Revista Panorama
Agosto 1963 |
Un salto atrás: viven como en la Edad Media
Hace unos meses, el diario "El Mundo" publicó un sensacional
articulo según el cual la colonia Cordier, ubicada en Paso
Flores, 150 km al sudoeste de San Carlos de Bariloche, sería
un grupo estrechamente vinculado, entre otros, a Martin
Bormann, sucesor designado por Hitler, y Hans Ulrich Rudel,
a quien Hitler en persona le dijo: "Usted es el más heroico
y valiente de los soldados alemanes". En la nota no aparecía
ninguna foto que ilustrara o confirmara tales suposiciones,
pues, según el periodista, el cónsul honorario alemán en
Bariloche, Carlos F. Boehlke, después de citarlo a su casa,
habría destruido las fotos con sus propias manos. "Déjenos
con nuestra tranquilidad y nuestra paz —fue, siempre según
la versión antedicha, su explicación—. Estos documentos que
usted posee podrían comprometer a muchos hombres..." La nota
provocó conmoción: la embajada de la República Federal
Alemana realizó de inmediato una investigación, cuyo
resultado fue una protesta dirigida al diario "El Mundo", en
la que se desmentía enérgicamente la noticia. Existía, sí,
la colonia Cordier, pero solo se trataba de pacíficos
inmigrantes cuyo único fin era trabajar la tierra y aportar
su esfuerzo al engrandecimiento de la Argentina.
Dos enviados especiales de Panorama recorrieron
recientemente más de 1.500 kilómetros para descubrir qué se
esconde detrás de la colonia de Paso Flores. He aquí la
verdad vista y oída.
Interrogantes en las sombras
Cae la noche sobre Paso Flores. A corta distancia, entre
rocas y áridas barrancas, ruge el torrentoso Limay. El
paisaje es inhóspito, propicio para la leyenda y el
misterio. Unas pocas casas, la escuelita, la comisaria y la
estafeta de correos. El jefe de esta, Jorge A. Estrada, se
aproxima a nuestro auto, detenido en medio del camino. "Se
nos ha roto el radiador", le explicamos. Es tan fácil que se
produzca una rotura en estos parajes... Además, uno puede
ingeniárselas para "fabricar" un desperfecto que lo llevará
al término de la pista: la enigmática colonia Cordier.
"Los alemanes se lo arreglarán", dice Estrada. Poco después
nos presenta a Edgar Fiess, miembro de la colonia que hace
las veces de intérprete. Y Fiess nos conduce a presencia del
jefe de la comunidad, Walter Ochner (rasgos de halcón,
mirada penetrante y autoritaria), ante quien nos damos a
conocer como periodistas. Sí, ellos arreglarán el radiador;
bajo la modesta apariencia de uno de los colonos se esconde
un ex ingeniero de la Mercedes Benz de Alemania, cuyo
conocimiento sobre motores de todo tipo es realmente
asombroso. Mientras el auto es reparado, Ochner nos invita a
cenar en su cabaña particular, una construcción rústica pero
acogedora. "Es demasiado tarde para que prosigan camino
—dice Ochner—. Ustedes dormirán aquí." Solo con una
condición: nos prohíbe hablar con nadie que no sea él.
Colonia Cordier está integrada por 45 hombres, 25 mujeres y
8 niños. Según Ochner, salieron hace 10 años de Alemania en
busca de un sitio para vivir, de acuerdo con sus
convicciones religiosas, una existencia simple, primitiva,
regida por los preceptos de la Biblia. "La civilización
moderna ha traído innumerables males a la humanidad", nos
dice. Primeramente desembarcaron en las Malvinas,
contratados por el gobierno de las islas para cuidar ganado
y reparar caminos. Pero, hace aproximadamente tres años, el
contrato fue anulado invocando leyes británicas que prohíben
la admisión de extranjeros lisiados: entre los miembros del
grupo había varios mutilados de guerra. La comunidad partió
hacia Montevideo, y allí se resolvió adquirir la vieja
estancia de Paso Flores (7.500 hectáreas) que, por su
extensión y completo aislamiento, era especialmente apta
para los fines del grupo.
—¿Por qué se fueron de Alemania?
Fiess traduce con los ojos clavados en el jefe, que después
de sonreír vagamente. contesta:
—Nadie comprendía nuestra posición.
—¿ Ni siquiera los otros grupos religiosos ?
—Las religiones que se practican en Alemania no cumplen con
nuestra necesidad de una vida simple y pura. Incluso muchos
dirigentes religiosos toleraron los crímenes de guerra que
avergüenzan al pueblo alemán.
—¿Qué piensa usted de la conducta de los alemanes durante la
guerra?
Se produce una perceptible tensión. El Jefe piensa, nos
observa y, por primera vez, su respuesta es entrecortada:
—Consideramos que los alemanes han sido malos (¿Ese
"consideramos" es de Ochner, o es una versión "libre" de
Fiess?). Con nuestra forma de vida aspiramos a redimirnos,
acercándonos a Dios... Ustedes, como periodistas, pueden
decirle la verdad al mundo. Nuestras intenciones han sido
mal interpretadas hasta ahora.
Y nos ofrece todas las facilidades para que mañana
recorramos la colonia hasta sus más lejanos rincones.
Entonces, súbitamente, preguntamos:
—¿ Hans Ulrich Rudel ha vivido o vive en la colonia? ¿Hay
entre ustedes otros jefes nazis o responsables de crímenes
de guerra?
La respuesta es terminante. —No. Usted se refiere,
seguramente, a ciertas denuncias periodísticas que nos han
hecho bastante daño... Es verdad que entre nosotros hay
muchos veteranos de guerra, y que algunos ocuparon altos
cargos militares y civiles durante la guerra... Pero cada
uno solo responde de sus actos pasados ante Dios y su
conciencia.
Al salir de la cabaña, un grupo de hombres y mujeres se
aproxima dando muestras de curiosidad. Ochner, con una
tajante frase en alemán, les ordena alejarse, y es obedecido
de inmediato. Cuando hacemos notar nuestra extrañeza por la
vestimenta semimilitar de los colonos, Fiess se apresura a
traducir casi antes que Ochner termine de hablar.
—Hace un tiempo compramos una gran partida de uniformes en
desuso de la marina y la aeronáutica argentinas...
En el gran comedor de la colonia, hombres, mujeres y niños
desgranan a mano el maíz cosechado, mientras entonan
conmovedoras canciones de la Selva Negra. Las mujeres visten
a la usanza de las viejas campesinas alemanas, con grandes
pañuelos y largas mangas que les ocultan las manos; y los
rostros, las ropas, el trabajo, todo parece extraído de un
cuadro de Holbein o de Brueghel. Pero en la media hora que
dura la escena no hay hombre, niño o mujer que levante la
mirada hacia nosotros. Es evidente que cumplen órdenes
estrictas.
—La Biblia dice que todo trabajo debe hacerse con alegría
—dice el Jefe, explicando las canciones—. Con alegría, y
compartiéndolo con los cantaradas.
Más tarde, una silenciosa mujer nos acompaña a nuestro
dormitorio, un lindo pabellón a orillas de un estanque
cruzado por pintorescos puentecitos. Mientras nos
adormecemos en las mullidas camas, a la distancia continúan
sonando las dulces canciones de la Selva Negra.
Un ex corneta interpreta la Biblia
Después de un copioso desayuno salimos a recorrer la
colonia, siempre acompañados por el Jefe y Fiess. Los
colonos que se cruzan con nosotros levantan la mano y
pronuncian un enérgico "¡saludo!" en un castellano
germanizado.
De las 7.500 hectáreas de tierras áridas que el grupo
adquirió a Giménez y Oset, S.R.L. (calle Mitre 125, San
Carlos de Bariloche), ya han recuperado 2.000 para cultivos,
y están haciéndolo con otras 1.000 mediante canales de
riego; muy lentamente, por cierto, pues sus convicciones les
impiden usar medios mecánicos. Todo lo consumido por la
colonia se elabora en ella, excepto el azúcar y la harina.
Parte de la ropa la confeccionan las mujeres de más edad en
antiguos telares; el maíz y el café se muelen en un rústico
molino de agua; los campos son arados con bueyes y la
siembra se realiza a mano, lo mismo que la cosecha. Su
peculiar creencia impide a los colonos el uso de la
electricidad: un poderoso equipo electrógeno que existía
antes de la llegada del grupo fue desarmado y vendido, y la
iluminación se realiza con viejos faroles de kerosén o
aceite.
Estamos en los confines de la colonia. Un grupo de hombres
trabaja alegremente sobre los surcos. De pronto, uno de
ellos da a sus bueyes una enérgica orden en alemán, y los
animales se ponen en movimiento.
—Felicitaciones —le digo a Fiess—. Parece que los bueyes han
aprendido alemán.
Fiess suelta una carcajada. Entonces sucede algo muy
extraño: también el Jefe se ríe. Pero yo he hablado en
castellano... Ochner se encierra ahora en un hosco silencio.
No cabe más que una conclusión: el Jefe comprende todo lo
que decimos, y la presencia del intérprete forma parte de un
mecanismo muy bien calculado.
A las doce en punto suena un clarín: se trata de la llamada
para el almuerzo. En toda la extensión del campo, los
colonos se agrupan disciplinadamente y se dirigen a las
cocinas de campaña diseminadas en distintos sitios.
Acaso sea mi imaginación, pero se me ocurre que tanto el
Jefe como Fiess están un poco incómodos.
—La Biblia dice que debe llamarse a los hombres en forma
clara y sonora —dice Fiess apresuradamente—. Y para ello,
nada mejor que el clarín. ¿ No les parece?
No. No nos parece. Sobre todo cuando nos enteramos de que
quien lo toca es un ex corneta de la Wehrmacht.
Es hora de marcharnos. Al intentar arrancar, descubrimos que
la batería del auto está descargada. Pero los vigorosos
muchachos alemanes encuentran en esto un motivo para
ejercitar sus fuertes músculos. Varios de ellos ,se ponen a
empujarnos, y lo hacen durante tres o cuatro cuadras entre
risas y gritos de estímulo; siempre fuertes, siempre
alegres.
En el portón de Colonia Cordier, el Jefe y Fiess agitan la
mano en afectuoso saludo.
Otra cara del enigma: poderes absolutos
En Bariloche intentamos durante varios días entrevistar al
cónsul alemán, Carlos F. Boehlke. Fue imposible: nunca
pudimos encontrarlo. Al parecer, el representante consular
tiene mucho que hacer en las inmediaciones.
La población alemana en Bariloche es numerosa, y son muchos
los argentinos que afirman categóricamente: "Rudel estuvo
aquí en varias oportunidades, lo mismo que otros nazis
conocidos. Van y vienen, especialmente de Chile". El
propietario de un almacén de ramos generales fue aún más
preciso: "Ochner, no sé si sabrán, fue técnico en
comunicaciones de la Wehrmacht... Y además, ¿de dónde
sacaron los cinco millones de pesos para comprar la estancia
de Paso Flores?... Rehúyen todo contacto con la población, y
eso que hay varios muchachos solteros..." También se nos
informó que, hace un tiempo, un matrimonio de colonos vino a
Bariloche con intenciones de abandonar definitivamente la
colonia. Pero tres días después, antes de que pudieran
concretar su propósito, una "comisión especial" enviada por
el Jefe les dio alcance y se los llevó a Montevideo, donde
los embarcaron rumbo a Alemania, sin que volviera a saberse
nada de ellos. En toda la zona es opinión unánime que el
Jefe tiene poderes dictatoriales sobre los miembros de la
colonia, y que sus decisiones son inapelables, en forma que
solo puede parangonarse con una organización militar.
Entre viajes y embajadas
En Buenos Aires, el agregado de prensa de la embajada
alemana, doctor Klaus Timmermann, negó que en Paso Flores
hubiera criminales de guerra o que Rudel hubiese vivido
cierto tiempo en la colonia, desmintiendo asimismo lo dicho
por Ochner acerca de la intolerancia religiosa en Alemania.
"Si algún integrante de la colonia se ha sentido perseguido,
se trata de una apreciación puramente personal." A nuestra
afirmación de que varios colonos reciben sus pensiones de ex
combatientes por medio de la embajada, el doctor Timmermann
respondió que es posible, pero que ello no significa, en
modo alguno, que la representación diplomática mantenga
contactos con el grupo dirigido por Ochner.
Montevideo es otra etapa del misterio. Allí, en la embajada
británica, un primer secretario de aspecto y humor
típicamente oxfordiano se las arregló para no decir nada con
las palabras más amables. ¿Las Malvinas? Esto era asunto del
gobernador de las islas, del Ministerio de Colonias en
Londres. "¿Por qué no le escriben a algún miembro de la
Cámara de los Comunes, para que haga una interpelación?" El
rubio representante del gobierno de Su Majestad lo ignoraba
todo. O parecía ignorarlo.
El Darwin, un viejo cascarón siempre a punto de hundirse, es
el único barco que une a las Malvinas con el mundo
civilizado haciendo escala en Montevideo. En la agencia
naviera del Darurin, (Maclean and Stapledon, Colón 1486,
Montevideo), el gerente de pasajes, Arturo E. Beare, recordó
inmediatamente al grupo de alemanes.
—Me acuerdo muy bien. Habían pasado pocos años desde el fin
de la guerra, y todavía estaban frescos en nuestra memoria
los campos de concentración, las ciudades arrasadas, las
terribles revelaciones de los juicios de Nüremberg.
Habían estado allí, en la misma oficina en la que ahora
hablábamos. A nuestro alrededor pareció extenderse una
niebla de rostros de seres que huían de un pasado trágico...
—Iban a las Malvinas contratados por la gobernación de las
islas, según ellos, para construir caminos... ¡ Extraño, muy
extraño! Para construir caminos nadie va a buscar gente a
miles de kilómetros... Y luego, ¿ por qué, después de tantos
años, los ingleses sacaron a relucir esa ley sobre
inválidos? ¡ Muy extraño!
Patagonia: meridiano nazi
En 1941, en plena guerra, Rudolf Hess, el lugarteniente de
Hitler, aterrizó en un campo solitario de Inglaterra. Su
propósito era establecer contacto con el llamado "grupo de
Cliveden", importante núcleo de fascistas ingleses decididos
a pactar con Hitler. Pero la cabeza de Gran Bretaña, en su
lucha contra el nazismo, estaba un hombre que solo ofreció a
su pueblo sangre, sudor y lágrimas: Winston Churchill. La
intentona de Hess y sus amigos ingleses fracasó, y las
puertas de la cárcel se abrieron para ellos. Uno de los
peces gordos que había caído en las redes de la policía
británica era Sir Oswald Mosley, jefe de la Union of British
Fascisis.
1945. La guerra ha terminado. El 10 de julio llega a Mar del
Plata el submarino alemán U-530; un mes después lo hace el
U-977. Ambos son entregados al gobierno de Estados Unidos de
acuerdo con compromisos internacionales contraídos por el
gobierno argentino. Pero, ¿qué han hecho, dónde han estado
ambos submarinos entre mayo, mes de la rendición de
Alemania, y la fecha de su arribo a Mar del Plata? Pronto
todo quedará en claro. Dos marineros del acorazado Graf Spee,
cuya tripulación estaba internada en nuestro país después
del hundimiento de la nave por cruceros ingleses,
declararon: "Recibimos órdenes del segundo comandante del
acorazado, capitán Kay, de trasladarnos a la Patagonia a fin
de prestar servicios especiales... Nos alojaron en una de
las estancias de la empresa alemana Lahusen. Una noche
llegaron dos submarinos, y debimos ayudar a descargar muchos
cajones pesados que fueron conducidos a la estancia en ocho
camiones. Más tarde, en botes de goma, desembarcaron de los
submarinos ochenta personas, algunas de las cuales, por la
forma en que daban órdenes, parecían tener gran
importancia". Ambos marineros, Rudolf Walther Dettelman y
Alarían Alfred Schultz, viven actualmente en Alemania
(Técnica de una traición, de Silvano Santander).
¿Quiénes eran aquellos misteriosos visitantes de la noche?
¿Qué propósitos los traían a nuestras costas?
Acontecimientos posteriores echarían claridad sobre el
enigma. En 1947, el Senado de Estados Unidos dio a conocer
una nómina de los nazis que habían empezado a actuar en 96
países del mundo entero. Del total de 42.000, alrededor de
un millar tenían su cuartel general en la Argentina. Era
apenas el comienzo.
Ese mismo año llegaba a nuestro país Otto Skorzeny, el
"héroe" que rescató a Mussolini de su prisión en el Gran
Sasso, para llevarlo a la vera de su gran amigo Hitler. La
lista de viajeros fue en aumento entre 1947 y 1952: el
coronel aviador Hans Ulrich Rudel; Kurt Tank, diseñador de
los aviones Focke-Wulff y Messerschmidt; Adolf Galland, el
general más joven de la Luftwaffe que participó en la
destrucción de Guernica; Adolf Eichmann, asesino de 6
millones de judíos; Ante Pavelic, asesino de millares de
serbios; el doctor en filosofía y medicina Joseph Mengele,
Hauptsturnr führer de la S.S., cuyas experiencias
científicas en Auschwitz consistían en arrojar niños a la
hoguera, inyectar fenol a otros hasta provocarles la muerte,
sumergirlos en agua helada, etc.
Casi todos ellos fueron entusiastas turistas del sur de
nuestro país, que tanto se parece a su lejana patria. Pero
el más asiduo visitante de Bariloche fue Hans Ulrich Rudel.
Los fantasmas no han terminado
"Entre nosotros hay muchos veteranos de guerra", dijo el
jefe de la colonia de Paso Flores. Vale la pena recordarlo.
En fuentes muy allegadas a la embajada alemana en Buenos
Aires circula insistentemente la versión de que algunos de
esos veteranos, después de rendirse a las tropas inglesas,
estuvieron en campos de prisioneros en Gran Bretaña, donde
habrían establecido vinculación clandestina con miembros del
partido fascista inglés, y quizás, con el propio Sir Oswald
Mosley, que nunca dejó de contar con amigos en altas esferas
británicas. Terminada la guerra, el primer propósito de los
amigos de Mosley fue ayudar a los camaradas alemanes en
desgracia a emigrar a un lejano y discreto rincón del
Imperio. Todo se habría hecho en el más riguroso secreto; se
dieron nombres falsos, pues la justicia alemana estaba a la
caza permanente de nazis, y también el gobierno de Su
Majestad tenía viejas cuentas que arreglar. A partir de
entonces, Sir Oswald Mosley mantuvo nutrida correspondencia
con Hans Rudel.
¿ Hasta dónde es verdadera esta versión? Muchos testigos de
este terrible período de la historia han desaparecido ;
otros prefieren no hablar. Es posible que pasen muchos años
hasta que toda la verdad sea conocida. O acaso no se sepa
nunca. En Paso Flores, a orillas del Limay, un reducido
grupo de hombres y mujeres se inclina sobre la tierra,
buscando en el trabajo y el aislamiento la redención de un
pasado trágico.
NORBERTO ALVAREZ OJEA
Nota: una versión actual sobre esta colonia en
http://www1.rionegro.com.ar/diario/rural/2008/05/24/12923.php
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