Paul Getty III millones, pelos y
señales El misterioso secuestro del díscolo adolescente parece aproximarse a
su desenlace |
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Para convencer a los familiares de que lo tenían
en su poder, los raptores enviaron a un periódico romano cabellos y
una oreja del muchacho. Una parte del rescate habría sido pagada y
se aguarda su liberación
Cuando un par de semanas atrás el
pequeño sobre aterrizó en la en la redacción del influyente diario
romano Il Mesaggero, a nadie se le ocurrió siquiera sospechar el
macabro contenido del envío: una oreja y un mechón de pelo. Adjunta
a las humanas porciones, una nota escrita a máquina daba cuenta de
que no se trataba de una broma de mal gusto: "La oreja y el pelo son
de Paul —rezaba el perentorio mensaje—; si no pagan antes del 20
seguiremos mandando pedazos hasta que nos quedemos sin nada..."
Paul no era otro que Paul Getty III, alocado adolescente -tiene 17
años—, nieto de un abuelo homónimo que, aparte de ser uno de los
individuos más huraños del mundo, ostenta el privilegio de haber
atesorado la fortuna más cuantiosa del planeta. Secuestrado el
pasado 10 de julio, en circunstancias que aún permanecen en el más
oscuro de los misterios, la estremecedora encomienda recibida en Il
Mesaggero constituyó el último intento pergeñado por sus captores
para convencer al inconmovible abuelo de que realmente tenían en su
poder al díscolo pariente. Obviaron un detalle por demás
significativo: conseguir que el magnate petrolero desembolsara los
17 millones de dólares exigidos como rescate, iba a ser tanto más
difícil que arrancarle una sonrisa, lo que es mucho decir. "No
pagaré un céntimo —declaró el ricachón Getty—, tengo 14 nietos y no
voy a arriesgarme a que me los secuestren a todos". Las pericias
policiales demostraron que la oreja había sido cortada a un hombre
vivo, pero aun así Gail Harris —la madre del desorejado muchacho—
exigió de los captores nuevas pruebas de que su hijo no había sido
ultimado. Los atípicos raptores aceptaron la propuesta y pidieron a
la Harris que formulara cinco preguntas que sólo pudieran ser
contestadas correctamente por Paul. Superada esta prueba —los
interrogantes formulados por la sufrida madre fueron respondidos con
lujo de detalles—, sólo una duda atormentó a la familia Getty:
¿sería realmente de Paul ese trocito de carne que tenían ahora entre
las manos? La intriga no tardó en develarse: pocos días después,
en un paraje de la autopista Roma-Nápoles, apareció un nuevo sobre;
esta vez, con cinco fotografías en color del joven secuestrado.
Sentado sobre el suelo de una gruta, una notable cicatriz ocupaba el
lugar que anteriormente había correspondido a su oreja derecha. Una
nota firmada por Paul acompañaba el envío y llenaba de alborozo a
los cronistas afectos al melodrama: "Les suplico que paguen —decía
el mensaje—; te ruego a ti, abuelo, que olvides mis caprichos y
locuras ... Si no pagan me resignaré a morir a los 17 años y a ser
olvidado como un hijo de nadie". La súplica tenía sus razones,
sobre todo sí se tiene en cuenta que Paul Getty III no fue nunca el
nieto que hubiese deseado formar su severo abuelo. Rebelde, alocado,
considerado la oveja negra de la familia, vivía en los últimos años
del exiguo producto que le reportaba la venta de cuadros y joyas que
él mismo diseñaba. El barrio romano de Trastevere, esotérico reducto
de artistas, hippies y homosexuales —en los tres rubros el joven
secuestrado evidenciaba una peligrosa inclinación— conformaba su
hábitat natural. La noche solía encontrarlo en los mugrosos
departamentos de sus amigos, junto a ondulantes y desprejuiciadas
muchachas o apuestos efebos de aspecto no siempre inequívoco.
Sólo en raras ocasiones Paul acudía a la casa de su madre, y aún más
esporádicos eran los encuentros con su padre —Paul Getty II—, quien,
desde que rompiera lanzas con Gail Harris, vive en una suntuosa
mansión londinense. De ahí que nadie alentara preocupación alguna
por la desaparición de Paul, hasta que se produjo la primera llamada
telefónica de sus raptores. Recién ahora, y sólo tras pacientes
pesquisas policiales — Interpol llegó a tomar cartas en el asunto—,
pudieron reconstruirse las actividades del bisoño Getty el día del
secuestro. La noche del domingo 8 de julio, Paul compartió el
departamento de Lartin Zacher, una robusta actriz alemana de 24
años. En la mañana del lunes, junto a la Zacher y a un productor
norteamericano, visitó un estudio cinematográfico. Luego almorzó en
un restaurante céntrico. Por la tarde estuvo con el pintor Mario
Crisi y a la noche, acompañado por la actriz estadounidense Susan
Johnson, permaneció varias horas en una famosa boite romana:
Three-top. De allí lo vieron salir muy tarde, acompañado por la
bailarina belga Danielle Devred, su última amante. Discutieron
acaloradamente en la calle y cada cual se marchó por su lado.
Aquí Interpol pierde el rastro del extraño muchachito. El legajo
policial también incluya las últimas incursiones artísticas de PG.
La más curiosa, tal vez, sea una extravagante experiencia fílmica
underground, orquestada en torno a la Ultima Cena. Las fotografías
de esa filmación, obtenidas por los investigadores, muestran a Paul
en un más que convincente rol de travestí. Cuando se le preguntó a
su madre qué opinaba del grupo en el que militaba el travieso Paul,
sorteó la cuestión de fondo con un diplomático dribling: "Conozco a
sus amigos, uno por uno. Todos son excelentes muchachos, normales,
inteligentes, emprendedores. No creo que en el secuestro esté
implicado ninguno de esos chicos. Lo que le pasó a Paul podría
haberle ocurrido al más formal y recatado estudiante de Eton. Con
respecto a las exigencias de los secuestradores, haré todo lo que
esté a mi alcance para que se pague la suma exigida". La semana
pasada, complementando las palabras de Gail Harris, el británico
Daily Mirror anunciaba en primera plana que un millón de libras
esterlinas (2.500.000 dólares) había sido pagado por la familia
Getty para liberar al adolescente cautivo. Revista Siete Días
Ilustrados 03.02.1973
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