Revista Siete Días
Ilustrados
16.08.1971 |
Impetuoso, excéntrico, siempre insatisfecho, el talentoso
actor y director italiano proclama su última decisión:
retirarse del mundo del espectáculo y dedicarse a la poesía.
"Llegó la hora de sacar el endecasílabo de la mesita de
luz".
Sus respuestas conforman un insolente retrato de si mismo
Que un actor decida un buen día acometer la dirección
cinematográfica no es demasiado novedoso. Pero si al mismo
tiempo es capaz de dirigir una ópera de Mozart o una docena
de comedias o asistir a un curso de Cristología en el
pueblito italiano de Assis o concurrir a los bailes de gala
con ropas de tenis, es probable que reclame la atención
periodística, casi siempre seducida por lo insólito, lo
extraño, lo absurdo o lo meramente novedoso. Sin embargo, el
actor-director itálico Enrico María Salerno (44, cinco
hijos) no es ninguna de estas cosas o lo es de una
específica, singular manera; semejante ecumenismo emocional
le valió una fama de chiflado que él mismo niega con
vehemencia: "No soy el loco que pretenden hacer creer sino
un hombre libre que intenta vivir libremente", disimuló
durante la entrevista con Lina Coletti, del semanario
L'Europeo.
Claro que durante el vehemente reportaje muchas de las
insolencias verbales de E.M.S. y algunas de las
circunstancias de su extraña, azarosa biografía
contribuyeron a borrar más aún las siempre oscuras fronteras
de la normalidad: impetuoso y susceptible, excéntrico e
inquieto, insatisfecho y extravagante, mezcla de
Intolerancia y timidez, con un hálito de romántica locura
ochocentista, son algunos de los artilugios verbales que la
periodista italiana empleó para justificar la jubilosa
ferocidad de sus respuestas: "He terminado con el oficio de
actor: encuéntreme un puesto de guardián nocturno", habría
vociferado poco antes de anunciar su inminente acceso a un
convento. Claro que poco después su retiro del mundo cobró
formas menos metafísicas: hizo una cura de sueño en una
clínica psiquiátrica, según él "para desintoxicarme los
nervios".
Hijo de un barón veneciano y una violinista eslava, integra
una dinastía de artistas: tiene un hermano escritor, otro
pintor, otro músico ("De mi madre heredamos el amor por el
arte. De mi padre —y muy a pesar mío— hemos heredado el
orgullo", dijo en una declaración que hubiera hecho las
delicias de Sigmund Freud)). El padre —que le retiró la
palabra cuando Enrico le anunció que quería ser actor—
mereció otra tirada de corte edípico: "Era un burgués,
santurrón hasta la superstición. Oh, ciertamente nos amaba.
El viejo barón de cuello duro nos amaba; sin embargo, era
demasiado rígido. De él no he aprendido gran cosa".
La vida, claro, le suministró otros aprendizajes: a los 16
años, cuando caía el fascismo, decidió abrazar la causa
perdida, un rasgo romántico que hoy lo llena de vergüenza;
poco después, recitaba monólogos en el café Venecia del
Corso Buenos Aires, en Milán; como la gente quería bailar,
lo gratificaba con silbidos y abucheos; tampoco le gusta
recordar que hizo un papel de gigoló en Madama di Tebe, una
opereta de tres liras, mucho antes de que el cine y el
teatro comenzaran a mimarlo y su nombre se entronizara en
los cartelloni y se hiciera imprescindible en los repartos
de Cinecittá. Sin embargo, de la treintena de films donde
intervino, en sólo dos realizó papeles protagónicos: Odisea
desnuda y La estación de nuestro amor. Es otra contradicción
del hijo del noble caballero, que suele mitigar sus devaneos
aristocráticos con sinceras inquietudes sindicales, que lo
convierten en ferviente adalid de la causa de jubilados y
pensionados.
Las primeras insolencias que obstruyeron el diálogo anudado
por SIETE DIAS no alcanzaron a disimular a un ser humano
excepcional, imprevisible, caótico, con los destellos
divinos de la locura y del genio.
—Enrico María Salerno: un actor importante...
—Muy amable.
—Un monstruo, dicen ...
—Muy amable.
—Un ecléctico pavoroso...
—Muy amable.
—Ahora, por ejemplo, hace teatro con Paolo Stoppa y la
crítica lo exalta, el público llena la sala y Juegos de
muchachos se ha convertido en un suceso de Salerno actor y
Salerno director.
—¿Lo anuncia como primicia? Se equivoca. Salerno ha dirigido
ya una docena de comedias, una ópera de Mozart, una película
...
—Salerno actor, Salerno director, Salerno cómico, Salerno
presentando a los cantantes en el Festival de San Fiemo...
¿Por qué alguien como Salerno hace El rey Lear, después
Viola, violín y viola de amor y además canta y baila?
—¿Y por qué alguien como usted no va a preguntárselo a Rex
Harrison, a Laurence Olivier, a Topaz?
—¿Pero es que Salerno abarca todas las ramas del
espectáculo?
—No, nunca ha cantado en la ópera. Acaso llegue a eso. El
día en que se doble a los tenores y ...
—¿Esa multiplicidad obedece sólo a una necesidad de
enriquecimiento, de realización?
—Obedece a que Salerno es un animal teatral extraordinario.
—Pero la humildad ...
—La humildad es mi fuerza. Tengo conciencia de mis dotes, de
mi moralidad, de mi constancia y todavía no lo he hecho
pesar sobre nadie: eso es ser humilde. Humilde como San
Francisco. No me alabo nunca. Reniego del pasado. No oso
jamás mirar hacia atrás. Como la mujer de Lot, temo
convertirme en una estatua de sal.
—¿Cree usted en la vocación?
—Por supuesto. Esta profesión se realiza por vocación. La
escuela, la academia, los centros pueden perfeccionar la
técnica, pero si adentro no se tiene nada, son nulos. Cada
tanto se lo digo a los jóvenes. ¿Cómo se hace?, me
preguntan. Se hace, se prueba, se sufre, se va de gira, se
pide, no se come, se vuelve a pedir, se comienza por las
pequeñas cosas. Si se conforman con eso ...
—¿Qué es lo que determinó su vocación?
—¿Qué es lo que impulsa a un abogado? Las ganas de
discursear delante de todos. El comerciante, también a su
modo, es un actor. Claro que además de la prosopopeya están
las ganas de evadirse. En mi caso, evadirme de ciertas
normas de familia, de la escuela, de los amigos, de la casa,
de la cristalización de una vida normal.
—Lo que significa que usted se sentía diferente ...
—¿Diferente? No sé. Embustero, con seguridad. También
fantasioso, intolerante, desencadenado, indisciplinado. Pero
fundamentalmente bueno. Y optimista, embrollón. En la
escuela imitaba a los profesores.
—Usted tiene fama de irritable.
—Sí, aunque después me arrepiento.
—Por eso se irritará sin duda cuando le pregunte acerca de
sus dos matrimonios —cuatro hijos y una mujer por una parte,
y una hija y otra mujer por la otra— que mantienen una
curiosa familiaridad: los niños se frecuentan, las mujeres
no se odian ...
—Ajá.
—Después las aventuras. Y sus frases tipo. Le leo: "¿Amor?
Significa hacer el amor, y punto". "La fidelidad es
aburridora". "Ser infiel, para mí, quiere decir no tener
necesidad de mi mujer y como yo tengo necesidad de ella,
entonces no le soy infiel".
—Jamás he dicho semejantes tonterías.
—Pero las entrevistas ...
—Inventadas. No seré yo quien se preste a hacer de señuelo
para distraer al público de cosas mucho más graves. Mire:
Salerno es un hombre que fastidia a muchos. Porque es un
hombre importante y entonces lo persiguen con críticas,
escarnios. De los cuales, sin embargo, no se ocupa. Y ni
siquiera se conoce. Salerno no lee.
—¿No le interesa lo que escriben acerca de usted?
—No, no me interesa.
—¿Ni tampoco lo que piensan otros?
—Tampoco.
—También su público forma parce de los otros.
—El público me juzga por mi actuación.
—¿Usted cambió como actor?
—-Sí. Hace diez años era un potro desenfrenado. Hoy soy un
potente caballo de tiro que sabe por dónde andar. ¿Signo de
madurez? Quizás. ¿Superación de ciertas crisis religiosas?
Quizás. Hoy no me hago problemas. Soy un agnóstico. No creo,
teniendo una mente racional, poder escrutar algo irracional.
No me dejo condicionar por la opinión ajena. Intento vivir
como me agrada. Soy un hombre extremadamente libre que me he
reservado la riqueza de la elección. Profesional y privada.
Que de ahora en más intento hablar en primera persona.
—¿Dirigirá alguna otra película?
—Sería justo, luego del éxito de Anónimo veneciano (en la
Argentina, La pasión de un gran amor).
—Le aseguro que el éxito no es lo que cuenta. Cuenta la
inspiración y la estoy esperando. Tengo muchos
ofrecimientos, por supuesto. Todos los que primero me dieron
con la puerta en las narices —y es inútil que haga nombres
porque fueron verdaderamente todos— están ahora allí
rogándome, adulándome, lisonjeándome. Anónimo veneciano la
tuve durante seis años dentro de mi cabeza. Tardé cinco años
para convencer a alguien que me diera un crédito. Claro que
el argumento no era comercial: no se trataba de una madre
que se acostaba con los hijos, sino una mera búsqueda del
tiempo perdido, de las ocasiones que faltaron, de las cosas
no dichas. Nos decían: demasiado triste. Ni siquiera hay un
tiroteo. Excusas bastante atendibles para quienes son
mercaderes del cine. Yo no las aceptaba. Me metía el
manuscrito en el bolsillo e iba a golpear la puerta de al
lado. Hasta que la última me fue propicia.
—De todas maneras, es un motivo de orgullo: tener éxito con
una película de sentimientos en medio de tanto western,
tanto sexo, tanto intelectualismo.
—Creo que con ese film no he descubierto nada. Pero no hay
que olvidar que el cine moderno no es el cine de los casos
límites, que hoy pasan, especulando como artísticos, ciertos
frenesíes heterosexuales y vendiendo por encuestas
sociológicas lo que es pura y simple pornografía. Las
historias de un pederasta o de una lesbiana son historias
muy importantes y por eso deben tomarse con mucho respeto y
dignidad. Pero no son los casos límites. Los casos límites
son los populares, los cotidianos, los que suceden a todos,
y yo digo que la obligación de la poesía es saberlos
expresar, y la del cine traducirlos en imágenes claras.
—Nada de intelectualismos, por lo tanto ...
—Nada de intelectualismos. El intelectualismo es la gran
tara del espectáculo. ¡Basta de bluff! Se pregunta: ¿Y el
mensaje? Está puesto para todos. No estoy en contra del
mensaje, a condición de que no altere el espectáculo ni su
estructura, de que no lo instrumentalice, de que no lo
vuelva político. Para la política existen otros altares,
otros púlpitos, otros podios.
—Entre sus películas, recordamos su papel de miliciano en La
bella esposa, el de jerarca fascista en Verano violento, el
de marido Impotente en Larga noche del 43, de monarca
histérico en Safo. ¿Por qué razón solamente hizo dos papeles
protagónicos (Odisea desnuda y La estación de nuestro amor)
?
—Porque, entre nosotros, salvo los episodios aislados de
Siete hombres de oro y el filón de los westerns, funcionan
sobre todo las películas cómicas, con intérpretes
extraordinarios como Tognazzi, Sordi y Manfredi. Y Salerno
puede, por excepción, hacer de Zenón en La armada
Brancaleone sin dañar su imagen. Dos veces sería peligroso.
—Ahora Salerno hace teatro. Lleva seis meses con Juegos de
muchachos. ¿No lo aburre?
—Aburrimiento, nunca. Más bien
fatiga. La del actor que noche a noche entra en el
personaje, es un fardo. Cosa de esquizofrénicos. ¿Cómo se
puede hablar de aburrimiento en esa continua búsqueda de
relaciones emocionales con el público, una constante lucha
contra su deserción del teatro, que en Italia está
estructurado de una manera vergonzosa?
—¿En qué sentido?
—Hay salas subvencionadas por el Estado en las que se
practica el más desembozado nepotismo. Por otro lado, la
subrepticia influencia del Vaticano. No es que uno se
encuentre con dos gangsters que amenazadoramente, de noche,
le dicen: "Esto no se va a hacer"; sin embargo, igualmente
no se hace. Porque va a faltar algún permiso oficial. O
porque se asoman los miedos. Cuando pusimos en escena Sacco
y Vanzetti el Estado no aflojó un centavo. Una forma de
presión como cualquier otra. O de represión, si se prefiere.
Luego está el problema de la crítica, tan enferma de
provincialismo que no se arriesga a juzgar con libertad a
las obras menores. ¿A causa de la ola de intelectualismo que
infesta el teatro? Puede ser...
—¿Espera mucho del teatro?
—No. Por fortuna ya casi he concluido con el teatro. Me
queda por hacer un par de personajes y después basta.
—Qué quiere decir basta?
—¡Oh! Basta de teatro. Creo que entonces podré dedicarme a
ciertas inquietudes de la juventud; la literatura, entre
otras. Habrá llegado la hora de los versos, la hora de sacar
el endecasílabo del cajón de la mesita de luz.
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Enrico María Salerno |
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"No soy loco, sino un hombre libre que quiere vivir
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