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Reto al fracaso: El retorno de la Garbo
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Nunca como ahora se ha insistido en el retorno al cine de Greta Garbo. Hay, inclusive, noticias concretas sobre cómo se operará ese retorno: la productora Mina Wallis declaró que Greta Garbo protagonizará un film dirigido por David Lean y que su partenaire será Rosano Brazzi. El argumento es una historia de amor ambientada en Roma y fue elegido por la ex estrella de entre dos que se sometieron a su juicio.
Sin embargo, más importante que estas noticias es el enigma que ocultan, un enigma tan insondable como el que la propia Greta Garbo y los agentes de prensa, primero, y el tiempo, después, montaron alrededor de un rostro que todavía conserva el barniz del misterio.
Es un enigma repartido en varias preguntas:
• ¿Por qué vuelve al cine? ¿Melancolía, estrechez económica, necesidad de publicidad?
• ¿Para qué vuelve al cine?
• ¿Tendrá algún interés ese film cuya realización se anuncia?
Las respuestas posibles no aclaran demasiado la situación. Greta Garbo posee bastante fortuna como para no necesitar, otra vez, del cine; los diarios y las revistas siguen ocupándose de ella y ella les da tema con sus idas y venidas, cuando se quita o se deja los lentes negros, cuando veranea en la Costa Azul o cuando sale de compras por los lujosos comercios de la Rué Saint Honoré, en París.

De la tienda a la gloria
Por otra parte, su retorno cinematográfico —después de dos décadas de ausencia— amenaza con no deparar demasiadas sorpresas. Greta Garbo, a pesar de sus 27 películas, nunca dejó rastros de gran actriz; entre otras razones, porque casi siempre estuvo en manos de directores mediocres (Monta Bell, Fred Niblo, Sidney Franklin, Robert Z. Leonard, Clarence Brown, Edmond Goulding, John S. Robertson); en muy pocas oportunidades tuvo contactos con realizadores competentes (Jacques Feyder, Richard Boleslawsky, George Cukor, Ernest Lubitsch); nunca con creadores, o apenas levemente en sus comienzos (Mauritz Stiller, G. W. Pabst, Víctor Sjóstrom). Si David Lean la dirige, ahora, será uno de los mejores de la lista.
Además, la necesidad de comercializar el mito de Greta Garbo llevó a los productores a embarcarla en asuntos y personajes de un insalvable conformismo, desde Margarita Gauthier a María Walewska, a encerrarla en la fatigosa galería de las mujeres fatales. Y finalmente, Greta Garbo fue víctima de su éxito, se vio obligada a dejar que la diva venciera y sofocara a la actriz que alentaba en ella.
Esa actriz, Greta Lovisa Gustafson, nacida en Estocolmo, el 18 de setiembre de 1905, que llegó al cine haciendo propaganda filmada, cuando no era más que la empleada de una gran tienda. Esa actriz que se inscribió en la Real Academia de Arte, fue descubierta y apoyada por Mauritz Stiller y de él recibió su seudónimo, su primer papel importante en cine: La leyenda de Gosta Berling, en 1923, y su traslado a Estados Unidos, con un contrato de la Metro Goldwing Mayer.
Ignorada por Louis B. Mayer y sus oficinas de prensa, Greta Garbo debió esperar hasta 1926, hasta El demonio y la carne, su triunfo inicial y el arranque de una carrera que iba a conducirla, durante diez años, a un puesto de celebridad jamás alcanzado en la historia del cine. En esa década nació la Esfinge, el mito más perdurable que hayan ofrecido las pantallas. El rostro de Greta Garbo se volvió más impenetrable y sugestivo. Su dueña, más taciturna y esotérica, más legendaria.
Todo contribuyó a construirle una personalidad desusada: sus abruptas vacaciones, su rechazo de los admiradores y los fotógrafos, su inalterable soltería y el hecho fortuito de no haber recibido nunca un Oscar (se le concedió en 1955, como una especie de póstuma recompensa). Más admirada en Europa que en los Estados Unidos, la MGM decidió, en 1939, sacarla de su molde de demoníaca vampiresa. Así surgió Ninotchka, con una Greta Garbo chispeante, fresca, desconocida hasta entonces. El éxito fue desbordante y en 1941 se intentó repetir la operación; pero Otra vea mío pasó sin pena ni gloria, destruyó el suceso de Ninotchka; a tal punto que Greta Garbo no lo resistió: ésa fue su última película.

La Esfinge se evapora
Han pasado 22 años y sus hits suelen circular por los cineclubes o la televisión: Romance, Inspiración, Como tú me deseas, Mata Hari, Grand Hotel, La dama de las camelias. Greta Garbo se dedicó a viajar, a cultivar la amistad de un restringido círculo (Onassis, el barón Rostchild, Cecil Beatón), a saltar de Nueva York —donde reside— a las ciudades de Europa, a despistar a los periodistas y a adoptar la ciudadanía norteamericana (1951). En 22 años, las esperanzas de un regreso al cine no se volatilizaron y Greta Garbo continuó, aunque en menor medida, polarizando la atención de los públicos de todo el mundo.
Es un fenómeno más sociológico que artístico, más de costumbre que espiritual. Para entenderlo hace falta descubrir que Greta Garbo ha sido, sobre todo, un tipo incomparable: por eso se elevó siempre por encima de la escuálida materia dramática de sus obras y, por eso también, anuló a los realizadores que la dirigían. Por eso, finalmente, su temperamento quedó encerrado en los límites de un vasto campo de acción: la popularidad. Ese encierro la condujo lentamente hacia la monotonía; cuando intentó salir de ella, era demasiado tarde.
En 1941, la lúcida Greta Garbo no se retiró del cine para dar un golpe de efecto, sino agobiada por el fracaso, su primer fracaso. Ella sabía que ése era el prólogo y decidió que valía la pena ponerle un punto, salvar un brillo casi intacto. Después, fue muy difícil afrontar el retorno. Las propuestas llovieron (se habló, inclusive, de la posibilidad de que trabajara para su compatriota Ingmar Bergman) y la estrella las rechazó.
Ahora, al aceptar la de su amiga Mina Wallis, hará algo más que devolverle al cine su rostro insondable. Acepta un ardiente desafío al tiempo, a la derrota, comienza a dejar de ser una Esfinge.
Primera Plana
16.04.1963

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Greta Garbo