El martes pasado, cuando Fidel Castro, envuelto
en un sobretodo ruso, pero sin desprenderse de su boina, descendió
al parque nevado que se extiende tras la reja del Kremlin y se puso
a jugar con un grupo de niños que le tironeaban la barba, Nikita
Kruschev debió de asomarse a la ventana de su despacho, admirado de
la olímpica despreocupación del hombre que acababa de discutir con
él. El viaje del jefe cubano a la URSS fue una completa sorpresa
para los norteamericanos. En La Habana y en Moscú, nadie lo había
previsto, igualmente. Castro viajó en el avión soviético que llevaba
de regreso a Nikolai Podgorny (quinto personaje en la jerarquía
rusa) y a la delegación que lo acompañó en los festejos del quinto
aniversario de la revolución cubana. En esa ocasión, los
observadores habían subrayado una diferencia de tono entre las
manifestaciones de Kruschev y Castro. El primer ministro soviético
dijo en su mensaje telegráfico que la URSS vería con agrado una
normalización de relaciones cubanas con los Estados Unidos. En su
discurso, Castro afirmó que la iniciativa debía provenir del
presidente Johnson. Los comentaristas internacionales tienden a
atribuir escasa significación a la minucia diplomática; piensan, por
lo común, que se ha tornado necesaria una explicación de carácter
económico entre los dirigentes rusos y cubanos. La ayuda soviética
atendió a las necesidades más urgentes de la isla; pero —después del
quinto año de revolución— habría llegado el momento de evaluar su
rendimiento y las perspectivas para el futuro. Es posible que Castro
haya encontrado reticente a Podgorny; hombre de decisiones bruscas,
quiso tal vez confirmar, en el más alto nivel, que el gobierno
soviético mantiene sus buenas disposiciones para con el gobierno
cubano. Como es habitual, las informaciones sobre el estado
actual de la economía cubana difieren ampliamente. Según José M.
Illán, experto económico de la emigración, "no se trata ya de
señalar uno, dos o tres sectores de la producción, de bienes o de
servicios, que hayan atravesado por grandes dificultades. En 1963.
la crisis fue total, y ningún sector de la producción se salvó de
caer en barrena". Añade que los alimentos, las ropas y los
zapatos, además de estar racionados, no alcanzan a cubrir las cuotas
de consumo oficialmente autorizadas. Las viviendas son
insuficientes, si bien 300.000 ciudadanos abandonaron el país en
busca de libertad. Desde 1960, a partir de la primera socialización
de la industria, de la agricultura, del gran comercio y de la banca,
el nuevo régimen habría derrochado las reservas económicas de la
nación. Asegura que fue necesario revisar "los fantásticos planes de
desarrollo industrial" concebidos por Ernesto Guevara y resignarse a
persistir por largo tiempo en la fase agrícola. Sólo en el último
año, el déficit del comercio exterior (con los países del Este)
excedería los 100 millones de dólares. Cuba habría solicitado a los
estados socialistas un préstamo de 500 millones de dólares, sin
resultado. El huracán Flora, en octubre, habría aplicado "un tiro de
gracia a la maltrecha economía cubana". El economista francés
Charles Bettelheim (no comunista) presenta una versión muy distinta.
Cuba sufrió no pocos tropiezos como consecuencia del bloqueo
comercial norteamericano; no era posible realizar un cambio tan
brusco de la corriente de intercambio (la URSS, Checoslovaquia y la
R. D. Alemana cubren ahora el 80 por ciento de las importaciones
cubanas), sin complicaciones de almacenamiento, de reposición de
equipos, etc. Pero en 1963, justamente, esas perturbaciones llegaron
a su punto máximo y comenzaron a declinar. En cinco años, la
producción azucarera se ha reducido casi a la mitad, primero por
decisión del gobierno (que deseaba eliminar el monocultivo) y luego
por la población, que afluye a las ciudades en busca de mejores
condiciones de vida, desertando de la zafra, que hoy se realiza en
parte por medio de soldados y estudiantes. Así y todo, los precios
internacionales del azúcar se elevaron en tal forma que esa fuente
de divisas no habría mermado para Cuba. Bettelheim imputa graves
daños a las excepcionales sequías de 1961 y de 1962, al ciclón de
1963, a los errores de planificación (la economía ha sido
excesivamente centralizada y sólo ahora se está corrigiendo ese
defecto). Pero, así y todo, en los tres primeros años la producción
habría crecido en un 30 por ciento, progreso que no se habría
perdido por completo en los dos siguientes. "Se puede ser optimista
para 1964: la mayor parte de las fábricas construidas después de la
revolución ya comienzan a producir." Con todo, esas fábricas no
trabajarán para la exportación: tal sería la quimera que fue
necesario abandonar. Lo que harán es elevar el consumo interno y, en
todo caso, la mecanización de los cultivos industriales. El punto de
equilibrio de la economía cubana se situaría en 1968. ¿La dejarán
llegar a ese punto los Estados Unidos? Desde luego, Kruschev y
Castro no revelarán el tenor de sus conversaciones: los
comentaristas occidentales se verán condenados a especular. Lo más
probable es un nuevo llamado soviético a la moderación y a la
prudencia, análogo al que forzó la renuncia del año pasado a planes
demasiado ambiciosos (automóviles y máquinas agrarias para vender a
otros países latinoamericanos). El cambio de estructura debería ser
más lento, para aliviar a la URSS de una ayuda demasiado onerosa y
para no adelantarse a los progresos de la productividad, que se
lograrán gracias a la educación tecnológica. También sería necesario
explotar al máximo las fisuras abiertas en el bloqueo comercial:
Gran Bretaña, la República Federal Alemana, Canadá, Francia, España,
Italia, ya demostraron a las claras que no renuncian al mercado
cubano0 La venta de ómnibus ingleses (10 millones de dólares) y el
contrato en gestación para construir barcos cubanos en astilleros
españoles han desalentado a Washington. El "New York Times"
comentó la semana pasada: "En buena lógica, existe poca diferencia
entre la venta a Cuba de ómnibus y otros productos no estratégicos,
y las operaciones de trigo norteamericano con la URSS. A muchas
naciones les irrita nuestra lista negra de compañías navieras que
comercian con Cuba; la consideran una intromisión injustificada en
la tradicional libertad de los mares, mientras no exista una
política de sanciones (declarada por la UN) o un estado de guerra.
Nos guste o no nos guste, nuestros aliados no están dispuestos a
considerar a Castro como a un paria del comercio." Página 11 -
PRIMERA PLANA 21 de enero de 1964
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