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Entre el humor y la muerte: dos claves para un creador japonés
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Hacia 1850, un feliz asesino sin otra ocupación que la de la muerte hace pie en una aldea dividida por querellas domésticas. ("En la tierra hay el cráneo de una vaca, ladridos y ojos de coyote en la sombra, finos caballos y la luz alargada de una taberna".) A la primera pendencia, el asesino demuestra que es imbatible en el manejo de las armas. Testigos de su habilidad, los jefes de los clanes rivales se lo disputan como guardaespaldas. No cuentan con su falacia: pretextando que debe esperar unos días antes de elegir entre un jefe y otro, el asesino siembra la discordia en la aldea. Los dos bandos le son antipáticos y su única ambición, ahora, es arrastrarlos al desastre.
Esa anécdota parece la de un western y, en rigor, lo es. Sólo el nombre y las armas del asesino descubren que no son Arizona ni Wyoming ni Oregón, los territorios de sus proezas: se llama Yojimbo y pelea con un sable. Además, su historia no es trágica, aunque se cierre con la masacre de un pueblo entero y aunque sea, según las mejores interpretaciones críticas, una parábola filosófica sobre la violencia. Nada de eso: es una broma negra.
Su responsable lleva realizados, desde 1945, siete jidaikei (especie de films históricos), y en todos ellos ha prodigado parecidos ejercicios irónicos. La sagacidad de sus exegetas occidentales le ha dado notoriedad de gran trágico, a pesar de que él viene describiéndose a sí mismo como un hombre de dos máscaras, como un dramaturgo del presente y un parodista del pasado. Los westerns son su más placentera gimnasia paródica: ha confesado que, mientras los elabora, cada mañana propone a sus libretistas una situación que deja sin salida al héroe para que ellos se desesperen por encontrarla. Ese método engendró a "Yojimbo", la última de sus obras. Ese método puede, también, rastrearse en cada recodo de su estilo. Es hora de decir su nombre: se llama Akira Kurosawa.

Del yudo al siglo XI
Nació en Tokio, el 23 de marzo de 1910. Convencido de que sería pintor, abandonó la escuela superior Kyoka para ingresar como alumno de Bellas Artes. No bien supo que también para eso carecía de talento, se empleó como asistente de dirección en los estudios de la PCL, empresa de la que luego derivó la Toho. Fue una época de útil aprendizaje: desde 1936 hasta 1943, como ayudante del fecundo Kajiro Yamamoto, participó en la filmación de unas 27 obras y escribió el libreto de otras 5.
Su primer film propio data de 1942, y hace unos diez años, cuando "Rashomon" había hecho célebre su nombre, un redactor de The New York Times reveló que la censura nipona lo había puesto en aprietos, permitiéndole realizar sólo 3 obras, dos de las cuales integraban un solo relato: "La leyenda del yudo" (1942-44), melodrama sobre un campeón, y "Lo más hermoso" (1943), ambientada en una fábrica de materiales ópticos para el ejército. Sobre el llovido de la censura, el mojado de las fuerzas de ocupación impidió que ambos films fueran divulgados en Occidente: por orden del general MacArthur, todo el material japonés realizado antes de la derrota fue confiscado y enviado a Washington.
Sólo con la paz, Kurosawa pudo trabajar a su gusto: en 1945 realiza su primer western, "Los que le pisaron la cola al tigre", cuyo tema está tomado de las tradiciones del siglo XI. Es, en síntesis, la historia de seis samurais disfrazados de monjes budistas, seis samurais que deben llevar al príncipe Yoshitsune a través de las líneas enemigas para que se encuentre con su amada. El film tiene estructura de los noh y conserva su salmodia tradicional: por esa época, Kurosawa declaró que "es un error suponer que los noh tienen un ritmo lento. Un actor del noh da 3 pasos en el escenario para sintetizar un viaje de 3 millas. De esa pasta quiero que sean mis películas."

En busca de un estilo
Entre 1945 y 1947, Kurosawa realiza tres obras menores:
• "Sin lamentos por nuestra juventud", historia de un profesor liberal que se niega a aplicar las consignas de los militaristas.
• "Los que forjan el mañana", realizado en colaboración con el maestro Yamamoto: su tema es la democratización de un estudio cinematográfico, en Tokio.
• "Un domingo maravilloso", melancólica reflexión sobre una pareja de enamorados que refugian en el sueño su desolación y su pobreza.
La primera obra de ruptura, anárquica y a la vez intimista, es "El ángel ebrio" (1948), historia de un viejo médico dipsómano que encuentra su dignidad al rescatar de la miseria a un muchacho tuberculoso. Es una apocalíptica descripción del Japón postbélico con su mercado negro y sus bajos fondos, un golpe de espanto en el que está incluida la más terrorífica escena de todo el cine japonés: aquella en que el protagonista ve, en mitad de sus pesadillas, cómo su propio cadáver lo persigue a lo largo de una playa. La obra, distinguida como la mejor del año, fue empero resistida por las fuerzas americanas de ocupación, quienes vieron en ella un panfleto nacionalista, una incitación al descontento.
Otros tres films menores se arrastran entre el 48 y el 50:
• "El duelo silencioso", melodrama sobre la irresponsabilidad de un sifilítico.
• "El perro perdido", relato nervioso sobre el que pesa la sombra de Orson Welles, cuyo protagonista es un policía novato que se deja robar su revólver y lo busca por barrios turbios y marginales.
• "Escándalo", historia de un abogado corrupto y afecto a las extorsiones, a quien se ve evolucionar entre pintores y periodistas.

Cuatro golpes maestros
Una sacerdotisa que vomitaba las palabras de un muerto, un bandido que lanzaba escupitajos como un tigre, un marido humillado que miente hasta en la tumba, un leñador que sólo piensa en su prole, una mujer violada, hinchada de pudor, de sensualidad y de sadismo, una misma historia de crímenes contada de diversa manera por cuatro bocas: todo eso es "Rashomon", la obra más célebre de Kurosawa, la más refinada, la menos personal. A los diez meses de terminado, ese film cargaba ya con el "Oscar" a la mejor obra extranjera del año y con el León de Oro del Festival de Venecia. Se ha insistido mucho sobre su pirandellismo, sobre sus influencias del teatro kabuki, sobre la tersura de su estilo, sobre la animalidad de sus personajes, sobre su magia y su grandeza como para insistir en el juego. Ahora está claro que "Rashomon" era el más occidental de los films de Kurosawa, el más artificiosamente lírico.
Media un abismo entre él y la esplendorosa obra siguiente, "El idiota" (1951), basada sobre la novela homónima de Dostoievsky. La historia del príncipe Mischkin, transferida al Japón actual, duraba más de 3 horas en la versión original: sus productores le amputaron la mitad. Hay, sobre todo en la segunda parte del film, algunos momentos de increíble grandeza: nunca hizo Kurosawa nada tan hermoso como la escena de los disfrazados que caminan sobre la nieve, nunca tampoco alcanzó un lirismo tan mórbido y tocante como el que trasciende de los ataques de epilepsia padecidos por el príncipe. Con una perspectiva de diez años, "El idiota" aparece como el punto más alto del estilo de su autor, como el que más lejos lleva ese extraño juego de hechos oscuros (bañados por una fotografía oscura), en los que suele, de pronto, asomar la luz como una repentina raya cegadora.
En este mismo período que va del 50 al 54 están las otras dos obras maestras que más han hecho por la fama de Kurosawa: "Vivir", tocante reflexión sobre la muerte hecha por un enfermo de cáncer, y "Los siete samurais", un copioso western que costó dos millones de dólares y que refiere la idealista protección prestada por 7 guerreros a un amenazado pueblo de campesinos. Si en "Vivir" lo que importaba era el misterioso, seco, flujo de una conciencia que se destruía (un flujo revelado por golpes de realismo y golpes de magia), en "Los siete samurais" el clima está dado por una acción exasperada, gritos, relinchos, caídas, sablazos, un inmenso juego que dura dos horas y media y en el que no hay un solo gesto que no contribuya a la tensión del conjuntó.

De Shakespeare a Gorki
De 1955 data "Vivir sin miedo" —conocido también como "Diario de un sobreviviente"—, historia de un industrial sexagenario que procura a toda costa protegerse de una guerra termonuclear. Es una obra ambiciosa, panfletaria y fallida, a la que ni siquiera rescata la interpretación lúcidamente expresionista de Toshiro Mifune.
Como en "El perro perdido", la sombra de Orson Welles vuelve a posarse sobre Kurosawa en "El trono de sangre" (1957), una versión de Macbeth consumada con magnificencia pictórica, en la que se acentuaban los datos más bárbaros de la pieza shakespiriana (los asesinatos, las batallas) y se dejaba a un lado el análisis psicológico.
Más rescatable parece "Los bajos fondos" (1957), sobre la novela de Gorki, donde se recrea la atmósfera del periodo Edo —hacia 1840—, cuando el Japón se integró al mundo moderno.
En 1958, Kurosawa reapareció en el escenario internacional con "La fortaleza escondida", obra que obtuvo el premio de la critica y el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlín. Según el propio realizador, es la historia de un guerrero al servicio de in señor derrotado en la guerra. "El guerrero atraviesa un largo camino desde una fortaleza oculta, transportando a la heredera del trono: no hay aquí nada complicado. He querido hacer un film divertido, con suspenso y humor." La obra tiene la grandeza formal que es lugar común en Kurosawa, pero su relato está atiborrado de ingenuidades y sus personajes rezuman un artificioso aire occidental.
"Los malos duermen en paz" (1960) implica todavía un fracaso mayor. Es la historia de un capitalista inmoral, a quien se contrapone el idealismo de su secretario. Por lo que se sabe, la falta de fluidez de esta anécdota está compensada por la óptima interpretación de Toshiro Mifune (quien figura en todos los films de Kurosawa desde "El ángel ebrio", con la única salvedad de "Vivir").
La crítica europea asegura que "Yojimbo" es de un inusitado esplendor formal, que en ella culmina esa acerada habilidad del realizador para confrontar movimientos violentos e inamovilidades en una toma y en la que inmediatamente le sigue. Ha insistido, también, en que tras la aventura física alienta aquí un restallante humor negro. Toda mistificación, todo falso guiño puede ahora, después de "La fortaleza. .." y de "Los malos" ...desencadenar el derrumbe de Kurosawa, provocar su decrepitud como creador, acelerar su muerte. A menos que, a los 53 años, él ya sea un quiste, un irrecuperable cadáver.
PRIMERA PLANA . Página 38
19 de febrero de 1963

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