Desde Barcelona, por CARLOS M. RAMA
El
autor de esta nota, escritor y periodista uruguayo, presenció en
Santiago de Chile la quemazón de libros, revistas y periódicos
políticos producidos después del golpe militar contra el Gobierno
constitucional de Salvador Allende. Ahora radicado en España, Rama
envió desde Barcelona este artículo donde explica cómo los
intelectuales chilenos deben ahora sacrificar sus bibliotecas para
salvar su libertad.
HASTA ahora para los
latinoamericanos el tema: quemas de libros era un tópico literario,
cualquier lector al citarse el punto recordaba, por ejemplo, la
utopía pesimista de Ray Bradbury en "Fahrenheidt cuatrocientos
cincuenta" con sus bomberos incinerando con kerosene las
bibliotecas. Aún en esa obra sin
embargo, las letras vencían a los incineradores y. como se recordará
Montag. el bombero arrepentido, termina su existencia "siendo un
libro viviente", exactamente el Eclesiastés bíblico. Todos sabían
que en la Alemania de Hitler entre los años mil novecientos treinta
y tres y mil novecientos cuarenta y cinco se habían quemado libros y
casi inevitablemente recordábamos las mismas fotografías y películas
en las que los nazis, en las noches, se reunían alrededor de grandes
hogueras que alimentaban millares y millares de obras científicas y
literarias exentas por otros alemanes tan ilustres como Heine, Marx,
Max Plank o Einstein. Tal vez convenga evocar más atrás en la
Historia a Fray Girolamo Savonarola haciendo su pira en la plaza de
la Señoría de Florencia, no sólo con libros, sino además con
cosméticos, ropajes, muebles y hasta cuadros de arte. Pero esto
sucedía en Europa y en el pasado, y en definitiva era una especie de
aberración o pesadilla de pueblos adelantados, pero también
atormentados. En una palabra, y la excusa la usamos en América
Latina demasiado: "Entre nosotros eso no puede pasar". Sin embargo,
ha pasado, es bueno saber lo sucedido, y tal vez extraer enseñanzas
del hecho histórico. El 11 de setiembre de mil novecientos
setenta y tres en la muy culta capital de la hermana República de
Chile la oficialidad del Ejército resolvió derrocar por la violencia
al Presidente legítimo Salvador Allende que se encontraba en el
Palacio de la Moneda en el centro cívico de la ciudad. Este Palacio
construido en el siglo dieciocho, y considerado la joya de
arquitectura civil más preciosa de la época colonial española, era
asimismo un museo, un santuario patriótico. Allí se guardaba por
ejemplo la copia del Acta de la Independencia suscripta de puño y
letra del general Bernardo O'Higgins. Sus salas y despachos, donde
desde mil ochocientos diecisiete a la fecha gobernaron Chile sus
presidentes, estaban ornados con lo más importante que tenía el país
en obras artísticas nacionales. El Ejército, para derrocar al
Presidente atacó con artillería y aviación el Palacio, destruyéndolo
con cuanto contenía. Pero como la Junta Militar se autodeclara
antimarxista, y esto implica a su juicio no una polémica ideológica,
lo que sería legítimo, sino un comportamiento bélico, procedió a
ordenar la destrucción de todos los diarios, revistas, libros,
banderas, retratos o símbolos que tuvieron —a juicio de los soldados—
alguna relación con aquellas ideas. En los primeros días se
allanó la Editorial Quimantú, empresa oficial, que editaba libros a
bajo precio para los estudiantes y obreros. En sus primeros trece
meses de vida había ya vendido cinco millones de libros, y una alta
cantidad estaba en sus bodegas o en proceso de elaboración. La
televisión mostró al público cómo los soldados destruían mediante
las guillotinas la edición entera de las Obras Completas de Ernesto
Che Guevara en 4 tomos, y otros miles de títulos no exclusivamente
marxistas, porque también fueron eliminadas las obras antifascistas.
Si se pensó que esto era un exceso de las primeras horas de una
guerra civil, que todo hace esperar muy larga, hubo un error. Los
soldados recibieron orden de destruir a cañonazos la sede central
del Partido Socialista y allí quemaron cuantos impresos tenía.
También se pudo ver cómo tiraban por las ventanas de un cuarto piso
a la calle miles de libros y otros impresos de la sede del partido
Mapu. La destrucción de libros alcanza a los meros particulares.
El domingo veintitrés de setiembre la tropa allanó la Remodelación
San Borja, un conjunto de torres habitacionales que se construyeron
hace poco en el centro de la ciudad, cada una de veintitrés pisos.
La operación se inició a las 6 horas y durante las catorce horas que
duro "la hoguera hecha con los libros y panfletos políticos ardió
todo el tiempo", nos informó "La Tercera", (obviamente favorable al
gobierno militar). Según las fotografías que publica ese diario y
"El Mercurio", (otro campeón de la civilización occidental y
cristiana), se quemaron por ejemplo, colecciones de la revista
"Chile hoy" que dirigían varios profesoras de la Universidad de
Chile, la bandera cubana, los retratos del Che, libros como "El caso
Schneider", "El tankazo del veintinueve de junio" y decenas de
libros da filosofía, lógica, literatura y hasta religión. El Canal
13 de la Universidad Católica, también golpista, mostró con
deleitación en una toma directa cuando se incineraba por ejemplo un
ejemplar en francés de la tesis del profesor Polantkas sobre el
fascismo. En los días siguientes el procedimiento se repitió en
miles y miles de viviendas particulares a lo largo de todo Chile.
Los soldados allanan las casas, examinan la documentación de sus
habitantes y revisan por si tienen armas y libros. Si los tienen, y
eso es normal en un país como Chile, toman todos los que digan en la
tapa Marx o Lenin (aunque sea para refutarlos...), las revistas y
diarios favorables al gobierno de Allende (aunque no sean marxistas)
y todo cuanto se había impreso sobre el fascismo, y lo queman. En
el diario "La Tribuna" del 2 de octubre se publicó un telegrama de
UPI de la ciudad de Talca, que transcribimos textualmente: "La
policía civil entregó a la Fiscalía Militar literatura marxista de
propiedad del profesor de Filosofía de la Universidad de Chile César
Urbino Avendaño. Los libros y revistas 'fueron encontrados en su
propio domicilio' " (sic). Los subrayados son nuestros, para
destacar que se trata de lo que técnicamente se consideran "útiles
de trabajo" que cualquier profesor posee entre sus bienes. Como
resulta fastidioso el hecho que son tantas las bibliotecas y
demasiados los "libros malos" (a pesar de Cervantes), en los días
siguientes se recurre a técnicas más sutiles. El 6 de octubre "La
Tercera" da cuenta que se ofreció a los empleados del Instituto de
la Reforma Agraria que todos los impresos "malos" que encontraran y
denunciaran serían vendidos para hacer pasta al monopolio papelero,
y su importe se convertiría en una gratificación para los bomberos
(perdón, para los empleados). La ficción, como en las novelas del
realismo mágico, está entrelazada indisolublemente en esta América,
la pobre, con la realidad. Como a todo lo explicado se une la
autocensura y la autodestrucción, porque son inevitablemente muchos
quienes ante el riesgo de perder su libertad prefieren matar sus
bibliotecas, se comprenderá que Chile está descendiendo rápidamente
en materia de recursos intelectuales. El pequeño avance conseguido
en los últimos tres años en materia de cultura de masas, libros
populares, bibliotecas al alcance de los obreros y los jóvenes. Todo
eso está perdido. A esta altura nos damos cuanta que si en
América Latina no conocíamos el caso de la persecución a los libros
y la quema de bibliotecas era por la razón muy obvia que no teníamos
muchos libros para destruir, y recién ahora comenzamos a tenerlos, y
por tanto algunos a temerlos. ¿Estaremos condenados a otros cien
años de barbarie analfabeta? REVISTA REDACCION 02/1974
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