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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Escándalo en El Palomar

Ante el desconcierto general, Ortiz anuló los comicios fraudulentos de diciembre de 1939 en Catamarca e intervino la provincia. Quizás un viejo rencor con Castillo, su vicepresidente catamarqueño, o algún manejo subterráneo que ya afloraría, pensaban los políticos oficialistas.
sin embargo, el 7 de mayo de 1940, un segundo balde de agua fría: Ortíz anula las elecciones -siempre fraudulentas- del "fascista a la criolla" Manuel Fresco en la provincia de Buenos aires.
Qué motivaba esta repentina conducta democrática de quien había llegado a su cargo presidencial gracias al fraude abierto y declarado?
¿Acaso una repentina toma de conciencia?
Nada de eso. La causa, quizás, debamos buscarla en la diplomacia inglesa que, según Scalabrini Ortiz: "Nos ofrece un canje, la normalización democrática en el país a cambio de la ayuda en la guerra de Europa..."
Tiempos de miseria y escándalo, donde las sorpresas seguirían surgiendo: un negociado de tierras conocido como El Escándalo de El Palomar terminaría con Ortiz y su ministro de Guerra. La "década infame" tendría de esta forma un broche de oro final.

La historia de nuestro pueblo
José María Rosa
edición 1987

 

Ortiz contra el fraude
A fines del año 1939 debían efectuarse elecciones de gobernador en la provincia de Catamarca, que estaba bajo administración conservadora y contaba con el seguro aval del vicepresidente Castillo. El gobernador Cerezo recibió una comunicación telegráfica del ministro del Interior, en la que se lo invitaba a mantener la "prescindencia" frente al acto comicial, conforme a los deseos del presidente. El mandatario provincial lo dio por sobreentendido y contestó afirmativamente. Realizadas las elecciones hubo protestas de parte del radicalismo, motivando que el ministro del Interior señalara la conveniencia de anularlas. Pero Cerezo se mantuvo firme en sostener que el comicio se había desarrollado correctamente: el colegio electoral terminó aprobándolo a principios de 1940.
Para desembarazarse de los conservadores, el presidente Ortiz se había dado a la paciente labor de obtener una apoyatura militar segura. Apenas aprobadas las elecciones catamarqueñas, no vaciló en intervenir la provincia. Designó para el cargo al general retirado Rodolfo Martínez Pita, que era apolítico, encargándole la anulación de todo lo actuado y la convocatoria a nuevas elecciones "con todos los resguardos y garantías de libertad para los electores".


Caras y Caretas
El canciller argentino invita a ganar la paz a sus colegas latinoamericanos


Ortiz en el Patronato Nacional de Ciegos

Ortiz, Castillo, Rodolfo Moreno y Palacios

 

 

La decisión presidencial sorprendió: produjo aprobación en los opositores y comprensible recelo en el oficialismo. La Prensa concedió que la intervención estaba justificada, pero criticó la designación de un militar —a pesar de que se trataba de un retirado— en un cargo político, estimando que colocaba al ejército "en situación inconveniente para el normal cumplimiento de sus funciones específicas". Los conservadores catamarqueños se tranquilizaron a sí mismos atribuyendo la intervención a una aversión personal del presidente hacia Castillo. No había por qué pensar en otras razones, porque el fraude no se había llevado más allá de lo acostumbrado en la provincia y los radicales habían protestado por mero formulismo. Sólo empañaba esa seguridad la inquietante participación del ejército en la estrategia presidencial.
Las cosas continuarían en Buenos Aires. El gobernador Manuel Fresco culminaba su mandato y había que llamar a elecciones. Los elementos liberales del conservadurismo veían con desagrado las actitudes fascistas de Fresco y su notorio desdén por la Ley Sáenz Peña. Una cosa era el fraude, que hacía posible que el partido retuviera el gobierno salvaguardando las formas. Era una "picardía" que no contrariaba el espíritu liberal. Pero Fresco, en cambio, menospreciaba abiertamente la democracia: el fraude era público porque había voto "cantado", los opositores no podían acercarse a las mesas y el vuelco de los padrones se hacía a la vista de todos. Para reemplazar a tan enojoso personaje, el partido se inclinó por Alberto Barceló, contra el parecer del mismo gobernador. Barceló ganaba en su distrito —Avellaneda— sin necesidad de fraude, aún en época de Yrigoyen. Era un caudillo patriarcalista, que hacía uso de recursos reprobables desde el punto de vista ético, pero lo suficientemente eficaces como para imponerse en elecciones "correctas". Con los beneficios que sus adictos obtenían de prostíbulos y casas de juego podía prestar asistencia a los sectores obreros de Avellaneda, obteniendo a cambio la afiliación en los comités que estaban bajo su manejo. Con su entorno de maleantes y tahúres, funcionaba como un "sindicato" para las clases populares.
Parecía el hombre indicado, preferible al ganadero Antonio Santamarina. Probablemente los conservadores confiaban en que don Alberto podría manejar toda la provincia como lo hacía con Avellaneda. Ya no haría falta el fraude y se quedarían sin argumentos para protestar los radicales. Por lo demás, tenía buenos contactos, entre sus amigos se contaban el general Justo y el médico Pedro Groppo, que se desempeñaba como ministro de Hacienda en el gabinete de Ortiz. Con Buenos Aires —y sobre todo con Fresco— no eran suficientes los telegramas. Había que manejarse con cuidado; el gobierno encargaría al ejército la vigilancia del acto electoral. Algunos días antes, Ortiz designó a los coroneles Eduardo López y Diego Mason —ambos con destino militar en La Plata— para que se hicieran cargo del control de los comicios con oficiales bajo su mando.
Fresco no creyó en las intenciones de Ortiz y procedió en las elecciones como acostumbraba hacerlo. Por la noche el presidente regresó de una revista naval en Mar del Plata y un elevado número de radicales concurrió a recibirlo, con aclamaciones, en la estación. Se conocían las instrucciones dadas a los dos militares y —como el fraude era inocultable— se rumoreaba que se procedería a la inmediata intervención. No obstante, Ortiz tardaría dos semanas. Tal vez los dos coroneles demoraron en elevar su informe, o bien el presidente creyó conveniente esperar las elecciones de diputados nacionales —a realizarse el 3 de marzo— para ver qué hacían Fresco y los demás gobernadores.

Elecciones e intervención
Al ver que la cosa iba en serio, los demócratas nacionales se apresuraron a variar su táctica. Si el presidente así lo quería, habría diputados radicales, ya que después de todo, no interesaba en demasía a los conservadores la composición del Congreso Nacional, que era cosa de Ortiz. Lo importante era mantener los gobiernos provinciales. Por lo tanto, esta vez no habría fraude. La votación fue secreta, en el cuarto oscuro y de acuerdo a lo dispuesto por la Ley Sáenz Peña. Hubo fiscales radicales firmando los sobres y acompañando las urnas hasta el correo.
El triunfo radical no fue, sin embargo, tan amplio como podía esperarse, el fraude repetido había quitado a muchos la costumbre de votar. No obstante, los radicales ganaron también en la Capital Federal, Córdoba, Santa Fe y Tucumán.
En Córdoba había terminado el mandato de Amadeo Sabattini, que abandonaba el cargo con gran apoyo popular. En su lugar el radicalismo llevaba al gobierno a Santiago del Castillo —ex ministro de Sabattini—, con el médico Arturo Illia como compañero de fórmula. La fórmula radical se impuso a la conservadora por algo más de treinta mil sufragios.
Después de mucho tiempo habría mayoría radical en la Cámara de Diputados, que sería presidida por Carlos M. Noel.
Pero a pesar del "buen comportamiento" observado en las elecciones, la remoción de Fresco era cosa resuelta. Dado su carácter impulsivo, se temió que intentara resistencia con las fuerzas policiales a su mando. De manera que la intervención se llevaría a cabo con los recaudos de una operación militar. El día 6 de marzo debió viajar a La Plata el general Cassinelli, comandante del I Ejército de Rosario, con la supuesta misión de inspeccionar la 2da. División local. Una vez allí se le hizo llegar el decreto de intervención para que lo presentara al gobernador, junto con la designación de interventor interino. No se produjo la resistencia esperada: un oficial se adelantó con la comunicación, que sorprendió a Fresco. Enseguida se apersonó Cassinelli acompañado de los coroneles López y Mason para asumir sus funciones. Fresco se allanó y el interventor procedió a designar a un coronel en actividad como jefe de policía, a fin de precaverse contra cualquier reacción, que no la hubo.
El suceso provocó un desbande entre los conservadores: renunció el ministro de Agricultura, Padilla y el de Obras Públicas, Alvarado. El decreto de intervención no se había discutido en el Gabinete y sólo llevaba las firmas del ministro del Interior —Taboada— y del presidente Ortiz. En cambio, se mantuvo en su cargo Groppo, ministro de Hacienda ligado a Barceló, que se había quedado sin gobernación. La presencia de militares en actividad en cargos políticos era una novedad. Además de prevenir cualquier posible intento de Fresco, evidenciaba que el ejército apoyaba el plan político de Ortiz contra el fraude electoral. Cassinelli fue repuesto en su cargo en Rosario, designándose interventor civil a Octavio Amadeo, liberal.

¿Motivaciones ocultas?
La intervención de Buenos Aires significaba un golpe de muerte para el aparato electoral de los conservadores. Un destino similar al corrido en Buenos Aires los amenazaba en Mendoza y Santa Fe, provincias que deberían renovar gobernadores a fin de año. Había mayoría radical en Diputados y el ejército, puesto bajo el control de Márquez, aparecía sólidamente comprometido con la política "depuradora" de Ortiz. Todo hacía presumir el regreso del radicalismo. No es del todo creíble que el presidente procediera exclusivamente movido por su aversión al fraude. No la había demostrado antes. El mismo era el resultado de una elección fraudulenta y no pareció preocuparle el cambio de votos en el correo, en marzo del mismo año. Muchos creyeron ver otra cosa detrás de la actitud de Ortiz. Los informes de las embajadas extranjeras son reveladores, porque, aunque se desconocen los británicos, tanto los alemanes como los norteamericanos dan cuenta del temor de aquellos y el vivo interés de éstos ante la perspectiva de que el radicalismo llegase al poder.
Hacia fines de 1939 Scalabrini Ortiz escribía: "Sobre la República Argentina se cierne una amenaza fatal: la intervención en el conflicto europeo. Basta analizar, aunque sea rápidamente, las ventajas que Gran Bretaña obtendría con nuestra participación en la guerra a su lado (...). Para ir a la guerra es necesario que el gobierno sea excepcionalmente fuerte. El radicalismo puede dar a nuestro gobierno esa fuerza que le falta. Nosotros, que somos sus víctimas, damos nuestro homenaje de admiración a la astucia de la diplomacia británica. Con magnífica pulcritud nos ofrece un canje: la normalización democrática en el país a cambio de la ayuda en la guerra de Europa".

Presiones belicistas
El 8 de abril Alemania ocupó Noruega y Dinamarca. Dos días más tarde entró en Bélgica y enseguida en Holanda. Después flanqueó la línea Maginot y avanzó sobre Francia. El 14 de junio las fuerzas de Hitler penetraban en París, forzando la rendición de Francia, al tiempo que rodeaban al ejército inglés en Dunkerque. Gran Bretaña quedaría desde ese momento expuesta a los bombardeos desde territorio francés.
Se habían ocupado países neutrales, creando la oportunidad de que el canciller Cantilo tomara la iniciativa de la unidad americana "en defensa de las democracias". El 12 de mayo invitó a las naciones americanas a abandonar la neutralidad: "En la situación de hoy, ni los Estados beligerantes respetan la voluntad de los neutrales ni éstos pueden hacer respetar su neutralidad como forma jurídica de aislamiento (...).
Es una ficción, un concepto muerto, que debe ser reemplazado dentro de la realidad del momento en que vivimos".
La declaración del ministro —que aconsejaba la adopción de una política "circunstancial y coordinada de vigilancia"— fue difundida por la prensa y circulada a las embajadas. No tuvo buena recepción y provocó fuertes críticas, especialmente en ciertos ámbitos económicos, en los que fue juzgada "prematura".
Apartarse de la neutralidad era asumir una posición belicista, y Ortiz trató de explicar el sentido de la propuesta ministerial en su mensaje de apertura del Congreso: "Somos neutrales, pero la neutralidad argentina no es ni puede significar una actitud de absoluta indiferencia e insensibilidad". Cantilo creía sinceramente en la "defensa de las democracias", a diferencia de Estados Unidos, que la usaba como argumento para la unión hemisférica y poco se interesaban por la suerte que corría Europa. Se dijo que la declaración surgió de conversaciones con el embajador norteamericano. Sin embargo, al comunicarla al gobierno de ese país, el embajador argentino en Washington recibió una negativa terminante "por los peligros que entrañaría (...) una declaración tan trascendental."
En la Argentina, la propuesta cayó mal en el ambiente militar: tanto el ministro de Guerra, Márquez, como el de Marina, Scasso, se pronunciaron en contra. Cantilo fue convocado al Senado para dar una explicación. No llegó a concurrir, porque el presidente Ortiz salvó la situación, dio una terminante declaración de que "el Gobierno mantiene la más estricta equidistancia entre los beligerantes". El episodio lastimó las relaciones entre Ortiz y el ejército, que hasta el momento se habían desarrollado armoniosamente. Presumiblemente, Márquez transmitió al presidente la adversa opinión militar, forzando su retroceso.
La propuesta de Cantilo contrariaba la postura de Estados Unidos, que sostenía la neutralidad en la guerra a la vez que se valía de los temores que despertaba para acentuar su dominio en el continente. Por el momento, no interesaba a los norteamericanos acudir en ayuda de Inglaterra. Recién lo harían cuando la situación de ese país lo inhabilitara como posible rival en el hemisferio, que consideraban como su ámbito natural de influencia. A fines de 1939 se había sancionado en Estados Unidos la Ley de Neutralidad, que los mantenía fuera del conflicto. (sigue aquí)

 

 

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