Al tiempo que la oposición política, en el Brasil, se ha
desvanecido como por milagro, una revuelta de intelectuales se
cierne en torno del gobierno de fuerza instaurado por el Presidente
Castelo Branco. Obviamente, no conseguirá dislocar el sólido aparato
militar y policial que domina al país. Pero a favor de esta
situación —inédita en el resto de Iberoamérica— el espíritu
subversivo está penetrando profundamente en las venas del pueblo
brasileño. Un redactor de Primera Plana, Osiris Troiani, investigó
este curioso fenómeno en Río de Janeiro.
No se vacunarán
perros con nombres de hombres públicos, decidió recientemente en Rio
de Janeiro el director del Departamento de Veterinaria. No es para
menos. Alguien hizo esa broma y la broma se ha convertido en
costumbre. Usted toma la lista de los animales sometidos a
vacunación antirrábica —cifra promedio, 500 por día— y encuentra que
casi todos los inscriptos son militares que detentan el poder o
dóciles parlamentarios que se acomodaron a esa situación. No es que
se llamen así: son nombres falsos. Los cariocas aman a sus perros,
como todo el mundo. Pero han descubierto esa forma de manifestar su
irreverencia sin peligro. En el Brasil
de nuestros días hay dos verdades evidentes y sólo en apariencia
contradictorias: primera, la revolución del 30 de marzo de 1964 es
abrumadoramente impopular; segunda, no tiene oposición seria y
conseguirá, sin duda, llevar a cabo su plan político, que prevé para
fines de 1966 una elección presidencial digitada. El núcleo
dirigente no parece realmente expuesto a división, que es el final
frecuente de los regímenes de fuerza. Los conservadores se habían
asustado de veras, no con la revolución social —un fantasma que
ellos contrataron para meter miedo a los demás—, pero sí con el
caos, que en semejante país puede llegar a extremos aterradores.
Están dispuestos, por lo tanto, a caminar por una angosta cornisa
para volver a la normalidad institucional. Y en cuanto a la
izquierda, no sólo es frágil sino también insincera: se atribuye
objetivos sociales para ennoblecer su apego a la "doce vita" de
Copacabana, Ipanema y Leblon. Ahora se llama a sí misma
"consecuente", porque persistió bajo Castelo Branco, y aplica el
apodo de "festiva" a la que se hinchaba en aquellos meses de euforia
en torno del irresponsable Jango Goulart. En realidad es la misma,
sólo que con complejo de culpa. Pero los obreros y campesinos, la
prudente clase media, eluden la izquierda con instintiva
desconfianza, avalada por periódicas experiencias de la. historia
brasileña. La gente de color sospecha que los distinguidos
animadores de la resistencia persiguen otros fines —libertades
culturales, bizantinismo político— y que después de alcanzarlos van
a declarar: "La batalla ha terminado". Desde luego, la aristocracia
del talento es la más exclusivista. Ninguna otra iguala su capacidad
para el desprecio. Más confianza suscita, a pesar de todo, la actual
dictadura: algún día, para salir adelante, deberá abrirse camino en
la hondura del pueblo.
Rebelión en la granja La
resistencia intelectual surgió inmediatamente: aún no había
transcurrido una semana desde el cambio de régimen. Los vencidos se
escondían sin amago de defensa; otros sacaron la cara por ellos.
Eran gente no comprometida, indiferente a los asuntos de la vida
pública. Pero algunos salían del bando vencedor. El caso más
flagrante es el de Correio da Manha, cuya prosa —la más elegante del
Brasil— describía la restauración de la democracia con los encantos
de la tierra prometida: a los pocos días, clamaba contra la sórdida
realidad del golpe militar. Mientras el diario se apercibía para
evolucionar con parsimonia, tres de sus columnistas salieron al
ruedo: Carlos Héitor Cony, joven escritor sin otra inquietud que la
de alcanzar para sus novelas un tiraje proporcional a su mérito;
Márcio Moreira Alves, quien apoyara la conspiración sin pensar, la
bella alma, que seguiría una desmesurada represión; y Edmundo Moniz,
eminencia gris de la empresa, cuyo pasado trotskista se había
esfumado en un amable diletantismo. Pocas semanas más y aparecían
otros banderilleros: el tartamudo austríaco Otto Maria Carpeaux,
sabio en historia literaria y en muchas otras cosas, que en la vejez
se revela un ácido planfletista; Hermano Alves, el hombre mejor
informado sobre intimidades de las fuerzas armadas brasileñas, y
Gilberto Paim, quien se anticipó a explicar el fracaso de la
política económica del Ministro Roberto Campos. Correio tiene
prestigio, pero apenas si vendía 50.000 ejemplares. A los dos meses
había triplicado su tirada; en algunos sitios, un ejemplar se
remataba a diez veces su precio. La actitud de este diario fue
decisiva, porque probó que en el Brasil la fuerza le tiene miedo a
la inteligencia y que la valentía es un buen negocio. Ultima Hora
completó la demostración. El día del alzamiento militar, la canalla
de derecha saqueó el diario oficioso del gobierno caído. Samuel
Wainer, rey de la intriga, pasó el paquete de acciones a su mujer y
a unos amigos, salió al exilio y dejó en la dirección al político
petebista (Partido Trabalhista Brasileiro) Danton Jobim. De hecho,
Jobim la comparte con un comité de redacción integrado por la
cronista Teresa Cesario Alvim y sus colegas Miguel Neira (seudónimo
de Moacyr Wernecke de Castro) y Manuel Bispo (de Otavio Malta).
Este vespertino combate sagazmente los aspectos más regresivos de la
acción revolucionaria; por lo demás es prudente, y en algunos
momentos siembra la impresión de que está de acuerdo, secretamente,
con Castelo Branco. También su circulación se elevó, y su influencia
se pudo apreciar en los comicios del 3 de octubre pasado, cuando
Negráo da Lima venció en Guanabara al candidato de Lacerda.
Quizá para defenderse de la competencia, casi toda la prensa adoptó
una actitud más o menos independiente, con la excepción de O Estado
de Sao Paulo, el más rico del país, que refleja la desesperada fe de
su director, Julio Mesquita, en un liberalismo sin disfraz
democrático. En cuanto a Jornal do Brasil, el diario mejor hecho,
aún se declara solidario con la Revolución, pero apenas si hay acto
de gobierno que encuentre bien. Esta duplicidad suele dar patente de
honradez. En posición semejante se halla el potente dispositivo
de Diarios Associados. El legendario magnate Assis de Chateaubriand
es un maestro en el arte de servir al poder con desorbitado
individualismo; viejo ya, su método ha sido copiado y desarrollado
por su favorito David Nasser, el pujante cronista de O Cruzeiro.
Para asegurar su independencia, Nasser se compró una fasenda,
quiere escribir lo que se le antoje, explicó en un articulo; "si el
viejo capitán —como él lo bautizó— intenta censurarme, me marcharé a
mis tierras". Chateaubriand lo deja hacer: la furia de Nasser contra
la Revolución —sólo comparable al entusiasmo con que la predicó— es
hoy el principal atractivo de O Cruzeiro. Nasser hizo
recientemente su mea culpa, resumió vigorosamente su experiencia de
gorila (de demócrata sin pueblo). "Si para ser demócrata —escribió—
es preciso ser antidemocrático; si para erigir las libertades
humanas es preciso demoler la persona humana; si para ser brasileño
es preciso ser antibrasileño; si para erradicar la corrupción
material es preciso valerse de la corrupción moral ; si para tener
paz en el propio hogar es preciso llevar la desgracia al ajeno; si
para ser un revolucionario auténtico es preciso dejar de ser un
hombre auténtico; si para combatir todo lo que ellos hicieron
tenemos que hacer todo lo que ellos hacían, entonces fuera
preferible que Dios no me hubiese hecho brasileño, demócrata y
revolucionario. Porque habría dejado, en verdad, de ser todo eso."
Desde luego, la Izquierda se niega a tender los brazos a David
Nasser. "Es una comedia", arguye. Pero él, con su comedia, quizá
cause a la Revolución más daño que la izquierda. El tono
característico de la lucha contra la dictadura es, sin embargo, el
de los maliciosos columnistas de Correio da Manha, a los que pronto
vinieron a unirse, en Jornal do Brasil, el ex parlamentario udenista
(Uniáo Democracia Nacional) Mario Martins, veterano de las campañas
contra Vargas, y sobre todo el famoso escritor católico-liberal
Alceu de Amoroso Lima (seudónimo: Tristáo de Athayde), miembro
intocable de la Academia de Letras y del Consejo Nacional de
Educación. Alceu, pomposo y admonitorio, parece como si quisiera
abochornar a los responsables de cualquier abuso; los otros, más
modestos y eficaces, los exponen a la irrisión pública. La lucha
es desigual. De un lado, el lenguaje terso, aristocrático, y la leve
ironía de Eça de Queiroz; del otro, la honrada y demencial
convicción de que —como decía Molotov— "todos los caminos conducen
al comunismo". Hay coroneles y capitanes que, de noche, a solas, se
investigan a sí mismos, no vayan a descubrir en su conciencia algún
resorte diestramente escondido por el demonio. La mentalidad del
Ejército brasileño esta representada cabalmente por el binomio que
forman el mariscal Castelo Branco, típica expresión de la Escuela
Superior de Guerra ("la Sorbona"), y el general Costa e Silva, bravo
e ingenuo, uno de los suboficiales a quienes la Segunda Guerra
Mundial abrió el escalafón hacia el generalato. ("Como a Rommel",
recuerdan.) Hay quienes cometen todas las tonterías necesarias para
que el periodismo les tome el pelo, y quienes, inhibidos ya por el
respeto a las ideas, los traban cuando están por descargar su
expeditiva justicia. En un año y medio, la policía política —la
cloaca de todo gobierno— aplicó a mansalva la tortura, pero no se
piensa en clausurar un diario, y los únicos proyectos contra la
libertad de prensa los alentó el ex Gobernador Carlos Lacerda, un
escritor, un periodista. (Su diario, Tribuna da Impresa coquetea
actualmente con la izquierda intelectual.) Gobiernos como éste
son una bendición del cielo para una fronda decidida a cultivar el
chisme, la sátira. El mes pasado, Castelo Branco aumentó
considerablemente el número de jueces del Tribunal Supremo, para
neutralizar los reparos que la justicia oponía a sus decretos. El
Ministro Ribeiro da Costa se dejó desposeer de la presidencia, pero
—con la extraña impavidez que rige toda la vida pública brasileña—
ni renunció como juez ni se allanó a la voluntad del gobierno. "Hay
tres cosas — filosofó— que son reales: Dios, la locura de los
hombres y la risa. Las dos primeras escapan a nuestra comprensión;
por eso, con la tercera debemos hacer cuánto se pueda. Todo lo que
se maquine contra esta Casa, y que provenga de la incomprensión y la
justicia de los hombres, sólo risa merece de nosotros, risa y nada
más."
La caja de fósforos Pero el pueblo bajo no entiende
—o no le gusta— esa risa brillante, liviana y fácil, de espuma. La
suya, cargada de experiencia, se esconde bajo una máscara de
resignación que la torna más amarga, más cruel. No hay
incomunicación mayor que la del pueblo brasileño con sus élites.
Frente a un puñado de celebridades mundiales en las artes y ciencias
hay un 60 por ciento de analfabetos. La tirada global de la prensa
es netamente inferior a la argentina, con tres veces más habitantes.
Los estudiantes universitarios no pasan de 120.000. Si usted se
asoma de noche a un departamento de la Avenida Atlántica, de líneas
ultramodernas, acaso verá ondular una pequeña llama junto a la
dentadura del oscuro mar. Si desciende hallará una pareja de mulatos
hincada en la arena: ruegan a Yemanyé, diosa del mar, que conceda
tal o cual favor a su familia, que la libre de algún infortunio.
Después, entre hermosos muebles y cuadros abstractos, con buena
música y mejor whisky, podrá comentar que ha pasado, en unos
minutos, del pensamiento mágico-primitivo a la sofisticada cultura
contemporánea. ¿Y si esa incomunicación se rompiera de pronto? Es
la pregunta que se hacen los militares del Brasil, y también los
intelectuales. "Ese día seremos más nación", deberían pensar,
lógicamente, unos y otros. En cambio, los militares suponen: "Nos
inundarla la barbarie". Y los intelectuales piensan igualmente en
una inundación, sólo que por el momento la desean, sin duda, para
que arrase a los militares. ¿Por qué este doble error? El miedo al
comunismo, y por otra parte la utopía revolucionaria, distorsiona la
visión de ambos grupos. Los artistas brasileños procuran hace
tiempo servir de puente entre el pueblo y la cultura." Los
resultados fueron desalentadores, siempre. Pero la dictadura creó la
ocasión propicia. Un día el exquisito poeta Vinicius de Moraes
(62 años, ex diplomático, cirrosis avanzada) quedó estupefacto al
oír que todo el Brasil cantaba, infundiéndole un sentido nuevo, la
marcha compuesta para un poema suyo, "Miércoles de ceniza": E no
sntanto é preciso cantar Mais que nunca é preciso cantar E
preciso cantar e alegrar a cidade A tristeza que a gente tem Qualquer
día vai se acabar Era más necesario que nunca. Vinicius había sido entendido. Los trabajadores, acorralados por una
redistribución de la renta tendiente a comprimir aún más el consumo
—que ya era ínfimo— no se atrevían a protestar. En 1965 no hay
todavía en el Brasil una central obrera. No tenían voz: los artistas
les prestan la suya. Vejados por el espectáculo de unos seres
primarios que reducen la diversidad de la vida a la simplicidad de
su inteligencia —para la cual no hay sino "demócratas" y
"comunistas"— se vengan oponiéndoles cruelmente su ingenio,
sumiéndolos en el ridículo. La risa blanca se confunde con la risa
negra. Y se alegra la ciudad. ¿Cómo defenderse de esta
confabulación? La música, la poesía lo invaden todo. A cada rato se
zarandea una caja de fósforos y ágiles dedos inician la exacta
batucada; es el tam-tam africano que despierta; una sonora garganta
murmura la consigna subversiva. ¿Deberá la dictadura incautarse de
todas las cajas de fósforos? "Miércoles de ceniza" unió los
nombres de Vinicius. el músico Carlos Lira y la cantante de color
Nara Leáo, bella y culta. Nara es la musa de la bossa nova, el
intelectualizado ritmo que surgiera hacia 1958, y cuyos profetas son
justamente —además de Vinicius y Lira— Ronaldo Boscoli, Tom Jobim,
el cantor Joáo Gilberto La bossa nova (bossa: saber, estilo, en
jerga carioca) fue una reacción minoritaria contra el samba, canción
popular que se había alienado, que trasmitía una imagen humillante
de la vida negra cara halago del blanco que paga. Pero este nuevo
lenguaje musical, que corrió por todo el mundo a partir de la
película Orfeo negro, del francés Marcel Camus, no logró trepar a
los morros. El pueblo es tradicionalista y prefirió ser fiel al
samba, a pesar de todo. No adoptó la bossa nova, condenándola a ser
un producto comercial. Pero el nuevo ritmo, ahora, acata la
primacía del samba; y exhibe, conmovido, su propia humilde
filiación. Y el pueblo se ha reconciliado con ella, orgulloso a su
vez de la audiencia universal lograda por su vástago culto. Ida y
vuelta de la bossa nova: en esta segunda etapa, las casas grabadoras
de Nueva Vork hacen negocios superiores a los de la primera. El
record pertenece a "Carota de Ipanema" (de Vinicius y Gilberto, con
el famoso trompetista Stan Getz). Pero los grupos interesados en el
llamado arte de participación, cuya meta confesada es apenas la
autenticidad —pero la autenticidad adquiere una correlación
política—, esta vez han conseguido trepar a los morros. El samba,
expresión folklórica de fecha aún reciente —los entendidos la fijan
en 1917— es la crónica diaria de la vida carioca; burlón y
sentimental, canta la miseria, que halla en el amor prolífico una
garantía de duración, de oportuno desquite contra la opresión
social. Los muchos serán todavía más, hasta un día en que los pocos
tendrán que capitular. Esperando ese día, el Pueblo sambará
(bailará). No es probable que este país soporte una campaña de
limitación de la natalidad: la propia clase dirigente comparte la
inflamada fe de su pueblo —que ya se acerca a los 80 millones— en la
plenitud demográfica del Brasil. Opinido, es el título de un show
y el nombre del grupo que lo estrenó hace un año en Sao Paulo y
después se trasladó a Río. Nara canta con letra y música de Joáo do
Vale y Ze'Keti, que actúan junto a ella: artistas de color que
cantan opinando, como nuestro Martín Fierro, homem do morro que se
han educado y creen en la redención por el arte. Antología del samba
nuevo, contiene incisivos diálogos de los tres artistas y culmina
con una bellísima pieza que evoca el martirio de Tiradentes, el
dentista ahorcado por un gobernador portugués que soltau oe milicos
na rúa con órdenes de pegar e bater —corea el auditorio— de matar e
prender —el público repite. A las puertas del teatro, la policía
mira al aire con afectada distracción: sabe que la ira popular le
apunta, pero nada puede hacer contra una canción patriótica. En
algunos Estados, el show fue prohibido. Tampoco es fácil proceder en
el caso de Arena cónta Zumbí: el teatro de Arena, de Sao Paulo, con
música de Edu Lobo y letra de Vinicius, cuenta la historia de Zumbí,
el líder de los esclavos negros que fundó una república en el Estado
de Alagoas; resistieron 67 años y por fin fueron diezmados. Las
organizaciones de derecha ejecutaron algún acto terrorista contra
estos espectáculos; en los últimos tiempos han desistido. Otro
grupo que cultiva el mismo género es Liberdade, Liberdade. El show,
que intercala textos de Sócrates, Shakespeare, Brecht, de Lincoln,
Hitler, Mussolini, fue escrito por Millor Fernandes y Flávic Rangel;
también esta vez canta Nara; al final, cuando el actor Paulo Autran,
solo en escena, hace restallar bajo el único spotlight la última
palabra de la pieza: "¡Resisto!", el público se levanta y grita con
él. Samba pede passagem ("El samba pide paso") reconstruye la
historia del género popular desde los tiempos de Noel Rosa, su
máximo artista. Rosa, un estudiante de Medicina que vivió su bohemia
entre el pueblo famélico, murió en 1935 a los 26 años; compuso
centenares de sambas sin ningún vestigio de alienación; no hay
brasileño que no las sepa de memoria. Este espectáculo —otra
producción del grupo Opinido— refiere los hechos del legendario Noel
Rosa y rinde homenaje a Ismael Silva, otro popularísimo compositor,
quien despliega su inefable sonrisa de 60 años entre las guitarras y
trombones del escenario; canta Araci de Almeida, la mujer de Rosa,
su inspiradora y, desde luego, la voz más querida del Brasil
("nuestra Edith Piaff"). Este show realiza la síntesis entre el
samba tradicional y el culto. Ismael Silva es el fundador de la
Escola do Samba Deixa Falar, cronológicamente la primera, y las
gentes de esa institución y de muchas otras descienden al teatro de
Arena para menearse y pulsar sus sencillos instrumentos junto a unos
artistas de la fama de Badén Powell (el mejor guitarrista del mundo,
después de Segovia) y a jóvenes universitarios como los del grupo
Mensagem, nítidamente vanguardista, quienes rodean a sus precursores
de auténtica veneración. Esa conjunción es un hecho histórico: las
Escolas do Samba, que agrupan a miles y miles de artistas populares,
aborrecían toda innovación, habían declarado la guerra a la bossa
nova. Ninguna de las nuevas canciones, tan áspera, tan agresiva
como "Careará", de Joáo do Vale y Ze'Cándido. No es samba; el samba
es urbano, carioca, y éste es un motivo nordestino. En el país
sediento, trágico, los campesinos llaman así a un gavilán cuyo pico
alevoso siembra la muerte, cuyas nerviosas garras les arrebatan su
ganado. Hombres y bestias mueren de hambre en el desierto, él no;
Careará se arroja sobre su presa, mata y come. La batería fúnebre
gime, hasta que la corta un abrupto grito de espanto. Nadie ignora
la intención: Careará es la dictadura. La música popular
participante —el epíteto es de uno de sus teóricos, Sérgio Cabral—
es hoy un impetuoso movimiento, coordinado en escala nacional. No
sólo reconcilia a los artistas espontáneos con los de vanguardia; se
repite en las diversas regiones del país. Todas tienen su samba. De
la dulce y antigua Bahía llegó María Bethania, 18 años, al frente de
un grupo que inició allá arriba "o que se faz en tudo o Brasil":
cantar opinando. Ella hace su música, su letra, ella canta y baila.
La juventud aclama a Nara Leáo, a Maria Bethania, con el mismo
fervor que desataron Palito Ortega o Leo Dan en Buenos Aires; sólo
que ellas rehúyen la alienación: quieren participar. El nuevo
samba abrió el camino a un resurgimiento de todas las artes. Brota
una generación de poetas entre los 35 y 40 años —Ferreira Gullar,
Moacyr Félix, Jair Campos, Thiago de Melo— íntimamente mezclada a
estos trajines. En el teatro, las figuras centrales son Oduvaldo
Vianna Filho, director, autor y actor, y la pareja de Liberdade:
Paul Autran, Tereza Rachel. El movimiento independiente, que parecía
remiso en el Brasil, ahora se propaga como un incendio en el
trópico. También se manifiesta un nuevo cine, cuyo animador es
Glauber Rocha, premiado este año en Cannes por su film Dios y el
diablo en la tierra del sol. Podría pensarse que la prensa
conservadora negarla publicidad al movimiento de participación. Todo
lo contrario: se diría que no tiene la menor prevención por sus
tendencias radicales y marxistas. Estos artistas hacen noticia y
.seria deshonesto negarles espacio, per« además están unidos por la
amistad con periodistas de todas las especialidades, que ofrecen sus
columnas sin restricción, Así como fueron los primeros en la
resistencia política, los periodistas sirven de nexo a la trepidante
cruzada artística y cultural. Uno de ellos, Antanic Calado, era un
tranquilo profesor de literatura inglesa; liberal, combate con una
decisión que los marxistas ponen como ejemplo. Esta vasta sedición
se prepara de noche, pero alegremente y sin el menor sigilo. Decenas
de artistas e intelectuales acuden al departamento que tenga la
heladera mejor surtida; muchos llegan con su guitarra; graves
profesores han aprendido a cantar y bailar como tapates. Más tarde,
apagadas las marquesinas de los teatros, los veloces Volkswagen
confluyen hacia uno de ellos; todos se ubican en el escenario en
desorden, a veces en la platea vacía, y discuten hasta la madrugada.
¿Qué se discute? Planes de ayuda mutua para financiar los
espectáculos de participación, en el teatro, en el cine, en la TV,
en la música popular. Los rudos coroneles no ignoran nada de esto,
pero están acostumbrados a acostarse temprano.
Liberalismo y
marxismo El punto de más ardua elucidación es, probablemente, el
de la relación de fuerzas entre liberales y marxistas, nacionalistas
y católicos de izquierda, unidos entre si por una afectuosa
camaradería de combate. El orden en que han sido mencionados
correspondía, antes, a su número y a su influencia. Nadie puede
asegurar que esas posiciones no hayan variado. Según los prejuicios
de cada cual, se supone que los comunistas van a terminar
devorándose a todos sus aliados, o que su oportunismo puede
disolverlos en una izquierda inofensiva. La tradición liberal es
aún vigorosa entre los intelectuales brasileños. En las grandes
familias del Imperio esclavócrata, nunca faltaba un idealista
habituado a perpetrar discursos —o poemas— contra el estigma social
que turbaba su conciencia. Esa tradición forma parte del orgullo de
clase. Si hay un hombre que la encarna, en la actualidad, es el
septuagenario abogado Heraclio de Fontoura Sobral Pinto, gloria del
foro brasileño. Liberal y católico, se encargó de la defensa de Luiz
Carlos Prestes en tiempos del Estado Novo; este año sacó de la
cárcel a los nueve chinos de una misión comercial que estaba en Rio
al caer el gobierno constitucional y a quienes la Revolución endilgó
un siniestro complot. Gesto aún más significativo, porque Sobral
Pinto habla combatido enérgicamente al Presidente Goulart. Y algo
más: recientemente el jurista prestó sus servicios, con la misma
elevación y eficacia, a Lacerda y a su lugarteniente en la
gobernación de Guanabara, Rafael de Almeida Magalhaes, contra
quienes se había urdido una sórdida maquinación política. El día
en que se inauguró la Conferencia Interamericana (19 de noviembre
último), unas cuarenta personas de la mejor sociedad lanzaron voces
y desplegaron carteles contra el Presidente Gástelo Branco a las
puertas del Hotel Gloria. La policía detuvo a ocho intelectuales;
otro, el poeta Thiago de Melo, compareció voluntariamente más tarde.
Tres eran los periodistas: Calado, Cony y Moreira Alves. Tres
pertenecen al mundo del espectáculo: Flávio Rangel, Glauber Rocha y
Joachim Pedro de Andrade (cineísta, como el anterior). Los otros dos
fueron el diplomático Jaime de Acevedo Rodrigues, quien organizara
con Raúl Prebisch la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo
(1964) y renunció por telegrama desde Ginebra ("No serviré a un
gobierno gorila"), y el escritor Mario Carneiro, cuyo padre fue
director de la UNESCO. La composición social de este grupo no
podía ser más refinada. Moreira Alvea y Andrade son sobrinos del
senador Afonso Arinos, cuya familia, desde los tiempos del
Imperio, está siempre representada en las más altas instancias del
poder. Políticamente, el pasado más significativo era el del
Embajador Rodrigues, integralista (fascista) en su juventud, liberal
más tarde, hoy izquierdista militante. Una evolución parecida es la
que describió el hombre de letras y ex diplomático Alvaro Lins,
quizá el más alto valor literario del presente. La suntuosa
residencia de Lins se ha transformado hoy en un cenáculo marxista;
él, desde luego, se jacta a toda voz de su tardío radicalismo y
desafía al gobierno a ponerle la mano encima. (Su caso es
exactamente opuesto al del poeta Carlos Drummond de Andrade y el
novelista Jorge Amado, de quienes sus antiguos amigos comunistas
dicen que defeccionaron ; lo es, igualmente, el del septuagenario
bardo Mario de Andrade, que se clasifica a sí mismo como gorila.)
Las actitudes de desafío cuentan de antemano con la impunidad.
Sobral Pinto tardó apenas dos semanas en obtener la excarcelación de
los nueve intelectuales: en su confortable prisión, causaban más
daño al gobierno que entre los almohadones de sus bibliotecas. Los
diarios conservadores dedicaban columnas enteras a contar cómo
vivían en sus celdas, las visitas que recibían, las afiladas
réplicas en que envolvían al animoso coronel encargado del sumario.
Todo el país hirvió de manifiestos —1.000 intelectuales en Rio, 700
en Sao Paulo, 300 en Belo Horizonte— que reclamaban para sus
firmantes el honor de compartir la cárcel con los nueve mártires.
Toda la clase pensante se declaró contra el gobierno; si seguían los
arrestos, sería preciso habilitar como cárcel el estadio de
Maracaná. En todo el mundo se firmaron manifiestos análogos; los
nombres más ilustres protestaban; la prensa extranjera, al
reproducir sus mensajes a Castelo Branco, iluminaba un lúgubre
aspecto del Brasil. Esta campaña se sumaba a la del año anterior,
cuando el gobierno militar desterró y privó de sus derechos
políticos a personalidades como el arquitecto Oscar Niemeyer, el
economista Celso Furtado, el sociólogo Josué de Castro; como es
sabido, agencias internacionales y Universidades norteamericanas se
apresuraron a contratarlos. Sin duda, el gobierno había caído en una
trampa al encerrar a los nueve intelectuales, cuyo delito era el
mismo de quienes, en Washington, protestan contra la guerra del
Vietnam: no se sabe que el Presidente Johnson haya mandado detener a
nadie que lo critique. Los nueve se hicieron arrestar
deliberadamente — antes de ir a la manifestación, el grupo discutió
los méritos de los candidatos— para probar a todos los intelectuales
que el gobierno no podía con ellos. La misma táctica sigue el
movimiento universitario: se trata de lograr que el gobierno
clausure los institutos de alta enseñanza, uno tras otro. Esta
acción comenzó en la Universidad de Brasilia, fundada en 1901 con el
fin de renovar los estudios tecnológicos y pedagógicos; ese espíritu
atrajo a la juventud más inquieta de todo el país. El gobierno
militar entregó su rectorado a un lamentable "filósofo", Laerte
Ramos, que no tardaría en destituir a algunos profesores
"subversivos"; inmediatamente renunció el 80 por ciento del plantel,
incluidas muchas eminencias extranjeras contratadas a precio de oro.
Peripecias análogas han conmovido a las universidades; en ellas se
dictan clases con irregularidad notoria; muchos estudiantes se han
trasladado a Europa y a los Estados Unidos. Esta atmósfera
deprimente para la inteligencia no sólo está radicalizando a los
círculos intelectuales; a través de menudos intersticios penetra ya
en el ambiente eclesiástico y militar, donde figuras como la del
mariscal Teixeira Lott y el Arzobispo de Recife, Dom Helder Camara,
aparecen ante la opinión como los irreductibles defensores del
legalismo y de la tolerancia. Recientemente, un sacerdote de 28
años, Antonio Lage, fue sentenciado a largo tiempo de cárcel bajo la
inculpación de haber recibido dinero del Vietnam; el fiscal militar
no supo explicar si se trataba del gobierno de Hanoi o el de Saigón.
El padre Lage está asilado en la embajada de México. Y todo esto
empezó con ritmo de tamba... 4 de enero de 1966 PRIMERA PLANA
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