Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Eva Giberti entrevista a Margaret Mead
Revista Gente y la Actualidad
17.12.1970

EVA GIBERTI ESTUVO EN CARACAS Y ENTREVISTO PARA NOSOTROS A MARGARET MEAD, LA ANTROPOLOGA MAS IMPORTANTE DEL MUNDO, QUIEN EXPLICA POR QUÉ EL FUTURO ES AHORA:.
TEMAS QUE ELLA CONTESTA
-El matrimonio
-Los hijos
-Los jóvenes rebeldes
-Los hippies
-Los guerrilleros
-La droga
-La violencia
-El futuro de América Latina

Es una de las figuras más trascendentales de este siglo, Margaret Mead estuvo por primera vez en América Latina la semana pasada cuando llegó a Caracas para un congreso mundial de Psicología Social. Allí la entrevistó, de manera exclusiva, la doctora Eva Giberti, psicóloga de nota y mujer que se preocupa por los problemas de la juventud y la niñez argentinas, de la relación entre los padres e hijos y de todo lo que sea el núcleo familiar. Allí, en Caracas, estas dos mujeres se reunieron para hablar de temas muy importantes. Este es el resultado.

Hacía media hora que la esperábamos. Me habían comentado quienes la fueron a recibir la noche anterior que había llegado cansada y que pidió retirarse a dormir. Pero ya eran las once de la mañana y nos extrañaba que se demorara tanto tiempo. El Gran Salón de conferencias del Caracas Hilton estaba repleto. Los participantes e invitados de la Conferencia Internacional de Educación de Padres ocupaban totalmente el lugar. A las once y minutos entró. Pequeñita, regordeta, con anteojos y flequillo, y vestida de manera insólita: cubierta por una capa negra que casi le llegaba hasta los pies, zapatos chatos, abrochados con botón y tirita, y apoyándose en un extraño báculo, mucho más alto que ella, una negra rama de árbol terminando en una horqueta, allá arriba, en la punta. Era, evidentemente, un ser distinto; y además lo mostraba.
Margaret Mead advirtió que nunca había estado en América Latina, que era ésta la primera vez que pisaba nuestras tierras, y que eso no se debía a falta de interés sino a que, sencillamente, "nunca me habían invitado..."
—En realidad —continuó— no me gusta ir de visita a un país. Me gusta ir a trabajar, y no a hacer turismo. Y ésta es la primera vez que alguien me invita a trabajar entre ustedes. Además, tengo que pedirles disculpas por mi demora excesiva. Sucede que no comprendí, desde un principio, que esto no era los Estados Unidos, y cometí el error de proceder como si estuviera en mi país. Resulta que anoche, antes de acostarme, puse mis zapatos en la puerta de mi habitación, calculando que habrían de llevárselos para limpiarlos. Pues esta mañana mis zapatos no estaban donde los dejé y nadie sabía nada de ellos. Yo, descalza no podía bajar y utilicé mucho tiempo hasta conseguir que alguien los localizara.
Creo que ninguno de nosotros se hubiese asombrado en caso de haberla visto descalza, y seguramente hubiéramos sospechado que se trataba de un aculturamiento adquirido en Nueva Guinea en lugar de una travesura hotelera.
—Les pido perdón por hablar solamente en inglés. Soy muy ignorante porque me pasé la mitad de mi vida aprendiendo idiomas indígenas y nunca adquirí una lengua para entenderme con otras personas.
Hace muchos años que no rindo examen, pero en ese momento volví a acordarme de cómo se siente uno en esa oportunidad.
Claro que, a poco de defender una tesis, solamente se piensa y se siente con respecto al tema con que se está trabajando. Y no me acordé más de ella, hasta que finalizada mi conferencia, y mientras recibía el entusiasta y sostenido aplauso general con que me acompañaron, la vi ponerse de pie y aplaudirme con una sonrisa de aprobación. Así nos conocimos con Margaret Mead.
Después me resultó muy fácil todo lo demás; desde mandarle un par de trabajos míos hasta atreverme a pedirle una entrevista para hacerle unas cuantas preguntas, especialmente con respecto a su último libro. Y todo resultó más sencillo gracias a Otto Klinenberg, quien con una sencillez y con un afecto que me dejaron estupefacta no solamente se ofreció para hacerme de "introductor de embajadores" con ella sino que permaneció con nosotras durante todo el tiempo que duró la conversación, traduciéndome aquellas respuestas que yo no entendía. Al mismo tiempo incluía sus comentarios personales acerca de lo que M.M. me contestaba.
La cita era a las 19 en el lobby del hotel. A esa hora debía encontrarme con los dos: M.M. y Klinenberg. Pero se me ocurrió bajar cuando faltaban quince minutos para esa hora. Afortunadamente. Porque no bien atravesé el lobby para sentarme en un sillón vi cómo Margaret Mead emergía de uno de los ascensores, faltando un cuarto para las siete de la tarde. Florencio Escardó, que bajaba detrás mío, se quedó mirándonos asombrado cuando mucho antes de la hora indicada nos vio iniciar el diálogo, y sobre todo al darse cuenta que yo estaba tomando nota de todo cuanto ella me respondía. Cuando, a las diecinueve, llegó Klinenberg, también se sorprendió, y entonces fueron dos hombres asombrados mirando a dos mujeres que no sólo no habían llegado tarde sino que además habían comenzado antes.

QUE LE PREGUNTÉ:
—Usted escribe en su libro Cultura y Compromiso: "Todavía conservamos las sedes del poder y controlamos los recursos y las aptitudes necesarias para mantener el orden y organizar los tipos de sociedades que conocemos.
"Manejamos los sistemas educacionales, los sistemas de aprendizaje, las escalas profesionales por las que deben trepar los jóvenes, peldaño por peldaño. Los adultos de los países adelantados dominan los recursos que los países jóvenes y menos desarrollados necesitan para su progreso. Sin embargo, hemos quemado las naves. Estamos condenados a vivir en un entorno desconocido y nos arreglamos con lo que sabemos. Levantamos, con materiales nuevos y mejor entendidos, edificios provisionales, ajustados a los viejos esquemas." Esto es lo que usted escribe; entonces, a partir de ese párrafo, ¿podría encontrarse alguna relación entre estas afirmaciones suyas y el lema "la imaginación al poder", que esgrimió el Movimiento de París de 1968, donde los estudiantes estaban aparentemente inspirados en Marcuse?...
La sonrisa con que escuchaba el comienzo de la pregunta desapareció de su cara; se le ensombreció la expresión y yo, que sabía bien a dónde iba con mi pregunta, temí haberme excedido. Me contestó:
—¡No!, no tengo nada que ver con Marcuse ni puede haber ninguna coincidencia entre él y yo. Estoy en completo desacuerdo con él. Es un nihilista. La imaginación irá al poder gracias a las preguntas imaginativas de los jóvenes. Es a basa de imaginación que los jóvenes proponen preguntas que los adultos no entienden, porque viven con los viejos esquemas. En ese sentido me refiero al poder que tienen los jóvenes.
Volví al tema del libro: —Los psicólogos sabemos que es necesario ayudar al niño a defenderse de sus propios impulsos auto-destructivos (lo que no significa creer en la "maldad" del ser humano). ¿Cómo se conciliaría esa necesidad con la otra necesidad, tal como usted lo escribe, de realizar, los nativos del nuevo mundo, una apertura al futuro sin sometimientos ni mutilaciones?. . .— Pregunté eso porque en este último libro no se advierte claramente cuál seria para ella el papel de la puesta de límites para los chicos y los adolescentes. Me contestó:
—La destrucción aparece como capacidad del ser humano cuando este ser humano está desesperado. No es un impulso propio y personal. Por lo tanto no es cuestión de limites sino de ayudarlo a que sea constructivo y bueno y no destructor y malo. Eso depende de nosotros, de lo que nosotros hagamos por esos niños.
Creo que aquí no conseguimos ponernos de acuerdo, pero es preciso recordar que ella es antropóloga y su oficio es observar cuidadosamente el "afuera" de la gente y de los pueblos y comprender los procesos psicológicos y sociales a partir de esa perspectiva.
De allí, del estilo de vida, fuimos a parar a la propuesta de una nueva forma de convivencia, y le pregunté: —¿Qué piensa de la idea de Mac Luhan acerca de una vida comunitaria de nuevo estilo? ... (importa recordar que se asocia a este autor con el intento de volver a vivir de una manera casi tribal, entre todos los hombres y mujeres de la tierra, dicho así, simplificando su posición).
Contestó: —La nueva forma de comunicación no es lo mismo que decir uno, dos, tres, cuatro,... siguiendo modelos clásicos; sino que se trata de una nueva forma de comunicarse. Pienso que lo que dice Mc Luhan es posible, pero no opino como él que el mundo sea un pueblo global. Yo nunca vi un pueblo así. En la mitad estoy con Mc Luhan; en la otra mitad, no—. Y al seguir hablando del nuevo tipo de familia se me ocurrió preguntarle: —Sucede que en la actualidad y gracias a que la gente vive mucho más tiempo, hay matrimonios que pueden llegar a vivir hasta cuarenta o cincuenta años juntos. Lo cual puede ser muy complicado para algunos. ¿No le parece que se podría aceptar un nuevo tipo de familia donde el divorcio fuese una alternativa y no una catástrofe?. . .
Esta pregunta le encantó. Empezó a hablar entusiastamente del tema, que evidentemente le interesa mucho y pude sintetizar esto:
La pareja termina cuando los hijos están criados y pueden, a su vez, casarse. Cuando han crecido, los hijos ya no son hijos como antas, pueden crear su propio estilo de vida. Comprendo que no es posible, pero creo que es lo ideal, que me parece que es eso lo que usted me pregunta. —Por supuesto —le respondí—, estamos hablando en un plano técnico y teórico. —Ella continuó: —En lugar de un matrimonio largo, hay que lograr una paternidad y una maternidad continuados.
Ella no entendió por qué yo me reía, y no quise explicarle que una pregunta y una respuesta de esa clase podría provocar fuera del ámbito profesional una polvareda de acusaciones como si fuésemos miembros de un movimiento de disolución familiar; pero entiendo que esos problemas no eran para ventilar con una estudiosa del tema.
Seguimos hablando y entramos en el conflicto generacional en Latinoamérica. Muy concretamente le pregunté si conocía el movimiento guerrillero en distintos países, los movimientos estudiantiles y si se le ocurría algo acerca de todo esto.
—No son guerrilleros, sino que todos copian a todos; en mi país los blancos imitan a los negros en los movimientos de protesta. Cuando se trata de reivindicación todos buscan modelos para copiar; así los guerrilleros son modelos para los estudiantes y viceversa. Por ejemplo, el Che Guevara fue considerado un héroe después de su muerte, no antes. Recién entonces fue un modelo. Y no sólo para los latinoamericanos. Lo grave de los jóvenes es que no tienen líderes.
Pienso que este proceso ella no lo ha estudiado suficientemente, porque de lo contrario tendría que introducir otras variables en su interpretación. Quizá lo absurdo sea formularle preguntas con respecto a los problemas de un continente que no conoce, tal como ella lo declaró sinceramente desde el primer día. Quise decírselo, pero continuaba hablando.
Tendrán que hacer una revolución cada uno con sus propias ideas, da acuerdo con las propias culturas, sin copiar. Yo quise decirle: —Mire que eso los muchachos lo saben. . . pero Klinenberg estaba haciendo malabarismos para seguir a la velocidad de ella, y aclararme algunas frases que se me escapaban y al mismo tiempo traducirle mi pensamiento. De modo que seguí escuchándola:
—En América latina hay una melange de tradiciones y nuevas técnicas y por eso las reivindicaciones toman una dimensión distinta. Pienso que los jóvenes de América latina se sienten con menos poder que en los Estados Unidos y tienen menos esperanza. En América latina los estudiantes tienen poca esperanza en el cambio: ellos conocen bien el hambre. En los Estados Unidos empiezan a perder la esperanza.
Otto Klinenberg acotó: —No, no se puede generalizar de ese modo. Aproveché la situación y le dije: —Profesor, después, ¿podríamos hablar un poco acerca de esto, usted y yo?. .. —y allí no más concerté la cita con él.
Margaret Mead tenía sobre su falda su libro "Cultura y Compromiso", que por primera vez veía. Por encargo da su editor le habíamos llevado el primer ejemplar. La dedicatoria de ese libro dice así: "A la madre de mi padre y a la hija de mi hija"
—¿Por qué esa dedicatoria?. . . ¿Qué significa y qué hay detrás de ella? —La pregunta podía ser indiscreta, pero la arriesgué igual. Después de haber escuchado su contestación, le dije: —¿Usted me autoriza para que yo escriba y cuente esto que me ha respondido?
—Sí, claro —me dijo—. Usted lo va a hacer bien.
Lo que me contó fue íntimo y personal, quizá no tanto por los detalles cuanto por el tono y la intención: —Mi abuela le dio sentido a mi futuro, y me dio sentido de futuro. Esa fue la ventaja que me permitió tener sobre mi generación. La obtuve gracias a ella. Hace muchos años cuando mi abuela era una muchacha vivía en el Sur y estaban en guerra, los del Norte contra los del Sur. En plena guerra civil conoció a un soldado que llegaba del Norte. Se enamoró y se casaron. Y cuando finalizó la guerra y él obtuvo su primera paga, las dos juntos usaron ese dinero para ir a la Universidad. Lo que no era raro en un hombre, pero sí en una mujer casada. Hicieron mucho tiempo antes lo mismo que hacen los muchachos ahora. Por eso ella me enseñó con conductas de esa clase. Y en cuanto a la hija de mi hija. . . —algo se transformó en su cara—, es que yo acababa de ser abuela dos horas después de terminar el libro. Mi hija había tenido una hija. Que pertenece a los nativos del mundo nuevo. Y por eso quise que estuviera junto con la madre de mi padre. . .— Y me habló de su nieta como lo hace cualquier abuela. Otto Klinenberg, que percibió el clima, añadió: —Pregúntele qué es lo que ella le pide a su hija. . .
Margaret Mead me dijo: —Bueno, varias veces he llevado a mi hija con mi nieta a la Universidad de Columbia, donde soy profesora, para mostrarle a mis estudiantes cómo actúa una mamá con su bebé, para explicarles cómo establecen la comunicación y qué lenguaje usan los dos. Además de ese modo pueden ver a las tres generaciones. Eso les hace mucho bien. . .

¿QUE LE PREGUNTARON LOS JOVENES?
—¿Por qué usted no propone soluciones?. . . (ésa fue la primera pregunta).
R.: —Porque no creo que existan todavía. Es una generación joven que se está haciendo adulta para cuestionar el sistema (Establishement). La gente adulta no escucha a la gente joven en mi país.
—¿A qué atribuye usted el movimiento estudiantil de París, en 1968: fue un problema generacional o un problema político?. . .
R: —Un conflicto generacional debido a un nuevo espíritu que gobierna al mundo. Estamos preocupados por los oprimidos. Antes ni siquiera sabíamos que existían. Hay una nueva convicción: todos deben compartir cada nuevo adelanto. Lo atribuyo igualmente a la urgencia del hombre ante una posible destrucción nuclear. También he pensado que ¡a explosión demográfica determina una disminución de la calidad de los que nacen: y he enfrentado la posibilidad que la técnica acorte la brecha entre países ricos y países pobres... —Y antes de dar lugar al aplauso añadió: —Quisiera ver al estudiante que me ha preguntado esto para mirarlo a los ojos. . . —Entonces sí la aplaudieron, mientras el joven se acercaba al estrado por el pasillo central. Una nueva pregunta:
—¿No cree que ese conflicto generacional pueda resultar o estar vinculado a un desajuste familiar?
R.: —No. No hablamos de un tipo de familia en un tipo de país, sino de una brecha en todos los países del mundo y no de un conflicto dentro de una familia.
Ante esta respuesta Otto Klinenberg se quitó la pipa de la boca y comentó: —No, no es así, no puede ser así entre todos los adultos y todos los jóvenes. . . Tantas veces lo he discutido con ella. . . No puede generalizar.. . —y retornó a su pipa.
En respuesta a otro de los interrogantes, M.M., contestó:
—Cuando la generación actual haya pasado, será más uniforme la relación entre padres e hijos. No creo que este conflicto se produzca más de una vez y confío que esta generación de jóvenes aprenderá a educar a sus hijos para el cambio.
Cuando uno protesta los mayores responden que también protestaron mientras eran jóvenes, y después cambiaron y se integraron. ¿Cree usted que a nosotros nos pasará lo mismo?. . .
M. Mead se rió: —Mis alumnos también me preguntan eso. Y ellos se responden que no; que no les sucederá igual que a los mayores. Nos casaremos y tendremos hijos, dicen, pero eso no cambiará nuestra visión del mundo. Y creo que están en lo cierto.
Aplausos delirantes de los jóvenes, barbas y melenas —no demasiadas— agitadas por movimientos de aprobación. Muchos se movieron para acercarse más al estrado.
—¿Cuál es, según usted, la diferencia del conflicto generacional entre los jóvenes del Este y los del Oeste?. . . —Aquí surgió la novedad: el preguntante se identificaba firmando con su nombre el papel que enviaba a la mesa. M. Mead hizo una pausa y dijo: —Antes de responder quiero decir que es una práctica muy buena y saludable la de firmar las preguntas que se hacen; es bueno que se sepa quién es y se le lea el nombre. Es bello. ¿Quiere acercarse el joven que me pregunta? Quisiera verlo...
Las cabezas del público se movían tratando de localizarlo en medio del gentío. Y apareció, abriéndose paso entre los muchachos que ocupaban un pasillo lateral, un adolescente moreno, mulato, que sonriente y entre aplausos caminó por el medio del salón hasta detenerse delante de M. Mead. Cuando lo tuvo delante le contestó:
—El contenido de la protesta de los jóvenes es diferente de un país a otro. Puede deberse a condiciones económicas, a un estado donde impere el neocolonialismo o bien como rechazo a la influencia de los militares. En los Estados Unidos se produce en relación con la discriminación racial y Vietnam. Son diferencias de contenidos, pero en todas partes hay que relacionarlo con el problema que plantean los adultos que no han sido jóvenes en este tipo de mundo en que vivimos hoy y que no entienden a los jóvenes que viven en él.
a pregunta parecía audaz: —¿Usted cree que la revolución sexual en la actualidad tiene que ver con un rechazo contra el sexo o es una defensa contra la sociedad actual?. . .
Margaret Mead, que oye muy bien, repreguntó: —¿La revolución, qué?... —Sexual, sexual... —repitió la traductora.
—¡Oh, sí... sexual... —E hizo una pausa para dar lugar a la carcajada que enmarcó su aparente sordera. Continuó: —Pienso que una gran parte de ella es sólo bla, bla, bla. Antes, cuando yo era joven, era obligación de los miembros respetables de una comunidad, impedir que se supiera lo que ellos hacían. Eso se llamó hipocresía. Pero también donde hay mucho bla, bla, bla, hay poca acción. Lo más importante es que ya no esperamos que la mujer dedique su vida entera a criar chicos. Los países del mundo tienen muchos niños y se les pedirá a las mujeres que tengan menos hijos y a la sociedad que les dé lugar para que actúen como individuos, como personas y no solamente como criadoras de niños. Y esa sí es una verdadera Revolución Sexual.
Las muchachas aplaudieron enfervorizadas; el planteo era justo. Hay demasiados niños con hambre en el mundo y demasiadas mujeres sometidas a no ser personas.
—¿Por qué los jóvenes vuelven a los valores primitivos como las formas simples de la naturaleza?
—Cometen un error, no regresan a la naturaleza. No hay regreso. Sólo podemos ir hacia adelante; pero también podemos usar el conocimiento que el hombre primitivo tenía de la naturaleza para conseguir que todos logren esa relación necesaria con el planeta. Pero creo importante recordar que hay en el mundo tres mil millones de habitantes a los que hay que dar comida, abrigo y cuidado. Y un patrón que nos permita darle ayuda a esa gente no podemos hacerlo sin ayuda de la tecnología. Así, cualquier modelo, cualquier simplificación debería hacerse teniendo en cuenta que serán dentro de poco siete mil millones de gente necesitada. Debemos simplificar las formas de vida. Simplificar el equipo pesado, lavarropas, aspiradoras, autos, lo que sirva para la comodidad.- Porque cuando este modelo se expande es sólo una pequeña minoría la que insiste en vivir bien cuando el resto del mundo muere de hambre. Los países utilizan demasiado recursos naturales irreemplazables. Reconocemos los intentos de los jóvenes para no usar tantos materiales y para no enterrar la tierra en la contaminación.
De pronto brotó la pregunta que muchos jóvenes, en distintos tonos, se habían planteado en los días anteriores y que, de cualquier manera, deseaban incluir en este interrogatorio.
—¿El conflicto generacional no está superado en los países socialistas y en Cuba?... —Le salió al paso un ¡No!. . . rotundo de Margaret Mead. —El conflicto generacional no se cura con una revolución. Por lo menos este conflicto no gira alrededor de una revolución. Se trata de una nueva percepción del mundo que solamente advierte la gente que tiene menos de veinticinco años. Ningún tipo de revolución antigua expresa este problema...
El público se movió inquieto en los asientos, se escucharon murmullos de desaprobación en algunos grupos y aplausos delirantes por otro lado. Ella continuó: —Desde el punto de vista del desarrollo, es evidente que en los EE.UU. se dan las contradicciones más grandes; nuestra sociedad es la más avanzada económicamente y por eso es lógico que vivamos antes que otros los problemas. Siempre han existido grandes contradicciones en los EE.UU., porque es un país que está constituido por gente que quiere mantener su propia comida y dejar a los demás afuera. Pero también en los EE.UU. la gente piensa que todos tienen derecho a ir donde quieran y a comer bien; es una contradicción continua en la que vivimos mientras tratamos de construir una democracia más perfecta. Los EE. UU. también tuvieron muchas revoluciones.
Los problemas de comunicación entre culturas preelectrónicas y las actuales no se debe a que los miembros de la cultura preespacial pretenden que los actuales vivan como ellos?...
—Sí, eso ha sucedido siempre a lo largo de la historia; pero es solamente en el momento actual que no hay ningún viejo que sepa qué es lo que le pasa a los jóvenes. Esto es muy difícil de comprender para los viejos que son los que más cambios han visto. Los jóvenes no han visto ningún cambio. Lo dijo con énfasis y estalló el aplauso. Continuó: —Así, si ustedes quieren saber qué se siente por haber nacido después de la guerra, tendrán que preguntárselo a un joven; pero si quieren saber qué se siente con el cambio, tendrán que preguntárselo a los viejos.. . Hay jóvenes que nunca han vivido sin luz eléctrica, por eso creen que todo se arregla rápido y fácil.
Por qué los jóvenes están tomando drogas, marihuana, estimulantes?. .., ¿qué se podría hacer?. . .
—Hay una historia original de Puerto Rico, que es muy buena. Hace veinte años allí descubrieron una droga indígena para efectuar el control de la natalidad. Preocupada, la iglesia envió una carta a todos los obispos para que la leyeran a sus fieles prohibiéndoles consumirla. Eso fue suficiente para que todo el mundo se pusiese a buscar la droga que unos pocos conocían. Insistir en la marihuana como algo que sólo atañe a la juventud, es abrir y profundizar más aún la brecha generacional. A los jóvenes se les prohíbe la marihuana, pero no se les prohíbe el alcohol ni el tabaco. Ha aumentado el antagonismo hacia los jóvenes por el uso de la marihuana y han comenzado a pasar a drogas más dañinas y peligrosas que ponen en riesgo su inteligencia. Así veo un grave riesgo de perder jóvenes brillantes que están usando drogas que deterioran su capacidad intelectual.
Por supuesto que ella podría decir mucho más al respecto, pero prefirió no hacerlo y ello dejó una idea confusa acerca de la respuesta real que hubiese podido aportar acerca del tema.
Los jóvenes volvieron a insistir sobre el conflicto generacional: una nueva pregunta decididamente jugada contra los adultos:
—El conflicto nace de los padres que 1) dicen una cosa y hacen otra y 2) piden a sus hijos que obedezcan normas con las que ellos no están de acuerdo.
Esta vez se aplaudió la pregunta.
Respuesta: —No solamente los padres sino los maestros y profesores a sus alumnos—. Los muchachos saltaban de gozo en las sillas. Cada vez se acercaban más a Margaret Mead, quien continuó:
—En las generaciones anteriores se esperaba que los adultos predicaran, aunque no practicaran lo que sostenían. Nosotros hubiésemos tenido, en aquel tiempo, un concepto muy pobre de quien no actuase así. Esperábamos que sostuviesen un ideal aunque estuviese por encima de sus posibilidades prácticas. Esto a los jóvenes les parece hipocresía. Y se sienten dudosos de aceptar órdenes de personas que no saben manejar el mundo.
Las puertas del ascensor estaban por cerrarse; corrí por el lobby del Caracas Hilton y me zambullí en medio de un grupo de muchachas y muchachos venezolanos que se apretujaban dentro del ascensor hablando en inglés. Rodeada por ellos, Margaret Mead concertaba la cita: —Nos encontramos en la 1328..., avísenle a los que sigan...— informó uno de ellos a los que retrasados no podían subir junto con nosotros.
Adónde iban?... Porque esta reunión estaba fuera de programa. Ninguno de los organizadores de la Conferencia Internacional de Educadores había previsto lo que había de suceder: después de dialogar con un grupo de jóvenes, en el Gran Salón del hotel, durante una hora, Margaret Mead debía retirarse a descansar. Aproximadamente ochocientas personas ubicadas como pudieron habían presenciado cómo los jóvenes preguntaban acerca de la crisis generacional, y cómo ella les respondía. Teóricamente las cosas terminaban con el aplauso final con que la despidieron. Sin embargo, casi media hora después, un grupo de jóvenes continuaba el diálogo que ella no cancelaba. Más aún, que habría de continuarse en su habitación.
—Trece. .. Llegamos, bajen... —fue la voz de orden del grupo juvenil. Le abrieron paso, y antes de bajar, Margaret Mead se dio vuelta para saludarme y despedirse con un "Buenas noches, dear Eva. Y he de admitir que, después de haberla escuchado en su conferencia, después de haberla visto dialogar con los jóvenes, y después de haber conversado largamente con ella, recién entonces percibí lo que ella entendía por comunicarse, cuando me sonrió amistosamente, como si entre las dos no existiese la brecha generacional.

 

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Eva Giberti y Magaret Mead
Klinenberg, traductor, un gran estudioso hizo junto a la doctora Giberti traducción e interpretación de lo que dijo
Eva Giberti y Margaret Mead