
El hombre prosigue, no sin cierta melancolía:
—Jurado murió. Claro, estaban los herederos, pero éstos, que no tenían la visión de futuro que el caso exigía, terminaron por transar el juicio por poco más o menos 30.000 pesos. ¡Una bicoca, amigo! Y el recuerdo del invento, del inventor y de la empresa, fué perdiéndose hasta desaparecer. Y hoy es crónica oral. ¡Busque usted en los archivos! No encontrará la menor referencia al "Loco" Jurado.
Tales son los hechos, a través del testimonio de un espectador desinteresado. El inventor no tiene estatua, ni calle, ni siquiera evocación pública. Así se escribe la historia.

(nota: es una transcripción textual, desconozco la verosimilitud de lo escrito)

 

 

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