Posiblemente, "Los pájaros", último film dirigido por Alfred
Hitchcock, sea su obra más terrorífica. Es esta una frase
que se dice a cada nueva película del rechoncho realizador,
pero lo que se sabe de "Los pájaros", las escenas que ya
fueron vistas y hasta las regocijantes declaraciones de
Hitchcock parecen no dejar dudas. En todo caso, hay algo
cierto: el terror de Hitchcock es el fruto de una
inteligencia refinada, enemiga de lo burdo. Crear el horror,
tal su interés; nunca distribuirlo, menos aún vulgarizarlo.
En sus 50 films se rastrea una trayectoria que empezó
digitando los viejos resortes de la pieza policial, y que va
llegando al sadismo menos encubierto. "Los pájaros" puede
constituir otro mojón más en ese avance filoso y fascinante.
"Si yo filmara Caperucita Roja —confesó Hitchcock—, en la
segunda escena el público preguntaría: «¿Dónde está el
cadáver?» Me gustaría hacer algo distinto, pero el público y
los productores quedarían decepcionados".
Cuervos
como chimpancés Las armas y tácticas de la guerra se
modernizan día a día. ¿Qué sucedería si, en vez de un ataque
nuclear entre seres humanos, fueran los pájaros quienes
desencadenaran una agresión contra los hombres? Tomando
levemente una idea de Daphne du Maurier, Hitchcock ha
buscado una contestación. Y durante meses, en Bodega Bay,
una población cercana a San Francisco, y en Hollywood,
transformó esa contestación en varios kilómetros de
celuloide. "Los pájaros tienen razón —comentó Hitchcock
irónicamente—. Después de todo, los ponen en jaulas o los
asan, desde hace siglos. Es natural que devuelvan el golpe.
En cuanto se estrene la película, tal vez sirva de mucho a
los vendedores de gatos y espantapájaros". Un verdadero
ejército se mueve en la obra: cuervos, halcones, gaviotas,
águilas, gavilanes. Setecientas aves amaestradas, que,
gracias a los trucos empleados, alcanzan a sumar millares.
Setecientas aves a quienes tocan las secuencias más
abracadabrantes y sangrientas que se hayan visto en el cine.
Según Hitchcock, la intención de su película trasciende la
mera provocación del miedo. Quiso edificar una sutil
parábola sobre la estandardización de la sociedad actual, su
preocupación excesiva por los problemas menudos, su carencia
de fuerza espiritual. Esa sociedad jamás podría pensar en
una guerra de pájaros, porque ha perdido el poder de la
imaginación, porque está demasiado recluida en su confort y
su parsimonia. Hitchcock ha utilizado, para trazar esa
parábola, un mecanismo casi similar al de Ionesco. Sin
embargo, no bien formulada esta explicación de fondo, el
director inglés se engolosina relatando los fragmentos
escalofriantes de su reciente producción. "Hay muchas
escenas en que se ve a los pájaros picoteando los ojos de
las personas y arrancándoselos. Parecen caras con racimos de
uvas que cuelgan". Al mismo tiempo, admitió que la única ave
que le gusta es el pollo. "Para cenar". Durante todo el
rodaje, delegados de una entidad protectora de animales
vigilaron que los pájaros no se cansaran demasiado. Los
vigiló, también, Rey Berwick, el entrenador, que tiene sus
ideas propias sobre las aves. Según Berwick, está
"anonadado" por el raciocinio de los cuervos. "Son los
chimpancés entre los pájaros. Los más difíciles de cazar y
entrenar son los halcones y las águilas. Las gaviotas se
enfurecen hasta que aprenden". La mascota de Berwick es
un cuervo, llamado Nosey, que le trae las llaves del auto,
le saca un cigarrillo del paquete y se lo enciende. Nosey,
lógicamente, actúa en la película: es la estrella en el
rubro aves. La estrella humana es un descubrimiento de
Hitchcock: Tippi Hedren, de 27 años, ex anunciadora de
televisión. Hitchcock la convirtió en otra de sus blondas
beldades clásicas, al estilo de Grace Kelly o Eve Marie
Saint. Tippi Hedren no se salva de la agresión alada: en un
pasaje del film trata de defenderse de los pájaros
lanzándoles fogonazos con un "flash". Para tan desusado
rodaje fue necesario tomar precauciones: las cámaras
lanzaban chorros de aire a fin de evitar que los pájaros se
acercaran a las lentes. El "set" era recubierto con una
carpa de polietileno y en todas partes había semillas y
comida. Otra precaución: impedir que las aves, a pesar del
entrenamiento, exageraran su papel y causaran alguna
tragedia. Con su calma de siempre, Hitchcock condujo
minuciosamente esta película. Siempre de oscuro, con camisa
y corbata ("Yo no me disfrazo de director"), cumplió todas
las etapas del guión, apoyado en una destreza y un talento
técnicos que son habituales en él. "Nunca miro por el visor.
No vale la pena. Le explico al fotógrafo lo que quiero o se
lo dibujo".
La salsa de carne Este hombre obeso,
de 63 años, de sonrisa ingenua y picardías infantiles, vive
obsesionado por llevar a la pantalla un argumento que, según
él, es la cima del horror. Aquí está: Una pareja compra
una casa de campo. Al poco tiempo, la mujer desaparece. La
investigación comienza, y se establece que el asesino es el
marido. ¿Cómo? La dueña del almacén del pueblo declara que
el marido ha comprado, en una semana, dos botellas de salsa
de carne. Una botella dura un mes. Se descubre que el marido
se había comido a la mujer. Hitchcock asegura que nadie
se atreve a financiar este proyecto. Pero es obvio que algún
día llegará a filmarlo. Gustará o no. Pero, como "Los
pájaros", como sus películas más valiosas, será un compendio
de belleza visual, de esa difícil sabiduría que S. M.
Eisenstein llamaba "el sentido del cine" Página 41 -
PRIMERA PLANA 12 de Febrero de 1963
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Alfred Hitchcock
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