El conflicto chino-soviético
La ofensiva del poder amarillo
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El 1º de abril, aunque en Pekín hacía mal tiempo, "el sol de los pensamientos de Mao Tsé-tung brillaba más que nunca": con estas ditirámbicas expresiones fueron rechazadas las demandas de ateridos corresponsales japoneses, ansiosos por obtener información especial sobre el Noveno Congreso del Partido Comunista Chino inaugurado ese mismo día. La inquietud periodística se justificaba ampliamente: el último congreso se había realizado en 1956, pese a que reglamentariamente debe reunirse cada cinco años. Se lo había anunciado para 1966, lo que de todos modos convertía el lustro reglamentario en una década; pero se interpuso el gigantesco alud de la Gran Revolución Cultural y Proletaria desatada por el propio Mao contra sus enemigos.
Aunque los periodistas japoneses, como todos, tuvieron que conformarse con las magras informaciones oficiales de radio Pekín, era evidente que el Noveno Congreso sancionaba el triunfo absoluto del anciano líder de 75 años sobre el ex presidente Liu Shao-chi y "todos los revisionistas y contrarrevolucionarios". En el acto inaugural, los mil quinientos setenta y dos delegados aclamaron con fervor a Mao, de pie en la tarima, con una amplia sonrisa en "el rostro de luna llena, tan resplandeciente como el sol de sus pensamientos". Pero Mao no era el único objeto de los aplausos: a su lado, también de pie, compartiendo el incienso de las aclamaciones, se encontraba la delgada y ascética figura del ministro de Defensa, Lin Piao. Él leería el informe político del comité central del partido; se murmuraba que Piao lo había redactado y que Mao se había limitado a darle su visto bueno.
Si hasta ese momento el ministro de Defensa parecía el más firme candidato a convertirse en sucesor de Mao, los aplausos de los congresales lo oficializaban como delfín. Para mayor evidencia, después de reelegirá a Mao para el puesto de presidente del Partido Comunista Chino, el cónclave se apresuró a ubicar a Lin como vicepresidente; el primer ministro Chou En-Lai fue nombrado secretario general, con lo que quedó relegado a un tercer término en la jerarquía partidaria. Así se demostraba que ya no subsistían opositores en los cuadros del Partido, depurado hasta el anonadamiento por la revolución cultural y reestructurado después sobre sus propias cenizas. También se probaba que eran fantasías de Moscú los anuncios de la agencia Tass en el sentido de que la sucesión de Piao estaba sujeta a comprometedores embates.
En la última quincena de marzo, fuentes de Moscú afirmaron que la mujer de Mao, Chiang Ching, postulaba la candidatura de su yerno Yao Wen-yuan, joven ideólogo de 35 años, como sucesor del anciano líder en lugar de Piao. De todos modos, esas fuentes "bien informadas" no lograron anticipar la celebración del Congreso, cuya inauguración el martes l9 de abril tomó por sorpresa al Kremlin. Pero algo es cierto: entre los personajes situados en la tarima donde estaba Mao, Radio Pekín mencionó a Yao Wen-yuan, figura hasta entonces completamente opaca, y no nombró a Chen Po-ta, uno de los motores del maoísmo y gran propulsor ideológico de la revolución cultural. Si hay conflicto de poderes, se daría entre dos ideólogos: Chen Po-ta, de 54 años, y el joven yerno de Chiang Ching. La posición de Piao ni antes ni ahora habrá estado comprometida, sencillamente porque es el factótum del ejército, cuyo papel en la estructuración del triunfo maoísta fue decisivo.
En efecto, los inexpertos y alborotadores Guardias Rojos sólo podían
ser el ariete de la demolición y el reactivo de las purgas. Instauraron un caos que Mao juzgó saludable; sin embargo, cuando los meses se convirtieron en años, el caos se volvió nocivo. Era preciso volver al orden, pero a un nuevo orden revolucionario: el encargado de la enorme tarea fue el ejército, remodelado por Piao para convertirlo en pilar del pensamiento de Mao.

EL DELFIN ROJO
Sin exageración, puede decirse que el ¡magro y austero ministro de Defensa es la clave de triunfo de la revolución maoista. Lin tiene ahora 60 años, y de él se sabe muy poco. De origen burgués, entró en la carrera militar y se plegó al comunismo. Vivió la Larga Marcha y participó en las victorias contra Chang Kai-Chek y sus asesores estadounidenses. Entre 1950 y 1959, sufrió un largo eclipse que se atribuye a los embates de una tuberculosis aún
no totalmente superada. De 1959 a 1966, maniobró en la penumbra para fortificar su posición en el ejército. De pronto, en agosto de 1966, se convierte casi por milagro en segundo de Mao. Se lo aclama como el más fiel exponente del pensamiento del anciano líder; su prestigio no ha dejado de crecer hasta la actual etapa consagratoria.
Conviene recordar que en septiembre de 1965, cuando Mao denunció por primera vez a los "reaccionarios y revisionistas" (y encontró tanta oposición en Pekín que se refugió en Shangai), una sola voz se plegó abiertamente a las tesis del anciano líder: es la del mariscal Piao. Precede así por seis meses a Chou En-lai, quien sólo en abril de 1966 decide apoyar la aún incipiente revolución cultural . . . Otro detalle: el baño en el Yang-tsé de Mao, preludio sensacionalista de su retorno a la arena política, coincidió con el retiro forzoso del general Lo Jui-ching, jefe del Estado Mayor. Así, cuando la revolución cultural se desencadena, Piao es dueño de los resortes claves dentro de las Fuerzas Armadas.
Paladín de la revolución cultural que entre otras cosas barre con los grados y las insignias jerárquicas del ejército chino, Lin renuncia a su título de mariscal pero aprovecha la ocasión para remodelar no sólo el sistema sino también la mentalidad militar. En vez de la conformación clásica hasta entonces prevaleciente (heredada de la guerra de Corea y de los instructores rusos que en gran número envió José Stalin a los chinos), Piao quiso dar al ejército una estructura acorde con los principios de la guerra revolucionaria. Se propuso el milagro de mantener la cohesión de las Fuerzas Armadas pese a la supresión de todas las jerarquías formales y a la politización masiva dé tropas y oficialidad. Desde 1966 a 1968 tuvo que enfrentar graves crisis que parecían desarticular el ejército y anarquizarlo. De todos modos, triunfó: hoy las Fuerzas Armadas son el basamento del régimen de Mao, que él habrá de heredar. Los gobernantes soviéticos ya no podrán dormir tranquilos: la política de intransigente ruptura preconizada por el líder chino frente a Moscú tendrá en Piao un enérgico continuador.
Los analistas señalan que Mao y su sucesor, pese a proclamar su admiración por Stalin, son la viviente contradicción del ejemplo trazado por el antiguo amo del Kremlin. Stalin derrotó a León Trotsky porque él era secretario general del Partido Comunista soviético y se había adueñado de todos los resortes políticos; a Trotsky de nada le valió ser creador y jefe del ejército rojo (al que tampoco quiso recurrir). La situación en China era diametralmente opuesta: Liu Shao-chi contaba con los cuadros partidarios; a Mao le quedaba el ejército, gracias a los buenos oficios de Piao. Y triunfó, él, su delfín y el ejército, pese a rebeldías y defecciones en las Fuerzas Armadas. Claro que no se trataba de la victoria de una estructura militar sobre una estructura partidaria: el ejército se había convertido en un ente político mucho más sólido que el PC chino, fácilmente triturado por los Guardias Rojos.

DEL USSURI CON ODIO
Los jerarcas rusos apenas si vigilan con el rabillo del ojo lo que ocurre en Pekín; su atención angustiada se concentra en un punto preciso del río Ussuri. No les interesa demasiado el ascenso de Piao a la categoría de delfín oficial. Les preocupa mucho más saber que el ministro de Defensa ha asumido personalmente el comando de las fuerzas armadas en las fronteras y que durante marzo visitó las fortificaciones chinas del Ussuri; es posible que Piao haya echado un vistazo a la isla Tesoro (Chen Pao, o Damansky para los rusos) donde ya corrió sangre de soldados soviéticos y chinos.
El 2 de marzo fue el primer encontronazo: murieron treinta y cuatro militares rusos y un número no determinado de chinos (ver SIETE DIAS Nº 98). El 14 y el 15 de ese mismo mes se produjo una colisión muchísimo más seria. Se sabe que los rusos apelaron a unidades blindadas; además, entre los muertos figura un coronel, D. V. Leonov, lo que indica que por lo menos un batallón soviético participó en la lucha. En todos los casos, rusos y chinos se acusaron mutuamente de haber iniciado las hostilidades. Además de esas dos acciones mayores, no han faltado los tiroteos desde ambas márgenes. La rúbrica sangrienta del mes de marzo es, en la dramática disputa entre los dos grandes países comunistas un paso gigantesco que cambia la situación: la ruptura se ha vuelto irreversible, y tanto Moscú como Pekín coinciden en querer subrayarlo frente al mundo entero.
Es un hecho nuevo Desde 1960 hasta ahora, hubo múltiples encontronazos e infracciones fronterizas. Pero tanto la URSS como China estuvieron de acuerdo en silenciar el problema. Hoy, Moscú afirma que tan sólo durante el año 1962, computó seis mil infracciones chinas en las líneas de frontera. Una andanada de insultos cubre los diferendos de tipo ideológico: China señala que "en Rusia, nuevos zares se han apoderado como chacales del poder" y pide al pueblo soviético que se levante contra los déspotas. El paralelo entre los actuales jerarcas soviéticos y los zares es disonante, pero útil. China no ha olvidado los "tratados injustos" de Aigún (1858) y Pekín (1860) basados en la crónica debilidad de los emperadores manchúes, que la obligaron a ceder a la Rusia zarista más de cuatrocientos mil kilómetros cuadrados en el extremo oriente siberiano y más de novecientos mil kilómetros cuadrados en el Turquestán. Hallar la continuidad histórica entre el gobierno zarista y el soviético actual favorece las reivindicaciones territoriales chinas.
La URSS, gran potencia, y China, que aspira a serlo, ya no pretenden luchar en nombre de dos concepciones opuestas del comunismo. Se enfrentan en el campo del prestigio y la fuerza nacionales.
Ya en 1954, época de mayor idilio entre Moscú y Pekín, se imprimió oficialmente un atlas de China que englobaba no sólo grandes territorios de la India, Indonesia, Malasia, Birmania, Vietnam y Corea, sino también las regiones soviéticas vecinas a las provincias de Sinkiang y de Heilungkiang (ex Manchuria): son casi un millón y medio de kilómetros cuadrados en disputa, que encierran ciudades tan importantes para la URSS como Vladivostock, Khabarovsk y Alma Ata, esta última en el antiguo Turquestán. Por eso Moscú mira con furor y angustia hacia la isla Damansky, en el río Ussuri: ceder un milímetro de territorio implica una derrota total de la posición rusa en la región.
Mientras una flotilla de guerra se encamina hacia Vladivostock, Moscú envía refuerzos hacia la isla Damansky, que está a unos quince kilómetros de vital ferrocarril Transiberiano. Dentro de dos semanas comenzará el deshielo, y ya no podrá usar las unidades blindadas que le dan amplia superioridad sobre los chinos; éstos se encontrarían en condiciones de aplastar numéricamente a las tropas soviéticas. En la URSS aparecieron voces favorables a una intervención "preventiva" contra China. El periodista Rupert Davies escuchó de un funcionario moscovita esta alarmante confidencia: "La superioridad numérica china es abrumadora, en todas las fronteras. Pero hoy sólo importan las armas nucleares, los medios blindados y la flota aérea y naval. China cuenta con unos 500 aviones, pero son viejos Mig e Hushyn. La URSS tiene casi 4.000 aviones ultramodernos, capaces de lanzar bombas atómicas. Cerca de Ulan Bator, en Mongolia, los soviéticos disponen de dos bases de cohetes: la de Choi-balsan y la de Buir Ñor, con misiles que alcanzan a cuatro mil kilómetros: Pekín está apenas a mil cien kilómetros." Ante la alarma occidental, Moscú tuvo que advertir: "El uso de armas nucleares en el problema de la isla Damansky está totalmente fuera de cuestión". Pekín no se inmutó, ni con la amenaza ni con el desmentido de los soviéticos. Lo cual no obsta para que el helado río Ussuri hierva de peligros y enconos.

DEL USSURI CON DIPLOMACIA
La cuestión del límite siberiano repercute en la estrategia mundial de Moscú y de Pekín. Como la URSS es la que más tiene que perder, fue la que dio ¡más pasos en falso. Cuando la sangre corrió por primera vez en la isla Damansky, acudió a las cancillerías de los países occidentales para interiorizarlos sobre su disputa con el "hermano comunista". Fue muy fácil para Pekín señalar la posición desairada en que se colocaba Moscú con este gesto sin precedentes. China declaró: "La colisión de los revisionistas soviéticos con los imperialistas es evidente. Moscú no se ha sonrojado al hablar del peligro amarillo, una ficción del Káiser germano creada en momentos en que China, despedazada y expoliada, podía pregonar con razón que era víctima del peligro blanco colonialista".
De todos modos, China seguía con su política de crear nuevos lazos diplomáticos y económicos con Occidente, que ya absorbe el ¡setenta por ciento de sus exportaciones. Mientras el río Ussuri se teñía de sangre y amenazaba con incendiar la frontera sinosoviética, Canadá planeaba abiertamente reconocer el régimen de Mao, e Italia, así como las naciones escandinavas, parecían ansiosas por imitar al gobierno canadiense, atraídas por el espléndido mercado chino. El senador Edward Kennedy no titubeaba en arrojar una verdadera bomba en el Capitolio estadounidense, preconizando el reconocimiento del gobierno de Pekín, y su admisión, no sólo en la asamblea de la UN, sino también en el Consejo de Seguridad. Nixon temporiza: quiere una distensión con la otra gran potencia nuclear, la URSS, pero no a costa de embanderarse en la polémica sinosoviética. Por el contrario, desea ir formando una estrategia hacia China que se base en el diálogo cauteloso más que en la férrea cuarentena. Para Occidente, la disputa entre la URSS y China es una garantía de debilitamiento del adversario comunista. Su único temor, que lo hace mirar aprensivamente hacia la pequeña isla Damansky, es que se corporice en la frontera el fantasma de un apocalipsis nuclear.
Durante el mes de marzo, la diplomacia soviética cosechó dos rotundos fracasos. Creyendo que la agresividad china le permitiría consolidar su bloque de Europa oriental, fue esperanzadamente a la reunión del Pacto de Varsovia que se realizó en Budapest, capital de Hungría, del 16 al 18 de marzo. Pero sólo logró arrancar a sus socios una chirle declaración dirigida exclusivamente a Europa, por la cual se preconizaba una conferencia general en pro de una mayor distensión en el continente: la declaración no contenía ataques contra los Estados Unidos y Alemania Occidental, y por supuesto no tocaba el tema de los encontronazos sangrientos en los confines de Siberia. Rumania exteriorizó el sentir secreto de los socios europeos de Rusia, cuando afirmó: "El diferendo de la isla Damansky interesa exclusivamente a la URSS y a China y no concierne en nada a los otros países del Pacto de Varsovia".
La segunda derrota soviética ocurrió el 19 de marzo, cuando se reunieron en Moscú delegados de 67 partidos comunistas para ultimar los detalles de un congreso mundial que se celebrará en junio. El hecho de que existan 91 partidos comunistas en el mundo revela la crisis que enfrenta Moscú: faltaron a la cita las representaciones de China, Albania, Cuba y Yugoslavia, además de los de Corea del Norte y Vietnam del Norte. Lo único que lograron los soviéticos fue fijar la fecha del cónclave para el 5 de junio: no surgió ninguna condenación del régimen de Pekín. Por el contrario, se decidió invitar a la reunión a China y a su aliada Albania. Aunque se descuenta que Pekín y Tirana no asistirán, no se quiso aceptar "ninguna omisión a priori": una implícita lección para los jerarcas soviéticos.
Es probable que tal retahíla de fracasos haya encaminado a te URSS hacia una sabia prudencia diplomática. El 29 de marzo exhortó formalmente al gobierno de Mao a solucionar las discrepancias fronterizas mediante negociaciones bilaterales, sin recurrir a la fuerza; usó un tono mesurado para dirigirse a China, muy distinto de los incendiarios editoriales de Pravda o de lzvestia. Pero todo indica que Pekín rehusará con tajante insolencia la Invitación a negociar; de todos modos, Moscú habrá salvaguardado las apariencias en la platea internacional para anotarse un tanto a favor. Los observadores más optimistas aseguraban que la realización del Noveno Congreso del PC chino y la reforma de la constitución preconizada por Mao permitirán una distensión del régimen en el frente externo, al haber consolidado su frente interno. Otros temían que el sangriento mes de marzo fuera el preámbulo de otras confrontaciones, cada vez más amplias y sangrientas, entre los dos gigantescos hermanos enemigos del comunismo mundial. La URSS, mientras tanto, ha podido erigir un nuevo culto: el de los caídos sobre el espejo helado del Ussuri.
Revista Siete Días Ilustrados
07.04.1969

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