Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Reportaje a Liber Seregni
La salida pacificadora
Revista Siete Días Ilustrados
19.04.1971

El Frente Amplio, que aparece como tercera opción política en el escenario uruguayo, visto por su candidato a presidente.

El mes de marzo le deparó dos novedades: se convirtió en abuelo y fue proclamado candidato a la presidencia de Uruguay. Para un novato en política el debut no pudo ser más afortunado: en su primer acto de masas, el 26 del mes pasado, una multitud coreó su nombre y lo ovacionó durante cinco minutos. Es que Líber Seregni (54, dos hijas), un general retirado, se ha trasformado repentinamente en uno de los protagonistas del proceso electoral uruguayo por su calidad de líder del Frente Amplio, coalición de izquierda que intentará repetir en Uruguay el éxito alcanzado en Chile por la Unión Popular de Salvador Allende. Pero a diferencia de éste, Seregni no procede de los cuadros políticos tradicionales sino de las Fuerzas Armadas: un origen que tal vez permita situarlo más cerca del general Juan Velasco Alvarado —jefe de los militares nacionalistas de Perú— que del actual presidente chileno. De cualquier forma, es indudable que bajo su batuta el nuevo partido oriental planteará en los comicios de noviembre próximo una alternativa de izquierda —una "salida pacificadora", según él— que no tiene, por su estilo y gravitación política, precedentes en la historia uruguaya. Adicto a la pesca, cazador de prodigiosa puntería, admirador de Antonio Machado —y, consecuentemente, de Joan Manuel Serrat— este experto en Astrofísica y Geodesia contabiliza en su pasado casi cuarenta años al servicio de las armas, ejercicio profesional que lo encumbró hasta el grado de general. Dos años atrás, por su propio pedido, fue relevado de las funciones militares cuando comandaba todas las tropas con asiento en Montevideo; semejante decisión lo devolvió a la actividad civil convertido en el general retirado más joven del país. Si dentro de las Fuerzas Armadas había logrado un prestigio capaz de conformar corrientes de opinión, una vez fuera de ellas su personalidad sedujo a los frentistas: de extracción militar, nacionalista, proclive a un socialismo democrático, podía encarnar la imagen de una revolución ordenada y pacificadora, meta acariciada por los dirigentes del Frente Amplio. Desde que Líber Seregni aceptó la candidatura, el extremo fervor de sus partidarios lo ponen también sus enemigos cuando lo acusan de "hacerle el juego al comunismo", un partido
que integra el Frente junto a sectores socialistas, colorados y blancos escindidos, independientes y democratacristianos. Símbolo de esa conjunción de fuerzas, Seregni no vacila en cultivar un lenguaje polémico, agresivo cuando debe referirse al actual gobierno y a los partidos colorado y blanco, dos núcleos políticos tradicionales que se han turnado en el poder a lo largo de la historia uruguaya. De ellos, precisamente, tendrán que salir los votos que la flamante coalición necesita para triunfar. Es que hasta ahora los uruguayos se han pronunciado —casi en forma unánime— por las dos divisas clásicas: una bipolaridad que insinuó resquebrajarse en diciembre último cuando el senador Zelmar Michelini, líder del ala izquierda del partido colorado (en el gobierno), abandonó sus filas para incorporarse al frentismo (ver SIETE DIAS, Nº 187). Su decisión inspiraría después a los senadores Francisco Rodríguez Camusso (blanco) y Alba Roballo (colorado), dos rebeldes que justificaron la escisión con argumentos que son banderas del Frente Amplio: que los partidos tradicionales periclitaron junto a las añejas estructuras del país; que son incapaces de resolver la crisis económica, y que no pueden restaurar la antigua paz uruguaya quebrada en los últimos años por los grupos sediciosos. Si el electorado oriental participa o no de estas ideas, es cosa que se verá el 28 de noviembre próximo, pero lo cierto es que el primer mitin del frente —celebrado el pasado 26 de marzo— concluyó en una imponente demostración de fuerza (ver SIETE DIAS, Nº 203). En aquella ocasión, Seregni expuso ante el gentío su personal visión del país y las soluciones ofrecidas por su partido. Semanas después, acallado el fragor de los aplausos, en la intimidad de su sobrio departamento de Pocitos, profundizó sus planteos ante un hombre de SIETE DIAS. Lo que sigue es el producto de ese diálogo donde el general retirado y candidato a la presidencia explicitó las soluciones del Frente Amplio a los problemas más acuciantes de su país (la crisis económica, la violencia), definió su propia postura política y anticipó el triunfo de la izquierda en las próximas elecciones: una perspectiva que —de concretarse— pondría al Uruguay en la ruta del socialismo.
—Durante casi cuarenta años actuó exclusivamente en las funciones militares. Dos años atrás, en forma sorpresiva solicitó y obtuvo su relevo. Desde entonces se ha dedicado en forma creciente a la política. ¿A qué se debe ese cambio?
—En circunstancias normales es natural que cada uno siga la profesión elegida. Pero en momentos en que el Uruguay afronta la crisis más profunda de su historia, todo ciudadano está obligado a intervenir para ayudar a que el país emerja de esa situación. Desde los últimos meses de 1968 quedó en claro que la continuidad de la política del gobierno conducía a la violencia generalizada por el ahondamiento de tensiones que aparecían —y no eran resueltas— en el seno de la masa social. Ante ese cuadro, mi posición como ciudadano podía ser una sola: la búsqueda de las vías de orden político que, evadiendo las formas violentas, fueran a las causas de la crisis actual para resolverla y encontrar una salida al país.
—Su actividad política lo convirtió en blanco de diversas críticas. Una de las más notorias provino del general retirado Mario Aguerrondo, quien —en entrevista publicada por el matutino La Prensa de Buenos Aires— lo acusó de haber violado el juramento militar de defensa de las instituciones nacionales a raíz de su diálogo con el partido Comunista. ¿Existe tal violación? O de otro modo: ¿puede un militar uruguayo encabezar un frente político donde participe el comunismo?
—Por supuesto que sí. Esas opiniones pertenecen a un ciudadano, a un militar en retiro, que las formula a título personal. En nuestro país, dentro del orden constitucional, el partido Comunista es un partido legal y con representantes en las Cámaras; actúa en la vida política dentro de la Constitución y de la ley. De modo que no encuentro ninguna violación ni ninguna razón en tales comentarios.
—Con relación a los insurrectos, usted ha manifestado que el gobierno se equivoca al combatir la violencia sólo con medidas represivas y que lo más oportuno seria combatir las causas que dan nacimiento a la violencia. ¿Cuáles son esas causas?
—Las causas de la violencia son las causas de nuestra crisis. Uruguay atraviesa una situación que no es de coyuntura; es de orden estructural. El problema es entonces ir a la raíz de los males. Las tensiones sociales y la violencia —que es una forma extrema de la tensión social— son expresión última de órdenes de insatisfacción o de injusticia en el campo social Esto es lo que debe atacarse con las soluciones incluidas en el programa del Frente Amplio.
—Justamente, ese programa prevé una amnistía. Si es electo presidente, ¿cómo utilizará ese mecanismo?
—En la vida política y en la vida de un, país nunca puede predecirse cómo se va a proceder para resolver un problema que puede estar ubicado uno, dos, o tres años después. Pueden darse, sí, normas generales pero no precisiones sobre la solución. El instrumento de la amnistía está específicamente establecido en las bases programáticas como una medida para alcanzar la pacificación del país. El Frente Amplio entiende que es —como fuerza política— la salida pacificadora del Uruguay y sabe del gobierno conducía a la violencia generalizada por el ahondamiento de tensiones que aparecían —y no eran resueltas— en el seno de la masa social. Ante ese cuadro, mi posición como ciudadano podía ser una sola: la búsqueda de las vías de orden político que, evadiendo las formas violentas, fueran a las causas de la crisis actual para resolverla y encontrar una salida al país.
—Su actividad política lo convirtió en blanco de diversas críticas. Una de las más notorias provino del general retirado Mario Aguerrondo, quien —en entrevista publicada por el matutino La Prensa de Buenos Aires— lo acusó de haber violado el juramento militar de defensa de las instituciones nacionales a raíz de su diálogo con el partido Comunista. ¿Existe tal violación? O de otro modo: ¿puede un militar uruguayo encabezar un frente político donde participe el comunismo?
—Por supuesto que sí. Esas opiniones pertenecen a un ciudadano, a un militar en retiro, que las formula a título personal. En nuestro país, dentro del orden constitucional, el partido Comunista es un partido legal y con representantes en las Cámaras; actúa en la vida política dentro de la Constitución y de la ley. De modo que no encuentro ninguna violación ni ninguna razón en tales comentarios.
—Con relación a los insurrectos, usted ha manifestado que el gobierno se equivoca al combatir la violencia sólo con medidas represivas y que lo más oportuno sería combatir las causas que dan nacimiento a la violencia. ¿Cuáles son esas causas?
—Las causas de la violencia son las causas de nuestra crisis. Uruguay atraviesa una situación que no es de coyuntura; es de orden estructural. El problema es entonces ir a la raíz de los males. Las tensiones sociales y la violencia —que es una forma extrema de la tensión social— son expresión última de órdenes de insatisfacción o de injusticia en el campo social Esto es lo que debe atacarse con las soluciones incluidas en el programa del Frente Amplio.
—Justamente, ese programa prevé una amnistía. Si es electo presidente, ¿cómo utilizará ese mecanismo?
—En la vida política y en la vida de un país nunca puede predecirse cómo se va a proceder para resolver un problema que puede estar ubicado uno, dos, o tres años después. Pueden darse, sí, normas generales pero no precisiones sobre la solución. El instrumento de la amnistía está específicamente establecido en las bases programáticas como una medida para alcanzar la pacificación del país. El Frente Amplio entiende que es —como fuerza política— la salida pacificadora del Uruguay y sabe que la continuidad de este régimen conduce a un camino de violencia generalizada. Nosotros somos claros cuando decimos que el país debe iniciar un proceso de liberación nacional y de prosecución de democracias efectivas que...
—Es una expresión que puede inquietar a ciertos sectores.
—¿Cuál?
—Liberación nacional.
—Es una expresión que no me asusta sino al contrario: expresa un concepto que considero una obligación y mucho más por mi condición militar. Me explico. En el siglo pasado los países latinoamericanos obtuvieron su independencia política. Un siglo y medio después comprendieron que no les sirve de nada si no está acompañada de la independencia económica. Ese es el tramo que se vive ahora. América latina está viviendo su segunda revolución emancipadora. Ese es e! sentido de la liberación nacional. Liberarnos de dependencias extranjeras que, encuadradas fundamentalmente en e! orden económico, influyen en los órdenes político y social.
—Al abordar el tema de la violencia, y, en general, al considerar los problemas del país ha destacado siempre la situación de la juventud uruguaya, su falta de oportunidades y su marcha hacia el exterior. Una apreciación simplista, electoralista, demuestra que la juventud no es numéricamente decisiva en la masa de votantes. Por eso importa conocer las razones de su inquietud.
—La juventud ha sido marginada de la vida del país. Se le cerraron todos los caminos de integración y participación efectiva; y una sociedad que no se renueva incorporando a su manera de ser y de vivir a las nuevas generaciones, está condenada al fracaso. La vida de grupos y naciones sólo puede tener carácter dinámico y marchar hacia el futuro cuando se produce la síntesis de la experiencia de las generaciones antiguas con las nuevas que aportan siempre, siempre, el idealismo y la renovación necesarios para que un país salga adelante.
—En su discurso del 26 de marzo dijo textualmente: "La disyuntiva es hoy muy clara: o la oligarquía líquida al pueblo oriental, o el pueblo oriental termina con la oligarquía". Esta frase, ¿permite concluir que usted analiza la alternativa uruguaya en términos de lucha de clases?
—Bueno, sí, pero es que responde a una realidad. Los últimos tiempos marcan en una forma de más en más cruda el desplazamiento de los partidos políticos del gobierno por los sectores oligárquicos, es decir, por los círculos de poder económico y financiero que son los que conducen ahora el gobierno efectivo del país.
Porque la oligarquía tomó el gobierno es que se ha descargado la crisis sobre sectores de ingresos medios y bajos, lo cual se traduce en una pérdida de su poder adquisitivo y en una pérdida de todo orden de libertades. La continuidad de esta situación nos lleva a dos opciones: la oligarquía o el pueblo.
—En términos de poder político, ¿eso significa que los partidos blanco y colorado son los partidos de la oligarquía y que el frente es el partido del pueblo? O de otro modo: ¿aquéllos y éste representan, respectivamente, los intereses de la burguesía y el proletariado?
—No exactamente. En Uruguay los términos burguesía, clases medias, tienen su sentido particular. El problema como se presenta en nuestro país no obedece a esquemas clásicos de tipo teórico que corresponden a sociedades desarrolladas e industrializadas, como las europeas. Aquí, por un lado, están los sectores económico-financieros ligados a intereses extranjeros; por otro, todo el conjunto del pueblo abarcando a sectores de la burguesía, clase media y clase obrera. El Frente es el conjunto de todas las fuerzas progresistas que entienden necesario proceder a cambios profundos de las estructuras nacionales.
—¿Es, entonces, un partido poli-clasista?
—Por supuesto.
—En entrevista publicada por el semanario Marcha usted declaró que "la organización y planificación de nuestra economía debe tender hacia formas socialistas de organización económica". Sí resulta electo, ¿orientará al país hacia un régimen socialista en lo económico?
—En sus documentos, el Frente ha manifestado que es necesario ir a vías de utilización —de utilización, repito— nacional y social de los medios de producción de riquezas para lograr un incremento de aquéllas y una mejor distribución. Para ello es preciso cortar vinculaciones con el capital internacional, cosa imposible en los marcos del capitalismo dependiente. Por tanto, nuestra política para alcanzar esos fines reconoce formas socializantes o cooperativas como salida.
—Socialismo en la materia económica, ¿y en la política?
—Precisamente. La conceptuación socialista puede tener dos campos: lo político y lo económico-social. El Frente es explícito al respecto: entiende que el accionar político debe realizarse a través de formas pluripartidistas, con intervención de distintos partidos, en un ejercicio de la democracia donde participen grupos con distintas ideologías y programas. Pero la salida en lo económico reconoce un viejo camino que había tomado el Uruguay setenta años atrás el tránsito por vías socialistas adecuadas a nuestra realidad específica.
—Socialismo en lo económico, democracia en lo político. ¿Se identifica personalmente con el socialismo democrático?
—En términos de doctrina político-económica y en lo personal, ésa es la definición genérica que más me comprende.
—En su discurso del 26 de marzo declaró que el Frente se propone "romper los tres pilares básicos de la oligarquía: latifundio, banca particular, complejo de succión de la exportación". Vayamos por partes. Respecto al latifundio, se ha declarado partidario de una reforma agraria. ¿A qué tipo de reforma agraria se refiere?
—Ya. El tema de la reforma agraria es viejo y si en algún momento el término pudo asustar a cierta gente, ahora se maneja en cualquier programa o cualquier partido, sea de derecha o de izquierda. Pero más allá de los términos hay una realidad que no podemos evadir: con estas estructuras agrarias el país alcanzó los horizontes posibles de producción. Los últimos veinte años marcan un estancamiento total en nuestra producción básica que es la del agro, y al mismo tiempo, un claro retroceso en el aspecto sociológico por el despoblamiento de nuestro campo y la concentración en las ciudades. La solución, pues, abarca dos campos: el económico puro para lograr una mayor producción de riqueza; y el campo social en lo relativo a lograr una distribución adecuada de nuestra población y nuestras fuentes de trabajo. Una reforma agraria exige eliminar el latifundio que se expresa no sólo a través de la extensión de los campos sino en el orden de producción y explotación a que están sujetos; y asimismo el minifundio que es el otro extremo del mal que nos ataca, particularmente en los departamentos del sur. La vía para lograr una mayor producción de riqueza —que es el fenómeno real al que hay que atender— exige, por la disponibilidad de tecnología y mecanización, el ir progresivamente a formas cooperativas de explotación y comercialización. Alcanzarlas supone utilizar mecanización y técnica, aplicadas sobre unidades de explotación agrupadas con criterios selectivos modernos. Y eso sólo puede hacerse mediante la expropiación de tierras no explotadas científicamente y la redistribución y ampliación de minifundios.
—Con relación a la banca, usted se ha manifestado en favor de su nacionalización. ¿Cuál es el contenido de esta medida?
—El contenido es claro. Aumentar las riquezas del país a través del cambio de estructuras agrarias, exige el manejo del crédito como forma de orientar los esfuerzos financieros hacia los sectores decisivos. Para hacerlo, el Estado debe manejar el ahorro y el crédito, lo que se obtiene por este mecanismo.
—Últimamente, el gobierno uruguayo compró varios bancos particulares que atravesaban —según expresó— una situación deficitaria. ¿Eso es nacionalizar la banca?
—En esos casos, el país no nacionalizó bancos sino que compró instituciones que han sido vaciadas y están en déficit. Es decir, se nacionalizaron pérdidas. Lo peor es que se invirtieron los dineros del pueblo para solventar empresas que, por atender a beneficios de tipo personal o de grupo, produjeron pérdidas. No, el camino es otro.
—Corresponde hablar del tercer sector de reformas, lo que usted denomina "complejo de succión de la exportación". ¿De qué se trata?
—Significa que las relaciones con compradores extranjeros no pueden ser libradas a la pura iniciativa particular en un orden tan integrado y monopolizador como el actual. Debemos vender en las condiciones que sean las mejores para el país y no para ciertos grupos.
—¿Cómo se obtiene?
—Creando órganos dinámicos donde estén representados: los productores, los que dominan la técnica del comercio exterior y los intereses del país. Al negociar corporativamente la venta de sus productos el país se asegura el máximo pago por sus riquezas.
—Sus planteos revelan una gran confianza en las nacionalizaciones y en la eficiencia administrativa del Estado. Sin embargo, existe en Uruguay una larga tradición de desconfianza con respecto a la eficacia del aparato estatal. Nacionalizar, ¿no supone complicar las soluciones a nivel de burocracia?
—No pretendemos nacionalizar por el puro gusto de hacerlo sino porque la realidad lo exige. En los primeros treinta años de este siglo las nacionalizaciones fueron altamente efectivas; las empresas estatales dieron beneficios al país. ¿Qué pasó después? Se produjo un proceso de politización partidaria de esos organismos que fueron usados como lugar de ubicación de correligionarios en un trámite electoral y politiquero (que no político). Eso hipertrofió los órganos y su rendimiento. Pero el principio de nacionalización es —y está demostrado— de orden positivo si se aplica en una política de conjunto. Despolitizada, reorganizada, la administración pública se integrará a ese esfuerzo de aumento de producción.
—Hasta ahora, las preguntas se han formulado partiendo de un supuesto: que el Frente gane las elecciones y deba aplicar su programa. Invertimos el supuesto. Si el Frente pierde, ¿proseguirá actuando como fuerza única o se dividirá en distintas fracciones?
—Cuando el Frente se formó fue planteado como la única respuesta a la situación del país. Ese es el planteo actual: el Frente es la única vía de salida. Y esa vía se operará el 28 de noviembre próximo cuando ganemos las elecciones. Pienso que ganaremos porque el acto del 26 de marzo demostró nuestra fuerza en Montevideo y porque el estado del país —desde el Cuareím hasta el Chuy— permite asegurar que somos una muy firme opción de poder. Pero si así no fuera, cosa que considero muy difícil, le aclaro que el Frente se ha planteado una tarea de tipo histórico y como tal, seguirá vigente en 1972 ó en 1976.
—Cuando el general Oscar Gestido fue electo presidente en las últimas elecciones, el país asistió a un fenómeno singular: el ingreso de militares a posiciones de gobierno. A modo de tesis se ha dicho que hoy, en América latina, los antiguos partidos políticos están en crisis, lo cual obliga a los pueblos a buscar su expresión por medio de instituciones nuevas. El ejército sería una de ellas. La actitud del general Gestido, la presencia de militares en cargos de gobierno y la incorporación de los mismos —es su caso— a la lucha política, ¿tiene alguna relación con esa tesis proyectada a partir del proceso militar peruano?
—Nuestro caso es distinto al de otras áreas. No se trata aquí de sustituir las funciones políticas de los partidos por la actuación de las Fuerzas Armadas. Se trata simplemente —y es el caso de Gestido— de aprovechar el material humano disponible seleccionando hombres que proceden de distintos campos de acción. Importa más su capacidad que su profesión civil o militar. Y la vida me ha enseñado que no existen diferencias entre hombres de distintas profesiones.

 

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Líber Seregni

 


 
 

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