Nicaragua
La era Somoza expira, como la desmembración de Centroamérica
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En las elecciones generales del 3 de febrero, nada podía ocurrir que disminuyese el poder efectivo de la familia Somoza sobre su feudo, Nicaragua. Imposible desalojar por medio de elecciones una dictadura de más de treinta años, que confundió sistemáticamente el patrimonio del Estado con el de los gobernantes. Pero la dictadura no logró tampoco el "visto bueno" de la OEA para una tentativa de regeneración. El Departamento de Estado se alegra más, sin duda, con el triunfo de Juan Bosch en la República Dominicana, que con esta demostración de la democracia nicaragüense.
Hace seis años —cuando fue asesinado el fundador de la dinastía, Anastasio ("Tacho") Somoza— sus dos hijos, Luis y Anastasio ("Tachito"), se alzaron con la presidencia de la República y la jefatura de la Guardia Nacional, respectivamente. El dócil Congreso, para que el país se resignara a la transición pacífica, acordó una reforma constitucional que, al término del actual mandato, excluía la reelección del presidente e inhabilitaba a todos los miembros de la familia reinante, hasta el cuarto grado de parentesco.
Ahora, el señor René Schick Gutiérrez, candidato del partido liberal-nacionalista, se hizo elegir presidente hasta 1967; pero en esa calidad seguirá a las órdenes de "Tachito", quien cuenta, naturalmente, con suplantarlo en esa fecha, o antes, si se comporta mal. Así solía proceder su expeditivo padre cuando le salía díscolo alguno de los leguleyos a quienes concedía la banda presidencial en préstamo; Leonardo Arguello, en 1947, no duró un mes. Es posible que el señor Schick sienta la necesidad de cuidarse de su protector más que de sus adversarios.
Entre ellos, el señor Fernando Agüero consiguió demostrar que su partido conservador será la alternativa necesaria algún día, cuando la Guardia Nacional decida no seguir sirviendo a una sola familia. O, por lo menos, puede ser un aliado indispensable, si el nuevo presidente se decide a serlo de veras.

Sin veedores oficiales
Hasta dos meses atrás, el señor Schick se desempeñaba como ministro de Relaciones Exteriores, pero ya a mediados de 1962 había emprendido una tarea más sería. Esta consistía en prometer a los ministros del joven Luis Somoza que, si no le cedían el paso, los niños de las escuelas llevarían flores a sus tumbas. El partido liberal-nacionalista disfrutó una tropical algarabía y la democracia hizo notables progresos, puesto que los disparos, por lo común, iban al aire.
Otra actividad que consumió su tiempo fue adiestrar a un buen candidato de oposición. Lo hallaría en la persona del señor Diego Manuel Chamorro, quien escindió el partido conservador para cumplir caballerescamente ese papel. Chamorro, hijo y nieto de presidentes, se asombraba de las acusaciones de despotismo. La libertad estaba asegurada, dijo, "porque yo soy el jefe de la minoría, y ya ven ustedes que puedo hablar cuando me parezca".
Entre tanto, el presidente Somoza trató de atraer un público complaciente para el espectáculo del 3 de febrero. No se aceptó, es cierto, la supervisión de los comicios por parte de la OEA, puesto que los hijos del hombre que eliminara a Augusto César Sandino son intratables cuando está en juego la soberanía. Sin embargo, el gobierno invitó a veinte personalidades del hemisferio, seleccionó a tres de los que aceptaron, y los presentó como "representantes de los Estados Unidos, Brasil y Chile", aunque ellos insistieran en que no cumplían sino una visita estrictamente privada.
Estos testigos no modificarán la opinión extranjera sobre el triunfo del señor Schick, quien, según el "Washington Daily News", "no será obstáculo para que la familia Somoza conserve la situación en sus manos, incluso sin la infantería de marina de los Estados Unidos". El mismo editorial pretende que "el partido liberal-nacionalista es el nombre que se da a sí misma la familia Somoza". En cuanto a la tardía llegada de los tres inspectores oficiosos, "para ver qué bonito es todo aquello", el vespertino de Washington afirma que la OEA debería tomar cartas en el asunto, "para que el gobierno de Managua no la utilice como disfraz de la libertad".

Una era expira
En cuanto al señor Agüero, al saber que no habría veedores de la OEA, lanzó un suspiro de alivio. Inmediatamente proclamó la abstención. Ya no tendría necesidad de hacer matar a su gente por la Guardia Nacional, para demostrar a los forasteros que la libertad electoral era un mito.
Además de sus consideraciones humanitarias, le preocupaba la posible ausencia de entereza cívica. Aunque ya pasó una generación desde que los conservadores perdieron el poder y aprendieron las ventajas de la democracia, bastaba que el pueblo nicaragüense los viera asomar para que renovase su lealtad a "Tacho" Somoza.
Para sostener algunas escaramuzas en las calles de la capital, Agüero no disponía sino de algunas docenas de comunistas, siempre dispuestos a morir por alguna libresca "revolución democrático-burguesa". Pero esto favorecía los designios del gobierno, harto de anunciar fantásticas invasiones "fidelistas" a través de la frontera costarricense. Las necesidades de Agüero en hombres de acción permitieron al presidente Somoza decir (con destino a Washington), que el jefe de la oposición, "con su política antiamericanista, está haciéndose partícipe en la creación de un frente neutralista para implantar el comunismo". Embarazado, Agüero debió explicar:
"No es que yo sea anti-norteamericano, sino que los comunistas tratan de aprovechar esta situación. Yo siempre distinguí entre el Departamento de Estado y el pueblo norteamericano".
En todo caso, consiguió hacerse arrestar por unas horas el día de elecciones, y hasta un tiroteo, cuyo saldo fue un muerto y siete heridos.
Pero si bien ya duró seis años más, desde que "Tacho" cayó en un charco de sangre —junto con su matador, el periodista Rigoberto López Pérez— la era de Somoza expira.
Es verdad que Nicaragua no tiene sino un millón y medio de habitantes (con el 60 % de analfabetos); que el ingreso por habitante no llega a 100 dólares y la mortandad infantil asciende al 64 %; que las propiedades de la familia Somoza representan más de un tercio de la riqueza nacional, y son muy inferiores a sus inversiones en los Estados Unidos. Pero la larga dictadura trajo consigo la estabilidad, y ésta, por sí misma, contra la voluntad del déspota, contribuye a formar una nación, una nueva síntesis posible. No es una utopía pensar que esa síntesis incluya a Schick y Agüero.
Pero la era Somoza es inactual, sobre todo, porque también lo es la desmembración centro-americana. Los dictadores del Istmo han logrado postergar largamente este momento, pero ellos mismos no pueden ya sino ayudar a rehacer la patria unida con que soñó el prócer Francisco Morazán. El mes próximo, las cinco pequeñas repúblicas —ya asociadas en un mercado común— intentarán reconstruir la federación de 1921, que sólo duró un año y cuya ruptura fue instigada desde el exterior. Se ha informado que el presidente Kennedy concurrirá a la reunión de San Salvador.
12 de Febrero de 1963
Página 19 - PRIMERA PLANA

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