Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Aznavour
Un tímido que a los 9 años empezó a correr tras el éxito
Revista Primera Plana
27.11.1962

De lejos, parece un jockey. De cerca, un boxeador de peso pluma. Ni de cerca ni de lejos, parece el exitoso cantante, compositor (ha escrito 450 composiciones), editor musical y actor de cine.
A su lado, se descubren rasgos exteriores (baja estatura, cabello ralo, rostro endurecido, ropa de buen corte) y una atrayente elasticidad humana para el diálogo; a través de ese diálogo, o del monólogo, cuando se rompen las barreras obvias de ciertas preguntas y respuestas de rutina, la "vedette" se evapora y deja paso a un hombre consciente, con opiniones propias, aprendidas al compás de una tarea engorrosa, complicada, subrepticia, imprevisible: la de vivir.

De epiléptico a pianista
Charles Aznavour, francés, de 37 años, estuvo 2 días en Buenos Aires, como una escala de su viaje de regreso a París.
Venía de filmar secuencias de "Le rat d'Amerique" (El polizonte de América), una película de la que es protagonista y que dirige Jean-Gabriel Albicoco ("La muchacha de los ojos de oro"). Una prolongada conversación, sostenida horas antes de que tomara su avión a Europa, sirvió para superar los lugares comunes y dar con un Aznavour menos fragmentario y más comprometido que el que pudo presentarse en una fugaz conferencia de prensa o en un agasajo nocturno.
Hasta hace poco, Aznavour no era moneda de cambio en la Argentina. Estaba reservado a una minoría en los surcos de sus discos; el cine empezó a familiarizarlo con los espectadores.
No todos se acordarán de su crisis de epilepsia en "La cabeza contra la pared", ni de sus vagabundeos cripto-eróticos en "Los buscas". Aznavour es la antítesis del galán conquistador. Quizá se lo identifique mejor con el introvertido ejecutante de "Disparen sobre el pianista", o el apocado panadero de "El pasaje del Rin", a el parco soldado de "Un taxi para Tobruk".
El éxito de hoy no conmueve demasiado a Aznavour: él ha perseguido el triunfo desde hace casi 20 años, con una voluntad arrolladora. Tanto que su filosofía cabe en un pensamiento que repite casi a diario: "En este momento podría estar en una fábrica y sería menos feliz".

Elogio del error
Sin embargo, a pesar del éxito, Aznavour sigue siendo el pequeño Charles Aznavourian —hijo de un barítono de Tiflis y una comediante de Estambul, emigrados a París en 1923— que a los 9 años, en un fonógrafo de la plaza Saint-Michel, oyó la voz de Maurice Chevalier y decidió su porvenir.
Todo lo que dice, lo que confiesa, sale teñido de un hábil manejo de las experiencias. "Soy un ser fuerte, tengo la debilidad de los fuertes. Soy influenciable hasta el momento en que no quiero ser influenciable, porque eso ya no me divierte", explica, aunque más adelante se atreve a admitir: "Soy tímido. La timidez me resucita de vez en cuando, sobre todo si me presentan a una mujer. Nunca supe hablar con las mujeres; tal vez por eso, lo que no digo, lo canto".
Aznavour piensa que "un hombre debe equivocarse de tanto en tanto. Cada vez que me equivoco, saco una buena enseñanza. Por ejemplo, en cada nuevo film descubro cosas que olvidé en los anteriores, aunque sólo sea algo relacionado con la redacción de los contratos".
Asegura que "para triunfar se necesita un doble talento: el de hacer lo que hay qué hacer y el de saber rodearse, escuchar a los demás. Cuando me encuentro con alguien importante, me callo y escucho. Con Chevalier, me callo. Con Edith Piaf cerré la boca durante ocho años. Así aprendí mucho y sigo aprendiendo".
Conviene averiguar lo que aprende Aznavour: "Nada que no pueda servirme. No me interesa que digan: ¡Cómo sabe de pintura!; o ¡Es fantástico hablando de literatura! ¿Qué me importa? ¿A quién voy a asombrar? Gustar a un público vasto, a un bloque, eso sí me importa. Prefiero vérmelas con un público vasto que con tres personalidades".
He ahí su mayor necesidad, la meta que se fija: "Mi objetivo no es llegar a una élite distinguida, sino llegar lo más ampliamente posible a los seres que se asemejan universalmente por el corazón".
Aznavour es un romántico, o quizá actúa como un romántico, pero un romántico del siglo XX. "Quiero escribir la verdad y debo ser un hombre verdadero. No quiero ser un personaje inventado ni me interesa tener una leyenda".

Las pequeñas gentes
Según Aznavour, así conquistó lo que llama "el gran público de la pequeña gente" y lo conserva "porque soy capaz de salir a la calle, hacer las compras y los mandados".
No se trata de una frase, sino de un ejercicio obligatorio en su existencia: a cada ciudad que llega, no bien instalado, comienza a conocerla conversando con los carniceros, los verduleros, los almaceneros. Así. además, aprende el idioma de esos países. Y ha recorrido ya muchas ciudades: "En 15 años, sólo tuve 20 días de vacaciones".
De los lugares que visita, siempre lleva algo para su casa, una propiedad de 5 hectáreas situada en Saint-Martin-de-Mougins, a 40 kilómetros de París, donde viven sus padres y sus dos hijos: Patricia y Patrick, y donde él pasa muy poco tiempo. Se explaya largo rato sobre el tema, tal vez porque ambicionó demasiado tener esa residencia, tal vez por su consuetudinario rodar de hotel en hotel.
"Una casa es como un chico —metaforiza—. Lo hacemos crecer y nos gusta por el trabajo que nos da". Allí, tiene 7 pianos ("un cuarto sin piano, es un cuarto sin aire"), entre ellos un antiguo Steinway que es su pieza preferida, un "granero" donde trabaja en sus composiciones, un microcine con 12 butacas, una pista de equitación con 5 caballos de silla ("A veces los montamos, para complacernos mutuamente"). Esta descripción respalda una frase anterior: "Mi oficio me devora y para olvidarlo necesito más de un "hobby": la foto, el cine amateur, los perros, los caballos".
Otro "hobby" que confiesa con pena, no con prosopopeya: los automóviles. "Gasto fortunas en comprar coches. Pero ocurre que vivo más en mis coches que en mi casa".
Claro que, cuando está en Saint-Martin "llevo una vida tan simple que quien llegara allí terminaría por aburrirse".
Luego ofrece detalles más domésticos: "Sólo como para alimentarme. Un plato me basta, cuanto más sencillo más me gusta. Bebo agua y leche y no aprecio las salsas. Mi abuelo,
que era cocinero, no me reconocería Tengo sirvientes, pero no me gusta que me sirvan".

Entrañas de plástico
Aznavour pertenece al mundo del espectáculo desde muy niño: primero, como un bailarín caucasiano en el restaurante establecido por sus padres en París ("Abrieron cinco; y al quinto, quebraron. Entonces, mi padre nos dijo: "Somos pobres") y como imitador, a los 12 años.
Después fue vendedor de diarios, ayudante en una pastelería y actor a ratos perdidos. "La suerte no existe. Hay que fabricarla. En la vida, nunca tuve suerte", exclama al vuelo. Y también: "No creo en las vocaciones tardías. Se es artista en el fondo de sí mismo".
La voz con que pregonaba los titulares de los diarios, era la misma que más tarde integraría el dúo Roche-Aznavour. Charles Trenet estaba en su apogeo; el dúo realizó una exitosa gira por los Estados Unidos y Canadá, Aznavour regresó a Francia y se separó de su compañero.
Entonces, apareció Edith Piaf: a su lado, vivió 8 años y se apoderó "de los secretos del oficio". Sin embargo, sus canciones no tenían mayor repercusión y nadie se interesaba en contratarlo. "Tuve que hacerme mi empresario e imponerme por mi cuenta". Y recién en 1955 logró la retribución: los diarios se ocuparon de él con ditirambos y creció la venta de sus discos.
En 1956, fue la consagración, en el Olympia. Ese mismo año sufrió un accidente de automóvil y el médico le informó: "Queda claro que usted nunca más tocará un piano".
La voluntad surgió una vez más.
"Tardé 18 meses y 8 días en volver a tocar piano y 3 años en poder hacerme la corbata. Me hicieron 3 operaciones para colocarme falsas articulaciones. Me llenaron de acero y plástico, pero seguí vivo, es decir, seguí tocando, cantando, componiendo".

La bestia de un solo ojo
El cine resultó una derivación del triunfo musical de Aznavour ("Lo difícil no es escribir una canción, sino encontrar la palabra que satisfaga a mi oído. Y mi oído no se satisface fácilmente").
"Mis dos primeras películas no cuentan en mi carrera pero sí en mi vida de actor" (se refiere a "Un gars sensas" y "Paris music hall", no exhibidas en la Argentina).
Ya entonces conocía a "esa bestia fantástica, con su único ojo aterrador que es la cámara". El gran papel lo esperó en "Disparen sobre el pianista". de François Truffaut; cuenta que, antes de iniciar la filmación. Truffaut lo visitó muchas veces: llegaba, se sentaba y pasaba horas sin hablar, observando a Aznavour: "Me miraba vivir".
"Truffaut elige a sus actores por sus defectos y sus cualidades. Y después no dirige, aunque uno se sienta clandestinamente dirigido por él".
Es el realizador que más admira ("El cine es estilo, y Truffaut tiene estilo"), pues además lo considera "más tímido que yo", pero no olvida a los demás: "Afortunadamente, trabajé con directores que sabían exactamente lo que quería, con una precisión de relojería".
Después de "pianista", actuó en "El paso del Rin", "Un taxi para Tobruk", "Horace 62", "Tempo di Roma". "Les quatre verités" (en un episodio realizado por René Clair) y "Le rat d'Amérique".
No obstante las afinidades que se dibujan entre Aznavour y alguno de los papeles en que aquí lo hemos visto, afirma que el personaje que más "se aproxima a lo que soy es el Tempo di Roma.
Cuando se quiere averiguar cuánto gana Aznavour por sus películas y su labor de músico evade las cifras: "A partir del momento en que en nuestra profesión hay un máximo, pido el máximo. No por el dinero, sino por una cuestión de principios. Cuanto más me pagan, más sé que mi lugar es el que anhelo. Es indispensable ser orgulloso. Pero no soy arribista, de los que dan codazos y empujan y hacen daño".

El "rouge" de Patricia
Como padre, "no entiendo porqué se le prohíbe algo a los chicos. Si han sido bien educados ¿qué importancia tiene?". Pero le molestaría que Patricia —tiene 15 años— se maquillara.
A esta altura, una atrayente muchacha de 20 años, Claude Maisiat, que se declara novia de Aznavour, entra en escena.
El cantante se despide. Al hacerlo, recuerda a Carlos Gardel ("Tengo muchos discos suyos") y pregunta:
—"¿Es verdad que aquí, Gardel es algo así como un mito?".
La respuesta afirmativa le arranca una promesa aznavouriana:
—"Entonces voy a tratar de volver. Ese mito me interesa".

 

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"Disparen sobre el pianista"

 


 

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