La resistencia de la Unión de Escritores
Soviéticos a las directivas culturales de Nikita Kruschev es un
hecho político de primera magnitud, difícilmente apreciado por los
observadores occidentales. Seguramente, los pintores "abstractos" y
los poetas "decadentes" no tienen poder para expulsarlo del Kremlin;
sin embargo, esta revuelta cada vez más amplia —y ya imposible de
conjurar— indica que el régimen comunista se aproxima a una crisis
decisiva. No será derrocado, pero tendrá que acelerar su
transformación. En los países comunistas con partido único, la
política busca su válvula de escape en las llamadas "organizaciones
sociales"; y de ellas, ninguna más pertinentes que las literarias,
por su poder de expresión. Sea o no consciente de ello, el hombre de
letras, al defender su autonomía, traduce una apetencia colectiva de
más bienestar y más libertad. Por su boca habla el técnico que
aspira a un cochecito utilitario; su mujer, que ya está harta de
compartir la cocina, y su hija, que quiere bailar el twist... Es
sabido, por ejemplo, que la revolución húngara de 1956 se inició en
el círculo de escritores de Budapest. Todos se proclamaban marxistas
y, sin duda, lo eran en su mayoría; pero, a través de sus reclamos,
era el pueblo mismo quien repudiaba el despotismo.
"Dictadura
filosófica" Es inevitable que un gobierno comunista fije
directivas a los artistas, e incluso a los científicos, porque se
trata de una "dictadura filosófica" que no quiere el poder por el
poder mismo, sino para implantar en los hechos cierta noción del
hombre. Los actuales dirigentes rusos, chinos, polacos y yugoslavos
difieren claramente sobre muchos puntos; pero están de acuerdo,
dogmáticamente, sobre el derecho del partido comunista a servir de
guía a los poetas y novelistas, pintores y músicos, biólogos y
físicos. También es inevitable, desde luego, que estos hombres
luchen, con más astucia que temeridad, contra la coerción oficial.
Stalin, durante treinta años, "amordazó" a muchos escritores y
relegó a muchos hombres de ciencia que querían servir a su patria y
su régimen con su propio criterio. Algunos fueron ejecutados, otros
desaparecieron misteriosamente. Ilya Ehrenburg, en sus "Memorias"
— ha publicado el segundo tomo, pero nadie sabe cuándo saldrá el
tercero — aclara, por fin, algunos sucesos de aquella época.
Confiesa que él los conocía, pero no podía decirlo porque hubiera
corrido la misma suerte: "liquidado". Mijail Cholojov se aferra a la
versión opuesta: él no sabía nada, él creía en la santidad de los
tribunales soviéticos. Para Cholojov, los que sabían y callaban son
culpables; moralmente, no tenían derecho a guardar silencio para
salvar su vida, porque el deber de un escritor es decir la verdad,
cueste lo que costare. Este debate, como se ve, pone en juego las
instancias superiores del régimen. Porque, por ejemplo, ¿sabía o no
Kruschev? El se abstiene de tratar este asunto, pero los escritores
no pueden: ellos necesitan ventilar las angustias de su conciencia.
Esta crisis comenzó a fines del año anterior, cuando Kruschev creyó
llegado el momento de recordarles a los poetas y escritores sus
obligaciones para con el partido. Él había autorizado
personalmente la publicación de "Una jornada de Ivan Denissovitch",
novela de un autor desconocido —Alexandre Soljenitsyn—, que trata
sobre la vida en los campos de concentración soviéticos. Las etapas
anteriores de la "liberalización" en literatura habían sido
señaladas por "Deshielo", de Ehrenburg, y "No sólo de pan vive el
hombre", de Vladimir Dudintsev. En realidad, ninguna de estas tres
obras pone en entredicho el régimen comunista, sino apenas los
métodos brutales de Stalin. Al nuevo jefe del Kremlin le convenía la
difusión de esta literatura, que sirve de ilustración a su
sensacional informe ante el XX Congreso. Pero he aquí que, tras el
éxito inusitado de Soljenitsyn, los diarios y revistas, las
editoriales soviéticas, recibieron millares de manuscritos, cada uno
de los cuales era un testimonio sobre los campos siberianos.
Evidentemente, el movimiento había adquirido un impulso superior al
que Kruschev deseaba. Tanto o más peligrosos son los poetas de la
nueva generación, que reivindican para sí la lección humana y
estética de Boris Pasternak. En Occidente se conoce relativamente
bien a Evtuchenko y a Voznessenski, pero en su país son los ídolos
de la juventud, y cuando leen sus poemas en las plazas —vieja
costumbre de los poetas rusos—, se celebran verdaderos mítines, con
la inevitable represión policial. Kruschev ha querido servirse de
estos jóvenes poetas contra la obsesionante memoria del constructor
de la URSS, y hasta los envió varias veces a Occidente, en
excursiones de turismo y propaganda. Pero esos viajes les
permitieron vincularse a los intelectuales extranjeros y conocer
otras condiciones más propicias a la libertad artística, aunque
contradictorias, porque la obra de arte y de cultura es también, a
menudo, una mercadería sometida a la ley de la oferta y la demanda.
Descontento y dudas La formidable audiencia de que gozan los
escritores rusos que se atreven a levantar una punta del velo los
compromete, quiéranlo o no, a satisfacer la demanda cultural de un
pueblo que se interroga sobre su historia y su destino. Para
ordenarles un "alto", Kruschev se vio obligado a declararse
discípulo de Stalin, como hace cada vez que las tendencias críticas
se extienden a regiones vedadas. Así logró que Evtuchenko y otros se
infligieran sendas flagelaciones autocríticas y que prometieran
enmendarse, no sin reticencia. Pero no cabe duda de que reincidirán.
Por lo demás, con ello ha precipitado una "declaración de
independencia" cultural formulada por Palmiro Togliatti, que será
clamorosamente adoptada por los escritores y artistas comunistas de
Occidente. Justamente, si Kruschev ha sentido la necesidad de
ganar tiempo, refiriendo a unos años más tarde la exigencia de mayor
libertad artística, es porque esa exigencia expresa en alguna forma
el descontento del pueblo soviético, sus dudas sobre la conducción
del propio Kruschev, su ensimismada revisión de los fines últimos
del comunismo. Los tropiezos de la agricultura, los "cuellos de
botella" en ciertas ramas de la industria, la pesadez de la
burocracia, la necesidad y los sacrificios de la carrera
armamentista, la impresión de que la fecha del paso al comunismo
(1980) deberá aplazarse una vez más, se combinan con notorias
decepciones de carácter internacional: pasividad en Berlín,
imprudencia en Cuba, división del movimiento comunista, regresión en
el Medio Oriente, África, América latina ... Todo eso es lo que
bulle tras la revuelta de los artistas. Página 13 - PRIMERA
PLANA 23 de abril de 1963
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