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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Ginastera, en familia
revista Somos
mayo 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

En 1942, Fritz Busch, que era una de las batutas más prestigiosas del mundo, dirigió en el Colón, en calidad de estreno, la "Sinfonía porteña" de un joven compositor, naturalmente porteño, descendiente de catalanes (Ginastera y Boulart),y de lombardos (Bossi y Ghiringhelli). Como él diría más tarde, era un mediterráneo asomado al río de la Plata.

 

 

Alberto Evaristo Ginastera, que entonces tenía 24 años, repudió más tarde esa obra temprana, lo mismo que "Impresiones de la puna", compuesta a los 18. Pero no hizo lo mismo con "Panambí", de sus 19 años, y tenía razón. Allí ya estaba presente una personalidad que en el curso de 43 años se afirmó en líneas hoy definitivas.
Son esas líneas las que Europa y Estados Unidos, además de su país y los de América latina, han aceptado como las que perfilan una música con aspiración universal pero entrañablemente argentina o, mejor aún. americana. Ginastera, tempranamente atraído por lo vernáculo, escapó muy pronto de la fuente del folklore que él llama "objetivo" (o sea, de una fidelidad casi textual) para abrevar en el folklore subjetivo, de los compositores que llevan en sí mismos los jugos de la tierra pero los aportan ya convertidos en su sangre, su manera, su estilo personal.
Más tarde lo atrajeron otros temas y otros caracteres que los de la tierra americana. "Bomarzo", "Beatrix Cenci" y la próxima "Barrabás" asumen la cultura occidental en su plenitud sin connotaciones ni limitaciones geográficas. Y la mayor parte de sus obras instrumentales —especialmente las sonatas y los conciertos— se apoyan en una modalidad que es, finalmente, el perfil ideal de la Argentina: un trozo del mundo ubicado aquí, en el cono sur de América, pero colector de una inmensidad de influencias.
El maestro reconoce su filiación mediterránea, su aliento argentino, su vocación americana y universal. Repudia el tercermundismo ("Me siento rebajado si como argentino se me considera tercer-mundista"). También detesta la improvisación frívola como sustituto de un trabajo severo y consciente, y no transige con la rutina o la pereza mental.
Ginastera se siente inmerso en un mundo que cambia rápidamente, pero eso no lo asusta ni lo alarma: "El hombre es un ser que rechaza la inmovilidad. Su esencia es el cambio". Sabe que el siglo XX aceleró el ritmo del cambio, y no lo teme: "Cada tres siglos, aproximadamente, se producen grandes mutaciones históricas. Tal vez ya estamos en uno de esos períodos".
—¿Cuál es su pronóstico sobre el arte actual?
—Todos los pronósticos sobre una crisis pueden ser fallidos, pero siento claramente que en nuestro siglo se han cruzado dos líneas básicas. Hay un espíritu de frivolidad (su paradigma es el dadaísmo) y un opuesto espíritu cerebral, analítico, que para los músicos representa la Escuela de Viena (Schoenberg, Berg, Webern) con sus derivaciones. El saldo de ambos será muy diferente. El segundo espíritu ha pesado más, a la larga, pero de todos modos tampoco él será predominante.
—¿Se regresa a una nueva "simplicidad"?
—Por lo menos a una organización del mundo del espíritu que sea coherente y comprensible.
Alberto Ginastera llegó, desde Ginebra con su esposa, la violoncelista Aurora Natola, argentina, radicada desde hace 25 años en Suiza, desde donde viaja continuamente a los centros musicales mas importantes. Ella misma había estrenado en 1950 la "Pampeana Nº 2", para chelo y piano, y es naturalmente destinataria de las obras para su instrumento que compone su marido. Conversar con ella es asomarse a un paisaje diferente, luminoso, cambiante, de rica espontaneidad.
Aurora Natola es alegre y torrencial. Cascabelera, como decía su madre, catalana. Ella sabe muy bien que Ginastera es un hombre de humor, "pero muy fino y meditado". En cambio ella habla como gorjea un pájaro, sin medida ni meditación previa. Quizá sea un defecto suyo, "pero Alberto lo tolera muy bien"."Nos complementamos en todo sentido, pero la música une lo más importante de cada uno. Cuando yo hago música me distancio de todo y en ese terreno superior me encuentro con los grandes pensadores. Y para mi, Alberto está entre los grandes, por lo menos en este siglo''.
Aurora Natola es una artista de calidad muy rara, que estudió aquí desde los siete años, primero con José María Castro y luego con su hermano Washington, y con otros maestros argentinos del violoncelo, casi todos descendientes espirituales del español José García. Más tarde se perfeccionó con Pau Casals en persona, recuerdo imborrable y deslumbrante, como la impresión que tiene de Mstislav Rostropovich.
—Es que Rostropovich, sin duda es el más gran violoncelista viviente.
Entusiasta, Aurora Natola se vuelca en cada tema, lo amplía, lo desarrolla como un Beethoven de la conversación.
Soy como soy y no tengo arreglo. Me gusta todo lo interesante, la vida y la alegría, la charla y el arte. Pero ante todo siento respeto por los creadores. Por eso, y por tanto más, creo que con Alberto nos complementamos muy bien.
Así es el matrimonio Natola-Ginastera, protagonista de uno de los hechos artísticos más importantes del año: la presentación de la Orquesta Filarmónica del Estado de Hamburgo, en el Teatro Colón, que acompañará a Aurora, solista en el estreno del Concierto para chelo de Ginastera. El esfuerzo que realizó el Mozarteum Argentino para acercarlos al público porteño no fue poco. Pero valía la pena.
Lo que sus 2.500 socios podrán oír en el Colón es música con mayúsculas.

 

 

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