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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


1943-1983
(segunda parte)
Revista Primera Plana
Abril 1983

un aporte de
Carlos Enrique Podestá

 

La protesta obrera
Pese a la vigencia del estado de sitio desde 1941, en la primera mitad de 1943 van a reiterarse movimientos huelguísticos en demanda de mejoras de salarios y condiciones de trabajo. El sistema trató de neutralizar esas presiones a través de una serie de medidas formales. Al iniciarse el período parlamentario, la Subcomisión Especial de la Comisión de Asistencia y Previsión Social de la Cámara de Diputados inició el estudio de "todo lo relacionado con la carestía de la vida". Poco después, la Municipalidad de Buenos Aires pidió formalmente al Poder Ejecutivo que tomara medidas para abaratar el precio de la carne, y el gobierno anunció que estaba en estudio la posibilidad de aplicar precios máximos para los productos esenciales.


El dirigente sindical Cipriano reyes, uno de los protagonistas del 17 de octubre. Después rompería con Perón

Perón, ya presidente, flanqueado por el vice Quijano, de galera, y el ministro del interior Borlenghi

 


El país de los "barones del azúcar" de acuerdo con la visión del dibujante Caribé para el semanario Argentina Libre

Raúl Scalabrini Ortiz en un acto de FORJA en 1943. Los herederos de Yrigoyen habían preanunciado el final del régimen

En 1960, de sombrero, el ex presidente general Pedro Pablo Ramírez en el ejercicio del derecho del voto

Las peñas de intelectuales en los cafés

La jornada del 4 de junio de 1943

Si el conjunto de la situación económica de la mayor parte de la población tenía características parecidas a las que sufren los argentinos de 1983, algunas de las formas particulares de protesta de aquella época son decididamente similares a las de estos días.
Los diarios del 31 de enero del '43 daban cuenta de una nutrida concentración de vecinos realizada el día anterior, en la ciudad de Bahía Blanca, para protestar por el abrupto aumento de los impuestos municipales. "Recargadas extraordinariamente todas las actividades pasibles de tributación —informaba La Nación—, el vecindario, a través de las entidades representativas, impugnó desde el primer momento los nuevos aumentos que sufrieron las tasas municipales, que llegan hasta el 300 por ciento. Más de 800 manifestantes reclamaron la renuncia del Jefe del Departamento Ejecutivo de la municipalidad".
El diario Crítica, entretanto, daba cuenta de que "mientras 17 personas duermen en una habitación, entre 51 propietarios poseen casi un millón de hectáreas".

Negociados y corruptelas
Mientras soportaban los efectos de la inflación, los sectores populares conocían —parcialmente— algunos detalles sobre los grandes casos de corrupción de la época, que se sucedían sin pausa y con prisa desde los comienzos de la década del '30. Una nueva analogía con la Argentina actual, sobre todo en cuanto a la extendida y casi instintiva desconfianza de la gente sobre las categorías éticas del gran mundo de la política y los negocios.
Uno de los casos más sonados era el del negociado con la importación de acero y de hierro. En la calle se comentaba que había dos ministros comprometidos en el hecho, aun cuando nunca se aportaron pruebas. Mientras, la justicia iniciaba una investigación y citaba a declarar a Rafael Benjumea y Burin, conde de Guadalhorce.
Otro escándalo de gran repercusión fue el acaparamiento y alza ilegal de los precios de los billetes de lotería, que obligó a la formación de una comisión parlamentaria investigadora formada por los diputados Rodríguez Araya, Pratt Gay y Oddone, luego de que se recibieran más de 5 mil denuncias contra el secretario general de la Lotería de Beneficencia Nacional, Ángel Sforza.
El 15 de enero, La Prensa daba cuenta de que el día anterior se había concretado "la anunciada entrevista del presidente de la Comisión Investigadora de la Lotería, Agustín Rodríguez Araya, con el ministro de Relaciones Exteriores, Enrique Ruiz Guiñazú, acerca de las medidas adoptadas y las que se han de adoptar para reprimir el acaparamiento de los billetes de la Lotería de Beneficencia Nacional y las maniobras de agio en perjuicio del público, al que se hace pagar un sobreprecio abusivo y exorbitante".
El 1º de abril, el mismo diario destacaba que "la comisión que investiga las irregularidades en la administración de la Lotería de Beneficencia Nacional prosiguió ayer el estudio de los proyectos de reforma de la ley respectiva. El diputado Oddone presentó una iniciativa, que fue rechazada, por la cual se suprime la Lotería de Beneficencia Nacional; se prohíbe en todo el territorio de la República el juego de la lotería, cualquiera sea el procedimiento que se emplee y la denominación que se le dé, y la introducción, circulación y venta de loterías de países extranjeros".
La Lotería arrastraba ya una pesada carga de desprestigio. Dos años antes se había producido otro sonado escándalo: los niños cantores habían sido comprados para anunciar como primer premio del sorteo a un número determinado.
En todo caso, el clima de corrupción reinante, entre los negociados económicos y financieros y los fraudes electorales, fue uno de los elementos determinantes de la caída del régimen a través del golpe militar del 4 de junio.
En una mesa redonda sobre la revolución del '43, organizada en 1976 por la revista Panorama, Félix Luna, tras ensayar una defensa de algunos aspectos administrativos de la presidencia de Castillo, afirmó que "no se lo derrocó por malo, sino por otras dos razones: primero, porque era un gobierno anacrónico a esa altura de la madurez del país; segundo, porque le falló el tono moral".

Un candidato inaceptable
La designación de la fórmula oficial Patrón Costas-Iriondo para las elecciones presidenciales aceleró el final del proceso, precisamente porque simbolizaba la continuidad del país anacrónico y la reiteración del fraude.
"La década infame —sostiene en su ensayo El ejército y la política en la Argentina 1926-1945 el norteamericano Robert Potash— concluida según los investigadores con la revolución del 4 de junio, había dejado sus secuelas de ilícitos, hizo del fraude su devoción y trató, principal motivo de ruptura con el pensamiento militar de la época, de imponer el continuismo de la Concordancia en un candidato que recibió de entrada el repudio de las fuerzas armadas, tanto de los partidarios de los aliados como de los del Eje, y también de los neutralistas".
Las vinculaciones de Patrón Costas con los intereses británicos hacían suponer que su acceso al gobierno iba a terminar con la posición neutralista mantenida dificultosamente hasta entonces. Esta posibilidad resultaba inaceptable para los grupos militares que simpatizaban con el Eje. El francés Rouquié asegura que, en realidad, el candidato oficialista no se había definido respecto de la actitud argentina frente a la guerra. Aunque acepta que "parecía posible" que se decidiera por los aliados por razones de negocios, sostiene que al mismo tiempo mantenía muy buenas relaciones con la embajada alemana. Rescata, incluso, una versión bastante inverosímil, según la cual Patrón Costas había refugiado en su ingenio a varios de los marineros del Graf Spee.
En cambio, para el senador nacionalista Matías Sánchez Sorondo, "la fórmula Patrón Costas-Iriondo es un museíto colonial de provincia costeado por ingleses, que siempre aciertan con los colores locales. Se trata de un golpe de timón a la derecha, en que se luce la genealogía del doctor Culaciati (dirigente conservador y ministro del Interior), piloto de tormenta. La navegación promete ser plomífera, salvo la posibilidad de una guerra submarina". La última frase era, sin duda, una clara referencia a los signos de malestar en las filas de las fuerzas armadas, en algunos casos directamente influenciados por la prédica de los intelectuales del nacionalismo católico.
Lo que estaba perfectamente claro, en todo caso, era que Patrón Costas tenía una consecuente admiración por los métodos del fraude patriótico. El principal apoyo periodístico de su candidatura, el diario La Fronda, estaba empeñado en una campaña contra el voto secreto y señalaba en sus editoriales que "quien dice democracia dice publicidad de todos los actos de la vida política. El cuarto oscuro es un anacronismo. Cada uno debe asumir la responsabilidad de su voto."
En el discurso que Patrón Costas había preparado para la ceremonia de proclamación de su candidatura —en la convención del Partido Demócrata Nacional citada para el mismo 4 de junio y que, obviamente, no pudo sesionar— aseguraba que "el fraude está, y es mucho más pernicioso que el otro, en la acción demagógica de los partidos que engañan al pueblo con falaces promesas".
Los radicales, entretanto, aunque habían llegado a concretar una fórmula común con socialistas, demoprogresistas y comunistas —Honorio Pueyrredón-Luciano Molinas—, ensayaban otras probabilidades.
A fines de mayo, varios dirigentes de la UCR se entrevistaron con el ministro de Guerra, general Pedro Pablo Ramírez, para convencerlo de que aceptara encabezar una fórmula presidencial apoyada por su partido. El dato es importante, no sólo porque fue el antecedente más inmediato del golpe del 4 de junio, sino también porque demuestra que ese movimiento no fue gestado únicamente por los sectores supuestamente pro nazis del ejército. Los radicales, por lo menos, pensaban que coincidían con Ramírez en sus simpatías por los aliados.

Aparecen las logias
Ramírez informó a Castillo sobre el ofrecimiento recibido. El presidente le exigió un repudio público a los radicales, pero Ramírez se limitó a "desmentir los rumores" sobre las pretensiones de "imponer su candidatura, para encabezar una fórmula presidencial, haciendo uso, para tal fin de las prerrogativas de su cargo".
Castillo se sintió desobedecido y exigió la renuncia de su ministro de Guerra. Rouquié describe la situación: "La noticia de la destitución de Ramírez se propagó por todas las guarniciones. Era la gota de agua que hacía rebalsar el vaso. Una gran agitación tomó la remoción de su jefe como un insulto, un acto de despotismo tanto más condenable cuanto que se debía a la oposición de los militares a comicios fraudulentos.
Prorradicales, nacionalistas y legalistas apolíticos por igual se sentían indignados ante esa medida tan inoportuna".
Era el 2 de junio y el momento de la aparición del GOU, una logia militar nacionalista de allí en más rodeada de un halo mítico, hasta el punto de que todavía no hay acuerdo unánime del significado de la sigla. Para algunos, la mayoría, era el Grupo de Oficiales Unidos, mientras que otros sostienen que se trataba del Grupo Obra de Unificación.
El capitán Francisco Filippi, yerno y secretario privado de Ramírez, y el teniente coronel Enrique González, secretario adjunto del ministerio de Guerra, integraban la lista de 19 oficiales fundadores del GOU y fueron quienes plantearon en principio la necesidad de responder a la destitución del ministerio con un movimiento que derrocara al gobierno.
Según Fermín Chavez —revista Dinamis de setiembre de 1973—, "la organización del Grupo Obra de Unificación tuvo inicio a fines de 1942, después del regreso a Buenos Aires del coronel Juan Perón desde Puente del Inca, si bien no se descartan anteriores conversaciones de jefes y oficiales politizados, tendientes a nuclear a los elementos disconformes del ejército frente a la realidad económico-social de la Argentina."
Lo cierto es que oficiales del GOU motorizaron el golpe que destituyó a Castillo, aunque los líderes jerárquicos fueron los generales Ramírez y Arturo Avalos, quien comandó las tropas que avanzaron desde Campo de Mayo hasta la Casa Rosada.
El avance de los efectivos militares sólo encontró resistencia por parte de la guarnición de la Escuela de Mecánica de la Armada, pese a que altos mandos de la Marina estaban con el golpe. El enfrentamiento produjo algunos muertos y heridos y, según muchas versiones, entre los legalistas estaba Francisco Isaac Rojas. Sin embargo, consultado por PRIMERA PLANA, el almirante afirmó "no recordar nada sobre el 43" porque "yo empiezo en 1955; lo mejor es preguntarle a Potash (por el especialista norteamericano que escribió "El ejército y la política en la Argentina 1926-1945"), aunque dice muchas macanas".

"¿ Tiempo loco!"
El golpe militar, que no presentaba una clara definición política por la heterogeneidad de sus autores, entre los que había aliadófilos y partidarios del Eje, liberales e yrigoyenistas, fue saludado con simpatía por el pueblo y con la quema de algunos colectivos en Plaza de Mayo.
Los porteños trataban entonces de combatir los rigores de la crisis con las diversiones. En los días del golpe el cine Opera se llenaba en cada función con fanáticos admiradores de Humphrey Bogart, quien en Casablanca reivindicaba la dignidad de los "duros" ante la sugestión de Ingrid Bergman.
También acababa de estrenarse 'La guerra gaucha', de Lucas Demare, con un elenco que reunía a varias de las estrellas más rutilantes del momento: Enrique Muiño, Ángel Magaña, Sebastián Chiola, Francisco Petrone y Amelia Bence. La actriz hacía doblete con la exhibición paralela de 'Son cartas de amor', en la que compartía el rubro protagónico con Pedro López Lagar. María Duval, Libertad Lamarque, Roberto Escalada, Enrique Serrano, Hugo del Carril también disputaban los favores del público, mientras comenzaba a forjarse la imagen de símbolo sexual de la época: Thilda Thamar.
La revista era otro de los espectáculos preferidos. Mientras en el Maipo triunfaban Sofía Bozan, Marcos Caplán, Alberto Anchart, Blackie y Juan Carlos Thorry, los platos fuertes del bataclán eran María Esther Gamas y Tono Andreu.
Luis Sandrini ofrecía en ese momento en El Nacional 'El diablo andaba en los choclos' y Tita Merello protagonizaba con Tomás Simari y la orquesta de Francisco Canaro 'Buenos Aires de ayer y de hoy' en el Presidente Alvear.
El Tabaris, Des Ambassadeurs, Chantecler y Marabú eran las boites de moda, y allí triunfaba la orquesta típica de Anibal Troilo, con las voces de Francisco Fiorentino y Alberto Marino.
En las casas, la radio constituía la gran diversión. Splendid y Belgrano eran las emisoras preferidas, con programas como Los guapos de Buenos Aires, el Teatro Palmolive del Aire o los personajes de Niní Marshall.
Los domingos, las habilidades de los integrantes de la máquina riverplatense (Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau) o la calidad de la dupla boquense "Sarlanga"- Severino Varela atraían multitudes a las canchas. Era la época dorada del fútbol argentino, cuando los jugadores sólo se encontraban una vez por semana en los vestuarios para salir a jugar el partido.
El récord de 40,3° grados de calor registrado en el mes de febrero en la Capital —provocó insolaciones graves a 20 personas— había consagrado una frase que la gente reiteraba una y otra vez para definir la desorientación frente a la realidad política: "¡Calor: tiempo loco!".

La realidad sindical
Cuando se concretó la revolución del 4 de junio, la mayor parte de la dirigencia sindical argentina, de tradición comunista, socialista y anarquista, se movilizaba fundamentalmente tras el objetivo de formar un gran movimiento cívico a favor de "la libertad y la democracia" en contra del nazismo. Muy pocos días antes del derrocamiento de Castillo, una buena parte de estos dirigentes había firmado una solicitada en la que pedían que un sindicalista fuera designado candidato a vicepresidente en la fórmula de la Unión Democrática.
Existían en ese momento dos CGT, la 1 y la 2, tras la división surgida en la reunión del Comité Central Confederal de marzo de 1943. La CGT 2, bajo la conducción del dirigente mercantil Ángel Borlenghi, saludó con entusiasmo el golpe del 4 de junio, al que definió en una declaración como "el fin del régimen oligárquico entronizado por el fraude y la violencia". La número 1, en cambio, en la que militaba el grueso de los dirigentes de la izquierda tradicional, adoptó una posición expectante aunque de evidente recelo.
Tras la fallida asunción de la presidencia de la República por parte del general Rawson, al día siguiente del golpe, el poder del régimen militar quedó en manos del general Ramírez y con él se inició una primera etapa de claras características autoritarias, con una marcada influencia de los sectores nacionalistas católicos. Se disolvieron los partidos políticos, se prohibieron las huelgas y se reprimió con severidad todo intento de protesta.
Los sectores liberales, el radicalismo y la izquierda pasaron a una posición de franca oposición. Fue la época en la que nació aquella famosa cuarteta, cantada con el tradicional ritmo carnavalesco:
"Esta murga se formó
en un día de infortunio, 
y por eso la llamamos 
murga del 4 de junio"
Pero esa primera fase de nacionalismo autoritario iba generando en su seno los factores del cambio. Un pequeño recuadro aparecido en el diario La Nación del 5 de junio, al lado de las grandes crónicas sobre el desarrollo del golpe, señalaba que se habían producido relevos en el lº división de Ejército: el general Edelmiro Farrel había sido designado comandante en la unidad en lugar del general Juan Carlos Bassi, mientras que el jefe de Estado Mayor del cuerpo, coronel Valentín Campero, era relevado por el coronel Juan Perón. Sólo tres días más tarde, el 8, La Prensa informaba que "el coronel Juan Perón, del arma de infantería, fue designado ayer jefe de la secretaría del ministerio de Guerra". La secuencia da una imagen fiel del ritmo del crecimiento de la importancia política de Perón.
Algunos meses más tarde, amigos comunes ocurrieron en una imprenta ubicada en la esquina de Tres Sargentos y Reconquista a Perón y Borlenghi. En septiembre de 1943, en una reunión en la Casa de Gobierno y ante la sorpresa general, el coronel Perón solicitó al presidente Ramírez el puesto de interventor en el Departamento Nacional de Trabajo. Durante los dos años siguientes, transformado ya en secretario de Trabajo y Previsión, Perón desarrollará una inmensa tarea de organización sindical con la colaboración de dirigentes como el propio Borlenghi, Cipriano Reyes y Luis Gay. El régimen instaurado con el golpe del 4 de junio se había transformado a sí mismo hasta convertirse en el germen del movimiento nacional basado, fundamentalmente, en la unión de la clase trabajadora organizada y los militares nacionalistas e industrialistas. Para que se concretara esa transformación, fue necesario dejar en el camino a varios de los protagonistas del golpe, incapaces de acompañar un inédito proceso de democratización real a partir de una estructura de poder cimentada en la élite castrense.

Analogías, pero no tanto
El lector habrá notado que entre la Argentina preelectoral del '43 y la de hoy (1983) —en buena medida tan escéptica como aquella—, las analogías surgen con extrema sencillez, con una claridad que a veces —paradójicamente— las torna sospechosas.
Ejemplos: las dos CGT, y el pedido de una de ellas para que un sindicalista resulte candidateado como vicepresidente. Más ejemplos: ausencia de líderes, aislamiento internacional. Gran ejemplo: una realidad agobiante que exigió, y vuelve a exigir ahora, interpretaciones nuevas —y urgentes— capaces de cimentar un proyecto integral de país. Pero no conviene abusar de estas analogías. Mucho menos suponer que será integrales. El golpe militar del '43, que sacudió al país tres meses antes de las elecciones, fue entonces un atajo atípico y sospechoso para salir de la crisis. A través de él apareció la salida, es cierto: pero esa salida no fue el golpe en sí mismo. Si la historia puede ser concebida como una útil memoria, el recuerdo del '43 acarrea una enseñanza clara: la crisis es capaz de poner en movimiento lo mejor de un país.
Mirar el pasado con conciencia de futuro será —debería ser— una garantía para esas urnas que se vuelven a lustrar. En el 2023, tal vez alguien se preocupe por saber si en 1983 supimos imaginar y construir un país mejor.

 

 

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