Elecciones en Chile
Con gusto a rabia
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Radomiro Tomic, Jorge Alessandri y Salvador Allende se enfrentarán en las urnas el viernes 4, pero ninguno obtendrá la mayoría absoluta: el Congreso deberá elegir al futuro presidente. Esto plantea gravísimos problemas políticos, tras los que se avizora una disputa capaz de provocar el golpe militar

"Los problemas políticos de Chile no acabarán con los comicios presidenciales del viernes 4; por el contrario, a partir de ese momento pueden agudizarse hasta el paroxismo", afirman algunos observadores europeos del proceso electoral que tiene sobre ascuas al vecino país. Ese viernes, 3.539.747 votantes de ambos sexos acudirán a catorce mil quinientas mesas electorales para sufragar por uno de los tres candidatos a la presidencia: el demócrata cristiano Radomiro Tomic (56, nueve hijos, abogado, ex embajador en Washington y uno de los fundadores del partido que llevó a la Casa de la Moneda al actual mandatario Eduardo Frei); el independiente de derecha Jorge Alessandri (74, soltero, ingeniero civil, ex presidente de 1958 a 1964 y respaldado por el partido Nacional, conglomerado de conservadores y liberales); el senador socialista Salvador Allende (62, tres hijas, dos nietos, médico, apoyado por Unidad popular, rubro que aglutina a seis agrupaciones de izquierda).
Lo más aterrador del panorama político chileno es que ya se sabe sin lugar a dudas que ninguno de los tres candidatos logrará la mitad más uno de los votos, caudal indispensable para llegar a la presidencia. En tal caso, la Constitución prevé que ambas Cámaras Legislativas se reúnan en sesión conjunta y escojan al futuro primer mandatario entre los dos candidatos que hayan obtenido la primera y la segunda minoría. Según los partidarios de Alessandri, éste se vería notoriamente desfavorecido, pues cuenta sólo con 45 parlamentarios adictos, mientras que Tomic y Allende tienen asegurados los sufragios de 75 y 81 legisladores, respectivamente. Los opositores vocean su desacuerdo: no habría tal privilegio para los rivales de Alessandri porque se necesitan 101 votos para llegar a la Casa de la Moneda, caudal que falta tanto al abanderado de la izquierda como al líder democristiano.
Aparentemente seguro de obtener la primera mayoría, y tal vez descontando la oposición cerrada de los legisladores democristianos e izquierdistas, Alessandri desafió a sus dos rivales a que se comprometieran como él, a hacer respetar por el Congreso el veredicto de las urnas. Después de un prolongado período de reticencia, a principios de agosto, Allende terminó por declarar que, "si bien soy partidario de respetar la voluntad popular, en ciertas circunstancias también los parlamentarios deben sopesar el significado de la lucha", y que, de cualquier manera, la legalidad constitucional no permitía asumir decisiones privativas del Congreso.
También Tomic se vio obligado a definirse; el 10 de agosto dio a conocer por escrito su posición: "Si yo obtengo la primera mayoría con una diferencia substancial, con una diferencia importante, insistiré en la necesidad de respetar el valor moral que representa esta primera mayoría entregada por el pueblo en términos substanciales. Si mi primera mayoría no es substancial, si la diferencia con el segundo no es importante, declara ahora mismo que aceptaré sin protestas, reclamos ni forcejeos, que el Congreso Nacional en uso de sus facultades constitucionales, escoja al primero o al segundo".
Dejando de lado el obvio "lenguaje ganador" esgrimido por Tomic, quedaba en pie, como clave definitoria de las elecciones, el concepto de "mayoría substancial": varios analistas están convencidos de que ningún candidato obtendrá esa "mayoría substancial" en la votación del viernes 4; es decir que si Tomic llega segundo con escasa diferencia en su contra, podrá abrirse camino hasta la presidencia en el Congreso, sin faltar a su promesa del 10 de agosto .
¿UN PRESIDENTE MARXISTA EN CHILE?
Hace poco, el influyente periódico financiero neoyorquino The Wall Street Journal se estremecía ante la perspectiva de que un marxista llegara a la Casa de la Moneda, mientras vaticinaba el posible triunfo de Allende; opinaba de parecida manera que el capitoste cubano Fidel Castro, cuando afirmó a fines de julio: "Chile es el único país de Latinoamérica suficientemente maduro como para pasar al socialismo por la vía de los comicios".
Es de rigor que todo candidato ostente inquebrantable seguridad en su propio triunfo, y Allende, desde luego, siempre irradió fe sobre la respuesta de las urnas. Sin embargo, el viernes 21 sorprendió a la opinión pública con un verdadero desborde de optimismo, al afirmar frente a los miembros de la Asociación de Corresponsales Extranjeros que obtendría esa "substancial mayoría" esgrimida por Tomic; ganaría —tremoló— con el 39 por ciento de los votos. Después de esa jactancia, se dedicó a tranquilizar a sus oyentes para que difundieran una imagen moderada del abanderado izquierdista. La más sensacional fue su declaración final: "mi gobierno no será marxista sino pluripartidario, con elecciones y dentro de las normas constitucionales".
Lógicamente, el amigo de Fidel Castro, abrió perspectivas de un paso legal y sin violencias al socialismo; lírico, preconizó una revolución autóctona y telúrica, "con gusto a empanadas y a vino tinto", exultó. Estas alusiones revolucionarias no obstaron para que Allende desplegara un notorio espíritu legalista, tanto respecto de su controvertido programa de nacionalizaciones (especialmente del cobre, que constituye el 80 por ciento del ingreso de divisas en Chile), como en lo referente a la espinosa cuestión de la permanencia de su país en la OEA, "una tribuna que es preciso no abandonar", recalcó.
Cuando se le preguntó si no temía una invasión de los Estados Unidos o de la Argentina en caso de llegar a ocupar el Palacio de la Moneda, el líder marxista reaccionó airadamente. Omitiendo referirse a Washington, absolvió a su vecina: "Creo que la Argentina respetará la soberanía y la autodeterminación de los pueblos", y agregó: "Ningún chileno que no fuera un hijo de perra aceptaría la intervención extranjera".
Luego, aludió a sus acérrimos enemigos de los cuarteles, en un deseo de ablandar la granítica resistencia que le demuestran: "Las Fuerzas Armadas chilenas son profesionales y tienen prestancia, dignidad y patriotismo; no tolerarían una intervención venga de donde venga".
Allende intentaba paliar así los efectos de la "campaña del terror" desatada por ciertos grupos aliados de Alessandri: ese mismo día pululaban carteles que recordaban la invasión soviética a Checoslovaquia y pintaban un' futuro semejante para Chile si el amigo de Fidel Castro llegaba al poder. Los izquierdistas y los democristianos habían contraatacado, denunciando que la
"campaña del terror" contaba con financiación de una poderosísima empresa cuprífera, la Anaconda, dominada por capital norteamericano; las denuncias lograron encender un revuelo en el Congreso, pero no desanimaron a los partidarios de Alessandri, cuya estrategia básica es polarizar las elecciones y convertirlas en una lucha cuerpo a cuerpo entre su candidato independiente y el peligro marxista encarnado por Allende, como si Tomic careciera de perspectivas.
En verdad, la posición de Tomic es difícil: se encuentra en el medio y un votante indeciso puede dudar entre su nombre y el de cualquiera de sus dos rivales, mientras que no hay posibilidad de dudas entre Allende y Alessandri. El portavoz demo-cristiano intentó desesperadamente marcar diferencias: esgrimió el "discurso de la zafra" de Fidel Castro como una prueba del fracaso del marxismo en Latinoamérica, y blandió contra Alessandri el ejemplo de la Argentina para demostrar que "la ley y el orden impuestos por mentalidades conservadoras se niegan a sí mismos y llevan al desastre"; además recordó que en 1963, cuando aún estaba en el gobierno el actual candidato derechista, la inflación llegó al tope de casi 46 por ciento.
Este es un punto vulnerable en Alessandri, aunque todavía más parece serlo su edad. La oposición afirma que tiene la salud quebrantada y que las manos ya le temblequean: tal vez por eso Alessandri, el 21, afirmó que impondría "la ley y el orden con mano de hierro". Unos carteles pregonan que, en los momentos críticos, el mundo recurre a "sus grandes viejos": junto a la figura de Alessandri —con su clásica bufanda blanca— se ven las estampas de Winston Churchill, Charles De Gaulle, Konrad Adenauer, Juan XXIII, e, inexplicablemente, también las subversivas imágenes de Ho Chi Minh y de Mao Tse Tung. Según ciertos observadores, la candidatura "ganadora" de Alessandri ha perdido terreno y se la quiere reforzar con cualquier expediente.

GOLPE, ¿ESTAS?...
Los observadores políticos se complacen en barajar las más variadas y complejas posibilidades: si Tomic gana la primera mayoría, con o sin "diferencia substancial", podrá llegar al Palacio de la Moneda sin excesivos contratiempos; su programa de "revolución en libertad" es bastante más radical que el de Frei, pero no tanto como para justificar una intervención castrense; además, ya es sabido que el ejercicio del gobierno modera y desgasta los ímpetus de cambio.
Si Alessandri gana, y Tomic llega segundo, sería probable que el Congreso eligiese al candidato democristiano; pero entonces se volvería muy predecible la eclosión de un golpe militar. No en vano los legisladores que escogerán al futuro primer mandatario se reunirán el 24 de octubre, tres días después del primer aniversario de la sublevación de los cuarteles de Tacna; el líder de aquella asonada, general Tulio Viaux Marambio, ya ha amenazado con "gravísimas consecuencias" si no se otorga la presidencia al que obtenga la primera minoría. (El golpe militar se volvería mucho más plausible en el caso de que Alessandri tuviera a su favor una diferencia substancial de votos; de paso se derrumbaría el prestigio moral de Tomic si aceptara una componenda de los legisladores contra el candidato derechista.)
Si Allende obtuviera la primera minoría con una diferencia substancial de votos frente a Tomic, ubicado hipotéticamente en un segundo puesto, el candidato democristiano se vería moralmente compelido a apoyarlo, pero en tal caso podría emerger el resultado fatal: un cuartelazo para cerrar las puertas del Palacio de la Moneda al ingreso del amigo de Fidel Castro; la única solución residiría entonces en la muy improbable "renuncia" de Allende en pro de Tomic. Si Allende apareciera como puntero de Tomic, pero por escaso margen de sufragios, los legisladores democristianos podrían aliarse con sectores izquierdistas para evitar un golpe militar, entronizando así a Tomic.
¿Qué ocurriría si el orden de prioridades en el cómputo de votos colocara primero a Allende, segundo a Alessandri y tercero a Tomic, sin que existiera una diferencia substancial de votos? ... Los democristianos enfrentarían la decisión más crítica de toda su existencia: o deberían apoyar a Allende, abriendo paso a la irrupción de los cuarteles en la vida nacional, o bien optarían por favorecer a Alessandri, con lo cual se desarticularían totalmente como partido y rozarían el harakiri político.
Algunos optimistas creen en la posibilidad de que Alessandri —hombre de derecha, pero reputado como civilista— a último momento decida retirar su candidatura y lanzar sus huestes en apoyo de Tomic "contra la marea roja"; algo similar ocurrió en las elecciones de 1964, que consagraron a Frei en la presidencia. Los que barajan esta hipótesis olvidan que la situación actual es muy distinta: cada vez es más fuerte el ruido de sables que resuena en Chile. Alessandri es sólo una de las opciones actuales de los conservadores; la otra opción, la más segura, son los militares, que encuentran en el escenario latinoamericano amplios incentivos para surgir a la vida nacional y monopolizar el campo político, frente a la maraña cada vez más densa en que se traban candidatos y partidos.
Revista Siete Días Ilustrados
31.08.1970

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Tomic saluda en la Alameda Bernardo O'Higgins