Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Dos banderas en Panamá
Revista Panorama
marzo 1964

La voz de monseñor Pérez Herrera dominó el tañido de las campanas en la atmósfera asfixiante de la catedral.
"Hace apenas cincuenta días, en este mismo altar, ante una muchedumbre igualmente conmovida, celebraba yo la misma misa de difuntos".
En noviembre el obispo de Panamá había orado por el eterno descanso del presidente Kennedy. Esa ardiente mañana de enero sus plegarias y su bendición eran para las once víctimas de las manifestaciones antinorteamericanas que en sus ataúdes, cubiertos por la bandera panameña, yacían alineados en el crucero de la catedral.
En los días que siguieron al 9 de enero —y especialmente mientras el cortejo cruzaba la ciudad hacia el Jardín de la Paz, el cementerio que dista solo cien metros del canal— la ciudad y el país entero vivieron bajo una tensión emocional tan intensa, que cualquier chispa pudo provocar una explosión de violencia aún peor que la pesadilla de esas jornadas sangrientas.


La guerra de las dos banderas
Más allá de la causa ocasional de la crisis —la bandera que estudiantes norteamericanos izaron en el poste de su propia escuela en Balboa— hay otras razones profundas y permanentes.
Está, para empezar, la cuestión de la soberanía. Los panameños exigen como lo anticipó el presidente Chiari a J. F. Kennedy en 1961— la revisión del tratado de 1903 a fin de obtener la "soberanía completa y efectiva" de la Zona del Canal, que hoy poseen solo en forma nominal. Conforme a los términos de ese tratado, los Estados Unidos poseen "a perpetuidad todos los derechos, todos los poderes y toda la autoridad sobre la Zona".
Pero ningún tratado ni situación internacional alguna son eternos o inmutables. Los derechos de la Compañía del canal de Suez fueron legítimos y válidos hasta que Nasser —recuérdese: con el apoyo de los propios Estados Unidos— dispuso en 1956 la nacionalización del canal. Y Argelia fue una "provincia" francesa hasta que pudo pagar el costoso precio de su independencia.

Un país creado por encargo
Por otra parte, en este tipo de controversias la letra de los tratados no tiene sino importancia relativa: la que decide es la historia. Y la mejor prueba de ello es el tono sereno, pero duro e implacablemente realista, que la mejor prensa norteamericana ha empleado para juzgar la política de los Estados Unidos con respecto a Panamá: "Actuamos en Panamá con el criterio de nuestra época", tituló Life su editorial. "Lo que pareció bueno a los panameños en 1903 puede ser inaceptable mañana para sus nietos", advirtió el verano pasado Milton Eisenhower. A juzgar por los últimos acontecimientos, "mañana" ha llegado ya.
Es conveniente, por otra parte, recordar que Panamá es un país nacido con fórceps, con la sola misión de firmar con los Estados Unidos un tratado que Colombia se negaba a aceptar.

Por siempre jamás
Dentro de Panamá hay otro país, próspero y feliz, que no tiene nada que ver con la enorme villa-miseria que es casi todo el Panamá circundante: es la Zona del Canal, una angosta franja de territorio que por el tratado de 1903 (pecado original que Panamá intenta lavar con el sacramento de la renegociación) pertenece a los Estados Unidos por los siglos de los siglos.
Una pequeña pared de apenas un metro de altura —en muchas partes es una simple barra horizontal— es la frontera que divide estos dos mundos. No haría falta este símbolo de separación, pues el mundo próspero ha desarrollado el instinto del aislamiento y no tiene ni desea ningún contacto con el otro.
La circunstancia de que el canal sea propiedad del gobierno de los Estados Unidos condiciona, en cierto modo, la vida de la Zona. Los empleados técnicos que operan el canal son agentes federales; las empresas privadas están prohibidas en la Zona. Un periodista señalaba "la incongruencia de combatir al socialismo en país ajeno y practicarlo en la Zona propia". El gobierno proporciona mercaderías y servicios que en su país están en manos de empresas particulares. Según un residente, "el Tío Sam nos cuida desde que nacemos hasta que morimos. Nos da desde los pañales a la tumba y el ataúd".

Iguales, pero poco
Los panameños que trabajan en la Zona gozan moderadamente de estos beneficios: ganan mucho más que si trabajasen en Panamá, pero mucho menos que sus colegas norteamericanos que hacen el mismo trabajo. El médico que dirige la clínica del tórax del Gorgas Hospital cobra 12.500 dólares anuales; su subordinado inmediato (norteamericano) cobra 19.000.
Para la economía panameña es muy importante el refuerzo de los dólares que los obreros reciben en el canal. Pero mejoraría mucho más si se autorizase el libre tránsito de mercaderías o si los Estados Unidos adquiriesen mayor cantidad de productos locales para el abastecimiento de la Zona.

Los "pieds-noirs" de Panamá
Pero el tratado es solo una parte del problema. Otro serio motivo de resentimiento para los panameños es la irritante discriminación que se practica en los hechos a favor de los "zoneros", los norteamericanos residentes en la Zona del Canal, cuya privilegiada situación guarda cierta semejanza con la de los colonos franceses en Argelia.
La discriminación comenzó desde temprano. Ya en la época de la construcción se hacían dos colas a la hora de los pagos: en una se pagaba en oro a los obreros y empleados norteamericanos; en la otra se pagaba en plata a los panameños. Se dice que algunas actitudes intransigentes del presidente Roberto Chiari, quien trabajó como obrero en el canal, están inspiradas por el recuerdo de esta humillación.
Los actuales "zoneros" tienen la misma actitud mental que sus abuelos hace cincuenta años. Refractarios a cualquier cambio del orden de cosas existente, consideran toda concesión que se hace a los panameños (casi siempre a remolque de actos de violencia) como un mero acto de "apaciguamiento", una especie de Munich.
Sobre ellos y sobre sus prerrogativas y privilegios llovieron las críticas de la prensa norteamericana. El senador demócrata por Oregón Wayne Morse, advirtió en el Senado: "No cometamos el mismo error de otros países, no permitamos que una clase colonial obtenga ventajas del lugar en que vive, a costa de crear al pueblo norteamericano innecesarios problemas en su política internacional. Esto es, a mi juicio, lo que ha sucedido en la Zona del Canal".

Es hora de soluciones
Cuando, una vez vueltas las aguas a su cauce se discuta la cuestión del canal, es probable que no falten fórmulas de arreglo. En los Estados Unidos la opinión predominante es que las reclamaciones panameñas son legítimas. "¿Aumento de los ingresos del canal? ¿Por qué no? Si Venezuela recibe el 33 por ciento de la explotación de su petróleo, ¿por qué Panamá ha de conformarse con una mínima parte de la explotación de su situación geográfica?", dijeron los diarios.
En público y en privado se habló de la internacionalización del canal, de cederlo a las Naciones Unidas o a la OEA. Soluciones que seguramente Panamá no aceptaría, pero, indudablemente, demostrativas de buena voluntad.
Por su parte, Panamá tendrá que conciliar sus necesidades políticas internas con la realidad. En enero, muchas actitudes intransigentes se adoptaron para no ser menos patriota que el vecino, con miras a los comicios presidenciales del 10 de mayo.

En busca de un acuerdo
En privado, muchos políticos panameños se consideran satisfechos con obtener la soberanía de la Zona, igualdad de salarios, aumento de la renta del canal y aumento del comercio con la Zona. "Estamos dispuestos a hacer concesiones. Inclusive a renegociar los tratados. Pero no aceptaremos que se nos imponga la rendición", es la posición oficial norteamericana.
Tales actitudes autorizan a pensar que hay bases para el entendimiento. Ahora mucho depende del termómetro político panameño.
Es probable también que este no sea el último episodio del tira y afloja entre los dos países. Panamá bien puede mañana volver a iniciar el ciclo demanda-violencia-exigencia. Lo importante es hallar siempre soluciones acordes con el espíritu de la época. Y que si algún día se pide lisa y llanamente a los Estados Unidos su retirada del canal, que no se mezcle en la cuestión esa arma de dos filos que es el prestigio nacional. Es indudable que Francia pudo concluir mucho antes —y más honorablemente— la cuestión argelina de no haberse obstinado durante ocho largos años en caminar sobre el filo equivocado de su prestigio.
La necesidad de construir un nuevo canal del Atlántico al Pacífico está en el aire desde hace varios años. Por encargo del gobierno norteamericano, una comisión técnica estudió a fondo los posibles trazados del futuro canal. Los recientes sucesos de Panamá subrayan la conveniencia de que ese provecto entre en vías de ejecución inmediatamente. El canal de Panamá, aparte de ser ya insuficiente para el tráfico marítimo actual, presenta una serie de inconvenientes, imposibles de subsanar en las condiciones presentes: las operaciones de cruce, debido al sistema de esclusas, son demasiado lentas, y los barcos deben esperar muchas horas hasta que les llega el turno; los buques de gran tonelaje (como los superportaaviones norteamericanos) no pueden utilizarlo. A ello se agrega el riesgo eventual de que si un acto de sabotaje o el impacto de un proyectil enemigo dañara alguna de las esclusas, el canal quedaría totalmente fuera de servicio durante semanas y tal vez meses.
La comisión encargada sometió a la aprobación del gobierno norteamericano proyectos para cinco trazados: uno de ellos en México (istmo de Tehuantepec), uno en Nicaragua-Costa Rica, dos en Panamá y el quinto en Colombia.
Para acelerar la ejecución de las obra " reducir su costo, se proyecta efectuar la excavación mediante una serie de explosiones nucleares subterráneas (siempre que el tratado de Moscú lo permita). Los técnicos suponen que el resto de las obras demandarían un plazo de unos dos años y su costo sería mucho más bajo que si se emplearan los medios convencionales.
El proyecto es perfectamente factible: en 1962 se detonaron cargas de 100 y 400 kilotones, y la experiencia recogida indica que los explosivos nucleares son tan efectivos en la roca viva como en suelos arcillosos o arenosos. Sí la carga se deposita a una profundidad adecuada, la explosión lanza a gran altura la tierra y las rocas desprendidas, que caen sobre los bordes del enorme cráter abierto por la explosión.
La comisión del proyecto Ploughshare (operación "reja de arado") estableció que con unas cien cargas nucleares de 100 kilotones cada una, detonadas simultáneamente, se puede abrir una zanja de casi 500 metros de ancho, 100 metros de profundidad y 25 kilómetros de largo.
El problema técnico más importante radica en la enorme masa de radioactividad que las detonaciones podrían liberar. Pero los científicos creen que si se emplean explosivos modernos y ''limpios" el peligro sería mínimo, ya que la mayor parte de la radiactividad quedaría enterrada y absorbida por los escombros que vuelven a caer en la fosa. Bastaría con que la población se alejara de la zona durante un período prudencial (no menos de seis meses) para que el riesgo desapareciese. En cambio, los obreros sometidos a supervisión médica podrían empezar a trabajar a los 15 días.
Otro riesgo eventual es que si fuera necesario emplear cargas de 50 megatones, la onda explosiva podría derribar edificios a varios kilómetros de distancia. Afortunadamente, los lugares elegidos para la excavación del futuro canal se encuentran en territorios casi deshabitados, donde sólo la selva y alguna que otra choza, pueden ser perjudicadas. En el caso de que la radiactividad entercada bajo los escombros volviera a la superficie, la fuerte corriente marina que atraviesa el canal la arrastraría consigo.
Otra de las ventajas de la excavación nuclear es su costo. El doctor Gerald W. Johnson, director científico del proyecto Plougshare, estima que el canal sobre el trazado Sasardi-Morti, en Panamá oriental, costaría alrededor de 500 millones de dólares, y requeriría el empleo de sólo 170 megatones de explosivo. Esa suma es aproximadamente lo que costaron las obras del canal de Panamá, en la época en que fue construido.
El tiempo empleado sería, en cambio, cinco veces menor.

 

Ir Arriba


Panamá
-Arriba Bordeando la empalizada que señala el límite de la zona del Canal, estudiantes panameños alzan su bandera como un desafío. Ha pasado la ola de violencia y sangre que durante tres días conmovió al pequeño país, pero sigue viva una llama de odio que cualquier acontecimiento puede convertir en otra hoguera.
-Abajo izquierda "Fuera los Yankees", "Paredón", "Viva Panamá" fueron los "slogans" que esos tres días hicieron desbordar la pasión juvenil de los estudiantes.
-Abajo, derecha Oradores (demasiados oradores, y no todos improvisados) se encargan, desde cualquier tribuna, de encender los ánimos de los jóvenes. En canal revuelto puede haber fácil ganancia para ciertos pescadores.
-Arriba, derecha La "guerra de las dos banderas" tuvo su origen inmediato en la actitud intemperante de estudiantes norteamericanos de la Zona, que desobedeciendo prohibiciones expresas del gobierno norteamericano, izaron en la escuela de Balboa la enseña de su país. Pero las raíces calan hondo.
Panamá
-Un grupo de estudiantes panameños cruzó la "frontera" de la Zona para izar la bandera de su país junto a la norteamericana. Hubo discusiones entre dos grupos de estudiantes y la bandera panameña fue desgarrada. Era la chispa que iba a hacer saltar un barril de pólvora largamente acumulada.
-Arriba, izquierda Parapetados detrás de un auto y protegidos por máscaras antigases, soldados norteamericanos repelen con gases lacrimógenos a los manifestantes panameños junto a la verja que separa Panamá de la Zona.
-Abajo, izquierda Dos manifestantes saltan la verja-frontera mientras el soldado recoge su casco para protegerse de las piedras.
-Arriba, derecha Con las armas a punto para rechazar cualquier ataque, la policía militar estadounidense vigila los movimientos de los rebeldes desde las habitaciones superiores del hotel Tivoli que dan sobre territorio panameño.
-Abajo, derecha Centenares de autos y muchos edificios de propiedad norteamericana fueron destrozados por la furia de los manifestantes. Bombas Molotov han provocado un incendio que dañó seriamente el edificio de la compañía Panamerican World Airways.
Panamá
-Un cortejo de más de cuarenta mil personas marchó en silencio en pos de los ataúdes envueltos en la enseña nacional hasta el cementerio. El llanto de otras cien mil los acompañó desde ventanas y balcones.
-Arriba Diarios desplegados sobre las cabezas protegen del sol tropical a los estudiantes que acompañan a sus compañeros caídos el primer día de los disturbios.
-Centro El ataúd que contiene los restos de Ascanio Arosemena, el primer estudiante que murió durante la revuelta, es llevado a hombros por sus compañeros.
-Abajo: La hermana de Arosemena se desmaya ante la tumba del estudiante y es trasladada a una ambulancia.
-Arriba derecha El presidente panameño, Roberto Chiari, mantiene su actitud intransigente, y en violentos discursos amenaza con plantear el caso del canal en el Consejo de Seguridad de la UN.

 


 

Panamá
-Los esquemas muestran la forma en que puede emplearse la bomba de hidrógeno para la excavación de canales. Arriba: Los cuatro puntos señalan las cargas de 10 kilotones cada uno, enterradas o más de 400 metros de profundidad, en un istmo. La línea señala los límites del futura canal. Centro: Al ser detonadas las cargas, el 90 por ciento de la radiactividad queda sepultada en la zanja, bajo los escombros removidos.
-Abajo: La explosión ha abierto una zanjo de 500 metros de largo; la mayor parte de la radiactividad está absorbida y concentrada en las capas más profundas del fondo del canal.

volver a la página de inicio