Oriente Medio
Siria regresa al pan-arabismo,
pero sigue en duda la unión con Egipto
Volver al índice
del sitio

Después de Yemen y el Irak, Siria. El jueves pasado, el ejército derribó al presidente Nazim El Kudsi y al primer ministro Khaled El Azzem, para "romper el yugo de la oligarquía" y "encaminarse hacia la unión árabe".
Se necesitaría una ingenuidad a toda prueba para ignorar que los próximos pasos se darán en Jordania y en Libia.
Es también evidente que si los gobiernos caen tan fácilmente ante la nueva oleada del pan-arabismo, es porque Gamal Abdel Nasser ha sabido asegurarse esta vez las simpatías necesarias fuera del Oriente Medio. Tanto Yemen como el Irak están en una zona de influencia tradicionalmente británica, y tanto en el Irak como en Siria los comunistas se hallaron en el bando perdedor. Hasta ahora, los intereses norteamericanos no tienen nada que lamentar. Tampoco les mortificaría tanto como a Gran Bretaña la caída de la monarquía hachemita (Jordania) o de los senussi (Libia).
Pero, obviamente, Nasser perdería esas simpatías si intentara llevar a la práctica sus viejos proyectos sobre Arabia Saudita.

Coroneles versátiles
Un insuperable ejemplo de versatilidad es el que ofrece un grupo de coroneles sirios: Nahlawi, Hindi, Rifai, y los comandantes Abd Rabbo y Omar.
Fueron los promotores más activos de la sublevación del 28 de setiembre de 1961, que puso fin a la unión de Siria con Egipto; pero seis meses más tarde reaccionaron contra el nuevo régimen —que se decía socialista, pero era conservador— y el 28 de marzo de 1962 intentaron reincorporen su país a la República Árabe Unida. Los generales de la región de Damasco frustraron esa ambición.
Pero Siria es un país de transacciones, y el jefe de gobierno, Khaled Azzem, les propuso sendos exilios diplomáticos. Poco después volvían clandestinamente al país; penetraban sus antiguas guarniciones y pedían por la radio de Aleppo la adhesión de sus camaradas. El cuerpo de oficiales no los siguió; en cambio, una vez más, obligó al gobierno a concederles salvoconducto.
Pero, después de los triunfos del pan-arabismo en tierras yemenitas e iraquesas, son los propios jefes del ejército los que ejecutan la tarea que habían prohibido a sus subordinados.
La sublevación del 8 de marzo se inició en el ejército que cubre la frontera occidental, comandado por el general Zyad Al Hariri, e inmediatamente después se formó en Damasco una junta militar, presidida por el general Luway El Atassi. Estos hombres se habían opuesto a las tentativas de fusión anteriores.
Su cambio de actitud se justifica, sin embargo, porque la independencia siria —una vez tomado el Irak por elementos nacionalistas— era sencillamente una quimera. Por otra parte, deben de haber pensado que en la nueva situación está relativamente conjurado el peligro del poder personal. La futura confederación árabe, si llegara a constituirse, sería, desde el punto de vista constitucional, suficientemente laxa para que cada uno de sus miembros conserve la autonomía, y el poder de Nasser estaría equilibrado por el de Aref (Irak), Sallal (Yemen) y El Atassi (Siria).

"Baasismo" y "nasserismo"
Poco antes de su caída, Khaled El Azzem decía ante un público de obreros y campesinos: "Diez años de estabilidad, y haremos milagros".
El primer ministro era un maestro de la maniobra, y confiaba en sobrevivir con el concurso de las fuerzas de izquierda —incluso los comunistas— y el dinero de los gobiernos europeos. Se había asegurado el apoyo del jefe comunista Khaled Bagdache y creía contar con el "Ba'ass", o por lo menos con su vanguardia, inspirada por Michel Aflak. Al mismo tiempo, había logrado sendos créditos de los gobiernos de París y Bonn.
Es posible que la suerte de su régimen se haya jugado en una disputa interna del "Ba'ass", partido nacionalista igualmente activo en Siria y el Irak. Los "baasistas" tienen la mayor representación en el nuevo gobierno iraqués, y el reciente viaje de Aflak a Bagdad, la capital de ese país, le permitió gestionar un acuerdo entre sus adictos y el grupo del presidente Aref. Este consintió en atenuar su "nasserismo": el precio habría sido la participación de los "baasistas" sirios en el pronunciamiento del general Hariri.
El pan-arabismo cuenta, pues, con cinco gobiernos: Egipto, Siria, Irak, Yemen y Argelia. Nunca estuvo tan fuerte. Pero ahora se trata de saber si resistirá o no las tendencias centrífugas que van a manifestarse en ese inmenso mosaico de sectas religiosas, partidos política y grupos étnicos. Si resiste, el sueño de Nasser será realidad; si no, rusos e ingleses habrán perdido terreno en el Oriente Medio y los Estados Unidos lo habrán ganado.
Revista Primera Plana
12.03.1963

Ir Arriba

 

Pan-arabismo
Nasser, Aref, Sallal, El Atassi. Los tres últimos han encabezado, recientemente, revoluciones panárabes en el Irak, el Yemen y Siria