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Su curriculum dice que es pintor (y por supuesto lo es). Pero hay una palabra que define mucho mejor al Pérez Celis de hoy: alquimista. Para comprobarlo basta con recorrer La Galería (Florida 948), donde un criptograma de acrílico, oro y plata cuenta la vida de un hombre. Aquí están, enigmáticas pero visibles, sus búsquedas, miedos, verdades y contradicciones.
Desde 1979 Pérez Celis vive en París con su mujer, iris. Hace menos de un mes que está en Buenos Aires. El 16 de abril escuchó a la crítica Rosa Faccaro hablar en la Galería de Arte Pozzi sobre la evolución de su pintura en los últimos 20 años. El 17, junto a casi 800 personas, presentó en el Plaza El pesador de tiempo, último libro de Luisa Mercedes Levinson, que él mismo diagramó e ilustró. El 18 firmó ejemplares en la Feria del Libro. El 22, finalmente, inauguró su muestra.
Y como todo artista tiene mucho de mago y algo de malabarista. Pérez Celis, una vez más, volvió a sorprender a su público. Pero esta vez (hecho que le fue criticado duramente) no lo hizo luciendo sombreros mexicanos, medallones exóticos o bigotazos. Lo hizo con su obra. Demostró estar ajeno a la moda pero atento a sus sueños, a la voz que le habla muy quedo al oído desde que hizo su primer dibujo a los 9 años. Desde París trajo a Buenos Aires ("la ciudad en la que quiero morir") cielos tormentosos, horizontes de piedra, escaleras que van a ninguna parte, laberintos de oro, signos indescifrables y una técnica personalísima.
Pérez Celis pinta sus cuadros en el revés de la tela, en la parte más áspera, la menos apta para ser pintada: utiliza únicamente acrílico, dejando sin pintar los bordes y permitiendo que la pintura chorree libremente; la parte inferior (que recuerda a una piedra milenaria o a un pedazo de tierra salvaje, sin roturar) es el resultado de un manojo de agujas de pino secas desparramadas sobre el lienzo y cubiertas con una gruesa capa de acrílico: las extrañas construcciones de oro y plata las logra superponiendo finísimas capas de metal sobre una base de barniz aplicado 14 horas antes. Un trabajo absolutamente artesanal "y que es el resultado de dos grandes encuentros —aclara Celis—: el del arte en oro y plata de la América precolombina y el de las pinturas bizantinas que encontré en las iglesias de Europa.
Lo que el espectador recibe, finalmente, es algo más que el producto de una técnica sofisticada. Son los 41 años de la vida de un hombre. Un hombre que alguna vez hizo de su vida algo muy parecido a una empresa comercial. (Es el Pérez Celis habitué de vernisagges y fiestas de la farándula: el que llegó a imprimir remeras con sus cuadros; el pintor, en fin, que a pesar de una obra notable muchas veces no fue tomado en serio por sus colegas.)
Este mismo hombre, sin embargo, se casó a los 18 años, sin un peso en el bolsillo, pasó hambre, fue tornero y hoy tiene 2 hijos. En 1975 su primera mujer, Sara, murió en un accidente automovilístico. Y aunque todavía le duele, aprendió a soportarlo. Realizó 39 exposiciones individuales y el doble de colectivas. Un cuadro suyo de 50x60 vale 2.000 dólares; de 1,14x1,46, 5.000, y el que está pintando en este momento (por encargo) de 2x2,50, la cifra record de 30.000 dólares.
En 1979, en París, Pérez Celis escribió: "Es posible que en la permanente lucha entre la razón y la pasión aparezca, tal vez , con infinita paciencia, esa forma, ese color. Es posible que en la unidad más pura del instinto y del pensamiento se pueda conseguir con alguna claridad esa materia que contenga nuestro espíritu. Quizá sea posible". Este no es su testamento intelectual. Por el contrario, es el acta de fe de un nuevo nacimiento. Pérez Celis nos anuncia que su búsqueda continúa. Y su madurez.
Luis Pazos
Fotos: Rafael Wollman.
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