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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Ricardo Balbín
¿El último caudillo?

revista Somos
octubre 1980

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

Para SOMOS, Ricardo Balbín es un protagonista fundamental de la historia política de los últimos 50 años. Y con los protagonistas fundamentales SOMOS quiere hablar de algunos grandes temas: la democracia y el sistema republicano, por ejemplo. Temas en los que el país tuvo más defecciones que presencias. No se puede dudar del espíritu democrático que anima al líder del radicalismo. Sin embargo, gran parte de la juventud que fue con esperanza —muchos por primera vez— hacia un nuevo proceso político se vio sorprendida y desbordada por la violencia y el manejo discrecional que se hizo de las instituciones a partir de 1973 y hasta el 24 de marzo de 1976. Las elecciones de 1973 tenían una apariencia republicana y entronizaron a un gobierno elegido por la mayoría, pero terminaron en una parodia de democracia que puso a la Nación al borde de la catástrofe. Esa misma juventud esperó en esos momentos que el radicalismo —tantas veces definido como una fuerza moral normativa— hablara en serio de democracia, jugara su rol de oposición sin claudicaciones, mostrara el espíritu republicano que debe mover a los ciudadanos y a los hombres públicos. La juventud no sintió eso. Por el contrario, sintió que el radicalismo dejaba pasar en silencio graves circunstancias como la liberación de los terroristas el 25 de mayo o la absoluta ausencia de clima democrático en el Congreso, por dar sólo algunos ejemplos. ¿Por qué ocurrió eso? ¿Por qué el radicalismo no exigió juego limpio? ¿Por qué no fue el ejemplo que la juventud esperaba? Con estos interrogantes SOMOS abrió su diálogo con Ricardo Balbín.


Balbín con Frondizi en 1952

Orador en la tribuna

Las urnas le fueron adversas

Con su viejo adversario, Perón, en 1973

 

 

—A esa juventud que, usted dice, no le dimos ejemplos, le dimos muchos ejemplos. Lo que pasa es que en la Argentina ocurrieron muchas cosas en los últimos 50 años que marcaron la conducta de los que como yo sobrevivimos a todo eso. Hay cosas de las que yo no me puedo olvidar. Acá sabemos muy bien lo que perdemos en una cosecha, en una inundación, en una epidemia, pero no sabemos cuánto capital humano hemos perdido en el transcurso de todos estos años. ¿Qué pasó por la mente de los jóvenes del treinta al cuarenta y tres cuando iban a votar y les decían "ya votó"? Yo tenía 25 años, y supimos luchar y sobreponernos a esa deformación. Buscamos la democracia. Llegamos al gobierno en 1963. Fueron 33 años, casi la mitad de mi vida. . .
—Llegaron por una proscripción. . .
—Es verdad. Pero fuimos mayoría en el Colegio Electoral. Pero eso no cuenta. Lo que cuenta (porque hace a su pregunta) es que nosotros habíamos dicho que en el país iba a haber proscripciones hasta que llegara el radicalismo al gobierno, y cumplimos. Golpeamos las puertas de todas las expresiones políticas sin excepción, incluso los que venían de la vieja historia del treinta. ¿Por qué lo hicimos? Para ver de qué manera los argentinos podían encontrarse en una mesa común aunque tuvieran razonamientos diferentes. Y fíjese: los hombres que nosotros sacamos de la proscripción llegaron al Congreso y allí se pusieron de acuerdo para condicionar siempre la sanción de las leyes. Pero respetamos los derechos de cada uno, y el país iba remontando. Le confieso que en ese momento, después de 33 años de lucha, yo me dije: ésta es la fecha clave, de aquí en más vamos a perfeccionar nuestra democracia. Y vino el golpe del '66, una zona gris de nuestra historia. ¿Dónde están los protagonistas? ¿Qué dejaron hecho? Nada.
—Pero, acercándonos a la historia más fresca, la Hora del Pueblo trajo más confusión que claridad para la democracia firme que queríamos.
—No. Eso sería así si nosotros hubiéramos buscado un arreglo político, una combinación con el peronismo. El arreglo lo hicieron todos menos nosotros. El radicalismo fue solo a la elección, porque quisimos ser fieles a la conciencia de la democracia representativa.
—Pero el único que ganaba, políticamente hablando, era Perón.
—No hay que pensar que los éxitos sólo están en los resultados exitosos. Las derrotas a veces tienen más virtud que los éxitos. Nosotros quisimos hacer lo mismo que en el '62 y darle a esa juventud, a la que usted dice que no le dimos ejemplos, un nuevo ejemplo de convivencia democrática más allá de las discrepancias.
—Pero el país era otro. Se había incorporado la violencia terrorista, y Perón no era ajeno a ella.
—¿Qué le dijimos nosotros a la juventud en la campaña electoral? Le dijimos: "no violencia, hay que consagrar la convivencia nacional, no se puede vivir de otra manera". ¿Y qué se decía en la otra tribuna? "Acá están los que mataron a Aramburu". Y el país votó libremente. ¿Por qué votó de esa manera? No está claro. Lo que yo sí sé es que el peronismo nunca festejó su victoria, y menos la primera. Sin embargo la de 1973 fue vigorosamente festejada en el Barrio Norte.
—Pero a usted se le seguirá criticando el haberse sentado a la misma mesa con Perón, porque de esa manera avaló lo que Perón había hecho y haría.
—Se está especulando suciamente con la cooperación mía con Perón. Había que dar ejemplos y amigar al pueblo, y nada más que por eso le fui a hablar a Perón. Entre él y yo no hubo ninguna alianza, pero el pueblo se dio la mano. Y para hacerlo tuve que dejar de lado muchos dolores míos.
—¿No midió el rédito político que le costaría ese paso?
—Lo medí. Pero no lo hice por interés, no lo hice por cálculo. Lo hice por vocación. Hay algunos que dicen que yo salté un cerco. Es verdad: salté una pared que dividía la misma propiedad. Pero yo vi una cantidad de personajes que saltan varias veces los cercos buscando algo. Claro que algunos están presos. . . 
—Hoy ¿qué piensa Balbín de Perón? 
—Yo lo combatí. No participé de sus modos políticos. Causamos profundas separaciones en el pueblo. Pero dejé mucho de lo mío, y tal vez él haya dejado algo de lo de él, para poder conversar. Esa conversación, lo sigo creyendo, fue una de las buenas cosas que ocurrieron en la Argentina.
—¿Por qué no se opusieron a la liberación de los terroristas el 25 de mayo?
—Yo creo que se desconoce o se oculta lo que realmente pasó en el Congreso. Cuando se votó estaban todos los amnistiados en los palcos del recinto. Ya estaban en libertad, y no fue un radical a sacarlos de la cárcel.
—Pero votando le dieron fuerza legal a ese hecho.
—El radicalismo creía que había que terminar con los odios y rencores, pero con un sentido legal. Y votó la amnistía pero con intervención judicial. Es decir que eran los jueces los que debían determinar quién estaba por un delito político y quién estaba por un delito de los otros.
—En general no se recuerda una oposición enérgica del radicalismo en las sesiones del Congreso. . .
—Lo que pasaba es que como no estaba la rivalidad enfermiza de antes, los periodistas se aburrían y no publicaban los discursos. Pero es imposible negar la discrepancia profunda que manteníamos, por ejemplo, con la conducción económica. Alguno allí pudo haberse equivocado, pero el concepto de radicalismo no se equivocó. 
—Muchos le critican también que en vísperas del golpe de marzo de 1976 usted haya hablado por televisión.
—Yo supe de la revolución esa noche. Sabía que detrás de mi silla estaban formadas las Fuerzas Armadas para tomar el poder en cuanto lo decidieran, y que enfrente había un poder en descrédito, un poder insensible. Pero también sabía que en el medio había un pueblo que no tenía la culpa. Entonces le dije lo que tenía que decirle: no abandonemos la idea de la unión, vamos a defender las instituciones hasta el último minuto porque por esa vía puede que no se produzcan graves desencuentros. Y si todo se derrumba, en alguna parte van a encontrar la bandera del radicalismo hablando de la unión.
—El golpe militar vino a terminar con un gobierno corrupto.
—No sé qué era. . .,no era un gobierno, no había posibilidades de gobernar. No creo que sea un agravio para nadie decir que el noventa y tanto por ciento de la población estaba de acuerdo. En todos los procesos anteriores el golpe militar fue a favor de alguien o de un sector. Este, en cambio, encontró unida a la civilidad. Yo creo que a las 48 horas del golpe se podrían haber unido todos los partidos políticos (menos algunos de extrema derecha o de extrema izquierda) para encontrar una salida, porque había una conciencia civil muy pura. Yo creo que se desaprovechó por no conocerla.
—¿Con eso debemos entender que usted quiere el éxito del Proceso?
—Ya lo he dicho. Deseo que se institucionalice el país en ancas del éxito de este proceso, porque de ahí puede seguir una solución perdurable que asegure la estabilidad de la vida democrática. En cambio, si nos organizamos sobre la crisis del gobierno militar, no tendremos una solución política, tendremos una salida para el poder que no será perdurable.
—Muchas veces se habló de que los políticos no hicieron autocrítica de los errores que cometieron. . .
—Estamos organizando cursos, seminarios, charlas, a los que vienen las inteligencias y exponen sus puntos de vista. Y no sólo los radicales, claro. Allí mostramos la historia, los desencuentros, qué se hizo bien y qué se hizo mal. Y tratamos de convivir democráticamente, aun discrepando.
—¿Esa tarea de esclarecimiento incluye una autocrítica personal? ¿Usted dice "yo me equivoqué"?
—Yo no puedo tomar caminos que no tienen retorno y no puedo comprometer el futuro del partido. Yo arrastro mis prédicas y mis convicciones a través de mis años. Pero yo no sé si todo esto que estamos hablando y esclareciendo ahora será lo que el partido piense una vez que se reorganice.
—Volviendo a la juventud. No son pocos los que se muestran escépticos hacia los viejos políticos, y eso lo toca de cerca.
—Yo estoy presidiendo al radicalismo porque me prorrogaron. Dicen por ahí: "no se van más". Pero la verdad es que no nos dejan. Y lo más grave es que durante esta prórroga no hubo posibilidad de que se exhibiera ningún sector juvenil. Si durante algunos años hubiéramos cerrado el Colegio Militar, no quiero pensar qué viejos estarían los generales. Nosotros nos vamos, de eso no hay ninguna duda. Pero lo más importante es que vengan otras generaciones, porque puede ocurrir que los jóvenes de hoy dentro de algunos años estén
viejos y solos. Y eso sería mucho peor.
—Pero usted sigue siendo el número uno, y eso algo de vanidad siempre encierra. . .
—Mi única misión es mantener al radicalismo intacto hasta que se reorganice. No tomar ninguna determinación que lo pueda comprometer. Y para eso hay que dejar la vanidad todas las mañanas en la mesita de luz, bajo llave y perdiendo la llave. Y este camino que yo elegí ofende a los que no quieren vivir dentro de las instituciones. La democracia, con todos sus defectos, tiene una serie de controles, y cuando esos controles no existen la descomposición es más factible. ¿O acaso si a ustedes les aseguran que nadie se va enterar, una travesura no se mandan?
—Pero esos controles no funcionaron...
—No funcionaron los hombres. Son los hombres los que tienen la culpa, no la institución.
—¿Usted cree que cuando cese la veda política nos vamos a llevar alguna sorpresa?
—Yo recorro mucho el país. Y estaba acostumbrado a estar nada más que entre partidarios. Ahora siento que estoy entre ciudadanos y ciudadanas, donde también, por supuesto, están mis partidarios. Y esa gente está interesada, quiere escuchar, y después se orientará. Yo creo que en el país se está produciendo un trasvasamiento de opinión, y un hombre que estuvo en el justicialismo puede cambiar, y uno que estuvo en el radicalismo también. Por supuesto, no creo que se repetiría ahora el fenómeno del '73 en el Barrio Norte. Pero esto que yo siento no se lo puedo demostrar a nadie porque no hay juego político. Yo creo que el radicalismo está mejor pero no se lo puedo comprobar. Y en este sentido creo que es un error del gobierno prohibir las reuniones. Esas reuniones (mejor que cualquier encuestita) les permitiría conocer cómo se está moviendo la opinión nacional. Y creo que nos llevaríamos una sorpresa.
—¿El peronismo se puede adaptar a un proceso democrático?
—Era un movimiento vertical y ahora tiene que volverse partido de abajo hacia arriba. Hay que dejarlo a ver cómo lo hace. Lo que yo pienso es que históricamente todos los partidos argentinos se han dividido. Hasta el socialismo, que parecía que no se iba a dividir, lo hizo. Nosotros pagamos dos veces ese precio.
—¿El peronismo se va a dividir?
—Tiene que pagar ese precio.
—Aquí también hay que hablar del gremialismo, doctor. Porque dentro del peronismo jugó un rol decisivo.
—Nosotros deseamos la organización gremial con toda su autonomía.
—¿Con una central única?
—No nos alarman las centrales únicas en la medida en que se limiten a hacer política gremial y nada más. El error de los últimos tiempos fue haber organizado en partidismos a los gremios. Hay que dejar que democráticamente se reorganicen y ver entonces qué pasa. Yo quiero gremios fuertes para defender sus derechos y no gremios fuertes para hacer política partidista.
—Pero sería ingenuo desconocer que una gran parte del gremialismo es peronista.
—Lo son los hombres. Y lo son estos hombres, estos dirigentes, que están prorrogados también por el gobierno. Ya van a aparecer otros dirigentes. Yo pienso que también en el sector gremial se está produciendo un trasvasamiento de opinión.
—¿Qué quiere decir concretamente?
—Creo que muchos de los hombres que participaron en la organización verticalista están de vuelta buscando una organización con sentido democrático.
—¿Qué es la demagogia, doctor?
—En la mayoría de los casos es remar a favor de la corriente. Cuando se dice: "les gusta, lo quieren, se lo damos. . ."
—Algunos piensan que usted tiene algunos discursos en los que fue un poco demagogo. . .
—El dirigente sabe que si quiere ser honesto tiene que remar contra la corriente, porque generalmente la corriente termina en una catarata que lo destruye todo. En este momento querer pacificar, superar enconos y agravios, es remar contra la corriente. Yo elegí el camino más difícil: el contrario a la demagogia.
—Yo me refería a otra cosa. Usted sabrá que a algunos de sus discursos los han calificado de guitarreo. . .
—Yo a veces hablo a los sentimientos de la gente, y no lo hago por especulación. Lo hago porque lo siento así. Hay una tendencia a mecanizar al individuo, y yo creo que lo defiendo prestigiando sus sentimientos. Yo sé que algunos después de escucharme dicen: "no dijo nada". Puede ser que no le haya dicho nada para una solución, pero le dije todo lo necesario para prepararlo para futuras soluciones. Una vez, hablando con importantes empresarios, les expliqué por qué este modo mío no era demagógico. "Cuando usted está ante ochenta mil personas —les dije— tiene que pensar que ahí hay cuatro o cinco mil que están angustiadas, que vinieron solamente para ver si encuentran algo, buscan una ilusión. Y como uno lo sabe entonces estira un poco más el argumento. Pero es simplemente para que no se vayan con la misma angustia con que vinieron, porque en ese caso —les dije— a todos ustedes los degüellan de parados".
—Haciendo un balance de las elecciones de 1973, alguien dijo hace poco que no es verdad que la mayoría nunca se equivoca.
—No comparto eso. Los que se equivocan son los hombres que elige el pueblo.
—Lo que se quiere decir es que el votante tenía datos como para pensar que la administración peronista podía no ser beneficiosa.
—El que vota lo hace con la mejor buena voluntad, lo hace para bien, salvo en los momentos en que el voto se transforma en un interés personal, pero eso es muy mezquino. De cualquier manera esas elecciones son un fenómeno social que alguna vez habría que estudiar seriamente. Por aquello, también, de los que votan contra algo o alguien y no a favor de algo o alguien. Yo quisiera que nunca más se votara así.
—El doctor Sebastián Soler nos dijo una vez que el radicalismo confundía estado de derecho con elecciones.
—Yo tuve siempre un gran respeto por el doctor Soler, pero no he participado jamás de sus ideas. Para nosotros el estado de derecho es el juego normal de las instituciones, la división de poderes con los controles que corresponden. De ninguna manera es lo mismo que la elección, porque el estado de derecho está antes y después de la elección. Esto que vivimos ahora podemos llamarlo estado legal, pero no es un estado de derecho. Yo prefiero llamarlo estado de emergencia institucional.
—Se desprende de sus palabras que una elección por sí misma tampoco garantiza un estado de derecho. . .
—Claro. La elección pone a los titulares, pero son las instituciones las que valen por sí mismas y subsisten más allá del fracaso del titular.
—Pasemos a un tema económico. ¿Los radicales son estatistas?
—A nosotros los estatistas nos han endilgado eso. Pero yo pregunto: ¿quién hizo la Junta de Granos o la Junta de Carnes? Nosotros creemos en la actividad privada, pero también en el Estado promotor cuando hay algo que el capital privado no puede hacer. Nosotros hemos defendido y defenderemos siempre lo que se refiere a la riqueza natural del país que puede agotarse, y lo que hace a la defensa y a la seguridad, como el petróleo. ¿Porque defendemos el patrimonio de la nación somos estatistas? Así es muy fácil ser estatista. . . Bueno, pero al menos no tenemos contradicciones. Yo pregunto: ¿quién modificó el artículo 185 que dice que en defensa de los trabajadores la empresa en quiebra había que tomarla, y se tomaron más de doscientas empresas? Nosotros no fuimos. Y fíjese que ahora se están privatizando empresas que estatizaron antes otros gobiernos militares.
—Hablando con usted se escucha a menudo la palabra dependencia. ¿Es mala toda inversión extranjera?
—No. Pueden venir, pero para servir a las prioridades argentinas.
—Las facultades que usted le da en ese sentido al Estado son las suficientes como para que se llame, a su política, estatizante.
—Para nosotros eso es un Estado Promotor, que no es autoritario, y quiere también el esfuerzo privado.
—Algunos piensan que después de Balbín el radicalismo entrará en crisis.
—Lo mismo decían —salvando las distancias— de Yrigoyen, y no pasó nada.
—¿Cómo se concilian líneas tan distanciadas como las de un De la Rúa, un Tróccoli, un Alfonsín o un León?
—Esas personas, y muchas más, se distinguen en los modos de actuar o de decidir, pero no pasa de ahí la cosa. Si usted le pregunta a cada uno le van a dar una concepción radical perfecta.
—Pero parece que algunos están mucho más a la izquierda que otros.
—Yo le aseguro que son los modos los que cambian. Y esos modos le dan riqueza a la vida democrática del partido. Cuando la gente piensa que el radicalismo está dividido es cuando está más unido que nunca.
—¿Tiene delfines Ricardo Balbín?
—Yo desarrollé gran parte de mi vida partidaria en La Plata y más de una vez podría haber digitado una elección. Pero eso iría contra todos mis principios.
—Pero cuando haya que elegir sucesor usted va a votar ¿no?
—Ya lo creo que voy a votar.
—No hace mucho trascendieron algunas cosas que podrían hablar de su modo de manejar el partido. Se dijo que algunos dirigentes radicales habían sido tentados para asistir al diálogo con el gobierno. Se dijo también que usted se negó a esa posibilidad.
—No es exacto. Fueron esos mismos dirigentes los que se negaron, y además me informaron de los contactos dando un ejemplo de cohesión partidaria.
—¿No hubo tirón de orejas?
—Yo tiro de las orejas nada más que para los cumpleaños. . .
—¿No le molesta esa fama de eterno segundo que tienen usted y el radicalismo?
—Hace años en un acto de una campaña, frente a miles de personas en Plaza Once, yo dije: "Cuántos que vinieron a escuchamos, y pensar que van a votar en contra. Pero yo sé por qué vinieron: para que no nos vayamos nunca". Y le digo más. Si nosotros le hubiéramos insinuado a Perón formar parte del gobierno lo hubiéramos hecho, pero no lo hicimos porque teníamos que hacer la oposición. Eso preserva la democracia, y nosotros nacimos para la democracia.
—¿Cómo es Ricardo Balbín a los 76 años?
—Mi vida está un poco atravesada. Soy tímido, aunque no lo parezca. Me gusta escuchar, aunque por lo general tengo que opinar. Me gusta el campo y vivo en la ciudad. Me gusta la soledad sin ser enfermizo. Cuando no hay nadie en casa la recorro para tener la sensación de presencia. ¿Será meditación? Yo no lo quiero llamar así. Eso es para la gente importante.
Entrevista: Juan Carlos Araujo y Jorge Vidal 
Fotos: Aldo Abacá


El camino de Balbín
Quienes lo conocen coinciden en que Ricardo Balbín quedó marcado a fuego cuando cumplió 12 años: en ese tiempo, fue electo presidente Hipólito Yrigoyen y sus preferencias políticas quedaron nítidamente definidas. A partir de entonces, Balbín estuvo —como espectador o protagonista— en casi todos los hechos más importantes que fueron dando forma a la vida política argentina en medio siglo. En abril de 1931 fue uno de los protagonistas de las elecciones piloto convocadas por el gobierno de José Félix Uriburu en la provincia de Buenos Aires: triunfa el radicalismo, y Balbín es electo diputado, pero los comicios se anulan. También en 1940 es electo diputado de la legislatura bonaerense en elecciones que calificó de fraudulentas y renunció a su bancada antes de ocuparla. En 1946 llegó al Congreso como diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, correspondiéndole por sorteo un mandato de dos años, durante el cual ejerce la presidencia de la bancada radical, aquel famoso bloque de los 44, minoría parlamentaria que mantuvo una severa oposición al primer gobierno de Juan Domingo Perón.
En 1951 encabeza la fórmula presidencial del radicalismo acompañado por Arturo Frondizi, pero es derrotado por Perón, quien logra su reelección luego de haber reformado la Constitución (1949) pese a la oposición del radicalismo en la que Balbín tuvo un papel protagónico. La segunda postulación a la presidencia es en 1958 —acompañado por el cordobés Santiago del Castillo— y vuelve a ser derrotado, esa vez —paradójicamente— por su anterior compañero, Arturo Frondizi, que gana como consecuencia del pacto hecho con Perón. En 1963 Balbín no participa en el comicio interno y las elecciones de ese año dan el triunfo al radicalismo llevando a Arturo Illia a la Casa Rosada.
Tampoco pudo concretar su anhelo en la tercera postulación presidencial. Derrocado Illia y transcurrida la Revolución Argentina, el radicalismo hace comicios internos en noviembre de 1972 donde aparecen enfrentados Balbín y quien fuera en otro tiempo su delfín, Raúl Alfonsín. Gana esa elección interna, pero en las nacionales de 1973 (con Eduardo Gamond) es derrotado por el binomio del Frejuli: Cámpora - Solano Lima. Después, la fórmula Perón-Perón vuelve a derrotar a Balbín, esta vez acompañado por Fernando de la Rúa.
El regreso de Perón a la Argentina marca la reconciliación de dos caudillos. El 19 de noviembre de 1972 Balbín lo visita en la casa de Gaspar Campos: peronismo y radicalismo procuran bases de entendimiento a través de la Hora del Pueblo. Pero Perón canaliza electoralmente al justicialismo a través del Frejuli, y la Hora del Pueblo pierde relevancia. De todas formas, Balbín y Perón no vuelven a rivalizar como en el pasado.
En julio de 1974 el plenario del comité nacional lo eligió por quinta vez presidente del cuerpo (la primera había sido en 1959) y Balbín dijo: "Juro por mi honor que éste es el último servicio que cumplo para mi partido y para el país".

 

 

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