La proliferación de cierto tipo de películas soviéticas hace
suponer a no pocos occidentales que las actrices de ese país
están fijadas a un estereotipo: sufridas, lloronas y
bastante masculinas. Para verificar la vigencia de esos
supuestos, un periodista italiano entrevistó a las cuatro
divas más talentosas, sensuales y carismáticas de la URSS
Hace pocas semanas, en una discreta confitería de Moscú,
el director italiano Vittorio De Sica interrumpió la
soñolencia de su compatriota Marcello Mastroianni con una
insólita pregunta: "¿Qué imagen guardan los occidentales de
las actrices rusas?" M.M. se rascó la cabeza, sorbió un poco
de té y contraatacó: "¿Puedo responderte con una escena
imaginaria?". El otoñal regista asintió y Mastroianni inició
la descripción: "La acción se desarrolla en la estepa.
Tatiana, la protagonista, observa como Sergei, su prometido,
se marcha rumbo al frente a combatir contra los nazis. Por
supuesto, va a una muerte segura. Cuando Sergei se detiene
junto a un bosquecillo de coníferas para saludarla por
última vez, Tatiana estalla en lágrimas y corre a abrazarlo.
La muchacha, naturalmente, es algo entradita en kilos pero
saludable, rozagante, heroica y bastante masculina, salvo en
lo maternal. De su anatomía sólo se descubre el rostro
(mofletudo, pero cariñoso y bien regado por lagrimones
cristalinos), los brazos (curtidos, pero siempre dispuestos
a dar una mano) y los tobillos (habituados al duro tránsito
por la nieve). Eso es todo". Con una sonrisa que denotaba
total coincidencia, De Sica volvió a la ofensiva: "Perfecto.
Ahora bien, ¿cómo calificarías a esa mujer?" Mastroianni
parpadeó, abrió los brazos, alzó los hombros y balbuceó: "Y.
. . te diría que es buena ... bonísima... una santa". El
director insistió: "¿No me dirías que es deseable, que tiene
sexy?" M.M. lo miró con cierta ironía: "Vamos, Vittorio:
para eso están las suecas, las francesas, las italianas. .
." Obviamente, ni Mastroianni ni De Sica cometerían la
torpeza de afirmar que las actrices soviéticas carecen de
los condimentos eróticos que disfrutan sus colegas de otros
países. Nada de eso; el insólito diálogo que desplegaron
frente a Luigi Valenti, corresponsal viajero del mensuario
especializado Stelle, perseguía un exclusivo propósito:
demostrarle al periodista romano que los occidentales
desconocen a las beldades rusas y conservan una imagen
demodé de esas actrices, fijada en la posguerra. La charla
se consumó en Moscú, pues De Sica, Mastroianni y Sofía Loren
(ausente en la reunión) acaban de recalar en la capital
soviética para epilogar Girasol, largometraje que el trío
peninsular había rodado en la URSS. El periodista de Stelle
los acompañó para registrar las alternativas de la
filmación. Según confesó De Sica a Valenti, Rusia cuenta
con un staff de actrices que (cuando traspongan
promocionalmente la "cortina de hierro") erizarán la
epidermis de los más apáticos espectadores. Mastroianni
agregó otra interesante acotación: "Varias de esas
jovencitas son auténticas divas, seguidas en la Unión
Soviética por multitudes que atiborran las salas
cinematográficas para presenciar cada uno de sus estrenos o
reposiciones". Urticado por la metralleta de
observaciones, Valenti se dedicó a investigar la veracidad
de esos datos. Durante una semana entrevistó a
directores, conversó con redactores de las mejores revistas
especializadas de Moscú y fatigó los ordenados ficheros de
los Estudios Estatales, montados en la capital rusa. Cuando
culminó el rastreo, reconoció que sus dos compatriotas no se
habían equivocado y decidió conocer personalmente a las
cuatro divas más encumbradas de la URSS. Comenzó visitando a
Ludmila Savélieva, una enigmática georgiana de 29 años,
soltera, hipnotizantes ojos verdes y armoniosa anatomía,
considerada unánimemente por la crítica local como la actriz
más famosa de Rusia. Ludmila, quien hace cinco años trocó la
danza por el arte dramático, cubrió un importante rol en la
producción que De Sica rodó en su país. Poco antes, había
cubierto el papel de Natasha en La guerra y la paz. Luego
de ofrecer la tercera copa de whisky (escocés) a Valenti y
de encarar su cuarto trago, la Savélieva violó su parquedad:
"La popularidad, en Rusia, se alcanza transitando caminos
diferentes a los occidentales —juzgó—. Las actrices
soviéticas no descuellan por gozar de una explosiva silueta
sino por desplegar buenas dotes interpretativas. En este
país, usted puede tropezar con jóvenes que eclipsarían a
Raquel Welch o a Ursula Andress, pero que, como ellas, no
saben hacer otra cosa que mostrar su cuerpo". Atenuando sus
descargas contra las vamp occidentales, Ludmila esgrimió una
aclaración. "El hecho de contar con buenas actrices no
responde a una cuestión bastante discutida fuera de mi país
—reflexionó—: ¿por qué las rusas somos consideradas
gorditas, lloronas y masculinas? Creo —aventuró— que la
explicación hay que buscarla en la historia de mi país:
luego de la revolución, el cine tuvo una misión que cumplir,
mostrar al pueblo lo importante que resultaba la
participación de la mujer en todos los órdenes: político,
militar, etcétera. Y esos roles eran sacrificados, duros,
masculinizantes. No tenía sentido mostrar los encantos de
una mujer en un instante crucial para el destino del país."
Menos severa que su colega, Tatiana Dorónina, una moscovita
de 31 años (dos hijos) y arrebatadora simpatía, no le va a
la zaga en cuanto a popularidad: su primer film (La hermana
mayor) capitalizó, en un año de exhibición en Rusia, la
presencia de 22 millones de espectadores; su última película
(Otra vez, sobre el amor) registró, en los primeros cuatro
meses de exhibición en la URSS, la asistencia de 18 millones
de personas a las salas donde se proyectaba. Como si las
cifras no fueran suficientes para probar su carisma, la
revista especializada Kino (la más popular en Rusia) acaba
de galardonarla como "La mejor actriz soviética de los
últimos dos años". Valenti la visitó en su moderno
departamento, cercano a la perspectiva Nevsky, en pleno
centro de Moscú. En el amplio living room, bajo un poster
francés que reproducía el rostro de Ernesto Che Guevara,
Tatiana anticipó que varios directores soviéticos estudiaban
actualmente la posibilidad de realizar films de corte
netamente erótico-humorístico ("a la americana", agregó) sin
que los críticos del partido pusieran el grito en el cielo.
"Me parece lógico que comencemos a dejar un poco de lado la
historia y el compromiso ideológico permanente, para dar un
poquito de cabida a la diversión —se esperanzó—. La cuestión
consiste en no caer en extremismos: ni la catarata de
necedades que produce el cine comercial de Occidente ni los
interminables productos de tesis aportados por nuestros
sets. A mí, por ejemplo, me hubiera encantado rodar alguna
película al estilo de las que realizó Liz Taylor. Mostrarme
exuberante, protagonizar a alguna mujer fatal... En una
palabra, divertirme sin otro propósito filosófico que ése.
Tal vez alguna de mis compatriotas pueda hacerlo. Yo ya
estoy un poco fuera de punto para esas lides". Una
encuesta sobre popularidad recientemente completada por el
departamento de Investigaciones de los Estudios Estatales de
Moscú, aportó las siguientes conclusiones: junto a la
Savélieva y la Dorónina, otras dos actrices encabezaban las
preferencias del público soviético: Ludmila Chúrsina (desde
1967 participó en siete films y alcanzó la fama a través do
Virineya) y Valentina Telichkina (promocionada notablemente
luego de su actuación en El periodista). Ludmila está casada
con un joven director de teatro, tiene 28 años, y habita un
pintoresco monoblock en los suburbios de Moscú. Cuando
Valenti intentó entrevistarla, una negativa terminante de la
actriz frustró sus insistencias. Más tarde, a través de
otros personajes del cine soviético, se enteró que la
obstinación de L.CH. tenía explicaciones: un periodista
francés que la visitó hace unos meses se dedicó a
tergiversar cada una de sus opiniones, acarreándole serios
problemas con las autoridades de los Estudios Centrales.
Desde entonces, los reporteros extranjeros no logran acceder
a sus dominios. Asumiendo una actitud diametral-mente
opuesta a la de la Chúrsina, la chispeante Valentina
Telichkina se mostró encantada con la visita de L.V. Luego
de las formalidades de los primeros minutos, la joven actriz
de 21 años (vive con sus padres en el centro de Moscú) hizo
girar un long play de Los Beatles y se despachó: "Creo que,
de aquí a dos años, los occidentales sabrán de nosotras, las
actrices rusas, tanto como saben de las francesas o las
suecas. Parece que el tiempo del deshielo ha comenzado
—bromeó—; hay que respaldar ese proceso: nada suministra
tanto calor, en ciertos terrenos cinematográficos, como la
exhibición de un hermoso cuerpo femenino. Nuestra censura se
está ablandando y comienza a pensar que Dios o la evolución
de las especies, según el caso, no se dedicó a perfeccionar
tanto el cuerpo de la mujer para que algunos obcecados
traten de hacerlo pasar desapercibido. ¡Qué esperanza! El
creador de la mujer no se cansa de que le digan: Señor,
felicitaciones por el trabajito". Revista Siete Días
Ilustrados 04.05.1970
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