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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Historia secreta de la revolución
Revista Atlántida
1966

-primera parte-

un aporte de
Carlos Enrique Podestá

 


"Carlitos debe quedar libre" Y el vicepresidente, Dr. Perette, marchó sigilosamente a Tigre. ¿Pensaba resistir desde allí?


Tal vez Illia necesitó de un "agente secreto" (o no secreto) que lo convenciera plenamente de que eso iba a suceder


"Doctor Illia, su integridad física está asegurada, no así la de quienes lo acompañan...¡Atención!, dos oficiales a custodiar al doctor Illia. Los demás, ¡despejen el salón!"


Se pensó no emplear tropas. Que éstas no salieran a la calle. La resistencia de Illia obligó a la demostración de fuerza


El general Farrel pertenece al pasado. Pero cuando llegó para el juramento de Onganía se vio que no ha sido olvidado


De su despacho a la calle. Illia había propuesto defender la Casa de Gobierno con sólo estos entusiastas civiles radicales

Nota: los pie de foto pertenecen al original

 

¿Cómo, cuándo, por qué, quiénes? La "Revolución Argentina" triunfó en muy pocas horas, sin aparatosidades, sin el empleo de la fuerza. En apariencia todo se redujo a dos o tres comunicados y una entrevista con él presidente Illia. Pero la historia de la "Revolución Argentina" es otra, muy larga y vasta, que no se reduce a ese desenlace de pocas horas durante las cuales se concretó sin que nada ni nadie se le opusiera, pues para llegar a ese final sencillo, rápido y pacífico (estudiado para demostrar que se "llenaba un vacío de poder" y no que se lo derribaba) fueron necesarios meses de polémicas conversaciones, de arduos trabajos, de planeamientos operativos castrense y políticos; infinidad de contactos y sondeos entre jefes y oficiales, a los que había que convencer con argumentos sólidos y definidos que demostraran que esta vez sí lo que se planeaba no sería un golpe más, sino una revolución; que ésta no sería parcial, de sectores sino "Argentina", nacional. De "afuera" todo parece muy sencillo. Hay quienes creen que basta con que el comandante en jefe de una orden para que el presidente sea derribado. Están completamente equivocados. La verticalidad de los mandos es una realidad, pero también lo es que oficiales y jefes no son tan irresponsables como para ejecutar sin pensar una orden que en definitiva tiene alcances no profesionales sino políticos. También están equivocados quienes creen que no hubo resistencia. Sí las hubo, pero tan pésimamente utilizada que ella resultó inocua. Los lectores de ATLÁNTIDA ya conocen todos estos entretelones y motivaciones que nos condujeron al desenlace del 27-28 de junio. Hace dos meses se lo habíamos anticipado, pero lo que no conocen son las respuestas a los interrogantes del comienzo y que son el argumento serio y real que motivó la revolución y fijó su planeamiento, desarrollo y concreción. Esto es lo que, hoy usted encontrará aquí, en está objetiva nota que demandó el esfuerzo de todo un equipo que luchó contra el tiempo en todos los frentes: por el escaso tiempo que había y porque los hechos son muy recientes para que los actores se explayen al respecto.

Ejército azul y gobierno colorado
Es imposible definir el momento preciso que; una revolución toma cuerpo. También lo es en este caso, y mucho más si se tiene en cuenta que, como se verá en el desarrollo de esta investigación exclusiva, este movimiento que sus protagonistas han dado en llamar "Revolución Argentina" nació fundamentalmente entre un particularizado grupo de altos oficiales del Ejército. Si aún para sus propulsores es imposible determinar la fecha precisa en la cual se decidió realizar la revolución, hay empero todo un Contexto de hechos y situaciones que permite ir descifrando la incógnita.
Cuando Arturo Illia llegó al poder en 1963 se encontró con un Ejército que, después de dos cruentos enfrentamientos de ese año y el anterior, se había ordenado bajo los principios de verticalidad y profesionalidad. Pero, al mismo tiempo, se encontró con un triunfante Ejército "azul"; y él pertenecía a un partido político que había jugado siempre a ''colorado" y cuyos contactos y compromisos militares también eran "colorados". Aun cuando la nueva idiosincrasia del Ejército impidió que se originaran los frecuentes planteos de épocas anteriores, sordas desinteligencias se suscitaron desde un primer momento entre Gobierno y Fuerzas Armadas, fundamentalmente con Ejército, y en segundo lugar con Aeronáutica. Fue con esta arma con la que Arturo Illia tuvo el primer problema al pretender el secretario de Aeronáutica designado por Illia —el comodoro Cairó, un oficial de origen'"colorado"— reincorporar a oficiales dados de baja un año antes. Ante la crisis que esto provocó, Illia debió solicitar la renuncia de Cairó, y el gobierne radical, que en otras épocas había mantenido permanentes contactos con sectores militares, prefirió desarrollar de ahí en adelante una acción totalmente incomunicada del Ejército "azul", designando como único puente de unión al ministro de Defensa, Leopoldo Suárez. Cuando Suárez se sentó en su despacho ministerial se enfrentó a una difícil encrucijada: apoyarse en las Fuerzas Armadas que, sobre todo en el Ejército, se iban compactando sólidamente detrás de la figura de Juan Carlos Onganía, o poner en práctica el denominado "plan LEPRA" —elaborado por un grupo de sus amigos "colorados", quienes entendían que en los comandos del Ejército se habían infiltrado "demasiadas ideas frigeristas"—, un plan que tendía, en suma, a la paulatina suplantación de los comandantes en jefe de las tres armas. Los hechos convencieron a Suárez de desestimar el plan LEPRA y seguir el primer camino. con cierta habilidad llegó incluso a perfilarse en algún momento como el candidato presidencial para 1969 que hubiera surgido de un acuerdo entre Fuerzas Armadas y Gobierno.

"recuadro de la página 46"
FUERZAS ARMADAS vs. ILLIA
Aquí están sintetizados los principales enfrentamientos, los "roces" más sobresalientes producidos entre las Fuerzas Armadas entre sí y el gobierno de lllia:
ABRIL DE 1963: Triunfo de Onganía frente a la rebelión de los colorados
JULIO DE 1963: Comicios. Triunfa lllia.
OCTUBRE DE 1963: Gobierno de lllia. Diálogos con los tres comandantes en Jefe. Reincorporación de "colorados" alentada por sectores del gobierno. Medardo Gallardo Valdés, coronel Juan Antonio Martínez, en la SIDE; capitán de navío Antonio Revuelto, en la agencia TELAM.
NOVIEMBRE DE 1963: Relevo del comandante de Operaciones Navales, almirante Eladio Vázquez.
DICIEMBRE DE 1963: Primera crisis. Ascensos en Aeronáutica que desembocan en la renuncia del comodoro Cairó.
ENERO DE 1964: Plan de lucha de la CGT.
MARZO DE 1964: Hernán Cortés, subsecretario de Defensa, no está de acuerdo con la "no proscripción peronista".
ABRIL DE 1964: Guerrilleros en la provincia de Salta.
AGOSTO DE 1964: Episodios de Río Encuentro.
SEPTIEMBRE DE 1964: Anuncio de la "operación retorno".
DICIEMBRE DE 1964: Reestructuración del Ejército, debate. Retorno frustrado de Juan Perón. Brasil. Cartas del general Enrique Rauch. Relevo del general Rosas del comando del Segundo Cuerpo de Ejército. Lo sucede el general Caro.
ENERO DE 1965: Onganía dice: "El relevo de Rosas y las cartas de Rauch no conmovieron al Ejército".
MARZO DE 1965: Vence el peronismo en los comicios de renovación parlamentaria.
MAYO DE 1965: Rauch insiste en favor de la Revolución Nacional. Se ofrece una embajada (Paraguay) al general Rosas. Las Fuerzas Armadas solicitan en 70 carillas a Leopoldo Suárez el envío de tropas a Santo Domingo. Isabel Perón está en Asunción del Paraguay.
JULIO DE 1965: Renuncia el subsecretario de RREE, Ramón Vázquez, como consecuencia del no envío de tropas. Es "colorado" y lo ayuda su hermano Alejandro, asesor de Perette. El juez César Mariano Lagos (ex diputado UCRP) sanciona con dos días de arresto al general Pistarini "por faltarle al debido decoro del juzgado". Suárez no cursa la sanción. Reunión de comandantes en Jefe y secretarios del arma con lllia en Olivos. La primera 20 meses después de asumir.
JULIO DE 1965: Cena y discurso de lllia. "Intrascendente" es la definición de los mandos. No leyó lo que tenía preparado; prefirió improvisar. Corregido, es impreso por la Secretaria de Prensa de la Presidencia.
SEPTIEMBRE DE 1965: Declaraciones atribuidas en Brasil a Onganía. Alianza ideológica contra el comunismo. Reacciones internacionales.
OCTUBRE DE 1965: Renuncia del general Ignacio Avalos a la Secretaría de Guerra. Llega Isabel Martínez de Perón. Se retira como edecán presidencial el teniente coronel Sánchez de Bustamante.
NOVIEMBRE DE 1965: Segundo encuentro por límites con Chile: Laguna del Desierto. Muere un carabinero chileno. Onganía viaja a Perú a la reunión de comandantes en jefe. Asume Castro Sánchez. Renuncia Onganía al comando en jefe. Es designado Pistarini.
MARZO DE 1966: Grave situación en Tucumán.
ABRIL DE 1966: Comunicado legalista de la reunión de mandos con el secretario de Guerra. "Yo no puedo opinar sobre política", dice Pistarini en Córdoba.
MAYO DE 1966. Mensaje al Parlamento que no conforma. Clima de rumores. Pugna peronista. Mensaje de Pistarini.

Operativo escalonamiento 
Pero a la primitiva "impasse" en la relación gobierno-FF.AA sucedió una creciente inquietud de estas últimas, a juicio de cuyos mandos el gobierno de Illia no concretaba las medidas básicas para cambiar gradualmente la imagen del país. Estas desinteligencias se fueron ahondando con sucesivos episodios. Entre ellos el denominado "plan de lucha" de la C.G.T. cuyo tratamiento por parte del gobierno fue considerado como "débil" por los mandos militares; luego, la falta de una clara definición frente al "retorno" anunciado por el peronismo, y finalmente el evidente descontento suscitado en los mandos castrenses por la demora de una definición gubernamental ante el "caso Santo Domingo". En el recuadro de la página 46 se consignan detalladamente los principales momentos de crisis entre el gobierno y los mandos militares. Pero el descontento que paulatinamente va gestándose en las FF.AA no se limita a esos "tópicos". En las esferas militares se habla de que "el gobierno no da un salida al problema nacional, ni en el orden económico, ni en el político-social". Como forma de calmar estas inquietudes el secretario de Guerra, general Avalos -oficial retirado, de la amistad personal del presidente-, elabora una teoría: la del "escalonamiento", una nomenclatura que quizás haya sido traída por el entonces subsecretario del arma general Castro Sánchez, luego de dictar cursos en los EE.UU, donde el "american scalation" es una expresión muy popular. en síntesis, no significa otra cosa que una modificación gradual de la política gubernamental, y ya en ese entonces se empieza a hablar -todavía en ámbitos muy reservados- de reestructuración del gabinete, cambios en el equipo económico, modificación sustancial de la conducción ferroviaria... pero los cambios que a "sotto voce" se prometen en la Secretaría de Guerra no llegan nunca a concretarse en la práctica. Y es así como figuras como el general Julio Alsogaray -que desde el primer día del gobierno de Arturo Illia se había manifestado, en sus círculos íntimos, como abierto opositor- se fueron sumando otros oficiales de singular gravitación: Osiris Villegas, Alejandro Lanusse, Pascual Pistarini. Pero hay un hombre que se mantiene en silencio. Y es un hombre clave: se llama Juan Carlos Onganía.

Cuando los comandantes quedaron estupefactos
Es julio de 1965. Se realiza una de las habituales reuniones entre los comandantes en jefe de las tres Fuerzas. Onganía, sorpresivamente, rompe el silencio. Dice que así como la Iglesia ha tenido a través del Concilio su "agiornamiento" -su puesta al día-, al país le hace falta un gran "aggiornamento nacional". Aclara que no se trata de un golpe de Estado, sino de una revolución - él prefiere llamarla la "gran revolución"- que implique la modificación de la actitud mental del país. Luego agrega: "esa revolución debe hacerla el presidente, o de lo contrario es imprescindible que la lleven a cabo las FF.AA.". Sus dos interlocutores se miraban en silencio cuando Onganía se preguntó en voz alta: -¿Es capaz el presidente de hacer esa revolución?. Bajando la voz dijo como para sí mismo: -Creo que no... A partir de esa reunión, en altos conciliábulos militares se empieza a hablar de un cambio total o de una "gran revolución".

Illia juega su carta
Por supuesto, este clima trasciende a las esferas gubernamentales. La desconfianza entre el presidente y el comandante en jefe se transforma ahora en una sorda hostilidad. Hay una anécdota que pude resumir esta situación: el presidente Illia se tropieza en uno de los pasillos de la Casa Rosada con los comandantes en jefe de Aeronáutica y Ejército, que han concurrido a realizar una gestión ante el Ministerio de Defensa. Saluda efusivamente al primero: -"Cómo le va Armanini". Al segundo lo mira de soslayo, y luego le dice sólo: "¿Cómo le va señor general ?". En los medios oficiales se comienza a contemplar la idea de reemplazar al comandante del Ejército. Como candidato oficial se esboza el general Carlos Jorge Rosas, un oficial inteligente y ambicioso que quizás pudo llegar a la comandancia en 1963 o 1964, pero no en 1965, cuando las estructuras del Ejército se hallaban sólidamente agrupadas en torno de Onganía. Se dice que desde fuentes inspiradas por el general Rosas se lanzó una campaña contra el comandante en jefe del Ejército, basada en la acusación de que la reestructuración de la Fuerza, que en ese momento se llevaba a cabo, estaba inspirada por el Pentágono (ministerio de defensa norteamericano). Hecho éste que es controvertido, dado que en esferas militares allegadas a Onganía se sostiene que la situación era exactamente la inversa. Para llegar al comando del ejército, Rosas contaba con un cuadro de oficiales intelectualizados, pero sin mando efectivo de tropa, salvo él mismo, que se hallaba al frente del poderoso II Ejército del Litoral. Onganía, en cambio, cifra su poder en oficiales con mando, no sólo en el Ejército sino también en Aeronáutica. La tensión entre ambos altos jefes culmina cuando el general Rosas no da cuenta al comando en jefe de una entrevista-mantenida con el general Rauch, que en esos días se hallaba en rebeldía y proclamando epistolarmente la necesidad de una "revolución nacional". Rosas es convocado al comando en jefe y relevado en seguida. La partida ha quedado definida. Como un último intento de guardarlo como carta de reserva, antes que obligatoriamente deba solicitar el retiro, el gobierno radical le da destino designándolo embajador en Paraguay, (De ahí que quizás una de las noticias más adversas que haya recibido Illia durante su mandato fue cuando meses atrás se le informó del grave accidente automovilístico sufrido por el general Rosas en momentos en que retornaba a Asunción luego de haber mantenido importantes entrevistas en Buenos Aires.)

El momento crítico
La tensión entre gobierno y comandante en jefe ha llegado a su punto culminante. En los términos inmediatos se llama enfrenamiento Avalos vs. Onganía, y se trasluce en una puja sorda entre dos pisos del edificio de la calle Azopardo: el 5º, donde funciona el comando en jefe, y el piso 7º, donde está instalada la Secretaría de Guerra. La pugna hace crisis a través de un hecho accidental: el relevo del teniente coronel Sarno ordenado por el comandante en jefe sin previa consulta al secretario, de Guerra, hecho que éste alega para justificar su renuncia. Y aquí entonces se plantea el problema: ¿quién será el reemplazante de Avalos?. Onganía sostiene que debe serlo un militar retirado, "pues no puede pasar a ser superior del comandante en jefe quien hasta ayer fue su subordinado". Esto da lugar a una serie de tratativas con el ministro de Defensa. Para el gobierno radical ése puede ser el momento de provocar el alejamiento de Onganía y opta por designar a un oficial en actividad: el general Castro Sánchez, que se había desempeñado como subsecretario de Avalos. Para Onganía, a su vez, es la oportunidad de alejarse con su prestigio intacto, y apenas finalizado el juramento del nuevo secretario presenta su pedido de retiro. Si bien se ha decidido a dar el paso provocando la ida de Onganía, el gobierno de Illia no se resuelve, en cambio, a modificar sustancialmente la conducción de la Fuerza poniendo en la comandancia una figura adicta, hecho que por otra parte podría desencadenar una aguda crisis en el Ejército. Se inclina por designar a un oficial del "equipo Onganía". También "azul", también perteneciente al arma de caballería. El elegido, general Pascual Pistarini, es sobrino del que fuera ministro del ex dictador, pero se mantuvo siempre aislado de los eventos políticos. En 1955, con el grado de teniente coronel, formó parte de una de las columnas enviadas para reprimir la Revolución Libertadora iniciada en Puerto Belgrano, pero sometido a un sumario se comprobó que sólo se había limitado a cumplir una orden superior. Destacado deportista, especialista en saltos hípicos —record mundial con el caballo "Diablo", con el que saltó 2,17 metros—, hizo luego una brillante carrera llegando a merecer la insignia de San Jorge, la máxima a que puede aspirar un oficial de caballería.

Los ocho conjurados
Pero el cambio de hombre no significó un cambio de rumbo. De alguna manera la situación en el seno del Ejército continúa con similares características, diferenciándose tres sectores: por un lado, la Secretaría de Guerra, ahora en manos del general Castro Sánchez y el subsecretario Laprida, que ante las inquietudes militares reitera la tesis del "escalonamiento". En reservadas conversaciones el general Laprida habría afirmado: "No se justifican los apresuramientos, porque al gobierno de Illia es más fácil "guidizarlo" que al del propio Guido". El general Laprida, al que los especialistas en temas castrenses sindican como "desarrollista" —un compacto grupo de oficiales rodeados de un hábil equipo civil proclives a concretar las ideas económicas lanzadas en su momento por Arturo Frondizi—, pretendía con esto señalar que paulatinamente podría cambiarse el rumbo del gobierno radical y llevarlo a producir las condiciones para reeditar en 1969 un frente electoral con el peronismo, tal como el que había fracasado en 1963, permitiendo en definitiva el acceso de Illia al poder. Las mismas fuentes no descartan que este sector hubiera podido optar a último momento, también por la toma del poder, pero más adelante.
En segundo lugar un sector legalista con una sola cabeza visible entre los jefes de más alto rango: el general Carlos Augusto Caro por curiosa coincidencia sucesor del general Rosas en el mando del II Ejército.
El tercer grupo lo integran quienes reciben la herencia de Onganía en el sentido de concretar el comentado "aggiornamento nacional". Pero la conducción del sector revolucionario se limita a un reducido núcleo que se ha dado en llamar "los ocho conjurados": los generales Pistarini, Lanusse, Villegas, Alsogaray, López Aufranc, Cáceres Monié, Martínez Zuviría y el coronel Sánchez de Bustamante, uno de los segundos de Caro, al mando del II Ejército. Todos ellos pertenecientes al arma de caballería e integrantes del grupo directivo que en 1963 había volcado la situación en favor de los "azules". La idea que los nuclea es ésta: "En el país no hay solución por la vía electoral ni tampoco con un mero cambio de nombres. De lo que se trata es que las Fuerzas Armadas ocupen institucionalmente un ''vacío de poder'' que a su juicio deja el gobierno radical. Y esta idea debe tenerse presente para comprender el hilo conductor de los dramáticos hechos que van a sucederse en la madrugada del 28 de junio de 1966. El Ejército no va a voltear a un gobierno; va a ocupar un vacío de poder que no tiene titular.

"De colores"
Evidentemente algo nuevo se está gestando. Pero para sus protagonistas no es una mera conspiración. Es por eso que no se determina una fecha fija para concretar el movimiento. Hay, sí límites de tiempo. Se piensa, por ejemplo, que hay que evitar la proximidad del 9 de julio, día en que los festejos del Sesquicentenario han de traer al país a mandatarios extranjeros. Se procura asimismo que sea antes de que Illia se apresure a llamar a comicios creando un clima preelectoral. Y esto porque se trata de evitar "que la revolución sea tomada como un golpe para impedir un eventual triunfo peronista". A los múltiples visitantes que se suceden en su domicilio de Belgrano, Onganía se limita a decirles: -"No voy a prestarme para un golpe de Estado más; sólo sí para una revolución de fondo".
Ex ministros, técnicos, especialistas de los más variados ramos, mantienen también entrevistas con el ex comandante en jefe, que sigue siendo figura nucleante, no sólo dentro del Ejército sino también en las restantes fuerzas. Incluso para aquellos que lo enfrentaron cuando la lucha entre "azules" y "colorados". Una figura de especial importancia se agrega en los últimos meses a estas reuniones: el obispo de Avellaneda, monseñor Podestá. En cierto momento el general desaparece durante 3 días de su domicilio. Se dice que ha viajado al Norte. en realidad está tomando parte de un "cursillo". Los "cursillos" son un movimiento inspirado por sacerdotes españoles para "fortalecer la fe en Cristo". A modo de retiro espiritual se realizan durante 3 días en algún lugar apartado, en los cuales los "cursillistas" escuchan alocuciones de los sacerdotes organizadores y laicos destacados, tratando de encontrarse en su senda espiritual. Para un "cursillista" estar "de colores" implica hallarse robustecido en su fe y preparado para enfrentar al comunismo. Un índice de la importancia que ha alcanzado el "cursillismo" puede hallarse en este episodio protagonizado por el comodoro Krause en ocasión de una visita a la planta de Kaiser en Córdoba. Al pasar por la sección matrizado, un operario saludó efusivamente al comodoro por su sobrenombre. 
- "Adiós, comodoro. ¿Te acordás los churrascos que comíamos". Como la escena se repitiera en otra sección, uno de los directores de la firma se decidió a preguntar a Krause.
- "¿Así que tenía Ud. amigos en la fábrica?"
Krause. -"Sí. Ocurre que hemos realizado juntos un "cursillo" en Alta Gracia"
En reuniones "cursillistas" Juan Carlos Onganía fue tomando contacto con varias de las figuras que iban a acompañarlo luego en función de gobierno. Y es a través de un "cursillista", prestigioso militar que conoce a un joven industrial aceitero, estudioso de la economía: Jorge N. Salimei. Otras figuras se acercan también, en esos días, al departamento de la calle O'Higgins, desde gremialistas hasta empresarios.
En estas y otras reuniones comienzan a esbozarse los planes de gobierno de los cuales Atlántida dio cuenta en su número de junio. Se habla, por ejemplo, de establecer un presidente seguido por un primer ministro que reemplazará al presidente en caso de acefalía. El primer ministro -se aludió insistentemente para esas funciones al general Julio Alsogaray- estaría a su vez secundado de un gobierno de cuatro ministros.

El cerco se cierra
El clima está dado. Un sector de las Fuerzas Armadas, fundamentalmente centralizado en el Ejército, está decidido a tomar el poder para producir un "aggiornamiento nacional", y poner al frente de ese proceso a Juan Carlos Onganía. Pero falta la puntada inicial, el detonante. Y el primer paso se da precisamente un mes antes de la jornada en que, en definitiva, iba a producirse el derrocamiento del gobierno de Arturo Illia. Es el 29 de mayo, Día del Ejército. El acto central se realiza en la plaza San Martín. sorpresivamente se ha decidido que quien hable en representación de la institución sea el comandante en jefe del Ejército y no el secretario de guerra, como es habitual. ¿Fue éste un error de Castro Sánchez-Laprida? quizás en la Secretaría de guerra se cree que la alocución de Pistarini ha de limitarse a meras frases de circunstancias, reseñando las múltiples labores del Ejército. En suma, un discurso de tono similar al que el propio general Castro Sánchez ha preparado para pronunciar radiofónicamente en esa fecha. Por otra parte, la Secretaría de guerra ya había hecho pública, el 1º de abril, una comentada declaración asegurando que los mandos del Ejército tenían una profunda vocación legalista.
Lo cierto es que en el Estado Mayor que rodea a Pistarini se decide utilizar la oportunidad para fijar, en cambio, una posición muy distinta frente al gobierno. se procura marcar ante los mando suna línea divergente con la de la Secretaría de Guerra. En medio de estricta reserva los generales Lanusse y López Aufranc -también fue consultado el general Alsogaray- colaboran en dar forma al discurso que Pistarini va a pronunciar en plaza San Martín. Sólo muy pocos conocen su texto, porque de trascender la Secretaría de Guerra podría disponer el reemplazo del orador. cuando en la mañana del 29 comienza el acto, los funcionarios muestran una aburrida cara de circunstancias. Es muy temprano, y no es esa, evidentemente, una "hora radical". Nadie parece notar, incluso, que un reducido grupo de iniciados se ha colocado a espaldas del general Pistarini para seguir paso a paso las reacciones que sus palabras van a provocar en el palco oficial, ubicado a un costado del orador. El discurso empieza, sí, con fórmulas rituales, pero imprevistamente el comandante en jefe del Ejército desliza frases tales como: "la libertad es una declamación cuando no está avalada por el ejercicio de la autoridad". Una onda de cuchicheos, gestos y movimientos de ceño atraviesa de pronto el palco oficial. Cuando el discurso termina el palco de autoridades permanece mudo, estático, sin el ruido de un aplauso. Nadie se acerca a saludar al disertante, salvo el sorprendido subsecretario de guerra -general Laprida-, que murmura algo apenas escuchado por cuatro altos jefes que están muy cerca del lugar: -"No esperaba esto de vos". Pistarini no responde y va a ocupar su lugar en el palco oficial, al lado del presidente de la República. Es ahora éste que musita : -"General, después me va a explicar usted esto de falta de autoridad..." Pero la explicación nunca llegó a producirse.

El decreto que Illia no quiso firmar
En las esferas oficiales las inesperadas palabras de Pistarini caen como impactante toque de atención. Leopoldo Suárez redacta inmediatamente el decreto por el que se releva al comandante en jefe del Ejército. Un decreto que varias veces, de aquí en adelante, iba a ser sometido a la firma del presidente y que ante las reiteradas negativas de Illia, volvería a descansar en uno de los cajones del escritorio del ministro de Defensa. Imposibilitado de relevar a Pistarini, Leopoldo Suárez da a publicidad un astuto y sibilino comunicado por el cual hace suyas las palabras del comandante. Una publicación lo comenta al día siguiente en estos términos: "Ahora resulta que Pistarini no se refirió a Illia sino a Mobutu". En la Secretaría de Guerra, en tanto, se decide apresurar el "escalonamiento", presionando al gobierno para producir urgentes cambios en su política como única forma de detener el golpe de Estado. El proceso comienza a desenvolverse vertiginosamente.

Los sondeos internacionales
En los altos medios políticos la posibilidad de que se concrete un episodio revolucionario, que se ha venido contemplando desde muchos meses antes, se avizora ahora como un suceso inmediato. Comienza a realizarse no gestiones, sino sondeos en el exterior. Se sabe, por ejemplo, que el doctor Eduardo Augusto García fue comisionado con una misión explicativa ante el Pentágono, aun cuando no puede definirse con precisión en nombre de quién realizó esa gestión. Pero la primera dificultad parece plantearse acá mismo, en el país. El embajador norteamericano, Edwin Martin, siguiendo la línea demarcada por el Departamento de Estado de su país, deja deslizar trascendidos en favor de la legalidad. Un grupo de empresarios norteamericanos -se dice que a través del general J. Alsogaray- le hace llegar a Onganía esta sugerencia: gestionar por medio del Pentágono el reemplazo del embajador en Buenos aires. Onganía y su estado mayor revolucionario, que viene funcionando secretamente de meses atrás, se oponen. A su juicio, en la medida en que el embajador estadounidense apoye al gobierno de Illia la revolución tendrá mayor respaldo popular. (Deben tenerse en cuenta al respecto los "planes de gobierno del golpe" publicados por Atlántida en su número de junio. Preveían que durante unos 6 meses el nuevo gobierno no sería reconocido por EE.UU. El plazo posteriormente se redujo.) finalmente, a punto de concretarse los acontecimientos, Edwin Martin decide por sí mismo, trasladarse a su país, según se cree siguiendo el consejo de un ex dirigente nacionalista que ocupó relevantes funciones diplomáticas durante el gobierno de Frondizi. En cambio en el ambiente militar norteamericano la personalidad de Onganía goza de amplia popularidad. Una carta enviada por el representante argentino ante la Junta Interamericana de Defensa, general Sánchez Almeida, había dado cuenta en su momento de la mala impresión causada por el alejamiento de Onganía del comando en jefe.
Se estimulan también contactos con la órbita europea. en España, el entonces comandante en jefe del Ejército argentino había conocido, durante una gira previa a su retiro, a Muñoz Grandes, el militar que se señala como el más seguro sucesor de Franco. Sigue manteniendo ahora una cordial reciprocidad con el general Cabanillas, jefe del estado mayor del ejército español. Y aquí cabe aclarar algo que se puntualiza muy especialmente en los medios revolucionarios. La relación existe con ese jefe militar español y no con otro general homónimo que se halla al frente de la organización de hipódromos de su país y a quien se atribuyen vinculaciones con Jorge Antonio. Esa identidad de apellidos dio pie en su momento a las versiones de una entrevista de Onganía con Perón en ocasión del viaje del primero a Europa. Un tipo de contactos que en los medios revolucionarios se desmiente totalmente.

 

 

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