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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

El planteo de los tenientes coroneles
(primera parte)

 

 

La historia de nuestro pueblo
José María Rosa
edición 1987

 

La Segunda Guerra se extendía a todo el mundo.
Uno de sus protagonistas, Estados Unidos, vio la posibilidad de ir del enfrentamiento, como una nación hegemónica de occidente. Transformando su orientación productiva lograría ser arsenal de las democracias" y con sus sistemas de "Prestamos y arriendos" generaría una relación de dependencia con todas
las que requirieran sus servicios.
La gran conflagración sepultaría para siempre el sistema político que la provocara: el liberalismo, que de ahí en más se transformaría en un elemento de exportación para políticos ingenuos o mal intencionados.
La "Década Infame ", a su vez, demostró que la dirigencia no estaba exenta de la crisis y el país marchaba sin rumbo ni esperanza. Sin embargo, desde la oficialidad joven del ejército comenzó a surgir una voz altisonante que se destacaba entre los balidos de los políticos coloniales. Era una voz joven, pero que transmitía una poderosa convicción. Así, de la mano de jóvenes tenientes coroneles, se abría una nueva etapa política para la nación.


en octubre de 1942, se realizan ejercicios de defensa antiaérea en el Hipódromo Argentino. Asisten a las maniobras el general tonazzi, Castillo, Joaquín S. de Anchorena y Rodolfo Moreno

Castillo aborda los buques comprados a Italia en agosto de 1941. estados Unidos castigó a la Argentina por su neutralidad, interrumpiendo su abastecimiento de armamentos

Los nacionalistas anuncian una concentración en Santa Fe y Pueyredón por el 1º de mayo. Algunos jóvenes nacionalistas usaban el saludo romano, sus periódicos y publicaciones eran algunos abiertamente partidarios del Eje, otros no tanto, pero de cualquier manera no se sumaban al coro proaliado, y no estar contra los nazis, según los liberales, era ser nazi

Ramón Castillo. Ante el planteo de los tenientes coroneles, el vicepresidente pidió un tiempo prudencial para la respuesta, que llevó dos días después a Campo de Mayo, acompañado por el coronel Zuloaga

 

 

La conspiración de Molina
Las conspiraciones denominadas "nacionalistas" sirvieron, desde los días de la presidencia del general Justo, como compensación a las que protagonizaban los radicales. Dentro de los primeros el oficial más activo desde 1934 era el coronel Juan Bautista Molina, quien desplazó a otros camaradas más identificados con los lineamientos iniciales del general Uriburu, para desembocar en conspiraciones netamente cuarteleras, aproximadamente a partir de 1937. Scalabrini Ortiz insistía en esa época en que, en el fondo, Molina y Justo se entendían más de lo que sería creíble en la trastienda. Pese a ello, algunos civiles como el ex-senador yrigoyenista (más tarde cercano al peronismo) Diego Luis Molinari, tenido por especialista en materia financiera, dudaba. También estaba con él José Luis Torres, un periodista que había denunciado negociados de lo que algunos comenzaban a llamar período "infame".
Molina debió pedir el retiro a instancias de Ortiz y del ministro de Ejército, general Márquez, pero continúo ligado a oficiales descontentos con el estado de cosas vigente, como el teniente coronel Eduardo Lonardi, el coronel Fortunato Giovannoni y los hermanos de la Vega. También se veía con integrantes de la Alianza de la Juventud Nacionalista, que de todos modos lo expulsó de sus filas en 1941.
Paralelamente, se gestaba otra conspiración a cargo del general Benjamín Menéndez, intachable para sus pares, quien dirigió una carta abierta contra el ministro Pinedo por haber éste comparado el presupuesto nacional con el peaje del puente de Brooklyn. Un grupo de militares procuró unificar los movimientos de Menéndez y Molina, pero el primero se negó por razones ideológicas, pese a ser ambos nacionalistas.
Una diferencia clave era que la iniciativa de Menéndez era sólo militar. Historiadores como Díaz Araujo opinan que Molina representaba el uriburismo, en tanto Menéndez era netamente nacionalista-insurreccional. Como carácter común, ambos sectores estimaban que las Fuerzas Armadas representaban un reducto de honor y patriotismo en orden a eliminar la corrupción reinante y mantener incólume la soberanía.
En la Marina no se conspiraba: todo el mundo obedecía a sus mandos naturales. Había pro-aliados y partidarios del Eje, nacionalistas como los almirantes Renard y Scasso, o liberales como Storni, el capitán de navío Alberto Tessaire o el de fragata Isaac Rojas. Allí predominaba la idea del cuerpo. La idea de este ámbito era que debía presionarse al gobierno para que preservase la soberanía de avances extranjeros, como los norteamericanos a propósito de la guerra. Sólo en caso de necesidad podría llegarse al desplazamiento de las autoridades civiles.
De todos modos, ninguno de los descontentos pensaba en un sistema en el que los militares se perpetuasen en el poder; lo que interesaba, fundamentalmente, era que los civiles que accedieran a él estuviesen exentos de tachas de corrupción o afines.
Molina, a todo esto, decidió que su golpe sería dado el 14 de febrero de 1941. El teniente coronel Urbano de la Vega sería el jefe del Estado Mayor revolucionario; en esa misma acción estaban comprometidas figuras que luego ocuparían cargos públicos relevantes, como el entonces teniente coronel Franklin Lucero.
El 14 al amanecer los efectivos que deberían participar en el movimiento estaban durmiendo con ropas de combate puestas cuando el ministro de Guerra, general Tonazzi, y el director de guarniciones, general Espíndola, llegaron de improviso a inspeccionar la Escuela de Caballería. El hecho persuadió a los conspiradores de que habían sido descubiertos, y entonces el levantamiento no se produjo.
Hubo sumarios discretísimos, cambios de destino, disponibilidades (Menéndez entre ellas), y Molina pasó a la Justicia ordinaria.
Nadie reaccionó demasiado y ni al Senado, con mayoría conservadora, ni a los diputados —predominantemente radicales— les interesó pedir informes a nadie.
Para Molina el 14 de febrero representó un fracaso que terminó con su carrera de conspirador. Menéndez, por lo mismo, se consolidó tanto en el ambiente militar como entre los civiles. La Alianza de la Juventud Nacionalista ofreció un banquete a Menéndez, en el cual le otorgó la jefatura del sector civil nacionalista. El dato fue tomado en cuenta por los militares proclives a la acción contra el gobierno.

Actividades "antiargentinas"
Para los grupos de base ideológica liberal, no había diferencias entre nacionalistas y nazis. La referencia valía para conservadores y socialistas, pasando por otros estadios del abanico político. En resumen, para ellos no estar abiertamente alineado con quienes peleaban contra los nazis era igual a ser nazi. La confusión ganaba también incluso a algunos nacionalistas: el presidente de FORJA, Luis Dellepiane, protestaba contra la "neutralidad germanófila" de algunos de sus conmilitantes, y a fines de 1940, junto al ex-radical Gabriel del Mazo, regresó a la UCR.
A mediados de 1941 el estudiantado mostraba una equivalencia muy curiosa entre neutralistas y rupturistas: la FUA estaba controlada por los comunistas, pero presidida por un forjista desde 1939. Los comunistas en la Universidad apoyaban, en aquellos inicios de la guerra mundial, la prédica neutralista del nacionalismo. Regía en ese momento el pacto Molotov-Ribbentrop; entonces el argumento era que el enemigo era el imperialismo, ante el cual era preciso armar un "frente nacional" y dejar de lado los "frentes populares antifascistas" del pasado inmediato.
Pero el 22 de junio de 1941 Hitler invadió el territorio soviético; volvieron a quemarse los papeles para el PC argentino, y el enemigo volvió a ser el "nazifascismo".
En ese momento, el diputado radical Raúl Damonte Taborda presentó en la Cámara un proyecto de formación de una "comisión investigadora de actividades antiargentinas". Respaldaron la iniciativa los socialistas, los demás legisladores radicales y algunos de la Concordancia. La acusación de Damonte Taborda al gobierno consistía en que toleraba la existencia de una quinta columna nazi.
Se avanzó más todavía en la misma dirección, y el socialista Alfredo Palacios, acompañado por varios senadores radicales, presentaron un proyecto de reformas a la legislación penal que llegaba a castigar con prisión a los que "ofendieran a los próceres", un modo muy expeditivo de pretender la eliminación del revisionismo histórico que surgía con fuerza. El proyecto anti-revisor no prosperó porque faltaba que la Academia respectiva confeccionara una nómina oficial de próceres intocables, lo que nunca se llegó a hacer.
La comisión investigadora de actividades antiargentinas quedó constituida con Damonte Taborda —ex-informante de la embajada de los Estados Unidos— como presidente. Su miembro más activo era el radical ex-comunista- Silvano Santander. Se comenzó comprobando que los agricultores alemanes de Misiones eran germanófilos, que el embajador Von Thermann pasaba en privado películas a favor de su país, y entonces se fotografió a los primeros y se pidió declarar persona no grata al segundo.
Los diarios "serios" dedicaban amplios espacios a las denuncias de la comisión; lo mismo hacían los periódicos de los Estados Unidos. La oficialidad era cada vez más notoriamente neutralista, y esto alarmaba a los aliadófilos y al general Tonazzi. Incluso cuatro generales se quejaron por el crecimiento de las simpatías alemanas en la oficialidad joven, con cuyo voto había sido reelegido al frente del Círculo Militar el general Basilio Pertiné, notorio simpatizante del Eje. En la comida anual de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 7 de julio de 1941, Pertiné expresó en nombre del Ejército el deseo "ferviente" de que la neutralidad fuese mantenida; la Armada se inclinó por señalar que las Fuerzas Armadas debían limitarse a apoyar la política exterior del gobierno, y Castillo habló de respetar las instituciones democráticas y colaborar con los países del continente.
Los Estados Unidos aprovechaban las victorias alemanas en Europa para insistir en la necesidad de aprestarse para una defensa de América que no parecía peligrar en razón de que Berlín no planteaba siquiera una guerra fuera del Viejo Mundo.
En 1940 había llegado al país el almirante William Spears para arreglar acciones comunes en esa dirección. Pidió extraoficialmente a la Armada una nómina detallada de los buques, instalaciones y armamento con que contaba; el ministro Scasso respondió que tales informaciones sólo podrían ser evacuadas por orden expresa de las autoridades nacionales. La embajada norteamericana llegó a reiterar la solicitud y a requerir la respuesta "en un plazo breve".
La evidente impertinencia hizo que Ortiz pidiera parecer a Márquez y a Scasso, que aconsejó su archivo y recordó precedentes del engrandecimiento de Washington a costa de sus "hermanas" del sur. Como fue terminante, Cantilo debió rechazar —lo que hizo con tacto— la petición estadounidense.
Una segunda misión exploratoria llegó a fines de septiembre del mismo año, cuando ya Castillo ocupaba el Ejecutivo, pero logró más o menos lo mismo; su jefe, el teniente coronel Christian, diría luego que sólo había reunido "respuestas evasivas". En marzo del año siguiente, el Congreso norteamericano votó la ley "de préstamos y arriendos", por la que el presidente quedaba autorizado a vender, prestar, artillar toda clase de artículos hacia un país cuya defensa se considerara conveniente para los intereses de Washington. Así, los Estados Unidos iniciaron una política de regalos a sus aliados, que así quedaban obligados para cuando las circunstancias hicieran oportuno recurrir a ellos. Era un modo de ir articulando la hegemonía mundial para cuando Alemania perdiese.
En esa línea, el embajador Armour comunicó a la Argentina que su país había resuelto destinar 21 millones de dólares para reequipar a la flota de guerra local; la cifra era muy baja por las anteriores resistencias argentinas a colaborar en los planes de defensa común del hemisferio.

 

 

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