Revista Siete Días Ilustrados
30.05.1967 |
La gigantesca avalancha juvenil suscitada
por Mao lo afirmó en el poder, pero no forjó un nuevo tipo de hombre
a través de una "Revolución de la Civilización"
¿La Revolución Cultural? No sé de qué me está hablando. Esta
desconcertante respuesta de Mao Tse-tung fue considerada por su
interlocutor, diplomático de Europa comunista, como una mera
agresión debida a su calidad de marxista contaminado por el virus
ruso. Se equivocaba. Mao Tse-tung era absolutamente sincero. Una
revolución "cultural" sólo aspira a cambiar la infraestructura
económica y el aparato político, militar, artístico y social. Lo que
Mao buscaba era una Revolución de la Civilización, es decir un salto
alucinante en la historia del hombre, algo así como la trasformación
del primitivo paleolítico en el verdadero humano neolítico. La
inmensa China se convertiría en una forja, y los que aportarían el
fuego para la creación del nuevo tipo de hombre serían millones y
millones de adolescentes iluminados por la letra y el espíritu de
Mao.
Así nacieron los Guardias Rojos, el aluvión juvenil más
multitudinario que se haya movilizado desde que existe el mundo.
Tenían la misión de rectificar los rumbos de China, reeducando a los
desviados, aplastando a los corruptos, limpiando el partido y las
organizaciones
de enseñanza y de producción de todos aquellos elementos opuestos
—conscientemente o no— al pensamiento de Mao. Durante muchos meses
invadieron los caminos, atestaron los trasportes, cubrieron como
hormigas calles y plazas, aullantes, fervorosos, violentos y
gregarios. El mundo tembló ante el espectáculo de una masa juvenil
desencadenada en nombre de una Biblia roja. También temblaron todos
los chinos que eran, parecían o podían parecer opuestos a Mao. Los
Guardias Rojos no conocían límites ni frenos.
Lo que Mao buscaba era dar una experiencia revolucionaria drástica e
inolvidable a la juventud china. Soñaba reeditar la epopeya de la
Larga Marcha, que en combate y sufrimiento terminó llevando a los
comunistas al poder. En esa forja ardiente se habían plasmado los
líderes que lucharon contra los japoneses y los chinos nacionalistas
de Chiang Kai-shek. El comunismo es revolución permanente, y los
Guardias Rojos debían sentirlo en carne propia.
Con la jugada de la movilización juvenil, Mao volvió al poder en el
que se va consolidando, lentamente y sólo en regiones del colosal
país. En ese sentido, los Guardias Rojos le fueron útiles. Pero en
todos los demás aspectos, el sueño de Mao se frustró. Cuando sus
soldados comunistas participaron en la Larga Marcha, tenían enemigos
concretos, definidos, evidentes: los invasores japoneses por un
lado, los nacionalistas de Chiang por el otro. Y la disyuntiva era
matar o morir. ¿Cómo puede pretenderse que semejante experiencia sea
revivida por los Guardias Rojos, cuando los cuchillos se reemplazan
por carteles murales, las bombas por insultos, las balas por gorros
de papel para ridiculizar a los desviacionistas?
La confusión llega hasta Hong-Kong, colonia inglesa utilísima para
China roja, que por esa vía maneja un tercio de sus exportaciones.
La fiebre ideológica, la misma que encendió a los Guardias Rojos,
crea un clima de violencia que perjudicará tanto los intereses de
los maoístas como los de los británicos. Si se cierra esa puerta, el
aislamiento chino será casi total...
Ya empieza a haber pánico en las filas de los jefes adictos a Mao.
Se ordena a los Guardias Rojos que se moderen y encuadren su acción
a las directivas del ejército; se ensalza la producción agrícola y
se rehabilita a los cuadros que la deben dirigir. Pero esos millones
de jóvenes primero desencadenados y ahora bombardeados por
directivas opuestas a las órdenes de otrora, ¿cómo reaccionarán? La
forja de China puede incinerar espiritualmente a esa misma
generación llamada para alimentarla con un milagro.
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Millares de Guardias Rojos en un mitin, rindiendo culto a su
jefe, Mao Tse-tung
El moderador Chou En-lai se sienta junto a la cuarta mujer
de Mao, una frenética revolucionaria
En la hacinada Hong-Kong los disturbios de los maoistas son
muy graves
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Una vez más , la semana pasada, se demostró un hecho
irreversible. La rebelión de los guardias rojos afianzó en
el poder a Mao pero no pudo alcanzar su segundo objetivo:
cambiar las costumbres chinas. |
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