PROCESO EN MOSCÚ
Juicio político a dos intelectuales soviéticos
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Intelectuales soviéticos enjuiciados
Mientras en Moscú eran procesados Jakir (izquierda) y Krassin (abajo, con barba), en Europa varios intelectuales se solidarizaban con sus colegas soviéticos. Entre ellos, el novelista Gunther Grass (arriba, centro).

En el primer proceso al que pueden asistir corresponsales extranjeros, los inesperados descargos de los acusados Piotr Jakir y Víctor Krassin revitalizan una vieja polémica en torno a los derechos de los intelectuales disidentes en la URSS

"El reloj del Kremlin ha retrocedido treinta años: Stalin vuelve a reinar en la Unión Soviética". Así rezaba la leyenda que, pocos días atrás, fue nerviosamente garabeteada por manos anónimas en uno de los gigantescos muros que circundan la Plaza Roja de Moscú, a pocos metros del palacio gubernamental. Por cierto, los motivos de semejante inscripción —de por sí, una forma de protesta hasta ahora desconocida en las asépticas calles moscovitas— no escaparon a nadie: la crítica se refería ostensiblemente al proceso criminal que se estaba llevando a cabo contra dos intelectuales acusados de "propaganda y agitación antisoviética". Efectivamente, pocas semanas atrás fueron juzgados después de 14 meses de interrogatorios intermitentes los "subversivos" —según la caracterización de Jos fiscales— Piotr Jakir (50, dos hijos) y Víctor Krassin (44, casado). Ambos, una vez finalizado el juicio, fueron condenados a tres años de prisión por el tribunal, que desistió aplicar penas mayores en razón de las importantes informaciones sobre los grupos disidentes clandestinos que habrían aportado los procesados. Una sentencia que, más allá del hecho anecdótico, conmovió profundamente a los opositores de la actual política del Kremlin y revitalizó una antigua polémica en torno a los cuestionamientos que se deben permitir a quienes no se adaptan al régimen vigente.

PABELLON DE DISIDENTES
En realidad, Jakir tiene una larga historia en lo que hace a enfrentamientos con el estado mayor de la URSS. Su padre. Jona Jakis, fue uno de los altos oficiales que junto con el mariscal Tuchatewsky se complotaron en el año 1937 para derrocar a Stalin; un golpe de Estado fallido y que costó 1a vida a la totalidad de sus inspiradores. De esta manera, ya huérfano, Piotr conoció por primera vez la cárcel a los 14 años, cuando junto con su madre y su hermana fueron confinados en averiguación de antecedentes. Pocos días después de su reclusión, el joven fue separado de su madre y enviado a un campo de trabajo en las cercanías de Moscú. "Jamás podré borrarme de la mente el horror que vi y sufrí en esa cárcel —evaluaría años después en su libro 'Niñez en prisión', obra en la que relata la experiencia vivida y que junto a otros escritos le valió el actual proceso—. Cuando entré me vistieron con una toga de lona que me cubría hasta los pies, y que tenía varios cinturones colgando de la cintura. Luego comprobé para qué servían: los guardas me acorralaron formando círculo alrededor mío y, tomando un cinto cada uno, comenzaron a tironearme de un lado a otro de la habitación, dándome patadas y escupiéndome en todo el cuerpo".
Salvo pequeñas, esporádicas salidas, Jakir permaneció en el campo de trabajo hasta el año 1954. Entonces, a los 31 años de edad, el sufrido literato salió a las calles de Moscú "sin haber conocido otra cosa que el arte de la supervivencia". Un largo cautiverio que, sin embargo, pronto encontró una efímera recompensa. Dos años después de su liberación, en efecto, el recién ascendido premier Nikita Kruschev rehabilitó públicamente la figura de su padre, y recibió personalmente al damnificado Piotr. Allí comenzó una de las épocas más prósperas para la docena de intelectuales que desde hace tres décadas sienten menoscabados sus derechos civiles: se permitió la publicación de la novela de Alexander Solyenitzyn 'Un día en la vida' de Iván Denissowitsch, así como también la de varios otros ácidos escritos de Jury Daniel y Andrei Sinjawski.
Pero, con la caída de Kruschev. la recién surgida camarilla de liberales volvió a ser violentamente reprimida. Por de pronto, se expulsó a Solyenitzyn del Círculo de Escritores Soviéticos y tanto Daniel como varios artistas fueron condenados a prolongados períodos de prisión por haber difundido sus obras en el extranjero. La rigidez de la censura no impidió, sin embargo, que muchos escritores se agruparan en la clandestinidad. Así, por ejemplo, tanto Jakir como Krassin participaron activamente en las inflamadas ediciones de la 'Crónica de loé sucesos cotidianos'; un periódico mimeografiado que circulaba en los ambientes de avant garde y en el que se denunciaban los ataques que recibían los intelectuales soviéticos.
Cuando el movimiento comenzó a afianzarse, en el año 1969, Jakir
se dirigió junto can otros 54 intelectuales e la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, solicitando que se investigaran las presuntas irregularidades existentes en la Unión Soviética. Al año siguiente, y ante el fracaso de semejantes tratativas, nació, impulsado por el físico atómico Andrei Sacharow, el Comité de Acción por la Defensa de los Ciudadanos Soviéticos, cuyo amparo también solicitó Jakir para proclamar a los cuatro vientos su "total disconformidad con la política que está llevando a cabo el Comité Central del Partido Comunista". En esa oportunidad, el rebelde novelista aseguró que "no me opongo al espíritu que presidió nuestra revolución de octubre, sino a los métodos stalinistas que intentan reimplantar los actuales mandatarios del partido".

EL CAMBIO DE PLANES
A pesar de toda su trayectoria de furibundos opositores al sistema imperante en la URSS, tanto Jakir como Krassin desconcertaron por completo a la docena de corresponsales extranjeros que —por primera vez— lograron ingresar en un tribunal soviético y asistir a su juicio político. Es que, lejos de aprovechar el derecho de descargo para dirigir al mundo occidental un dramático SOS — como sin duda lo aguardaba más de un ansioso cronista—, los procesados no hicieron otra cosa que confesar un extenso y detallado mea culpa. Eh efecto, Jakir, el primero en hacer uso de la palabra bajo la complaciente mirada del abogado Michail Maljarow, comenzó agradeciendo al ministerio de Relaciones Exteriores soviético por haber accedido a su petición de formular su defensa frente a los periodistas europeos y norteamericanos. Luego, y ante el creciente asombro de los invitados especiales, el enjuiciado admitió todas las culpas que se le imputaban: según su propio testimonio, había trabajado sistemáticamente con el fin de derrocar al gobierno soviético, y exagerado fantasiosamente en sus novelas la real situación vivida en los campamentos de trabajos forzados. Y, como para disipar toda duda, su camarada Krassin pidió la palabra para aclarar que "en lo que va de este proceso, ninguno
de nosotros ha sido objeto de la la más mínima presión para que declaremos en nuestra contra. Todas las revisaciones clínicas y psiquiátricas que suelen hacerse en estos casos, tanto aquí como en todas partes del mundo, fueron realizadas con la mayor seriedad y jamás utilizando la intimidación".
Hoy por hoy, los inesperados descargos de ambos intelectuales sirvieron para que la policía secreta soviética asestara —mediante un tiro por elevación— un golpe casi mortal al tan vapuleado movimiento de los disidentes: hace ya varios meses que la Crónica dejó de aparecer, y con el reciente reconocimiento de culpa por parte de dos de sus máximos líderes es difícil que el -grupo vuelva a cobrar ímpetu en el futuro cercano. Una estimación que, de cualquier manera, no logró borrar el escepticismo de los reporteros presentes en el proceso, quienes no pudieron menos que encontrar sospechoso tan inexplicable viraje político por parte de los acusados.
Como no podía ser de otra manera, el juicio a Jakir y Krassin provocó una avalancha de protestas en Europa Occidental, donde —salvo contadas excepciones— salieron a la luz todos los libros escritos por los intelectuales liberales y cuya publicación fue prohibida en la URSS. En ese sentido, precisamente, se destacó la conferencia de prensa convocada pocos días atrás por Gunther Grass —el renombrado autor de 'El tambor de hojalata' y considerado como uno de los mayores talentos europeos en la actualidad—, quien no vaciló en tomar cartas en el asunto. "Nadie le pide a la Unión Soviética que implante un sistema de democracia parlamentaria ni que retroceda a las formas del capitalismo —señaló de entrada—. Pero pienso que una confrontación ideológica entre los diferentes sistemas políticos como la que quieren fomentar ciertos medios informativos, debe contener críticas para ambos lados. Porque ambos sistemas merecen ser criticados: el nuestro, por todas las injusticias sociales que fomenta y permite; el comunista, por carecer de la más mínima tolerancia política y resistirse a escuchar las críticas de sus ciudadanos".
Al final de su alocución, Grass se extendió en amplias consideraciones sobre la forma en que, a su juicio, debe comportarse un gobierno socialista con los intelectuales disidentes. "Un comunismo que reprime caprichosamente, se conduce a sí mismo al absurdo —concluyó—, y se vuelve (como la historia lo ha demostrado en tantas ocasiones) en cómplice de la reacción derechista".
Revista Siete Días Ilustrados
10.12.1973

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