Revista Gente y la Actualidad
14.05.1970 |
El cabo Adolf Hitler, con una varilla en las
manos, aparece junto al sacerdote italiano Giovanni Pasin. La foto
fue tomada en las postrimerías de 1917 en las afueras del pequeño
pueblo de Soligo, cerca de Venecia
Sensacionales revelaciones de un sacerdote
italiano: "Sólo dos personas saben que Adolfo Hitler tuvo un hijo en
1918: su madre, cuyo nombre no diré, y yo". Varios testigos
confirman las declaraciones del anciano párroco de Soligo, Giovanni
Pasin.
Con el rostro desencajado y lívido, el hombre apoyó la Parabellum
sobre su sien y apretó el gatillo. Nadie escuchó el disparo: en ese
mismo momento, la artillería aliada convertía a Berlín en una
humeante montaña de escombros. En uno de los sótanos del Reichstag,
mientras un hilo de sangre le resbalaba por el rostro, el cuerpo de
Adolfo Hitler comenzaba a enfriarse. Con su suicidio, el verdugo más
temido y odiado de la Segunda Guerra Mundial sepultaba un secreto
que 22 años más tarde, Giovanni Pasin, un desconocido sacerdote
italiano se encargaría de revelar. "La sangre del Führer —afirmó
recientemente— aún corre sobre Italia. Quien la lleva es un hombre
de 47 años que se cree huérfano pero que no lo es. Ese desconocido
con el que más de una vez pudimos habernos cruzado, es el hijo de
Hitler. Él lo ignora; sólo dos personas en el mundo conocen su
existencia: su madre y yo. Ella jamás hablará, pero yo, sí. Me
siento demasiado viejo y no quiero llevarme este quemante secreto a
la tumba."
De Italia con amour
"Este es el escenario de una verdad que nadie sospechó jamás",
exclama el padre Giovanni Pasin mientras señala los alrededores de
su pequeña parroquia. Es el pueblito de Soligo, un enjambre de casas
pintorescas y apacibles a 50 kilómetros de Venecia. Allí, en 1918 la
calma era una ilusión. Los alemanes habían ocupado la región y
requisado casa por casa. Solo un edificio se había salvado: el
hospital civil de Bon Bozzolla. Fue el padre Giovanni Pasin quien
logró romper las intenciones alemanas de convertirlo en dispensario
militar.
Si bien el alto mando alemán había aceptado las súplicas del
sacerdote, los oficiales encargados de la ocupación no ocultaban su
odio. "Uno de ellos —cuenta Pasin—, tal vez el más autoritario y
déspota del alto mando, no tenía más que una idea en la cabeza:
descubrirme en el flagrante delito de introducir provisiones
suplementarias para los enfermos. Ese cabo se llamaba Adolfo Hitler.
Su despiadado sadismo lo llevaba a controlar gramo por gramo los
alimentos que entregaba al hospital."
Pero el azar jugó contra Hitler. "Una noche —prosigue el padre
Pasin— cuando me despertaron para dar la extremaunción a un
moribundo, tuve la oportunidad de hacerlo caer en una trampa. Eran
las 4 de la madrugada y el toque de queda imperaba en todo el
pueblo. Salir a la calle sin custodia armada significaba ser baleado
a los pocos segundos. No quise ser cazado como un conejo y me
presenté al comando alemán solicitando una escolta. Al entrar al
edificio, la puerta se abrió sobre un espectáculo inesperado: en una
semipenumbra sorprendí al cabo Hitler en compañía de una muchacha
rubia casi desnuda. La joven no era de Soligo, pero la conocía muy
bien. Solo atiné a disimular mi asombro y solicitarle a Hitler la
custodia armada."
La posterior discreción de Pasin hizo las veces de un tácito
chantaje. Luego de una semana, la actitud de Hitler dio un vuelco
total: las entradas y salidas al hospital ya no fueron controladas y
el reaprovisionamiento se hizo más abundante. "A su manera —explica
Pasin—, el cabo Adolfo Hitler agradecía mi silencio."
Durante los siete meses siguientes, Hitler vivió en Soligo y
permitió que se tejiera la sutil trama de su romance. Cuando
finalmente partió para Alemania, la muchacha rubia preparó sus
maletas y desapareció. Pero todos los habitantes de Soligo supieron
el motivo de su huida: estaba embarazada.
Las relaciones peligrosas
Entre la joven y el militar había un vínculo muy estrecho y hasta
puedo asegurar que ellos querían casarse" —afirma Leone Berti, un
vecino de la parroquia que sirvió de intérprete entre Hitler y el
padre Pasin—. Pero el sacerdote jamás accedió a ese pedido. Su
motivo obedecía a una secreta estrategia de la resistencia: evitar
cualquier relación entre las jóvenes del lugar y los soldados
alemanes. "La fuga de la muchacha —agrega Berti— estuvo motivada por
esa negación. No quiso dar a luz al niño rodeada por las críticas de
sus vecinos."
Madame Filipeto, una rubicunda italiana dueña de "Al Falcone", la
más famosa cantina de Soligo, suele recordar aquellos meses en que
Hitler era un simple cabo y acudía a la taberna en compañía de la
muchacha, para beber el vino dulce del país. "Ellos se sentaban allí
—exclama madame Filipeto señalando la mesa que descansa junto a la
ventana—. Pedían "chianti" y susurraban en silencio como todos los
enamorados del mundo."
La estadía de Adolfo Hitler en Soligo, como la de los restantes
oficiales alemanes, transcurrió en las mejores casas del pueblo, que
el comando se encargaba de requisar. La suya pertenecía al conde
Brabdolini. Los posteriores dueños de la finca dijeron haber
escuchado que en el primer piso de la mansión, Hitler recibía la
visita de una joven.
Aunque en la región de Soligo queden muy pocos testimonios de
aquella época, todos los ancianos del lugar recuerdan perfectamente
a Hitler. Nadie olvidó al cabo insoportable que "hizo la vida
imposible al pobre padre Pasin, creador del hospital y hombre muy
querido en el pueblo".
Nombrar al Führer, en Soligo, implica hallarse rodeado a los pocos
segundos por la población: todos quieren ser testigos. El viejo
comerciante Bossero, quien en 1918 fue prisionero de los alemanes y
que vendió una caja de pañuelos a Hitler; el anciano zapatero
Orsoletta, que vive a 50 metros de la iglesia y arregló sus botas;
la viuda de Spironei, que durante dos meses le llevó el almuerzo
hasta su cuarto en el comando alemán. Cada uno de ellos recuerda a
aquella joven rubia, alta y bellísima. Pero nadie puede precisar qué
fue de ella. Algunas versiones imprecisas señalan que vive en Turín,
casada con un famoso médico. Otras que se radicó en Roma donde murió
hace dos años. Pero nadie puede asegurar nada.
En cuanto al niño, Pasin asegura que es un varón y que su madre lo
habría abandonado después del nacimiento en la Asistencia Pública de
Trevise, inscripto seguramente bajo un nombre falso.
"HITLER ESTABA AQUI"
Cuando el padre Giovanni Pasin escucha los testimonios de sus
paisanos, no niega ni afirma nada. Se limita a decir que el hijo de
Hitler vive en Italia, que él conoce a su madre, pero que por su
condición de clérigo no puede revelar su nombre. Conociendo al
sacerdote nadie puede pensar que sus versiones son falsas. Pasin fue
amigo personal de Juan XXIII, y de no haber insistido en ser
sacerdote de su pueblo hoy sería obispo. "Mucho después de su
partida —señala Pasin—, mantuve una estrecha relación epistolar con
el Führer. Cuando bombardearon Soligo en 1945, todas las cartas y
numerosos documentos fueron destruidos por el fuego."
La existencia de los documentos de Pasin hubiera permitido disipar
una duda de los historiadores: ¿Dónde se hallaba Hitler en 1918? El
sacerdote italiano responde: "Aquí, en este pueblo". Su explicación
reside en que Hitler fue herido en 1917 y enviado a Soligo a cumplir
un servicio auxiliar durante la convalecencia. Sólo después de esos
meses de reposo, Hitler retornó a su regimiento en Alemania.
Cuando en 1938 el Führer hizo destruir los legajos de su servicio
militar, la verdad quedó convertida en cenizas. "Con este gesto
—explica Pasin—, Hitler trató de borrar su pasaje por Italia, sus
amores con una mujer y el nacimiento de su hijo. Pero olvidó un
detalle: quemarme a mí también."
Actualmente, Giovanni Pasin ha vuelto a su silencio. Todos los
domingos, luego de la misa, se dirige a la cantina "Al Falcone"
donde bebe y discute con sus viejos amigos. Tiene 85 años y un
secreto que nadie ha podido desentrañar: la identidad de la mujer
con la que Adolfo Hitler tuvo un hijo. Tal vez nunca lo revele para
evitar que un hombre que es inocente cargue sobre sus espaldas la
inevitable culpa de saberse hijo del criminal más sangriento del
siglo.
Jacques Harvey
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Aún se conserva intacto el viejo caserón, en Soligo, donde
se alojaba el cabo alemán Adolfo Hitler
Aquí concurría Hitler todas las noches a beber cerveza con
su amante
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El sacerdote Giovanni Pasin
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