Revista Panorama
octubre de 1963 |
MONGOLIA
China y la Unión Soviética se disputan la hegemonía en esta remota
nación asiática.
Mucho antes de la ruptura ideológica, Moscú veía en el desbordante
crecimiento de la población china una amenaza para sus despoblados
territorios en Asia. En la estrategia soviética, Mongolia es un
dique que se alza frente a la marea humana del imperio de Mao
Tse-tung
Los cimientos de esta moderna versión de la Gran Muralla que protege
el inmenso flanco siberiano fueron echados por la diplomacia zarista
en 1912, cuando una parte de la provincia de Mongolia (lo que
después se llamaría Mongolia Exterior) se separó de China, arguyendo
que sus habitantes debían obediencia al Emperador, pero no al
gobierno revolucionario de Sun Yat-sen, que acababa de derrocarlo.
Rusia no dejó pasar la oportunidad y prestó decisivo apoyo a los
autonomistas mongoles.
La diplomacia soviética continuó y completó la obra iniciada por los
zares. En 1924 Rusia ayudó a las guerrillas procomunistas de Sukhe
Bator y Choibalsán en su lucha contra los chinos que habían
recuperado el territorio. De esta contienda salió Mongolia con un
gobierno comunista satélite de Moscú e independiente de China, si
bien en el terreno diplomático la URSS seguía reconociendo la
soberanía de este país sobre el naciente estado mongol.
Más tarde, la guerra civil crónica que desgarró a China y su lucha
contra los invasores japoneses permitieron al Kremlin consolidar su
influencia sobre la joven nación, cuya independencia fue reconocida
—aunque de mala gana— por China en 1946. Prueba de ello es que tanto
Pekín como Formosa reivindican todavía hoy su soberanía sobre la
República Popular de Mongolia. Un detalle ilustrativo del actual
espíritu reviosionista chino: aun en la época de mayor armonía en
las relaciones entre Moscú y Pekín, el trazado de los mapas
oficiales del país de Mao Tse-tung era alarmante para los países
limítrofes. Sus fronteras englobaban una parte de la India, del
Vietnam, a ambas Coreas, Mongolia y... 700.000 kilómetros cuadrados
de territorio siberiano, con ciudades como Vladivostok e Irkutsk.
Naturalmente, eso no hizo sino acentuar la secular desconfianza rusa
hacia sus vecinos del sur y justificaba retrospectivamente la
creación de una zona neutralizada satélite en el corazón de Asia.
La gran cabalgata hacia el futuro
Mongolia vive hoy en plena transición que ha de llevarla desde una
forma de vida nómada y pastoril casi inmutable en el transcurso de
los siglos, a una sociedad de corte comunista. Y así, mientras para
una parte de los habitantes el tiempo parece haberse detenido en la
época de Gengis-Kan —son las tribus nómadas que apacientan sus
rebaños en las inmensas estepas del Asia central—, las ciudades
asimilan rápidamente la cultura actual. Con ritmo acelerado surgen
industrias, hospitales, escuelas, y en Ulan Bator, la pequeña
capital, hace años que funciona la primera —y por ahora única—
universidad moderna del país.
Ulan Bator se parece a cualquier ciudad provinciana de la URSS. La
edificación, relativamente reciente, sigue rigurosamente la "línea
Stalin". En los macizos edificios de cemento que enmarcan la plaza
Sukhe Bator (héroe nacional que en 1924 expulsó a los chinos del
país) tienen su sede los organismos del Estado y del Partido que en
forma todavía un tanto precaria controlan el vasto y casi despoblado
territorio.
En la misma plaza se alza la estatua ecuestre de Sukhe Bator y la
del desaparecido premier Choibalsán, y un mausoleo de granito rojo,
idéntico al de Lenin en la Plaza Roja de Moscú, guarda las cenizas
de ambos. El l9 de mayo y el 11 de julio —fiesta nacional de
Mongolia— la plaza Sukhe Bator se puebla de banderas rojas portadas
por la muchedumbre que desfila ante los monumentales retratos de
Nikita Khruschev y del actual primer ministro, Yumzhagiin Tsedenbal.
En las estepas de Asia central
Pero basta alejarse unas decenas de kilómetros de la capital para
que la decoración cambie por completo. Claro que el solo hecho de
alejarse constituye de por sí un serio problema: las vías de
comunicación se reducen a unos pocos kilómetros de carretera y a un
ramal del ferrocarril transiberiano que atraviesa el país de Norte a
Sur, uniendo a Ulan Bator con la red ferroviaria china. Lo demás es
un vericueto de sendas, huellas de caravanas y rastros de vehículos
que atraviesan la estepa desértica en todas direcciones. Un dédalo
en el que puede fácilmente perderse quien no posea el aguzado
instinto de los pastores mongoles. En esas condiciones, un jeep
puede recorrer alrededor de 500 kilómetros en una sola jornada. Un
jinete a caballo, tradicional medio de locomoción en esas latitudes,
tarda tres días en salvar la misma distancia. Una caravana de
camellos, una semana.
Esta es la otra Mongolia, que se va transformando lentamente y que
todavía conserva muchos de sus rasgos tradicionales. Aquí los
poblados se reducen a un grupo de yurts —carpas circulares de
fieltro— diseminados alrededor de los primitivos carruajes que la
tribu utiliza en su continuo peregrinar por la estepa. Una radio,
los libros escolares de niños y adultos, una motocicleta recostada
contra un yurt, dan a veces la nota moderna. Por lo demás, los
pastores nómadas mantienen vivas las costumbres y tradiciones de sus
antepasados. Su ocupación es el cuidado de los rebaños de yacks,
renos u ovejas que les proveen de carne, leche, lana y las pieles
que son parte esencial de su indumentaria y de los enseres
hogareños.
Cuesta trabajo ver en los mongoles de hoy, gente hospitalaria y
pacífica, a los descendientes de los jinetes de la Horda dorada, que
un día asolaron a Europa. Han aceptado sin resistencia la forma de
vida comunista. Por cierto que en muchos sentidos no constituye una
total novedad para ellos. Ni siquiera la explotación colectiva de la
tierra y los rebaños, controlada por funcionarios del gobierno,
significó un cambio radical para los pastores nómadas, acostumbrados
de antiguo a una vida altamente comunitaria.
El sistema de partido único —el comunista— está definitivamente
establecido como régimen político en Mongolia. Los cuarenta mil
afiliados suplen su escasez numérica con una monolítica identidad de
fines. Desde muy pequeños, los niños ingresan en organizaciones
juveniles (equivalentes del Konsomol soviético) donde se los
instruye para su futura afiliación al Partido.
Solicitados por dos vecinos poderosos, los dirigentes mongoles
tuvieron que apelar en muchos casos a lo más sutil de la diplomacia
asiática. De ese modo lograron la ayuda técnica y económica que
Rusia y China volcaron a manos llenas; de ese modo mantuvieron
—mientras les fue posible— una cierta neutralidad en las querellas
intestinas dentro del bloque socialista.
La considerable ventaja cobrada por la URSS en el pasado, el monto
de la ayuda rusa —mil millones de dólares, contra apenas cien
millones invertidos por China—, y la promesa de que la ayuda técnica
se intensificaría en el futuro, fueron razones que pesaron a la hora
de elegir, cuando se produjo la ruptura ideológica chinosoviética. Y
Mongolia se pasó con armas y bagajes al campo de Moscú. Los técnicos
chinos están cada día más aislados; los rusos han cobrado mayor
influencia y hay indicios de que en el seno del partido comunista se
inició una "purga" tendiente a eliminar a los miembros favorables a
Pekín.
CAMPO DE BATALLA IDEOLÓGICO
En el mapa, las líneas verticales muestran la enorme densidad
demográfica de China, en contraste con la escasa población de
Mongolia y de Siberia. La República Popular de Mongolia (que en 1961
fue admitida como miembro en las Naciones Unidas) tiene poco más de
un millón de habitantes para 1.531.000 kilómetros cuadrados.
El país es eminentemente ganadero: rebaños de ovejas (más de 12
millones de cabezas), cabras, renos, y yacks, junto con dos millones
de vacunos perfectamente aclimatados, pastorean en las fértiles
llanuras. Una gran parte del transporte a través de la estepa se
hace mediante caravanas de camellos.
En su esfuerzo por atraer a la joven nación a su respectiva esfera
de influencia, Rusia y China invirtieron enormes sumas de dinero y
enviaron técnicos que ayudaron a organizar la economía mongola,
según el patrón soviético de planes quinquenales (actualmente está
en vías de ejecución el tercero).
El país tiende aceleradamente a la industrialización; Mongolia
elabora cueros, tejidos, pieles, lanas y madera, produce materiales
de construcción y fabrica maquinaria liviana. Con la ayuda de
técnicos húngaros, recientemente comenzó la explotación del petróleo
existente en el desierto de Gobi.
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-Un antiguo símbolo religioso que representa a uno de los
diablos de la mitología mongólica contempla a los visitantes
con aspecto amenazador en el museo de Ulan Bator. Los
mongoles son lamaístas, una rama del budismo.
-Dos dragones de porcelana, valiosísimos vestigios de los
siglos de dominación china, montan guardia simbólica a la
entrada del museo. Fueron restaurados por artesanos que
vinieron especialmente desde China para ello.
-En el desfile conmemorativo de lo revolución rusa, en Ulan
Bator (la capital), la muchedumbre desfila ante cartelones
con la efigie del líder soviético, Nikita Khruschev, y el
primer ministro comunista de Mongolia, Tsedenbal.
-En el corazón de Asia, un escenario de la "guerra fría
número dos"
-Una acelerada transición de un pasado fabuloso a un futuro
que todavía es incierto
-En el Palacio de los Deportes se practica sobre todo la
lucha, considerada el deporte nacional.
-Una motocicleta y un "yurt" de fieltro: tradición y
modernismo en la vida de un país que progresa.
-Desde el palco levantado frente al monumento de Sukhe
Bator, héroe nacional, los dirigentes presencian un desfile
conmemorativo de la revolución rusa |
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-Bajo las arenas del desierto de Gobi hay fabulosas reservas
de petróleo. Más de trescientos pozos están operando bajo
dirección de técnicos húngaros. Envuelto en su abrigo de
piel de perro, este mongol vigila su rebaño desde lo alto de
las dunas.
-El mongol nace y vive a caballo. No es, pues, extraño que en
el proceso de sovietización del país se recurra, en los
slogans, a imágenes hípicas como "la gran cabalgada hacia el
futuro".
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