Revista Primera Plana
27.11.1962 |
Los diecinueve millones de franceses que el
domingo anterior acudieron a las urnas, brindaron a su parlamento
unas vacaciones por cinco años. Han expresado con toda claridad su
deseo de que la clase política no perturbe, en ese lapso, la acción
gubernativa del presidente De Gaulle.
El parlamento es una institución profundamente arraigada en los
hábitos franceses. No porque goce de un prestigio tan encumbrado
como en Inglaterra: sus frecuentes escándalos suscitaron, incluso,
una tradición de antiparlamentarismo que se manifestó recientemente
en el éxito fulmíneo y el derrumbe casi inmediato del demagogo
conservador Pierre Poujade. Sin embargo, desde Napoleón III, el
pueblo recela en tal forma del poder personal que se servía del
parlamento para regular el ejercicio de la autoridad. Esa conducta
acaba de ser alterada significativamente.
Alianza anti-natural
Es la tercera vez que De Gaulle convoca al electorado este año.
El plebiscito del 8 de abril le permitió reconocer la independencia
de Argelia; otro plebiscito, el 28 de octubre, estableció el régimen
presidencialista. En el primer caso, De Gaulle se enajenó la
voluntad de los jefes conservadores; en el segundo, la de los
dirigentes populares. Unos y otros terminaron por aliarse contra él.
El 6 de octubre, en una votación a propósito del presupuesto
militar, los partidos sobrevivientes de la IV República derribaron
al primer ministro Georges Pompidou. Esa mayoría se formó con votos
conservadores (independientes), católicos (M.R.P.), radicales,
socialistas y comunistas Los parlamentarios degaullistas se
mantuvieron leales, pero quedaron aislados.
Sin inmutarse, el presidente De Gaulle disolvió la Asamblea y llamó
a elecciones generales el 18 de noviembre. Quería demostrar que los
dirigentes de aquellos cinco partidos, al concertar esa alianza
antinatural, no arrastraban consigo a sus respectivos electores.
Lo ha demostrado límpidamente sin vacilar en comprometer su
prestigio personal. Los propios candidatos U.N.R., que se acogían a
la sombra protectora de ese prestigio, estaban seguros de que ellos
y su partido no triunfarían tan fácilmente como De Gaulle en los dos
plebiscitos del año. Estaban resignados a perder hasta veinte o
treinta bancas, y se temía que el jefe del Estado pudiera verse en
conflicto con un parlamento adverso.
La primera vuelta
Los resultados fueron asombrosos En la primera elección de la V
República, el partido degaullista alcanzó tres millones y medio de
votos (17,5 por ciento); ahora, con casi seis millones (31,90 por
ciento), se convierta en el partido mas numeroso. Y si las
abstenciones llegaron esta vez a más de ocho millones (31,25 por
ciento), fue, sin duda, porque el triunfo de la U.N.R. pareció
demasiado seguro.
Los comunistas, por primera vez, ya no son el primer partido. Su
influencia se ejerce tradicionalmente sobre cinco millones de
electores (casi uno de cada tres). Sin embargo, en 1958 muchos de
sus simpatizantes votaron por De Gaulle, pues la cifra cayó por
debajo de cuatro millones. Esta vez, los adeptos de Maurice Thorez
lograron un leve repunte de 120.000 votos (21,78 por ciento contra
18,9 por ciento), que puede atribuirse, en parte, al crecimiento
vegetativo del cuerpo electoral.
En realidad, muchos obreros de mentalidad comunista votan por De
Gaulle. Tal vez encuentren que la persistente ojeriza de Thorez
contra el hombre que lo indultó en 1945 (el gobierno Daladier lo
había declarado desertor) y lo hizo su primer ministro, denota un
reflejo de "liberalismo burgués". Recuerdan, sin duda, que De Gaulle
firmó una alianza militar con la URSS; que consintió una sangrienta
depuración anticolaboracionista, a través de "tribunales del pueblo"
presididos a menudo por los comunistas: que mientras él fue jefe de
estado, una mayoría marxista pudo nacionalizar sectores vitales de
la economía e implantar los seguros sociales. Es un hecho,
igualmente, que ningún otro político francés hubiera podido, como
él, conceder la independencia a catorce naciones africanas, y pactar
en Argelia con los partidarios de una "democracia popular". Por otra
parte, en este segundo gobierno del general De Gaulle, la expansión
económica es vertiginosa, el nivel de vida se eleva continuamente, y
nadie se atrevería a sostener que el gobierno de París sea demasiado
complaciente ante la diplomacia de Washington.
Las otras tendencias de la política francesa sufrieron una derrota
aplastante. Los partidarios de "Argelia francesa" desaparecieron del
mapa electoral. Los conservadores perdieron casi la mitad de sus
votos, y una de sus grandes figuras, Paul Reynaud, fue eliminada del
parlamento por primera vez en treinta años. El retroceso de los
radicales y sus afines fue menos pronunciado que el de los
republicanos populares (democracia cristiana). Las corrientes
socialistas cedieron mucho terreno, y si Pierre Mendes-France fue
eliminado también, Guy Mollet depende, en su circunscripción, de los
votos que pueden aportarle los comunistas en la elección
complementaria.
Según la ley electoral francesa, cuando ningún candidato obtiene
mayoría absoluta, su banca se disputa otra vez al domingo siguiente
por mayoría simple. Sin duda, los anti-degaullistas desistirán en
beneficio de los más votados de esa tendencia. Pero es muy posible
que la U.N.R. obtenga los 241 votos que permitirían a un solo
partido, por primera vez en la historia política francesa, controlar
el parlamento.
En ese caso, el banquero Georges Pompidou —simplemente, un amigo
personal del jefe del estado— podrá continuar en el cargo de primer
ministro cinco años más.
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De Gaulle acaba de obtener la más espectacular de sus
victorias electorales. Nunca, en Francia la clase política
sufrió semejante derrota |
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Una coalición anti-natural derribó a Pompidou. Las urnas lo
reponen
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