El director del film "El asesinato de Trotsky" no supo
emplear el poder de síntesis cinematográfico para explicar
que el crimen de Coyoacán había sido planeado en Moscú.
Losey dudó hasta último momento en la elección del verdadero
protagonista de la Historia: no supo si era Trotsky o su
asesino. Ni explica qué hacía en México el revolucionario
ruso.
EL fracaso del film 'El Asesinato de
Trotsky' reside en que Losey ha dudado hasta el final sobre
quién es verdaderamente el protagonista de la historia que
narra: si Trotsky o Mercader. Resulta un verdadero
infortunio artístico que se le haya escapado a un director
de talento la oportunidad de trazar el cuadro de un gran
drama histórico. Una de las virtudes esenciales del arte
cinematográfico es su prodigioso poder de síntesis. Ese
poder no fue empleado por Losey para explicar al inocente
espectador que el crimen de Coyoacán se había organizado en
Moscú. Losey tenía recursos para reunir la información
básica para determinar que los móviles del asesinato no
debían ser buscados en el alma de Mercader, sino en el
dictador georgiano. Esta decisión fluía de numerosos
asesinatos anteriores, que Losey ignora en su film y que son
conocidos en la Historia contemporánea como los Procesos de
Moscú. Dichas farsas judiciales se realizaron entre 1936 y
1939 y condujeron a los patios de ejecución de la GPU
(policía política soviética) a todos los miembros del
antiguo Politburó de Lenin, a los fundadores del Estado
soviético, a los organizadores y comandantes del Ejército
Rojo, a la plana mayor de la economía, la industria, la
"intelligentsia" científica y la estructura del viejo
partido bolchevique. Aunque el espectador se revuelva en
la butaca, inquieto por la sensación de que, además de las
relaciones amorosas en un cuarto de hotel entre el asesino y
una joven, existen causas más profundas y trascendentes para
preparar un asesinato, en cuyo prólogo intervienen pintores
de murales, "camaradas" de un partido no determinado,
manifestaciones "populares" en las calles y agentes más o
menos misteriosos, Losey no lo dice. La película es un
fracaso porque el espectador ignora, y Losey no dice, lo
siguiente: 1) Stalin inspiró, organizó y vigiló cada
etapa de la ejecución del crimen. Hay bibliografía
abrumadora y testigos aún vivos. 2) El pintor de murales
que aparece en el film es David Alfaro Siqueiros. Fue
designado para encabezar el grupo que atacó la casa de
Trotsky el 24 de mayo de 1940, por decisión del jefe de
la operación en suelo mexicano. 3) El general Leónidas
Eitingon (conocido dos años antes, en la Guerra Civil
Española, bajo el nombre de general Kotov) era de los
servicios de ejecución de la GPU. Este individuo actuaba
bajo las órdenes del responsable del atentado, residente en
Moscú, en la plaza Derzhinsky. 4) El coronel Serebiransky
recibía órdenes de Laurent Beria, Comisario del Interior de
la URSS y representante de Stalin. 5) El general Eitingon
tenía una amiga, que luego fue célebre: la hermosa
aventurera española (nacida en Cuba) Caridad Mercader,
veterana agente de la GPU en Europa. Era la madre de un
joven militante comunista español llamado Jaime Ramón
Mercader del Río Hernández, asesino de Trotsky. No se
requería mucha literatura verbal ni excesivo celuloide para
contar al público que ese inverosímil anciano cuidador de
conejos y de huertas que aparece con el nombre de Trotsky
había sido el presidente de los Soviets en la primera
Revolución Rusa de 1905, a los 25 años de edad; que había
organizado y dirigido la insurrección de Octubre en 1917;
que junto a Lenin fue el más autorizado jefe del partido
bolchevique en el poder; que había realizado en pocos meses
la tarea napoleónica de extraer de la nada un ejército
proletario de 5 millones de hombres que enfrentaron
victoriosamente a la Europa burguesa, coaligada contra la
andrajosa y orgullosa República Revolucionaria sobre 14
frentes, a lo largo de cuatro años de una guerra civil que
concluyó estableciendo con cimientos de hierro la soberanía
socialista. Ese hombre había entrado en conflicto con el
poder burocrático del arribismo soviético aún en vida de
Lenin; y Lenin había alertado contra el peligro del
stalinismo naciente. Contra los jacobinos de 1917 se elevaba
el espectro de los Thermidorianos de 1925. Esa lucha fue
decidida por el inmenso atraso ruso, por la pérdida de miles
de combatientes bolcheviques en los frentes de la guerra
civil y por el agotamiento de un partido que había cambiado
el curso de la Historia.
Qué hacía en México Nadie
pretenderá que un film cuente todo esto; pero es preciso al
menos dotar al espectador de un puñado de referencias
verbales y visuales antes de introducirlo en el círculo
infernal del último día. Pocas escenas habrían sido
suficientes para explicar que Trotsky estaba en México
porque había sido expulsado de la URSS por Stalin; que a
partir de 1930 el mundo había sido para el gran
revolucionario "un planeta sin visado". Cincuenta y cinco
países habían rehusado el derecho de asilo, incluidos los
países poseedores de colonias que, como Inglaterra y
Francia, habían hecho de la "democracia" una industria
turística y un producto exportable. O como aquellas
monarquías socialistas nórdicas que, para citar el caso de
Noruega, prefirieron salvar su comercio de arenques con la
Unión Soviética a preservar el principio de asilo, razón por
la cual, después de acoger a Trotsky, lo aprisionaron bajo
la presión de la diplomacia stalinista. Sólo México le abrió
sus puertas. El General Cárdenas prorrogó con su decisión
unos pocos años más la vida de Trotsky y le brindó un
refugio en el suelo latinoamericano. La revolución agraria
mexicana pasaba por un período de avance y fueron lazos
fructuosos los que se establecieron entre el jefe del
Octubre Rojo y la revolución nacional de la América
bolivariana. Losey no explica ni con una palabra el
exilio de Trotsky y el significado del México en revolución.
Todo el drama ha sido reducido a una multitud de pequeñas
escenas, verídicas sin duda, pero inexplicables por sí
mismas si se omite el significado general de la decadencia
de la Revolución Rusa. La estructura secreta del
atentado, sus principales actores, sus agentes, los medios
técnicos, la vida personal de cada uno de ellos, cuenta hoy
con una espectacular bibliografía. Los sectores de la
"izquierda" tradicional, aun los llamados "trotskystas",
ignoran esta literatura, como en general ignoran casi todo
lo que hay que saber en política. Ignorar, para las
micro-sectas izquierdistas, es su modo espontáneo de actuar.
El film de Losey no ayudará a desvanecer la bruma. Pocos
años después del crimen de Coyacán, el ex comandante del
Quinto Regimiento en la Guerra Civil Española, Enrique
Castro Delgado, vivía refugiado en Moscú. En su triste
habitación del Hotel Lux conversaba un día con una amiga
española, vieja y decepcionada. Era Caridad Mercader, la
madre del asesino. Según refiere Castro Delgado en sus
memorias publicadas en México en 1959, Caridad Mercader le
mostró dos condecoraciones que lucía en su pecho. Una de
ellas confería el honor de Héroe de la Unión Soviética. La
otra simbolizaba la Orden de Lenin. Ambas le habían sido
entregadas personalmente por Stalin, en presencia de Beria.
—"¿Ve usted esto?... Es la recompensa por el asesinato de
Trotsky... Ramón, el condenado de la prisión de Lecumberri,
es nada menos aquí que un Héroe de la Unión Soviética; y yo,
su madre, que lo he empujado a ese crimen, yo no soy ni más
ni menos que la titular de la Orden de Lenin... Las gentes
que lo saben nos envidian, pero son muchos los que ignoran
el precio elevado de estas dos mierdas. .. Sí, pues el
asesino de Trotsky es mi hijo Ramón, que en nombre de los
intereses sagrados de la Revolución y del socialismo yo he
empujado a ese crimen; y yo... yo no soy más que un objeto
digno de horror". Así habló Caridad en aquel frío invierno
de Moscú de 1944, al veterano español de la guerra civil.
Digno epílogo de la tragedia que Losey podría haber filmado,
en lugar de reducirlo todo a la muerte cinematográfica del
actor Richard Burton. [Copyright Redacción, 1973]
Revista REDACCION junio 1973
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