Un terreno de acuerdo: Evitar la proliferación de armas
atómicas
La política anglosajona de contención a de
Gaulle se ilustra con dos hechos de primera magnitud: la
declaración Macmillan-Fanfani ("completa identidad de puntos
de vista") y la advertencia del señor Dean Rusk al gobierno
de Bonn (no hacer nada que atente contra la cohesión de la
OTAN). A su vez, al jefe francés se decidió a obrar con
la energía que lo distingue. Envió a Madrid a su ministro
del Interior, Roger Prey, para que abriera el camino hacia
una conversación entre los generales. Ailleret y Muñoz
Grandes. Hubo un arreglo inmediato: la aviación francesa
podrá posarse en las islas Canarias, si necesita cumplir
alguna misión en África. Igual, los buques de guerra.
Pero la significación de estos contactos es muy otra. De
Gaulle da este paso en momentos en que Francia denuncia los
acuerdos hispanoamericanos para obtener su revisión. Esos
acuerdos, firmados hace diez años, valieron a España 1.500
millones de dólares en ayuda militar y económica.
Actualmente, el gobierno de Madrid, con una situación
económica floreciente, puede tratar en condiciones mejores.
Lo que ha intentado de Gaulle es estimular a Madrid en esa
actitud de independencia. Imposible no asociar estos
hechos a la inesperada cancelación del viaje a España que
debía hacer el señor Roswell L. Gilpatrick, subsecretario de
Defensa. En Washington se había anunciado varias veces ese
viaje, pero cuatro funcionarios españoles se excusaron, uno
tras otro, de recibirlo, alegando que no estarían en Madrid.
La prensa norteamericana ha reconocido inmediatamente el
estilo de negociación que caracteriza a Franco:
indiferencia, delaciones, y una solución repentina, cuando
cree haber fatigado al adversario. Lo hizo con Hitler.
El espejismo Nada tan sugestivo, en estas
circunstancias, como la posición de Kruschev. Cuando
todas las cancillerías miran con suspicacia a de Gaulle, que
se dejaría tentar (como en 1944) por el espejismo de la
alianza soviética; cuando el jefe francés convoca
misteriosamente al embajador ruso en París (su amigo, el
señor Vonogradov, que almorzaba semanalmente con él en su
residencia campestre de Colombey", durante los años de
ostracismo); cuando se firma entre ambas potencias un
importante acuerdo comercial, el jefe de Kremlin, en vez de
ahondar la grieta, ataca a Francia por su reciente pacto de
cooperación militar con Alemania, censura sus tratos con
Madrid, y desmiente que fuera el embajador quien solicitó
audiencia. El jefe comunista no es hombre que se embarace
con preocupaciones ideológicas: si le interesara dividir a
Occidente, se entendería con su peor enemigo. ¿Entonces?
Aparentemente, lo más importante a sus ojos en este momento
es entenderse con el único hombre que, de acuerdo con él,
pueda evitar la proliferación de las armas nucleares. Ese
hombre es Kennedy. En la actual coyuntura, nada que pudiera debilitar a Kennedy es aceptable para Kruschev. Y
viceversa. El señor Rusk, en su última declaración ante
el Congreso, resumió en tres puntos la posición de su
gobierno ante el conflicto ruso-chino: • No negar su
realidad, ni especular con él. • No "bajar la guardia"
ante el comunismo internacional. • Distinguir entre el
comunismo ruso y el chino. Observadores norteamericanos
afirman que si de Gaulle se propone "extorsionar" a USA,
puede encontrar se con la sorpresa de que Kennedy se
entienda con Kruschev antes que él. Hay entre las dos
mayores potencias un terreno de interés común: evitar que
otras potencias forjen su propio arsenal nuclear; y esto es
mucho más vasto que sus puntos de fricción. Esta curiosa
situación ha sido explicada, con su claridad habitual, por
Walter Lippmann en uno de sus comentarios. "Debemos
confiar en que el señor Kruschev, como lo hicimos nosotros
en la crisis chino-soviética, no hará nada (por explotar las
actuales dificultades de USA en Europa), salvo quedarse en
su rincón y, en todo caso, alegrarse. Puede ser tentador,
para él, pescar en las aguas revueltas de la comunidad
atlántica; pero no sería provechoso. Porque nada de lo que
ocurre actualmente en Europa puede alterar el hecho de que
la paz mundial será establecida — o perdida — por USA y la
URSS".
Las perspectivas En todo caso, el martes
12, cuando volvieron a reunirse en Ginebra las 17
delegaciones que el año pasado deliberaron sobre la
suspensión de los ensayos nucleares, las condiciones
expuestas por rusos y norteamericanos parecían más bien
precauciones para mantener la disciplina, en ambos bloques,
que es un verdadero desacuerdo. Como es sabido, Francia y
China están excluidas de esta conferencia: la primera por
propia decisión, la segunda porque no es miembro de la ONU.
De Gaulle acelera la constitución de su "forcé de frappe"
independiente y Mao — según las últimas revelaciones
llegadas a Occidente — hará estallar su primera bomba en un
año a más tardar. Las ocho delegaciones neutrales no
disimulan su confianza en la posibilidad de que esa reunión
concluya en un acuerdo, al menos tácito. En su mensaje a
las 17 delegaciones, Kennedy afirma: • "Las perspectivas
de un acuerdo (...) parecen ser ahora más alentadoras,
puesto que la URSS aceptó el principio de la inspección in
situ"... • "Los Estados Unidos creen que deban buscarse
con decisión las medidas adecuadas para reducir el riesgo de
una guerra por accidente, falla en las comunicaciones o mal
cálculo. Las conversaciones mantenidas indicaron un interés
mutuo por alejar el riesgo de medidas bélicas". La
conferencia puede prolongarse varios meses, y sus resultados
pueden ser tales que de Gaulle termine por lamentar su
obstinación.
Irak En la Mesopotamia corrió leche y
miel; ahora, sólo petróleo y sangre
Durante una
semana larga se combatió duramente en Bagdad y en otras
ciudades iraqueses: se enfrentaban distintas fracciones del
ejército y los grupos armados de varios partidos. Las
víctimas se cuentan por millares. Si se descartan algunas
explosiones sangrientas motivadas por la coexistencia de
minorías —por ejemplo, las matanzas de armenios por los
turcos — nunca, en esa turbulenta región, se había librado
una guerra civil tan mortífera. El gobierno
revolucionario del general Abdel Karim Kassem no alcanzó a
durar cinco años. Fue derrocado por un sector del ejército
que lo había acompañado cuando reprimió al ala "nasserista"
del movimiento de 1958. Dirigió, la insurrección triunfante
el coronel Abdel Karim Mustafá, a quien apoyaban varias
decenas de tenientes agrupados en la Unión de Oficiales
Libres (nombre de la logia egipcia que derrocó a Farouk en
1952). Mustafá no quería el poder para sí mismo. Aunque
presidirá una junta de seis militares jóvenes, confió la
presidencia de la República al coronel Abdel Salam Mohammed
Aref y el cargo de primer ministro al coronel Ahmed Hassam
El Bakr. Ambos habían participado en tentativas anteriores
contra el régimen de Kassem: partidarios del pan-arabismo,
el primero de los dos es el más abiertamente "nasserista".
Una tras otra, la mayor parte de las guarniciones se
pronunció contra el dictador, quien resistió en el
ministerio de Defensa, donde había vivido por todo un
lustro, sin atreverse a salir de él sino en raras ocasiones.
La aviación bombardeó implacablemente ese refugio.
Finalmente, Kassem fue fusilado entre los escombros. Pero
la batalla continuó, más enconada aún. Mediara o no una
alianza entre Kassem y los comunistas — todo permitía
suponer que esa alianza se desplomó en 1960— los "oficiales
libres" decidieron aprovechar la ocasión para una trágica
"caza humana", con el propósito aparente de vengar la
matanza de 1959. En aquella ocasión, los comunistas
presidieron "tribunales populares" y condenaron a muerte a
varios oficiales que se habían pronunciado en favor del
coronel Aref.
15 libras por año Irak, cuarto
exportador mundial de petróleo, tiene poco más de ocho
millones de habitantes y medio millón de kilómetros
cuadrados. Es un inmenso desierto sobre el cual se empinan
tres ciudades — Bagdad, Bassora y Mossul—. La primera es
burocrática, las otras dos son centros petroleros. Salvo en
esa zona, donde el petróleo parece ser la única razón de
ser, la organización social predominante es la de la tribu.
Hay una agricultura de subsistencia, rebaños, pesca y
silvicultura. Aunque no existen estadísticas precisas, es
impresionante la debilidad de la renta anual por habitante:
no alcanza a 15 libras por año. Una comparación con otro
país de la misma región, Egipto, demuestra que esa cifra es
inferior a un tercio. Ello se debe a que el rendimiento
agrícola es de 43 unidades de medida internacional (contra
128 en Egipto). El petróleo no compensa esa desventaja sino
en mínima parte. El iraqués medio no consume sino 1.962
calorías diarias (2.700 es el mínimo vital). El diario
"Al Cha'ab", de Bagdad, escribía recientemente: "Sabemos por
la historia que la Mesopotamia tenía una población de 30
millones de habitantes, en una época en que la técnica
agrícola y los medios empleados para asegurar la irrigación
eran muy primitivos. A pesar de todo esto, la vida era
confortable, y la cultura floreció hasta la época de los
Abasidas". "Actualmente, en cambio, la mayor parte de las
tierras cultivadas se encuentra en manos de un pequeño
número de grandes propietarios, que no se ocupan sino de su
solo interés. La mayoría abrumadora de los campesinos vive
en una miseria atroz", continuaba el mismo periódico.
Un mosaico étnico La unidad nacional del Irak es, por
ahora, una meta ideal. Dentro de sus límites conviven varios
grupos étnicos y comunidades religiosas. Hay árabes
musulmanes, hay kurdos (unos y otros divididos en sectas:
sunnitas, chiítas, imamitas, ismaelitas). También hay
cristianos (católicos romanos, católicos separados,
nestorianos, protestantes). Existen minorías turca y
turcomana, persa, todas ellas unidas al Islam por diversos
vínculos. Y, por fin, algunas comunidades que no son
musulmanas ni cristianas, como los yasidis y los sabeanos.
Este cuadro es forzosamente incompleto. La minoría kurda
es la más numerosa (casi un millón y medio de habitantes) y
vive agrupada en una zona montañosa, próxima a la frontera
soviética. Como también hay kurdos en los países vecinos —
particularmente en Irán —, sus dirigentes se proponen formar
una nación distinta. Los kurdos iraqueses están en revuelta
permanente. En el pasado, la URSS estimuló su
particularismo, por entender que el Irak era una creación
inglesa, y para desalojar de esta área petrolera a la
dinastía hacnemita. Pero últimamente, Kassem luchaba contra
los kurdos con armas compradas a los rusos. La resistencia
de los montañeses no cejó. El gobierno derrocado intentó,
hace poco más de un año, ocupar el sultanato de Koweit,
situado en su frontera sur. Invocaba títulos históricos y
una similitud étnica. Sin duda, se trataba de robustecer,
con esa conquista, el sentimiento nacional del pueblo
iraqués. La independencia de Koweit se salvó gracias a los
refuerzos navales y aéreos enviados por Gran Bretaña, que
acababa de 'concedérsela, y luego por los contingentes
armados de varios países árabes, con la bandera de la Liga.
El gobierno de la R.A.U. participó en esa operación junto
con los de sus enemigos: Jordania y Arabia Saudita. El
presidente Kassem hubo de renunciar a la anexión por la
fuerza. Ambos fracasos — uno frente a los kurdos, el otro
en Koweit — destruyeron el prestigio de Abdel Karim Kassem.
Lawrence de Arabia La fundación de un Estado Árabe
entre el Tigris y el Eufrates — la Mesopotamia — fue la obra
a la que consagró su vida T. E. Lawrence, el famoso
"Lawrence de Arabia". El caudillo que él eligiera para
combatir a los turcos fue Nury El Said, a través de quien se
ejerció por más de treinta años la influencia británica. El
aventurero inglés estimó que su gobierno lo había
traicionado, puesto que dejó en el aire su promesa —
formulada a la dinastía hachemita y a Nury El Said:— de
construir un reino árabe que agrupara a todos los pueblos de
lengua árabe del Imperio Otomano. La clásica estrategia
imperial — dividir para reinar— exigía que se prestara
apoyo, simultáneamente, a la dinastía Saudita, que creó un
reino rival en la propia península arábiga. La revolución
de 1958 costó la vida al joven rey Faysal II, a su tío y
posible regente, al primer ministro vitalicio Nury El Said y
a varios otros. Kassem despidió a la mayor parte de los
consejeros británicos y obtuvo mejores regalías, pero no
canceló las concesiones petroleras. Si el gobierno del
presidente Aref fuera más riguroso, esta segunda
intervención del ejército iraqués podría ser catastrófica
para los intereses británicos, máxime si Koweit — segundo
exportador mundial de petróleo— imitara esa política. Los
partidarios de la incorporación a la R.A.U., como Aref,
habrían llegado a una transacción con quienes prefieren
esperar a que se forme una verdadera confederación de las
naciones árabes. De todos modos, las relaciones entre El
Cairo y Bagdad serán más íntimas que nunca. Ciertamente, Nasser
prevendrá a sus amigos contra una amistad excesiva con la
URSS, y las penurias del presupuesto iraqués — que se
alimenta exclusivamente de las regalías — les harán
comprender la necesidad de que el petróleo siga corriendo
hacia Occidente. Diez años atrás, la política de
Mossadegh permitió establecer una nueva relación de fuerzas,
favorable a las compañías norteamericanas, en el régimen
iranio de petróleo. No sería extraño que el caso se
repitiera en el Irak.
Revista Primera Plana
19.02.1963
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