Según Sir Bernard Lovell, director del observatorio de Jodrell Bank
(Inglaterra), el plan soviético no consistía simplemente en lanzar
al Cosmos a una mujer —la rubia paracaidista Valentina Tereshkova—
para hacerla volar a escasa distancia del teniente coronel Valery
Bykovski. A su juicio, los científicos rusos preparaban alguna
hazaña aún más espectacular, como hubiera sido el "enganche" de las
dos cápsulas en el espacio. Habrían renunciado a ello al surgir
alguna dificultad imprevista. Lo único novedoso de la más
reciente experiencia astronáutica es que Bykovski superó la marca de
64 órbitas que ostentaba su compatriota Nikolaiev: 81 revoluciones
en torno de la Tierra (3 millones de kilómetros, 119 horas). En
cuanto a Valentina (64 vueltas, 2 millones de kilómetros, 71 horas),
sólo ha probado experimentalmente que el organismo y la psiquis
femeninos también son aptos para vivir en el Cosmos. Pero nadie lo
había puesto seriamente en duda. En todo caso, la mentalidad
colectiva —en Rusia, pero también en todo el mundo— reaccionó muy
sensitivamente ante el hecho de que una mujer se haya incorporado a
la "raza cósmica". Valentina (pasablemente hermosa, 26 años,
soltera) relegó al anonimato a su compañero de vuelo (atlético, 28
años, casado y padre de un niño). Ella fue el personaje central de
la fiesta celebrada este fin de semana en la Plaza Roja, como si
Bykovski no fuera el "recordman" mundial de astronáutica. No es
simple galantería, por supuesto, sino que la hazaña de Valentina
causa una admiración justificada. Con ella, la mitad
tradicionalmente sumisa y abnegada de la humanidad proclama su
derecho a la ambición, a toda ambición, por ilimitada que sea. La
mujer de hoy sigue dispuesta a prodigarse, como siempre, pero,
además, quiere ser ella misma. No pasarán muchos meses antes de que
una muchacha norteamericana reciba también el universal tributo de
simpatía que acaba de rodear a Valentina Tereshkova.
"Ellos están demasiado lejos..." Doce terráqueos —once
hombres y una mujer— han franqueado la línea que separa a la Tierra
del espacio exterior, pero los científicos se preguntan cuándo
entraremos en contacto con otros seres relativamente humanos. "Sólo
un megalómano puede pensar que somos los únicos organismos dotados
de inteligencia", escribió recientemente Sebastián von Hoerner, 44
años, astrónomo de la Universidad de Heidelberg. Con toda
seguridad se sabe que en nuestro sistema solar no hay más vida
desarrollada que la terrestre. Todo lo más, se supone que en Marte
puede haber formas elementales de vegetación: musgos o algas. Pero
el doctor von Hoerner y algunos de sus colegas han llegado a estimar
que aproximadamente el 6 % de todos los cuerpos del universo podrían
ser adecuados para el desarrollo de la vida, si ésta tuviera los
mismos caracteres que en la Tierra. Esos planetas son los que hay
interés en visitar; desgraciadamente, las posibilidades de ese
encuentro son muy remotas. La distancia hasta las estrellas más
cercanas con vida probable es de 18 años luz, o sea 1.880 billones
de kilómetros. Usando los cohetes más veloces conocidos hasta hoy,
el viaje insumiría muchas generaciones de vida humana (ver N° 28 de
PRIMERA PLANA). "Para nuestros conocimientos de física, ese viaje
resulta imposible", confiesa melancólicamente von Hoerner. Pero ya
se conciben otras soluciones: por ejemplo, ponerse en contacto con
esos hipotéticos seres por medio de señales de radio. Pero en un
planeta habitado, la técnica, según estima el especialista alemán,
no aparece sino después de unos cien mil años: en otros términos, se
necesitarían 800 años luz para llegar con señales de radio hasta las
próximas diez estrellas susceptibles de "vida técnica". Es por esto
que von Hoerner no cree en "platos voladores". 'Tendríamos que
esperar 1.600 años luz para recibir la respuesta". Así y todo, él
espera un mensaje de los astros. 25 de junio de 1963 Revista
Primera Plana
Ir Arriba
|
|
|