Revista Panorama
febrero 1964 |
El ex bailarín, seis veces campeón, quiere morir con los
guantes puestos
Ray Robinson, seis veces campeón mundial de peso mediano y
welter, tiene ideas propias sobre el boxeo. Le gusta el
deporte, pero odia los golpes.
—¿Y asistir a las peleas?
—No, me disgusta. Es como si le preguntaran a un cartero si
le agrada pasear después de su trabajo.
—Entonces, ¿por qué razón sigue luchando?
—Porque me desafían.
A los 43 años, Ray "Sugar" Robinson conserva en su voz la
dulzura que lo hizo acreedor al sobrenombre de Sugar
(azúcar). Ha cambiado poco desde la época en que comenzó a
convertirse en ídolo del ring. Delgado, más elegante que
nunca, exhibe con orgullo su bigote recortado en una línea a
ras del labio, pero una expresión melancólica ensombrece su
mirada, como si dudase, ahora, del golpe de sus puños. Sin
embargo, contra todas las opiniones y a pesar de sus
recelosas declaraciones acerca de su capacidad, ha hecho la
imposible apuesta de ser, por séptima vez, campeón del
mundo.
Indudablemente, el peso de los años ha de hacerse sentir
hasta en un físico tan privilegiado como el de Ray. Pero
quien ha poseído ya seis veces el cetro mundial del boxeo,
es probable que pueda reconquistar la corona una vez más.
Aunque en esto hay muchos imponderables, su extraordinario
historial y su estado actual permiten abrigar, aunque con
lógicas reservas, algunas esperanzas. ¿ Lo conseguirá esta
vez el joven y aún vigoroso viejo púgil?
Amor al dinero
En ese desafío está en primer lugar la tentación de la
ganancia: el 25 por ciento de la recaudación. Él mismo lo ha
confesado. El dinero lo atrae, no obstante poseer varias
fuentes de ingresos ajenas a su profesión: un restaurante,
una tintorería, un salón de peinados y un instituto de
belleza, en Harlem, el barrio de sus hermanos de raza.
Robinson ha reducido su cortejo, antes tan suntuoso, y su
equipaje —38 valijas y 25 trajes—, en su último viaje a
París. Su alojamiento en el Claridge Hotel parisiense se
limita a dos habitaciones para los cuatro acompañantes.
Dominados por la titánica silueta de George Gainford, el
manager de los primeros tiempos, se amontonan en un
automóvil alquilado, que reemplazó en los Campos Elíseos al
famoso Lincoln color frutilla, aplastado en un accidente.
Este hombre de negocios, al que los puños le rindieron
aproximadamente cuatro millones de dólares, no desprecia los
nuevos francos que le ofrecen por su actuación en la Ciudad
Luz.
Pero no es solo cuestión de dinero. Lo seduce el espectáculo
del ring. No se saborea en vano durante quince años el
elixir de la popularidad. El aspecto sórdido de los
vestuarios, con sus compresas y sus toallas, es olvidado
fácilmente no bien entra en el ring, desnudo bajo los
proyectores. Las reacciones del público, con sus
vociferaciones, los golpes del gong, tienen una sugestión
que atrapa al hombre. "Sugar" quiere a toda costa perpetuar
su personaje de gran artista del ring, en el que sus golpes
encendieron explosiones de admiración. Y además, en el
corazón y la vanidad del ídolo, se esconde el sueño. Sus
tentáculos sutiles leí hacen olvidar la edad v el paso de
los años, que, día a día, lo colocan en desventaja frente a
sus contendientes.
Un retorno difícil
Desde que volvió a competir, luego de un retiro provisional,
Robinson ha triunfado en tres come-back (combates de
retorno): en diciembre de 1955, cuando recuperó su corona de
manos de Carl "Bobo" Olson; en mayo de 1957, frente a Gene
Fullmer, y en marzo de 1958, al reconquistar su título a
expensas de Carmen Basilio. Pero sus tentativas contra Paul
Pender en 1959 y 1960 terminaron en rotundos fracasos.
Actualmente, si quiere realizar un sexto come-back, intento
sin precedentes en la historia del boxeo, tendría que
derribar al campeón del mundo, Dick Tiger, una mole de 34
años, nada dispuesto a dejarse abatir. Pero para llegar
hasta él debería vapulear antes a dos o tres pretendientes
terriblemente peligrosos. Sería la última apuesta, el
ensueño trasnochado de "Sugar".
Veamos la realidad.
En las sesiones de entrenamiento, Robinson exhibe, para su
edad, un estado superior: frugal por naturaleza, asesorado
por su médico, demuestra, tanto en el footing matinal como
en el salto a la cuerda o en la práctica del guante, una
agilidad de muchacho. Sobre el ring, otra es la historia.
Como dijo Stirling Moss...
El campeón de 153 victorias, 98 de las cuales por K.O.,
presenta todavía una plástica y una dignidad respetables que
impresionan a sus adversarios. Pero en el interior de esa
bella máquina no todo va muy bien. Su punch, esa descarga
eléctrica que su cerebro excepcionalmente lúcido ordenaba a
sus músculos, ha enmohecido. El espíritu de decisión, en
presencia de las mil combinaciones que se abren a la
ofensiva ante el cuerpo del rival, ha perdido rapidez.
Robinson no ataca más por instinto y titubea en la réplica.
Boxeadores que ayer hubiera tendido en la lona de un solo
golpe le plantean hoy serios problemas. La confesión de
Stirling Moss, el famoso automovilista británico, después de
su fracaso en Goodwood, le correspondería también a "Sugar":
"Antes, yo hacía el viraje; ahora pienso antes de hacerlo".
De allí esos abrazos interminables merced a los cuales el
veterano boxeador acopia fuerzas y reflexiona; de allí ese
malestar que nace en los espectadores en los momentos
finales de sus combates; de allí también esa guardia
fatigada que decae. Hasta el día fatal en que verá llegar
desde el otro lado del ring un puño forrado con dinamita que
lo hundirá para siempre.
Sin embargo, la familia Robinson sigue creyendo en la buena
estrella del campeón. La vieja Mom (su madre), que lo crió
con sacrificio y que actualmente tiene a su cuidado la casa
neoyorkina de Riverdale: su fidelísima hermana Evelyn, con
la que asiste a misa todos los domingos en la iglesia
católica de Harlem; su ex esposa, Edna Mae, que no le ha
cerrado la puerta de su antiguo hogar y que educa al joven
Ray, hijo del matrimonio, en el culto paterno, todos tienen
fe en el anunciado retorno.
Cosechar algunos éxitos en los rings europeos, que no
ofrecen casi competencia, pues no abundan allí,
precisamente, las grandes figuras que puedan hacen frente a
un púgil de la talla de Ray, vaya y pase. Pero la pretensión
de volver a subir la pendiente y entregarse de nuevo a las
luchas humillantes en los Estados Unidos, donde el boxeo es
una práctica peligrosa que ha llevado ya a la tumba a muchos
grandes ídolos, es algo muy distinto. Tanto, que hasta
podría destruir definitivamente la imagen, mitad mitológica,
mitad real, de "Sugar" Robinson.
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Con su esposa, Edna Mae Hally, que bailaba en un conocido
loca nocturno de Nueva York. Estuvieron casados veinte años
y se divorciaron en1960. Pero a pesar de esa separación
legal, ambos continúan siendo buenos amigos, y Edna, como la
familia de Robinson, sigue creyendo en la buena estrella del
púgil.
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A los 43 años, cuesta bastante mantener el peso que exige el
boxeo "Sugar" mide 1.80 m y no quiere pesar, ni un gramo más
de sus 72 kilos. Sigue una dieta severa y toma diariamente
baños turcos.
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