Revista Primera Plana
27.11.1962 |
El hombre no vive solamente de pan sino también
de mitos, pero prefiere que los mitos no duren demasiado. Pone la
misma pasión en adorar un becerro de oro que en derribarlo, la misma
violencia en defenderlo que en reemplazarlo por otro.
Uno de los últimos becerros en desgracia es Charles Spencer Chaplin,
cuya obra está siendo impugnada por "su sentimentalismo, su
ingenuidad y su demagogia" y cuya envolvente fama es, según críticos
como Robert Benayoun, "un mero producto de su habilidad para dar
golpes publicitarios".
El nuevo tótem se llama Buster Keaton, y la virulencia de sus
admiradores es tal que, desde hace diez meses, casi no pasa semana
sin que algún periódico francés, italiano o belga (pero sobre todo
francés) no inserte un artículo que dé por muerto al rey Chaplin y
que hable de su grandeza como de un pequeño puñado de polvo frente
al mar del nuevo rey Keaton.
Esta guerra campal entre los fieles de ambos cómicos es
absolutamente nueva: quedó formalmente declarada el 25 de junio
pasado, cuando en el cine "Lord Byron" de París se re-estreno "The
General" ("El general"), un film que Keaton había realizado en 1926
y que estaba enriquecido ahora por algunos efectos sonoros y un
acompañamiento de orquesta sinfónica. Pero ya antes de junio, la
prensa francesa venía siendo inundada por estudios retrospectivos
sobre Keaton en los que sistemáticamente se menospreciaba la obra de
Chaplin.
No faltó quien rotulase de escandaloso el hecho de que "The General"
hubiese obtenido apenas 6 votos sobre 117 posibles en la
Confrontación de Bruselas, organizada para elegir los mejores films
de todos los tiempos. ¡Sólo 6 votos de la misma gente ciega que
había dado 85 a "La quimera del oro" y 32 a "Luces de la ciudad"! En
desquite, el semanario "L'Express" dedicó 4 páginas a "The General"
y la ubicó en el primer lugar de su propio ranking: casi
simultáneamente, "Sight & Sound", la mejor revista de cine que se
conozca, efectuó una encuesta entre los críticos de la nueva
generación y la consecuencia fue que el fecundo Chaplin y el escaso
Keaton obtuvieron casi el mismo número de menciones.
Pero, ¿quién es este nuevo tótem?
El hombre que no ríe
Su verdadero nombre es Joseph-Francis Keaton, y con él nació en una
granja de Pickway (Canadá), el 4 de octubre de 1896. Desde que
aprendió a caminar fue ejercitado en la acrobacia, y ya a los tres
años y medio estuvo lo bastante a punto como para participar, junto
a su padre escocés y a su madre irlandesa, en el más sainetesco
número del circo familiar. El número se denominaba "Los tres
Keaton", y desde la apertura del telón, el pequeño Joseph salía a
escena con patillas y peluca, imitando los saltos de su padre. Fue
el gran Houdini quien lo rebautizó Buster (maravilla), al admirar
una caída hecha sobre las espaldas, en una escalera.
A los 21 años, Joseph estaba con su gente en Nueva York, donde sus
saltos cómicos alcanzaron tal éxito que el empresario de la Schubert
Revue (un espectáculo del Winter Garden) le ofreció ser cabeza de
compañía, con 750 dólares a la semana. Pero ya Buster se había hecho
amigo de Roscoe Arbuckle y contestó que no: prefirió irse con
Arbuckle a la "Comic Film Corporation", donde no pagaban 750 dólares
sino 40, pero donde estaba la posibilidad de actuar en 20 films
anuales.
"Esto continuó hasta 1918 —según ha contado el propio Keaton—,
porque a principios de ese año fui movilizado. Me enviaron a Francia
y estuve allí 8 meses".
Después del armisticio, Buster volvió a Hollywood y descubrió que
Joseph M. Schenck, el director de las películas de Arbuckle, había
resuelto aprovechar su cara de piedra en un grupo de obras donde él,
sólo él, será protagonista y realizador al mismo tiempo. Su primer
trabajo fue un film de 20 minutos, "One Week" (1920) y, hasta
octubre de 1921, le siguieron otros 6 de esa misma duración. Las
características de su personaje quedaron definitivamente fijadas en
"The Saphead", adaptación de una comedia de Bronson Howard, cuyo
héroe, hijo de un millonario, es mirado por todos como un imbécil.
Hubo unos 15 films más con su firma entre 1922 y 1924. En febrero
del 24 comenzó con "Sherlock júnior" el gigantesco bloque de sus
obras maestras: una tras otra irían estallando: "The Navigator" ("El
navegante", 1924), "Seven Chances" (1925), "Go West!" (1925, primer
film absolutamente suyo), "Battling Buttler" ("Deportista por amor",
1926), y su genial "The General", que dura casi dos horas y cuya
dirección es compartida con Clyde Bruckman.
Por esa época, la cara impertérrita de Keaton era su mejor arma de
combate, aunque el realizador sostiene que no la usaba con
deliberación: "Me concentraba tanto en lo que estaba haciendo —ha
dicho— que no me daba cuenta de mis propias expresiones sino cuando
me veía a mí mismo en la pantalla". Ahora, el mármol de esa cara ha
sido descripto como un mannequin metafísico: "A la inversa de
Chaplin, cuyo juego mímico es excesivo y puede verse sólo como un
cúmulo de gestos barrocos —se ha escrito en France Observateur—, el
estilo de Keaton es flemático y sus recursos son los más puros y
mesurados de todo el cine".
Lo cierto es que Keaton no ríe porque su personaje no es cómico en
sí mismo; por el contrario, es quizá el único payaso fílmico cuyas
capacidades físicas e intelectuales son las de un hombre medio: hay
en él una poderosa facultad de razonamiento y un impenitente gusto
por la lógica. Mientras que Chaplin trabaja en la esfera de lo
funambulesco, de lo sentimental, Keaton evoca directamente las
pesadillas de Franz Kafka. Acorralado por cinco mil mujeres vestidas
de novia, o condenado a no encontrarse con la mujer que ama (aunque
esa mujer y él sean, como en "El navegante", los únicos pasajeros de
un barco a la deriva), Keaton padece siempre la agresión de fuerzas
superiores. El efecto cómico de su obra está en la irrupción de su
rostro marmóreo en medio de una avalancha de catástrofes.
De ahí que su comicidad, como la de Ionesco, esté armada sobre una
mera acumulación de desastres: si la policía lo busca y él huye, las
calles se le pavimentan de clavos; si él entra en una habitación
elegante, esa habitación se inundará inmediatamente o será amenazada
por animales salvajes. Eso es lo que apasiona a los nuevos críticos
y hace de él un ídolo: ese delirio y angustia expresados
funcionalmente en su obra. Su mudez y su cuerpo casi marionetístico
parecen adaptarse a todos los caprichos de un mundo mecanizado.
Quizá en ello estén las mayores diferencias que alejan a su estilo
del de Chaplin, porque mientras éste es un narrador realista, con
personajes sentimentales a la manera de Dickens, en Keaton los tipos
humanos cuentan menos que los actos humanos. Si las criaturas de
Keaton están persistentemente envueltas en aventuras, es porque
viven en medio de una realidad cambiante, una realidad donde nada se
repite, esforzándose minuto a minuto por ocupar un lugar dentro de
ella. Apenas se creen ubicados dentro del mundo, ese mundo ya es
otro. De ahí que los objetos y la naturaleza figuren siempre en
primer plano dentro de los films de Keaton; de ahí que, al querer
disciplinar ese universo exterior siempre animado, siempre diverso,
el pequeño-cara-de-piedra no consiga sino romperse los dientes.
Para ganarse el pan
La decadencia de Keaton comienza con su primera obra sonora, "Spite
Marriage" (1928) y seguirá arrastrándose a través de otros 7 films
hasta 1933 el año de "Wat! No Beer?" ("El rey de la cerveza"). Se ha
explicado que la voz del gran mimo convenía a sus personajes pero
que los diálogos tornaban más lento el ritmo de sus gags. Keaton
podía permitirse cualquier cosa menos sacrificar la pantomima, y
resolvió retirarse. Estaba bajo contrato en la Metro-Goldwyn-Mayer,
y pidió entonces que su lugar fuera ocupado por un cómico de menor
cuantía: Jimmy Durante.
Pero necesitaba vivir de alguna manera. En Francia tentó suerte con
"El rey de los Campos Elíseos" (1934), una comedia cuyo slogan
publicitario decía: "Por primera vez. usted verá reír a Buster
Keaton en la pantalla". Fue un fracaso. Todavía peores resultaron
los cinco cortos que él protagonizó para la First National, entre
1934 y 1937. Hay constancias de que quería suicidarse por aquel
entonces: la neurosis se le calmó tras estar internado un año en una
clínica psiquiátrica de Los Ángeles.
Con una cara arruinada y casi horrorosa, usted lo habrá visto
resucitar en "Candilejas" (1952) de Chaplin, donde acompañaba con su
piano al violinista Calvero. El mármol de su figura aparece todavía
más corroído en el último de sus films "Ten Girls Ago" (1962): ahí
encarna a un cómico en desgracia junto a Eddie Foy Jr. y Bert Lahr.
Lo increíble es que tanta decadencia es simultánea con su época de
mayor gloria. Porque ahora, Buster se cae a pedazos y, sin embargo,
está más vivo que nadie en medio de sus cenizas.
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