Política Internacional
1963
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Un terreno de acuerdo: Evitar la proliferación de armas atómicas

La política anglosajona de contención a de Gaulle se ilustra con dos hechos de primera magnitud: la declaración Macmillan-Fanfani ("completa identidad de puntos de vista") y la advertencia del señor Dean Rusk al gobierno de Bonn (no hacer nada que atente contra la cohesión de la OTAN).
A su vez, al jefe francés se decidió a obrar con la energía que lo distingue. Envió a Madrid a su ministro del Interior, Roger Prey, para que abriera el camino hacia una conversación entre los generales. Ailleret y Muñoz Grandes. Hubo un arreglo inmediato: la aviación francesa podrá posarse en las islas Canarias, si necesita cumplir alguna misión en África. Igual, los buques de guerra.
Pero la significación de estos contactos es muy otra. De Gaulle da este paso en momentos en que Francia denuncia los acuerdos hispanoamericanos para obtener su revisión. Esos acuerdos, firmados hace diez años, valieron a España 1.500 millones de dólares en ayuda militar y económica. Actualmente, el gobierno de Madrid, con una situación económica floreciente, puede tratar en condiciones mejores. Lo que ha intentado de Gaulle es estimular a Madrid en esa actitud de independencia.
Imposible no asociar estos hechos a la inesperada cancelación del viaje a España que debía hacer el señor Roswell L. Gilpatrick, subsecretario de Defensa. En Washington se había anunciado varias veces ese viaje, pero cuatro funcionarios españoles se excusaron, uno tras otro, de recibirlo, alegando que no estarían en Madrid. La prensa norteamericana ha reconocido inmediatamente el estilo de negociación que caracteriza a Franco: indiferencia, delaciones, y una solución repentina, cuando cree haber fatigado al adversario. Lo hizo con Hitler.

El espejismo
Nada tan sugestivo, en estas circunstancias, como la posición de Kruschev.
Cuando todas las cancillerías miran con suspicacia a de Gaulle, que se dejaría tentar (como en 1944) por el espejismo de la alianza soviética; cuando el jefe francés convoca misteriosamente al embajador ruso en París (su amigo, el señor Vonogradov, que almorzaba semanalmente con él en su residencia campestre de Colombey", durante los años de ostracismo); cuando se firma entre ambas potencias un importante acuerdo comercial, el jefe de Kremlin, en vez de ahondar la grieta, ataca a Francia por su reciente pacto de cooperación militar con Alemania, censura sus tratos con Madrid, y desmiente que fuera el embajador quien solicitó audiencia.
El jefe comunista no es hombre que se embarace con preocupaciones ideológicas: si le interesara dividir a Occidente, se entendería con su peor enemigo.
¿Entonces? Aparentemente, lo más importante a sus ojos en este momento es entenderse con el único hombre que, de acuerdo con él, pueda evitar la proliferación de las armas nucleares. Ese hombre es Kennedy. En la actual coyuntura, nada que pudiera debilitar a Kennedy es aceptable para Kruschev. Y viceversa.
El señor Rusk, en su última declaración ante el Congreso, resumió en tres puntos la posición de su gobierno ante el conflicto ruso-chino:
• No negar su realidad, ni especular con él.
• No "bajar la guardia" ante el comunismo internacional.
• Distinguir entre el comunismo ruso y el chino.
Observadores norteamericanos afirman que si de Gaulle se propone "extorsionar" a USA, puede encontrar se con la sorpresa de que Kennedy se entienda con Kruschev antes que él. Hay entre las dos mayores potencias un terreno de interés común: evitar que otras potencias forjen su propio arsenal nuclear; y esto es mucho más vasto que sus puntos de fricción.
Esta curiosa situación ha sido explicada, con su claridad habitual, por Walter Lippmann en uno de sus comentarios.
"Debemos confiar en que el señor Kruschev, como lo hicimos nosotros en la crisis chino-soviética, no hará nada (por explotar las actuales dificultades de USA en Europa), salvo quedarse en su rincón y, en todo caso, alegrarse. Puede ser tentador, para él, pescar en las aguas revueltas de la comunidad atlántica; pero no sería provechoso. Porque nada de lo que ocurre actualmente en Europa puede alterar el hecho de que la paz mundial será establecida — o perdida — por USA y la URSS".

Las perspectivas
En todo caso, el martes 12, cuando volvieron a reunirse en Ginebra las 17 delegaciones que el año pasado deliberaron sobre la suspensión de los ensayos nucleares, las condiciones expuestas por rusos y norteamericanos parecían más bien precauciones para mantener la disciplina, en ambos bloques, que es un verdadero desacuerdo.
Como es sabido, Francia y China están excluidas de esta conferencia: la primera por propia decisión, la segunda porque no es miembro de la ONU. De Gaulle acelera la constitución de su "forcé de frappe" independiente y Mao — según las últimas revelaciones llegadas a Occidente — hará estallar su primera bomba en un año a más tardar.
Las ocho delegaciones neutrales no disimulan su confianza en la posibilidad de que esa reunión concluya en un acuerdo, al menos tácito.
En su mensaje a las 17 delegaciones, Kennedy afirma:
• "Las perspectivas de un acuerdo (...) parecen ser ahora más alentadoras, puesto que la URSS aceptó el principio de la inspección in situ"...
• "Los Estados Unidos creen que deban buscarse con decisión las medidas adecuadas para reducir el riesgo de una guerra por accidente, falla en las comunicaciones o mal cálculo. Las conversaciones mantenidas indicaron un interés mutuo por alejar el riesgo de medidas bélicas".
La conferencia puede prolongarse varios meses, y sus resultados pueden ser tales que de Gaulle termine por lamentar su obstinación.

Irak
En la Mesopotamia corrió leche y miel; ahora, sólo petróleo y sangre


Durante una semana larga se combatió duramente en Bagdad y en otras ciudades iraqueses: se enfrentaban distintas fracciones del ejército y los grupos armados de varios partidos. Las víctimas se cuentan por millares. Si se descartan algunas explosiones sangrientas motivadas por la coexistencia de minorías —por ejemplo, las matanzas de armenios por los turcos — nunca, en esa turbulenta región, se había librado una guerra civil tan mortífera.
El gobierno revolucionario del general Abdel Karim Kassem no alcanzó a durar cinco años. Fue derrocado por un sector del ejército que lo había acompañado cuando reprimió al ala "nasserista" del movimiento de 1958. Dirigió, la insurrección triunfante el coronel Abdel Karim Mustafá, a quien apoyaban varias decenas de tenientes agrupados en la Unión de Oficiales Libres (nombre de la logia egipcia que derrocó a Farouk en 1952).
Mustafá no quería el poder para sí mismo. Aunque presidirá una junta de seis militares jóvenes, confió la presidencia de la República al coronel Abdel Salam Mohammed Aref y el cargo de primer ministro al coronel Ahmed Hassam El Bakr. Ambos habían participado en tentativas anteriores contra el régimen de Kassem: partidarios del pan-arabismo, el primero de los dos es el más abiertamente "nasserista".
Una tras otra, la mayor parte de las guarniciones se pronunció contra el dictador, quien resistió en el ministerio de Defensa, donde había vivido por todo un lustro, sin atreverse a salir de él sino en raras ocasiones. La aviación bombardeó implacablemente ese refugio. Finalmente, Kassem fue fusilado entre los escombros.
Pero la batalla continuó, más enconada aún. Mediara o no una alianza entre Kassem y los comunistas — todo permitía suponer que esa alianza se desplomó en 1960— los "oficiales libres" decidieron aprovechar la ocasión para una trágica "caza humana", con el propósito aparente de vengar la matanza de 1959. En aquella ocasión, los comunistas presidieron "tribunales populares" y condenaron a muerte a varios oficiales que se habían pronunciado en favor del coronel Aref.

15 libras por año
Irak, cuarto exportador mundial de petróleo, tiene poco más de ocho millones de habitantes y medio millón de kilómetros cuadrados. Es un inmenso desierto sobre el cual se empinan tres ciudades — Bagdad, Bassora y Mossul—. La primera es burocrática, las otras dos son centros petroleros. Salvo en esa zona, donde el petróleo parece ser la única razón de ser, la organización social predominante es la de la tribu. Hay una agricultura de subsistencia, rebaños, pesca y silvicultura.
Aunque no existen estadísticas precisas, es impresionante la debilidad de la renta anual por habitante: no alcanza a 15 libras por año. Una comparación con otro país de la misma región, Egipto, demuestra que esa cifra es inferior a un tercio. Ello se debe a que el rendimiento agrícola es de 43 unidades de medida internacional (contra 128 en Egipto). El petróleo no compensa esa desventaja sino en mínima parte. El iraqués medio no consume sino 1.962 calorías diarias (2.700 es el mínimo vital).
El diario "Al Cha'ab", de Bagdad, escribía recientemente: "Sabemos por la historia que la Mesopotamia tenía una población de 30 millones de habitantes, en una época en que la técnica agrícola y los medios empleados para asegurar la irrigación eran muy primitivos. A pesar de todo esto, la vida era confortable, y la cultura floreció hasta la época de los Abasidas".
"Actualmente, en cambio, la mayor parte de las tierras cultivadas se encuentra en manos de un pequeño número de grandes propietarios, que no se ocupan sino de su solo interés. La mayoría abrumadora de los campesinos vive en una miseria atroz", continuaba el mismo periódico.

Un mosaico étnico
La unidad nacional del Irak es, por ahora, una meta ideal. Dentro de sus límites conviven varios grupos étnicos y comunidades religiosas. Hay árabes musulmanes, hay kurdos (unos y otros divididos en sectas: sunnitas, chiítas, imamitas, ismaelitas). También hay cristianos (católicos romanos, católicos separados, nestorianos, protestantes). Existen minorías turca y turcomana, persa, todas ellas unidas al Islam por diversos vínculos. Y, por fin, algunas comunidades que no son musulmanas ni cristianas, como los yasidis y los sabeanos. Este cuadro es forzosamente incompleto.
La minoría kurda es la más numerosa (casi un millón y medio de habitantes) y vive agrupada en una zona montañosa, próxima a la frontera soviética. Como también hay kurdos en los países vecinos — particularmente en Irán —, sus dirigentes se proponen formar una nación distinta. Los kurdos iraqueses están en revuelta permanente. En el pasado, la URSS estimuló su particularismo, por entender que el Irak era una creación inglesa, y para desalojar de esta área petrolera a la dinastía hacnemita. Pero últimamente, Kassem luchaba contra los kurdos con armas compradas a los rusos. La resistencia de los montañeses no cejó.
El gobierno derrocado intentó, hace poco más de un año, ocupar el sultanato de Koweit, situado en su frontera sur. Invocaba títulos históricos y una similitud étnica. Sin duda, se trataba de robustecer, con esa conquista, el sentimiento nacional del pueblo iraqués. La independencia de Koweit se salvó gracias a los refuerzos navales y aéreos enviados por Gran Bretaña, que acababa de 'concedérsela, y luego por los contingentes armados de varios países árabes, con la bandera de la Liga. El gobierno de la R.A.U. participó en esa operación junto con los de sus enemigos: Jordania y Arabia Saudita. El presidente Kassem hubo de renunciar a la anexión por la fuerza.
Ambos fracasos — uno frente a los kurdos, el otro en Koweit — destruyeron el prestigio de Abdel Karim Kassem.

Lawrence de Arabia
La fundación de un Estado Árabe entre el Tigris y el Eufrates — la Mesopotamia — fue la obra a la que consagró su vida T. E. Lawrence, el famoso "Lawrence de Arabia". El caudillo que él eligiera para combatir a los turcos fue Nury El Said, a través de quien se ejerció por más de treinta años la influencia británica. El aventurero inglés estimó que su gobierno lo había traicionado, puesto que dejó en el aire su promesa — formulada a la dinastía hachemita y a Nury El Said:— de construir un reino árabe que agrupara a todos los pueblos de lengua árabe del Imperio Otomano. La clásica estrategia imperial — dividir para reinar— exigía que se prestara apoyo, simultáneamente, a la dinastía Saudita, que creó un reino rival en la propia península arábiga.
La revolución de 1958 costó la vida al joven rey Faysal II, a su tío y posible regente, al primer ministro vitalicio Nury El Said y a varios otros. Kassem despidió a la mayor parte de los consejeros británicos y obtuvo mejores regalías, pero no canceló las concesiones petroleras. Si el gobierno del presidente Aref fuera más riguroso, esta segunda intervención del ejército iraqués podría ser catastrófica para los intereses británicos, máxime si Koweit — segundo exportador mundial de petróleo— imitara esa política.
Los partidarios de la incorporación a la R.A.U., como Aref, habrían llegado a una transacción con quienes prefieren esperar a que se forme una verdadera confederación de las naciones árabes. De todos modos, las relaciones entre El Cairo y Bagdad serán más íntimas que nunca. Ciertamente, Nasser prevendrá a sus amigos contra una amistad excesiva con la URSS, y las penurias del presupuesto iraqués — que se alimenta exclusivamente de las regalías — les harán comprender la necesidad de que el petróleo siga corriendo hacia Occidente.
Diez años atrás, la política de Mossadegh permitió establecer una nueva relación de fuerzas, favorable a las compañías norteamericanas, en el régimen iranio de petróleo. No sería extraño que el caso se repitiera en el Irak.

Revista Primera Plana
19.02.1963

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Dean Rusk

Mohammed Aref