"Los expertos en humillación", como él los llama, trataron
de vendernos durante todo setiembre, la idea de un "líder
insoportable, intratable, enloquecido". De Gaulle sonrió:
Francia está donde esté por él, no por los apóstoles de la
declinación que hoy lo califican de gagá. El 22 de noviembre
cumplirá 77 años. Sigue haciendo lo que quiere y piensa. Un
22 de noviembre también (1963), suprimían a John Kennedy de
un modo más drástico. Con de Gaulle usan el ridículo y la
ironía . Para comprenderlo mejor, sin necesidad de amarlo,
hacemos una introducción a su vida, a su filosofía, a su
actitud. Que nadie se enoje.
PARA COMPRENDER a
Charles de Gaulle, personificación de un capitulo
particularmente dramático de la historia de Francia, hay que
tener muy presente su origen y su formación. Nació en el
seno de una familia de la petite noblesse, de esos hidalgos
sin fortuna que llevan la partícula como un desafío, hacen
un culto del honor y los principios, sienten un patriotismo
acendrado y mantienen el decoro del apellido con el estudio
y el trabajo. Los de Gaulle son oriundos de la reglón de
Orleans, verdadero orgullo de Francia. Pero el futuro héroe
de la resistencia y presidente de la República Francesa
nació el 22 de noviembre de 1890 en Lila, donde su padre,
Henri de Gaulle. era un profesor en un colegio de jesuitas y
en un centro que preparaba para el difícil ingreso en las
"Grandes Ecoles". La madre, Jeanne Maillot-Delannoy,
transmitió a los cinco hijos del matrimonio, entre los que
Charles era el segundo, una sólida educación moral y
religiosa. La docencia era, desde luego, una profesión muy
adecuada para el miembro de una familia así. Pero también lo
era la de las armas. A las armas, aunque sin abandono de
la afición al estudio heredada de su padre, se dedicó
Charles André Marie Joseph de Gaulle. En 1911, salió de la
Academia Militar de Saint-Cyr con el grado de alférez. Era
ya una especie de gigante, con casi dos metros de estatura.
Habla algo de desgarbado y torpe en su impasible figura.
Pero también algo de imponente. El mando parecía en él algo
natural. Pronto tuvo ocasión de ejercerlo. Al estallar la
primera guerra mundial en agosto de 1914, el teniente de
Gaulle partió inmediatamente para el frente. ¿Fue de
aquellos "oficialitos de Saint-Cyr" que se ponían
ostentosamente sus guantes blancos para señalar, en
temerario reto, su presencia al enemigo? En realidad, no lo
necesitaba. Su talla era ya suficiente blanco. Y no era de
los que rehuían el bulto. Cayó herido en Dinan el 15 de
agosto, en uno de los primeros combates. Citado en la orden
del día de su división, volvió a la lucha apenas
restablecido y, herido por segunda vez en marzo de 1915,
ascendió a capitán. Como tal participó en la batalla de
Verdún. Su compañía fue casi totalmente aniquilada en la
defensa del fuerte de Douaumont y él mismo fue retirado mal
herido del campo de batalla por una patrulla enemiga.
Prisionero en Alemania, intentó fugarse cinco veces. Conoció
los campos de castigo de Ingolstadt y Magdeburgo. En este
último lo sorprendió el armisticio. Entretanto, por ironía
del destino, el defensor de Verdún, el entonces general
Pétain, le había conferido la cruz de la Legión de Honor. El
joven oficial había defendido como bueno el "honor y la
dignidad de Francia", esos valores espirituales de los que
tanto había oído hablar en el nido de hidalgos que habla
constituido su hogar. Una vez liberado, de Gaulle pasó
con los suyos muy poco tiempo. En mayo de 1919, estaba ya en
Polonia, con la división del general Haller Participo con
distinción en la rápida campaña que confirmó la
independencia polaca trente a las irrupciones del recién
surgido Ejército Rojo. El general Weygand, otra ironía del
destino, citó a de Gaulle por cuarta vez y el mariscal
Pilsudski ofreció al joven oficial francés de impresionante
estatura y no menos impresionantes talentos militares una
cátedra de táctica. Pero de Gaulle no sabia permanecer mucho
tiempo fuera de su patria. Volvió a Francia, donde al poco
tiempo, en abril de 1921, se casó con Yvonne Venaroux,
perteneciente. como la madre del novio, a una honorable
familia burguesa. Los de Gaulle, aunque sin abandonar nunca
su "partícula", basaban ante todo su nobleza en su conducta.
Y pocos oficiales franceses podían mostrar una hoja de
servicios tan brillante corno la del recién casado.
Llegaron los años del militar estudioso. El capitán Charles
de Gaulle ingresó en la Escuela Superior de Guerra.
Participó en unas maniobras tácticas en Lorena y triunfó al
mando del "bando azul", mediante la aplicación de una audaz
teoría contraria a la doctrina oficial. Publicó su primer
libro. La discordia en el campo enemigo, que llamó la
atención en los círculos militares. Pronto siguieron otros:
El filo de la espada, Hacia un ejército profesional, Francia
y su ejército. Era ya uno de los principales teóricos del
Ejercito Francés. Pero también un teórico revolucionario.
Los altos jefes militares —Pétain, Weygand, Gamelin, Corap—
torcían el gesto ante las tesis que exponía el "díscolo" de
Gaulle. El autor de las detonantes publicaciones sostenía
que "ninguna defensiva puede llevar a la victoria", que la
"guerra futura sería mecanizada y de movimientos
rapidísimos" y que "hacía falta una poderosa aviación que
protegiera el avance de los tanques y de la artillería
motorizada". ¿Cómo podía compaginarse esto con la doctrina
oficialmente sancionada de que Francia debía mantenerse a la
defensiva detrás de la línea Maginot y, como escasa de
hombres, no podía derrochar efectivos en ataques en gran
escala? Se criticó mucho a de Gaulle en Francia. Era un
"visionario". Pero fue leído muy atentamente en Alemania,
donde se concentró el esfuerzo principal en las
Panzerdivisionen y la Luftwaffe. Consumada la derrota, de
Gaulle iba a referirse desdeñosamente a sus detractores como
a "los viejos de Vichy". Estalló la segunda guerra
mundial. Sorprendió a Charles de Gaulle, que tenía ya el
grado de coronel, al mando del 507º regimiento de tanques
ligeros, unidad acantonada en la plaza de Metz, de la que
era comandante —una ironía del destino más— el general
Giraud. Pasaron los meses de la dróle de guerre, la "guerra
rara", en el que todo se reducía a escaramuzas. Los
franceses se sentían cada vez más seguros detrás de la línea
Maginot. ¡Vana ilusión! En mayo de 1940, se produjo la
fulminante invasión de Bélgica y Holanda. Los alemanes
habían iniciado, después de sus ensayos en Polonia y
Noruega, la guerra "mecanizada y de movimientos rapidísimos"
que habla previsto de Gaulle. Quedó flanqueada la
"invulnerable" línea Maginot. Se abrió la "brecha de Serán",
nombre fatídico para los franceses desde la guerra
franco-prusiana, Belgas, holandeses, franceses y británicos
retrocedían ante aquel alud. Era la Blitckrieg, la "guerra
relámpago". Se dio al coronel de Gaulle el mando de la 4ª
división de tanques. A esta unidad se debieron los únicos
éxitos tácticos de los aliados en medio del desastre
general. Contuvo a los alemanes durante tres días en Laon,
los desbarató luego entre Amiens y Péronne y les obligó
finalmente a ceder terreno en la cabeza de puente de
Abbeville. Charles de Gaulle fue ascendido a brigadier.
Pocos días después, fue llamado a París por el nuevo jefe
del gobierno. Paul Reynaud, quien le pidió que asumiera las
funciones de subsecretario de Defensa. La situación no
parecía tener ya remedio, pero de Gaulle no consideraba en
modo alguno perdida la guerra. Fue durante estos días
trágicos cuando se conocieron de Gaulle y Winston Churchill.
Los dos coincidían en que la lucha debía continuar. En todo
lugar, en cualquier circunstancia. El flamante brigadier y
subsecretario propuso que el gobierno francés se replegara a
Bretaña. Cabía muy bien, dijo, organizar la defensa de la
península con el apoyo británico. Pero el derrotismo estaba
en auge. Pétain y varios ministros más insistían en la
capitulación. El "alto, flemático, impasible e impenetrable
de Gaulle", según lo llamó Churchill en sus Memorias,
parecía un peñón inquebrantable en aquel mar de angustias y
defecciones. Finalmente, el 16 de junio, en Burdeos, Raynaud
renunció y entregó el poder a los partidarios del
armisticio. Antes de transcurridas 24 horas, mientras
Philippe Pétain hablaba con trémula voz a una postrada
nación, de Gaulle llegaba en un avión a Londres. El
"alto" de Gaulle alcanzó entonces la estatura de un gigante
de la historia. Ante los micrófonos de la BBC, pronunció su
famoso "Llamamiento del 18 de junio" al pueblo de Francia.
Era una rotunda réplica al abyecto sometimiento del que
había sido el defensor de Verdún. Era un grito de esperanza.
Fue también una maravillosa profecía. "¿Está dicha la última
palabra? ¿Ha desaparecido toda esperanza? ¿Es acaso
definitiva la derrota? ¡No! Creedme, pues os hablo con
conocimiento de causa. Nada está perdido para Francia. Los
mismos medios que nos han vencido nos traerán un día la
victoria.. Esta guerra es una guerra mundial y no será
decidida por la batalla de Francia. Fulminados hoy por la
fuerza mecánica, podremos vencer en lo futuro con una fuerza
mecánica superior. . . La llama de la resistencia no debe
apagarse y no se apagará". Inmediatamente, de Gaulle se
entregó a la tarea de congregar a su alrededor a los
"franceses libres"' No facilitó en modo alguno las cosas la
"odiosa tragedia" de Mers-el-Kebir y Orán, cuando, por orden
de Churchill, temeroso de que la flota francesa pasara al
servicio del Reich, una escuadra británica sometió a un
huracán de fuego a las naves de guerra francesas que se
habían refugiado en esos puertos argelinos. Los delegados
gaullistas fueron recibido a tiros en Dakar por los marinos
del acorazado "Richelieu". Pero otras colonias francesas se
adhirieron a la causa de la "Francia libre". Fue en
Brazzaville, en el entonces Congo francés, donde de Gaulle
creó la Orden de la Liberación, una condecoración que
llegarla a representar más que la Legión de Honor.
Comenzaron los tiempos del aliado difícil". Charles de
Gaulle tomó muy en serio su papel de representante de la
Francia que no se doblegaba. de celoso vigilante del "honor
y la dignidad de la Francia eterna". No admitió que los
"franceses libres" quedaran incorporados a las fuerzas
armadas británicas. Serían siempre las fuerzas armadas de su
propia patria. Vio con muy malos ojos los tratos y
contemplaciones que el presidente Roosevelt tenia con el
gobierno "colaboracionista" de Vichy. Reconoció el derecho
de Gran Bretaña y Estados Unidos a velar por sus respectivos
intereses nacionales, pero reclamó para Francia el mismo
derecho. A la observación de que Francia era un país
vencido, replicaba que ya dejarla de serlo. Francia no se
sometería ni al enemigo ni al aliado. El indómito e
impasible general jugó la partida en varios tableros. Frente
al Reich. Frente a los que terminó por identificar con el
término genérico de "anglosajones". Y actuó siempre como un
consumado estratega.
Fue una partida muy dura y muy
larga. Mientras se combatía en muy diversos frentes al
enemigo común y las tuerzas de los "franceses libres"
adquirían, fuera y dentro de Francia, cada vez más peso,
menudearon los choques de Roosevelt y Churchill con el
"aliado difícil". En este forcejeo entre aliados, las
jornadas decisivas fueron las del Norte de África. Los
"anglosajones" trataron de atraerse a gente que había estado
en contacto con Vichy. Aparecieron en el escenario
norafricano el almirante Darían y el general Giraud. Pero el
"colaboracionista" Darían fue asesinado y Giraud tuvo que
ceder el campo. La popularidad de Charles de Gaulle entre
los franceses era ya arrolladora. Y fue en aumento hasta la
apoteosis de la liberación de París el 25 de agosto de 1944.
El Comité Francés de Liberación Nacional, presidido por de
Gaulle, se convirtió en el gobierno provisional de Francia.
Había quedado restaurado el Estado francés. Fue un Estado
que estuvo ausente en las conferencias de Yalta y Potsdam,
pero que no tardó en ser reconocido como gran potencia, con
derechos de ocupación en Alemania. Berlín y Austria y la
categoría de "grande" y el derecho de veto en las Naciones
Unidas. Después de la liberación, procedía la
reconstrucción. No fue fácil la tarea de Charles de Gaulle
en la política interior. Elegido por unanimidad presidente
del gobierno provisional, se enfrentó muy pronto con los
comunistas, quienes reclamaban carteras vitales en una
coalición. Las izquierdas comenzaron a tachar a de Gaulle de
"reaccionario". Las tradicionales maniobras de los partidos
políticos hacían muy dificultosa la gobernación del país. El
general de Gaulle terminó por abandonar la jefatura del
gobierno y pasar a la oposición. Creó su propio partido, la
Unión del Pueblo Francés. La Asamblea Nacional había
sancionado la Constitución de la Cuarta República, una
Constitución que, a juicio del general, se prestaba
demasiado a las mezquinas combinaciones de los partidos
políticos. Charles de Gaulle hizo un intento más. Puso en la
balanza todo su enorme prestigio personal y trató de
alcanzar para su partido la mayoría en unas elecciones
parlamentarias Fracasó en el empeño y algunos de sus
colaboradores decidieron participar en coaliciones de los
viejos partidos. El general optó por abandonar la vida
política. Se retiró a su recoleta casa de Colombey-les-Deux-Eglises,
donde se dedicó a escribir sus Memorias de guerra. Pero, en
medio de los vaivenes políticos, había dejado encarrilado a
su patria. El "milagro francés" estaba en pleno desarrollo.
¿Se volvería a los antiguos errores y complacencias? A pesar
del progreso económico y del creciente poderío, Francia
ofrecía políticamente un cuadro inquietante. Los gobiernos
se sucedían unos a otros. Cada vez era menor la estabilidad
política. ¿Habría que erigirse de nuevo en campeón del
"honor y la dignidad de Francia"? Bien, Charles de Gaulle
jamás había eludido sus deberes de patriota. Si algún día lo
necesitaban. . . Llegó ese día. En mayo de 1958, se
produjo una rebelión militar en Argelia, donde gran parte
del Ejército Francés estaba dedicado desde hacía tiempo a
reprimir a los argelinos levantados en armas. Era un
movimiento de extrema derecha, con muchas ramificaciones en
la Metrópoli, muy peligroso. La inmensa mayoría de los
franceses pensaron, como en otras horas de peligro, en
Charles de Gaulle presidente Coty llamó al general. Comenzó
así para éste un nuevo período de actividad política. Un
período realmente revolucionario. Una nueva Constitución.
Una nueva asociación, basada en la libre opción, de la
Metrópoli con los pueblos que habían formado parte del
antiguo Imperio Francés. La "descolonización" se efectúa a
paso de carga. Los acuerdos de Evian que consagran, al cabo
de una larga y cruenta guerra, la independencia de Argelia.
Charles de Gaulle resuelve mil arduos problemas políticos
recurriendo al referéndum. Sabe que puede contar con su
pueblo. Ya no es el último primer ministro de la Cuarta
República, sino el primer presidente de la Quinta. Posee
amplias facultades. Con ellas, hace frente sin vacilar a los
que no aceptan la independencia argelina. Atentan contra su
vida. Pero nada es capaz de torcer el rumbo que ha señalado.
El rumbo que reclaman "el honor y la antigüedad de Francia".
Y un muy claro sentido de las realidades. Charles de Gaulle
aplica a la política las normas del estratega .
Entretanto, en política exterior, Charles de Gaulle sigue
siendo el "aliado difícil". Si chocó con Roosevelt y Truman,
ahora también con Eisenhower, Kennedy y Johnson. Como choca
con un continente europeo unido en el que Francia tenga
función rectora. No acepta la hegemonía "anglosajona" como
no acepta la hegemonía eslava y menos aún las imposiciones
del comunismo. Establece con Adenauer las bases de una nueva
amistad francoalemana. Fomenta el Mercado Común Europeo, del
que excluye a los británicos mientras insistan en tener
privilegios. No permite que las fuerzas de Francia, miembro
de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, sean
manejadas por terceros. Insiste en que Francia, como gran
potencia, debe ser potencia nuclear, con su propia forcé de
frappe, aunque ello suponga enormes gastos y cree dentro del
país graves tensiones políticas y sociales. Reconoce al
régimen de Pekín, sin el que, dice, no puede quedar
garantizada la paz mundial. Critica el funcionamiento de las
Naciones Unidas y pide que se vuelva al patrón oro, que el
dólar y la libra dejen de ser los patrones monetarios
internacionales. Aunque hostil a cuanto signifique comunismo
—es un "reaccionario", repiten una y otra vez las izquierdas
francesas—, establece contactos con los países del bloque
del Este. Cada una de sus espaciadas conferencias de prensa,
atrae a cientos de corresponsales. Se sabe de antemano que
incluirá pronunciamientos olímpicos y estremecedores. Así se
desarrolló el segundo periodo de actividad política de
Charles de Gaulle. La edad y los cuidados iban abriendo
surcos en su rostro. Pero siempre se mantuvo erguido. Como
entendía que debía mantenerse Francia. Es un gran viajero.
Sabe lo mucho que suponía la presencia física de su
imponente figura. Multiplicó sus giras proselitistas por el
interior de Francia. Ni sus adversarios comunistas podían
sustraerse al atractivo de aquella gigantesca encarnación
del patriotismo. Estuvo en mil lugares del mundo. En 1964,
visitó a diversos países latinoamericanos, incluido el
nuestro. Fue un modo de recodarnos que Francia era latina
como nosotros y de que los latinos tenemos asignado un
importante papel en el mundo, tan grande por lo menos como
el de los "anglosajones", los germanos, los eslavos, los
chinos o cualquier otro sector racial. Parecido significado
hay que dar a su acercamiento a una España todavía sometida
internacionalmente a una semicuarentena. Difícilmente se nos
olvidará aquel gigante ya venerable que saludaba con afable
dignidad y prodigiosa imperturbabilidad. El incontenible
de Gaulle —rigurosamente incontenible— produjo dos hechos de
alta tensión política durante este año. En el conflicto
árabe-israelí se definió por la línea neutralista y
consideró que la cuestión del Medio Oriente estaba
directamente ligada al problema surasiátíco. La presión
norteamericana en Vietnam, a su juicio, aumentaba todas las
tensiones y las perspectivas de guerra, incluso de una
guerra mundial que ya estaba a la vista. El estado
israelí discrepó totalmente con de Gaulle (al mismo tiempo
la mayoría de opinión pública francesa tomaba parte por
Israel, con excepción del Partido Comunista que, en esta
definición, sufría desgarramientos internos) y se produjo
una situación tirante, que puede explicarse observando la
totalidad de la conducción degaullista. Conviene recordar
que de Gaulle habla ideado una política de "puente" en Medio
Oriente. Mientras procuraba conservar parte de la antigua
influencia francesa en África —una África nueva,
descolonizada, con los argelinos jugando un papel decisivo—
mantuvo óptimas relaciones con Israel. Su definición
neutralista en el conflicto —que lo enfrentaba con Estados
Unidos e Inglaterra— significaba un distanciamiento con los
israelíes. Sin duda, con vistas a su política de puente, a
su política francesa de establecer el peso de París en todo
el Medio Oriente y África, el general intentó su gran
jugada: mantenerse impávido frente a un conflicto que, en su
opinión, respondía a hechos, y a consecuencias de hechos
engendrados por los anglonorteamericanos. (Curiosamente, de
Gaulle, además de la comprensible irritación israelí,
soportó la presión de industriales franceses, proveedores
de material bélico a Israel —los ahora famosos aviones
Mirages y tanques—; Israel es el cuarto comprador mundial de
armamento francés. Actualmente, tanto el gobierno israelí
como de Gaulle, parecen decididos a disimular sus
discrepancias políticas y Francia sigue vendiendo material
bélico a Israel). Quizá en el campo de este conflicto es
donde el general haya sufrido una derrota diplomática un
tanto insólita: cinco de los nuevos estados africanos que
aun se consideran muy vinculados a Francia, votaron contra
la posición francesa (que encabezaba Yugoslavia) en las
Naciones Unidas. Mientras los franceses optaban versus-Israel
sus ex-colonias más adictas (y consideradas actualmente
francófilas) votaban pro-Israel, es decir, en la línea
"anglosajona". La segunda explosión de 1967 también tuvo
su carga anti-anglosajona y se produjo en Canadá, en el
Quebec católico, francés, agrícola, tradicional (hasta los
salarios son más bajos). Obviamente, el llamado del general
al francesismo de la gente de Quebec obtuvo ovaciones de la
comunidad francesa y airada reprobación anglosajona. Las más
severas publicaciones británicas perdieron su equilibrio. La
imagen "de Gaulle enloquecido" frecuentó la medida prensa
británica. En Francia, la opinión política fue adversa al
general. La opinión común, la del hombre de la calle, aprobó
al inquebrantable líder. Una vez mas. el Francés Libre
reclamaba a sus franceses, estuvieran donde estuviesen. Era
el mismo hombre; la vieja (eterna) pasión era la misma. A
raíz de una de sus conferencias de prensa, un periodista
norteamericano se interesó por su estado de salud. El
gigante creyó advertir una segunda intención en la pregunta
y contestó: "Me estoy defendiendo. Pero no se preocupe. Ya
me llegará la hora de la muerte". Es decir, la de la
desaparición del "hombre intratable". Por otro lado, se
afirma que de Gaulle, sabedor de que no tiene sucesor capaz
de continuar la inmensa tarea por él emprendida, dijo en una
ocasión, parafraseando a Luis XV: "Aprés moi, la pagaille".
O sea "Después de mí, el barullo, el desorden". No es
probable que un hombre de tanto patriotismo tenga tan poca
fe en sus compatriotas. Tal vez no sea mas que una anécdota
tendiente a subrayar el endiosamiento que a de Gaulle
atribuyen sus críticos En todo caso, las historias futuras
de Francia seguirán hablando mucho de Vercingetorix, de
Carlomagno, de Luis XIV y de Napoleón. Pero también hablarán
mucho de Charles de Gaulle, el indomable patriota, el gran
militar, el poderoso estadista. Revista Extra octubre
1967
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-El general está contento; sus enemigos dicen que "el
descontento es general" -Su dolor de cabeza no es Quebec,
son "los expertos en humillación"
-Ben Gurión sabe que de Gaulle no es racista como lo quieren
inventar
De Gaulle cuando le dio Liberación a Francia. ahora le da
Grandeza. Y dicen que está "gagá"
-De Gaulle no cierra los ojos a nada -Los abre así y
habla por TV sin miedo: "Yo y la Francia"
-Y va a la urna, y vota, y hace votar ¡Si Onganía hubiera
creído en los plebiscitos...! -El emperador sobresale
sobre Adenauer y Erhard... Siempre sobresale |
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