Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


A 35 años del comienzo de la guerra civil española
El 17, a las cinco en punto de la tarde
Revista Siete Días Ilustrados
19.07.1971

Ante un nuevo aniversario de la cruenta lucha que asoló España entre 1936 y 1939, el corresponsal de Siete Días en Madrid dialogó con un grupo de historiadores hispanos: pormenores inéditos sobre la conflagración.

El pelotón de la Legión Extranjera entró a la carrera en el patio del edificio de la Comisión de Límites de la ciudad marroquí de Melilla. Su irrupción no hizo más que aumentar el desconcierto. Pronto, se vieron rodeados por el grupo de asalto republicano, comisionado para copar al contingente sedicioso que se encontraba refugiado en el interior. Pasaron varios segundos de tensa espera. Nadie atinaba a nada. Entonces, saltando por una ventana, entró en escena el teniente rebelde Julio Latorre, quien pistola en mano gritó: "Legionarios, fe en mí. ¡Carguen, apunten...!" Pero la orden de hacer fuego no llegó: el oficial a cargo de las fuerzas de represión, superiores en número, arrojando su rifle al piso, musitó aterrorizado: "Mi teniente, esperad. ¡No disparéis, que somos padres de familia!". Así, adelantándose en una hora a lo previsto, se produjo la primera victoria de las fuerzas que iniciaron uno de los episodios más cruentos que registra la historia contemporánea: la Guerra Civil Española.
En realidad, los sucesos se desencadenaron por una infidencia. Todos los jefes rebeldes de las guarniciones del norte de África debían estar alertas a partir del "17, a las 17", como rezaba la escueta orden. Ello significaba que el 17 de julio de 1936, a las cinco de la tarde, el general Francisco Franco abandonaría su aislamiento en la Islas Canarias, para dirigirse en secreto a Ceuta, la población marroquí más cercana a España y hacerse cargo de las tropas españolas radicadas en África del Norte. La finalización de ese viaje marcaría el comienzo de la ofensiva derechista. Pero en Melilla alguien advirtió los aprestos militares y realizó la correspondiente denuncia. De esa forma se generó el histórico primer incidente.
Una vez superadas las fuerzas que rodeaban al edificio y ya iniciada la revolución, la toma de la ciudad era el paso siguiente. Así, la tensión se trasladó a la guarnición militar de Melilla. El comandante Romerales sólo contaba con el batallón de ametralladoras; el resto se había sublevado. En su despacho, varios oficiales de menor jerarquía intentaban demostrarle que toda resistencia sería inútil. Pero —exactamente a las 17— la puerta se abrió violentamente. El teniente coronel Seguí, jefe local de la conspiración, entró en el amplio ambiente rodeado por varios soldados que encañonaron al comandante: "¡Ríndase inmediatamente!", exigió. Romerales se puso de pie; lentamente depositó su pistola sobre el escritorio y se entregó, sin pronunciar palabra. Sólo faltaba decapitar al poder civil. El delegado gubernamental, Fernández Gil, no opuso resistencia. Las juventudes libertarias se lanzaron a las calles, protestando. Muy pronto las acompañarían otros grupos izquierdistas, pero nada pudieron hacer: antes de ocultarse el sol, Melilla se había convertido en la primera ciudad que perdía la República y Franco —quien todavía no había iniciado su accidentado viaje— recibía en Canarias el siguiente telegrama, firmado por los cabecillas melillenses: "Este ejército, levantado en armas, se ha apoderado de todos los resortes del mando en este territorio. La tranquilidad es absoluta. ¡Viva España!".
Esa misma noche caía Tetuán, aunque no definitivamente: la resistencia se había hecho fuerte en el aeródromo, que era escala obligada en el itinerario del líder Franco. La pista quedó despejada luego de un sangriento bombardeo, pocas horas antes del aterrizaje del avión británico Dragón Rapide. En Ceuta, los rumores de alzamiento se escucharon en las primeras horas de la tarde, por lo que los ceutíes, al caer la noche, se recluyeron en sus viviendas, facilitando el trabajo de las fuerzas derechistas. De todas maneras, el deseo de asegurar el triunfo de la sublevación en las islas Canarias, y otras incidencias menores durante el viaje, hicieron que Franco recién llegara a esa ciudad el 19 de julio. Allí, desde los balcones de la Comandancia Militar, dirigió su primer discurso al pueblo español (ver recuadro). Nadie sospechaba que a partir de ese momento, y en aras de las ideas expuestas en esa proclama, seguirían tres años de sangrienta lucha, con un saldo declarado de más de un millón de víctimas. Para muchos, un precio demasiado caro para algo que se inició en Melilla, un 17 a las 17, hace 35 años.
Lo que sigue, es un informe preparado por Armando Puente, corresponsal de SIETE DIAS en Madrid. En él, cuatro renombrados historiadores españoles trazan un balance revisionista de esa gesta que cambió la historia de un país y el espíritu de su gente.
El sábado 9 de julio de 1936 las calles de Pamplona se encontraban invadidas de jóvenes que corrían delante de los toros, en las fiestas de San Fermín. Entre los espectadores había un hombre delgado, de lentes redondos, el general Emilio Mola, a quien acompañaban el general Fanjul y el coronel Carrasco. Mientras la algarabía ensordecía las calles, los tres militares ultimaban los planes para sublevarse contra el gobierno republicano. Mola lo haría en Pamplona, Fanjul en Madrid, Carrasco en San Sebastián.
En aquellos mismos momentos, en Londres, un periodista, Luis Bolín, corresponsal del diario monárquico ABC, alquilaba por orden de su director, el marqués de Luca de Tena, un avión, el Dragón Rapide, a la Olley Airways Company de Croydon, que debía trasladar al general Francisco Franco desde las islas Canarias a Marruecos, donde se haría cargo de las tropas que se iban a sublevar en el norte de África. Los conspiradores creyeron que era mejor confiar tal misión a un piloto inglés y contrataron al capitán Bebb.
A la una y media de la madrugada del día 17 de julio, el general Franco se embarcaba en Santa Cruz de Tenerife, en el vapor de la carrera, junto con su esposa y su única hija, Carmencita. Iba a Las Palmas, en la vecina isla, donde le esperaba el avión británico. Horas más tarde se sublevaba el Ejército de África, al grito de "Viva la República". La Guerra Civil Española había comenzado.
Han trascurrido desde entonces 35 años. La mayor parte de los hombres que dirigieron a los dos bandos en lucha han muerto y un 60 por ciento de los españoles, que nacieron después de esa sangrienta guerra y que crecieron, se educaron y han pasado toda su vida bajo el régimen de Franco, tienen una idea vaga, confusa y legendaria de esa lucha fratricida.
Una nueva generación de historiadores españoles ha comenzado en la última década a estudiar serenamente lo que fue y significó esa guerra y a escribir los primeros trabajos objetivos sobre un tema del que se han publicado más de 16 mil libros, un aspecto monográfico de la historia sólo superado por la Revolución Francesa y la Revolución Rusa.
"Nuestra guerra fue enormemente pasional. Se combatió apasionadamente y es lógico que todo lo escrito durante el primer cuarto de siglo después de concluida, tuviera también ese tono emocional. Ha llegado la hora de intentar ser objetivos", comenta el coronel Juan Manuel Martínez Bande, autor de seis monografías sobre otras tantas campañas de la guerra —Madrid, País Vasco, Brunete— aparecidas en la última década.
—¿Cree usted que los últimos rescoldos de pasión han quedado ya apagados?
—No. Aun hoy la figura de Napoleón sigue dividiendo las opiniones y lo mismo ocurre con la guerra de Secesión de los Estados Unidos. Hará falta que pase un siglo para superar el trauma. La generación que sufrió la guerra —de uno u otro bando— no la olvida. Sus hijos, criados en hogares donde han oído hablar de muertes, prisiones y asesinatos, tampoco. Las cicatrices de una guerra como la de España no se curan pronto. Tendrán que pasar dos o tres generaciones.
Pero el coronel Martínez Bande habla con la frialdad y la objetividad del historiador. Por eso es capaz de formular comentarios que sorprenden, que van contra toda una mitología oficial acerca de la Cruzada o la Guerra de Liberación, como se denomina oficialmente a la lucha que ensangrentó España durante tres años.

LA DEFENSA DE MADRID
—Usted ha dedicado dos monografías a la lucha en el frente de Madrid. ¿Por qué Franco tardó tanto en ocupar la capital de España? Se ha dicho que no quiso entrar desde un principio, sino que prefirió una guerra de desgaste..
—No, no. El objetivo de Franco era ocupar Madrid, pero hubo un grupo de personas que supo aglutinar a la población, darle un espíritu de lucha y resistencia, y Madrid hizo frente a las tropas nacionalistas durante dos años largos.
—¿Quiénes formaron ese grupo?
—Entre los civiles, los comunistas. Pero no hay que olvidar a los militares profesionales de la república: Miaja, Rojo. . . Y algunos rusos.
El coronel Martínez Bande empezó la guerra como oficial en el frente del Guadarrama. Habla de sus enemigos con enorme respeto.
—El alto mando de la zona republicana soportaba situaciones muy difíciles. Planeaba operaciones perfectas. Por ejemplo, la ofensiva de Brunete fue impecable. Pero luego fallaba porque no le respondían los encargados de llevarlas a cabo.
—Claro. Es que en el bando republicano no había militares profesionales...
—Eso es falso. Al comenzar la guerra había muchos. Pero el Partido Comunista se consagró a apoderarse del Ejército e infiltrar en todos los mandos a elementos que le eran fieles, en la creencia de que así ganaría la guerra y con la guerra ganaría después la revolución. En la batalla del Ebro, la principal de la guerra, los tres jefes del bando republicano, Lister, Tagueña y Modesto, eran comunistas. En la defensa de Madrid estaba Miaja, quien tenía carnet del partido, aunque yo no creo que fuera comunista, pero, eso sí, nunca les puso dificultades. La República tuvo abundancia de oficiales profesionales, pero al final de la guerra estaban desbordados. La única posibilidad de que los republicanos ganaran la guerra era, sin embargo, que los comunistas tomaran el poder, porque era el único partido que desde el principio tuvo una visión exacta de las circunstancias. Por eso intentaron crear un Ejército Popular. Ellos tenían una experiencia, una doctrina y una disciplina que les faltaba a los anarquistas y a los socialistas.

LA IGLESIA NORTEAMERICANA TOMA POSICIONES
Ricardo de la Cierva, profesor de Historia de la Universidad de Madrid, es descendiente de políticos y hombres de ciencia. Es probablemente el más brillante de la nueva y reducida generación de especialistas de la guerra civil. Acaba de publicar una Historia ilustrada de la Guerra Civil Española, en dos grandes tomos de 550 páginas cada uno, con numerosas fotografías.
—No es una obra definitiva —dice con modestia—. Lo que hace es poner al día las investigaciones de la década del sesenta, lo que supone una intensificación de la historia sobre la propaganda. Se han depurado muchas cosas. Ahora sabemos que no es cierto que el Ejército republicano estuviera formado por milicianos, sino que era un ejército integrado por soldados regulares.
—¿Y sobre la Falange?
—Quedan muchos puntos que exigen una investigación definitiva; precisamente, por ejemplo, la Falange. Hay un año decisivo en la vida de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange: 1935, cuando él se enfrentó con el fascismo. Desde entonces, la Falange dejó de ser fascista. Lo que pasa es que la Falange es una caja de sorpresas, donde muchos —y principalmente los reaccionarios— han tratado de falsear la imagen. Hay que despojarse de los clichés difundidos por la propaganda y tratar de recrearla históricamente.
Ricardo de la Cierva admite que "algunos núcleos no representativos de la Falange eran fascistas" y son "los que se apropiaron de los símbolos", pero niega que Primo de Rivera fuera fascista en el momento de ser fusilado, en los primeros meses de la guerra civil.
Autor de media docena de obras rigurosas y polémicas —al mismo tiempo que respetuosas— sobre el conflicto español (como la Bibliografía general sobre la Guerra de España y sus antecedentes históricos, que recoge y analiza miles de obras acerca del tema), De la Cierva desvía la conversación hacia la propaganda durante el período de lucha y la posguerra.
—El bando republicano prestó una gran atención a la propaganda e incluso creó un ministerio del ramo, en el que trabajaron dibujantes tan excepcionales como Castelao (quien murió en Buenos Aires) y Bardasano. En cambio, el bando franquista, menos organizado o burocratizado en este aspecto, consiguió milagros, como controlar una parte decisiva de la opinión pública de Francia, los Estados Unidos e Inglaterra. He aquí un caso: el Senado norteamericano mantuvo el embargo de armas durante toda la guerra en contra de la opinión del presidente Roosevelt. Se ha dicho que la intelectualidad francesa estaba a favor de la República. Es una falsedad. Los intelectuales franceses, mayoritariamente, estuvieron con Franco.
Polémico, pero muy riguroso y respaldando con sólidos argumentos y documentos cada una de sus tesis, De la Cierva prosigue:
—La propaganda republicana estaba controlada por los comunistas, que la enviaban a los partidos comunistas en el extranjero. Y así no convencían a los amplios sectores burgueses.
—Lo que ha dicho del Senado norteamericano y de Roosevelt resulta muy extraño...
—Es simple. Desde Irlanda escribieron a los obispos de Norteamérica diciéndoles que la guerra de España era una cruzada contra el comunismo. Eran vísperas de elecciones y los irlandeses pesan mucho. Que se lo digan a los Kennedy. Los obispos de los Estados Unidos publicaron pastorales indicando que se enviaran telegramas a la Casa Blanca. Roosevelt recibió cuatro millones de telegramas pidiendo el embargo de armas y el embargo se mantuvo.
—Pero, después de la Guerra Civil la propaganda internacional ha sido, hasta hace unos años —en que ha cambiado nuevamente de signo—, adversa a Franco.
—Sí. Pero eso es otra cosa. Desde 1942, cuando comenzó a verse clara la victoria de los aliados, la propaganda de las democracias identificó a la guerra de España con la Guerra Mundial y recordó la ayuda brindada a Franco por los nazis y los fascistas. Luego se trató de presentar a Franco como a un superviviente de las vencidas potencias del Eje.

LA LEYENDA DEL MILLON DE MUERTOS
Ramón Salas Larrazábal es también profesor de Historia en la Universidad de Madrid. Sus juicios son tan serenos, apasionados y polémicos como los de su amigo y colaborador en una obra (Aproximación histórica a la Guerra de España), Ricardo de la Cierva.
—Tres años de guerra y un millón de muertos son dos frases que han quedado, pero no fueron tres años justos ni, mucho menos, un millón de muertos. La guerra duró dos años y ocho meses y medio. La cifra de muertos está entre 300 mil y 400 mil, pero más cerca de la primera y muy lejos del millón. Las bajas producidas por el hecho estrictamente guerrero son fáciles de conocer, casi con exactitud. Pero queda el hecho tremendo de la represión en las dos zonas.
—¿Y las bajas posteriores a la guerra?
—Hay una frase que ha cristalizado ya: el millón de muertos. Lanzada por el bando vencedor tuvo rápido éxito y fue aceptada, incluso con complacencia, por el exilio vencido. Ahora resulta dificilísimo desvirtuarla. La leyenda del millón de muertos no hay quien la mueva. Es un mito de una fuerza extraordinaria. Es, incluso, el título de una novela histórica de Gironella. Yo le aseguro que, incluido la represión y fusilamientos posteriores a la guerra (se siguió fusilando en masa durante los dos años que siguieron al final de la guerra), no se llega ni a la tercera parte. Entre 300 y 400 mil.
—En el frente de combate ¿cuántos murieron?
—Ninguno de los dos bandos, llegó a sufrir los 100 mil muertos; en cada zona, repito.
—Eso se refiere al frente de combate ...
—Sí. Tiene que añadir por lo menos otros cien mil asesinados o fusilados en juicios sumarísimos en las dos zonas. Pasamos así de los 300 mil.
—¿Cómo puede dar tales cifras?
—Inicié la investigación por el método indirecto, con los censos funerales, las cifras de población al final de cada año durante el primer tercio del siglo e interpolando en esa curva la cifra de ex combatientes y de exiliados. Se han exagerado muchas cifras. Se ha dicho que el franquista Queipo de Llano fusiló en Sevilla a 15 mil personas y los republicanos en Madrid a 100 mil. Le aseguro que son mentiras de la propaganda. Se ha dicho que en la defensa de Madrid, en noviembre de 1936, hubo 20 mil muertos y la verdad es que las bajas de las fuerzas republicanas fueron 623. En Brunete, los muertos fueron mil y pico en cada uno de los campos; en el Ebro tengo la absoluta certeza, porque he estudiado las listas de enterramientos, de que no pasaron de 15 mil los muertos entre las dos partes.
—¿En qué bando hubo más muertos?
—En el republicano. Siempre el que pierde tiene más bajas. Quizás las republicanas fueron un 20 por ciento superiores a las nacionalistas.

LA REPRESION ORGANICA
Indudablemente, el tema delicado —tabú en España— es el de la represión. Salas Larrazábal, coronel, que combatió en el bando franquista a las ordenes de Mola y Muñoz Grandes pero que ante todo es historiador, habla con objetiva frialdad.
—En ninguno de los dos bandos la razón fundamental fue la venganza, sino la eliminación del enemigo. Siempre se mató con la idea premeditada de atemorizar al enemigo, de reducir a los disidentes. Sobre esto se ha dicho que lo hacían elementos incontrolados, que se hacía indiscriminadamente, que de las muertes no tenían responsabilidad las autoridades. Todos estos supuestos son falsos. La represión, en el bando republicano y en el franquista (en éste durante y después de la guerra civil) fue dirigida y controlada. En ambas el aparato legal fue sumario: en el bando republicano los tribunales populares, en el nacionalista los militares. Más de cien mil personas, quizás 150 mil, fueron así eliminadas.
El historiador Salas sigue hablando como si fuera un episodio remoto, como si aún no vivieran muchos de los hombres que firmaron centenares de sentencias de muerte y formaron parte de los pelotones de ejecución.
—Todas las represiones coincidían con un acontecimiento militar o político que producía un enorme impacto en la retaguardia y determinaba un acto represivo violento y extenso; por ejemplo en Madrid, los asesinatos en masa llevados a cabo por los republicanos coincidieron con la llegada, a los suburbios de la capital, de las fuerzas nacionalistas. En la zona nacionalista los tribunales militares eran más severos.
—Y del asesinato de García Lorca en Granada, ¿qué puede decirnos?
—Dentro de la historia de la guerra, la muerte de Federico García Lorca es un hecho anecdótico. Yo no he hecho sino estudiar el problema general.

NO A LA PROPAGANDA
La mayor parte de las obras de estos historiadores han sido editadas por Jorge Tarazona, propietario de una vieja librería —San Martín—, en la Puerta del Sol, en el corazón de Madrid. No es un editor político; lo que sucede es que comprendió que estas obras se venden y ha emprendido un camino que espera ensanchar en ediciones populares, de bolsillo. Lo normal es que de cada una de las obras de esos autores, —La Cierva, Salas, Martínez Bande, Vicente Talón— se vendan de cuatro a cinco mil ejemplares. Una tirada corriente en España.
El editor Tarazona asegura que no ha tenido graves problemas con la censura, salvo con Guernica, de Talón, y el Franco, de Hills, que según él, "fueron objeto de conversaciones previas". Al parecer, las obras caras tienen tanta salida como las de precio medio. Así, España en llamas, de Gil Mugarza, que se vende a 2 mil pesetas y la Historia ilustrada de la Guerra Civil Española, tienen —dice— "una aceptación extraordinaria. Parte de esa producción se exporta a México, Chile y Argentina —en ese orden—, países donde hay más exiliados interesados por el tema. En cuarto lugar, se envían a los Estados Unidos, donde se leen en las universidades. Lo que no interesa a los lectores —concluye Tarazona— son los libros de propaganda, sino los bien documentados. La propaganda ya está pasada".
Uno de los últimos libros aparecidos en España se titula Los asesores soviéticos en la Guerra Civil Española, y se subtitula Los mexicanos. Su autor, un médico de Barcelona que se oculta detrás del seudónimo de José Luis Alcofar Nassaes, dice que a los asesores soviéticos se los conocía con el nombre de "mexicanos" porque muchos de ellos adoptaron nombres españoles en diminutivo, para ocultar el suyo.
Según el médico barcelonés, quien prohíbe publicar su verdadero nombre en la prensa, la ayuda extranjera a uno y otro bando durante la Guerra Civil es su hobby desde hace diez años. Fruto del mismo, y adelanto de una obra completa que publicará algún día, es ésta de los asesores soviéticos.
—Eran jefes y oficiales del ejército soviético que vinieron por orden de Stalin. Su influencia en la dirección de la guerra fue grande, como las ofensivas de Brúñete y Zaragoza, propugnadas por ellos. En general, se comportaban muy correctamente con los mandos republicanos españoles y no les gustaba la publicidad.
—¿Y sobre los comunistas españoles?
—Ellos estaban deslumbrados por el mero hecho de que un consejero se llamara Vladimir, fuera amigo de Stalin, hubiera luchado en Tsaserin o conocido a Chapaiev. Puro romanticismo revolucionario.
—En el aspecto militar, ¿fue importante y eficaz la ayuda soviética?
—Los grupos de caza ruso crearon graves problemas a los alemanes de la Legión Cóndor y a los pilotos nacionalistas en la batalla de Madrid y conquistaron la superioridad aérea entre 1937 y mediados del 38. La Brigada de Barros, con un centenar de tanques, mandada por Pavlov en la batalla de Guadalajara, fue también decisiva y seguramente la primera unidad de este tipo en el mundo. Los grupos de bombardeo aeronaval Katiuska lograron dañar gravemente al acorazado alemán Deutschland y dificultaron las operaciones de los cruceros nacionalistas.
—Se ha dicho que el material soviético que vino a España era anticuado.
—Es falso. Era lo mejor que tenían. Los tanques rusos T-18, T-24 y BT-5 eran muy superiores a los alemanes e italianos que utilizaba el bando nacionalista. Y lo mismo podemos decir de los aviones Mosca o Katiuska, más modernos, más en la línea actual, que los Heinkel y Junker alemanes o los Fiat italianos. Posteriormente, a fines de 1937, las cosas cambiaron y los aviones alemanes fueron superiores, porque Hitler corría mucho en
su rearme. Es que la guerra de España fue un banco de pruebas; aquí ambas partes y sobre todo sus aliados probaron tácticas, técnicas y armamentos. Los "asesores" soviéticos aprendieron el valor de los puntos de resistencia, impresionados por las tenaces defensas de Quijorna, Belchite, Huesca, Teruel y Gandesa. Y el papel que una gran ciudad puede desempeñar frenando un avance. Indudablemente, las largas batallas de Stalingrado y Leningrado, con sus "consejos de defensa", sus obreros voluntarios y sus combates en las barriadas, tienen un precedente en Madrid.
El misterioso médico catalán autor del libro sobre los "asesores soviéticos" dice que su número pasó largamente de dos mil, cifra que se repite comúnmente. "Eso sin contar los diplomáticos, periodistas y activistas", precisa. Ha tenido la paciencia de reunir 400 nombres, "el de los oficiales distinguidos, así que calcule cuántos más habría", añade. Sostiene, además, que el número de soviéticos fue aproximadamente similar al de los alemanes enviados por Hitler.
—El número de italianos que lucharon en el bando franquista puede equipararse a los voluntarios de las Brigadas Internacionales, que fueron siete y no cinco, como se ha dicho. Los alemanes —unos 10 mil— mandaron sobre todo técnicos, aviadores e instructores, en la Legión Cóndor; el Cuerpo de Tropas Voluntarias Italianas, que envió Mussolini, pasó de 50 mil, de los que murieron unos 6 mil. Salazar mandó a Franco, desde Portugal, unos 20 mil hombres, en la llamada Legión de Viriato, de los que murieron unos 8 mil.

MOSCU ERA UNA PURGA
Durante las primeras semanas de la Guerra Civil, los anarquistas españoles llevaron el peso de la lucha en todos los frentes: fueron los autores de los avances en Aragón, Guadalajara; del desembarco en la isla de Mallorca, el sitio del Alcázar de Toledo y la resistencia en la Sierra del Guadarrama. "Los comunistas parecieron esperar que los demás desgastaran sus fuerzas —opina el médico catalán, quien no oculta su escasa simpatía por los soviéticos—; el Partido Comunista jamás llegó a ser popular. Los republicanos lo admitían porque de él dependía la ayuda de la URSS".
Muchos de los asesores conocidos como "mexicanos", al regresar a la URSS fueron víctima de purgas. Era la época de los grandes juicios de Stalin, luego condenados por Kruschev. El médico catalán recuerda los nombres del mariscal Kulik, inspector jefe de Armamento y comisario de Defensa; de Pavlov, quien dirigió el frente de Ucrania al estallar la Segunda Guerra Mundial; del mariscal Koniev; de Meretskov, el mariscal jefe del frente de Finlandia, quien previamente fue deportado al volver de España; del mariscal Voronov; del almirante Kulnetsov; del almirante Alazuzov; del mariscal Zokov, jefe del Estado Mayor; los mariscales Manilowski y Rokosowski. "Sí. La guerra civil española fue una guerra internacional".
Esa ayuda de soviéticos, nazis y fascistas costó mucho dinero. Nadie colaboró gratuitamente. Los aspectos económicos de la Guerra Civil Española comienzan a ser estudiados por un grupo de expertos, dirigidos por el profesor Juan Velarde, de la Facultad de Ciencias Económicas de Madrid. "Dentro de unas semanas la revista Hacienda Pública Española, del Instituto de Estudios Fiscales, publicará un número monográfico muy voluminoso sobre la financiación de la guerra en la zona republicana y en la franquista —explica Velarde, pausadamente, tras sus gruesos lentes—. Colaboran otros profesores de la más politizada de las facultades madrileñas, como Enrique Fuentes Quintana, Alfredo Cerrolaza y Juan López Sánchez, quien fue ministro de Comercio del gobierno republicano durante la guerra.
—El bando ocupado por Franco tenía una economía agraria, con lo que el problema del hambre no existía. Tenía, también, los yacimientos minerales y una organización económica que funcionaba y que le permitió hacer la guerra sin grandes angustias.
—Los capitalistas ayudaban a Franco, naturalmente.
—No. El capitalismo trató de ganar jugando con los dos bandos. Lo que pasa es que los republicanos lo irritaron, sin eliminarlo. Fíjese que ni siquiera estatizaron la Banca, que siguió siendo privada; al mismo tiempo, colectivizaban alguna empresa extranjera sin importancia, lo que producía escándalo y malestar en los grandes centros del capital internacional. No, el capitalismo no ayudó a Franco desde el principio, sino que tuvo que hacer esfuerzos para ganárselo. Hay un capítulo muy interesante que estamos estudiando: el del petróleo. Durante la dictadura de Primo de Rivera se creó la CAMPSA y nacionalizó la comercialización del petróleo. Franco inició el acercamiento a los grandes grupos financieros por la vía del petróleo y acabó así consiguiendo el apoyo de las grandes compañías petrolíferas yanquis. Mientras tanto, los republicanos, que tenían las divisas —en Madrid— y la Fábrica de Moneda, tenían también, como contrapartida negativa, sólo las zonas industriales y la hortofrutícola de Valencia y Murcia, que produce frutos para la exportación, que no tenía salida por no controlar el dominio marítimo.
—¿Qué otra investigación darán a conocer?
—Están apareciendo documentos muy interesantes, que pensamos publicar en la revista. Por ejemplo, los republicanos compraron material de guerra a los Estados Unidos, a México y a Bolivia —el sobrante de la guerra del Chaco— por medio de traficantes, pagando por adelantado a mercaderes inescrupulosos, verdaderos gangsters. Esos errores se pagan.
Un precio que sólo comienza a valorarse 35 años después.

 

Ir Arriba

 


Guerra Civil Española
Guerra Civil Española
Guerra Civil Española
Madrid, partidarios de la República reclaman el apoyo popular

 

 

Guerra Civil Española