Revista Siete Días
Ilustrados
23.08.1971 |
En las últimas semanas el territorio del Ulster se ha
convertido nuevamente en teatro de sangrientas escaramuzas
entre católicos y protestantes. A pesar de que ya se
iniciaron tratativas conciliatorias, la lucha armada no
cesa. Los hechos ocurridos en Belfast a través de fotos
exclusivas.
El sábado de la semana pasada, mientras las calles de
Belfast se convertían en un nuevo incendio — transformando a
la capital del Ulster en un verdadero bastión de violencia,
muerte y sangre— la iracunda Bernardette Devlin (diputada
por Irlanda del Norte en el Parlamento británico) incitaba a
sus compatriotas con un flamígero e intolerante discurso:
"Este es el momento propicio —dijo— para que el IRA
(Ejército Republicano Irlandés) derroque al gobierno de
Dublín y expulse a los soldados ingleses de nuestro
territorio patrio. Si tenemos que construir una sola
república de 32 condados, éste es el momento para que
ustedes intervengan en forma decisiva", declaró. Se refería
al publicitado objetivo del IRA de unir a los 6 condados del
norte (Ulster), con los 26 de la católica República de
Irlanda, que fueron divididos después de los violentos
episodios que conmocionaron al país en 1921. Así, a los
reiterados conflictos que enfrentan a la minoría católica
con la mayoría protestante en Irlanda del Norte, se sumaba
un flamante cono de fricción: el alumbramiento de un nuevo
objetivo —el de la liberación — que pretende unir a los
bandos en pugna contra el común enemigo británico. Algo
bastante difícil, en verdad, puesto que los protestantes
—sector privilegiado de Irlanda del Norte— tienen más puntos
de contacto con el gobierno del Reino Unido que con los
fanáticos militantes del IRA.
De cualquier manera, mientras los combates se prodigan por
todo el territorio irlandés, el gobierno de Londres (por
intermedio del primer ministro, Edward Heath) parece
empeñado en buscar una solución pacífica del conflicto: en
los círculos diplomáticos se habla ya de una conferencia
tripartita en la cual participarían representantes de las
dos Irlandas y del Reino Unido. Aunque al cierre de esta
edición no se sospechan las bases sobre las cuales se
llegaría a un arreglo, no parece equivocado el esfuerzo de
intentar las vías de la pacificación.
No obstante, en los últimos días, mientras los devaneos
conciliatorios se desgranaban apresuradamente en las altas
esferas diplomáticas, en las calles de las ciudades y aldeas
del Ulster las ametralladoras y las bombas proseguían su
insidioso diálogo letal. Desde hace una semana, el trágico
panorama que ofrece Belfast resulta descorazonador, tanto
para los protestantes como para los católicos. A cada paso
se encuentran casas incendiadas, barricadas tumultuosas y
techos erizados de francotiradores; la muerte —entretanto—
no perdona a los combatientes y se ensaña en particular con
los civiles. Determinar el número de víctimas es casi
imposible, puesto que si bien el bando protestante no oculta
sus bajas, el IRA y los católicos acostumbran enterrar sus
muertos por la noche y en el mayor secreto.
Lo que sí puede contabilizarse, en cambio, es la cantidad de
gente que ha quedado sin hogar: a principios de la semana
pasada otras 1.500 personas iniciaron un penoso exilio al
haberse quedado sin albergue; entre ellas había católicos
—que huían al sur— y protestantes (que prefieren Inglaterra
y Gales) ya que el azote de la guerra no reconoce fronteras
religiosas. Eso ocurría mientras el brigadier Marston
Tickell, jefe de Estado Mayor al frente de los 12 mil
soldados británicos estacionados en el Ulster, aseguraba que
sus tropas habían puesto fuera de combate a las fuerzas
principales del IRA.
Como para desmentir esa afirmación, el líder de las
guerrillas irlandesas, Joseph Cahill, citó pocas horas
después a una conferencia de prensa clandestina —que duró 20
minutos— en la cual aseguró que la lucha armada habría de
continuar hasta que la minoría católica adquiriera igualdad
de derechos ante los protestantes, y hasta que el último
soldado británico dejara el suelo de Irlanda. "Si la presión
militar que se ejerce sobre los católicos no disminuye
pronto —amenazó Cahill— el IRA sembrará el terror y la
destrucción en las mayores ciudades británicas. Extenderemos
nuestra lucha a Londres, Birmingham, Coventry, Liverpool y
Manchester. Nuestros objetivos principales serán los
establecimientos comerciales y los edificios públicos; la
ofensiva que llevaremos adelante será similar a la
desarrollada por el IRA poco tiempo antes de estallar la
Segunda Guerra Mundial".
El discurso de la diputada Devlin —una joven soltera, de
tumultuosa vida política y privada (hace poco quedó
embarazada y dijo públicamente que no revelará el nombre del
padre de su próximo hijo)— apuntaba al mismo objetivo
señalado por Cahill en su conferencia de prensa: unir a
todos los irlandeses en la lucha contra el dominio
británico. De esa manera, dos caminos aguardan a Irlanda en
las próximas semanas: uno conduce a la paz y otro a la
guerra; mientras tanto, el fuego de las ametralladoras
continúa mezclándose a las buenas intenciones y la muerte
sigue tiznando, en Irlanda del Norte, la deseada senda de la
cordura.
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Los soldados ingleses enviados para pacificar Belfast (es
decir, mediar entre los bandos en pugna) muy poco pueden
hacer para atemperar las violentas manifestaciones católicas
Bernardette Devlin (abajo, primera foto acompañada por su
hermano) se ha transformado en líder de los católicos
irlandeses en su virulenta batalla contra los soldados
británicos
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