Réquiem
Cuando la vida es un estropajo: Un lamento sobre la fragilidad
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REQUIEM PARA UN LUCHADOR (Réquiem for a heavyweight, USA, 1962), producción de David Susskind, distribuida por Columbia Pictures; libreto de Rod Serling, fotografía de Arthur J. Ornitz; música de Laurence Rosenthal. Elenco: Anthony Quinn (Rivera), Jackie Gleason (Rennick), Mickey Rooney (Army), Julie Harris (Grace Miller). Director: Ralph Nelson.

No es un alegato contra el boxeo, sus negociados y su submundo. Es el drama de una decadencia, una tragedia seca y corrosiva, un lamento sobre la fragilidad humana; y es, finalmente, una de las obras más ponderables del último cine norteamericano.
Mountain Rivera se entera, sobre la camilla de un vestuario, que otra pelea lo dejará ciego, que no podrá volver a un ring. Lleva 17 años luchando, 117 peleas que han hecho de él el 5º pugilista en el ranking del campeonato mundial y un autómata de reacciones primarias, un esclavo de Maish Rennick, su manager. Mountain Rivera tiene el rostro destrozado "por millones de golpes", y ese rostro es el mejor símbolo de lo que ha sido su vida, la que otros le han fabricado y de la que sólo puede rescatarse una agobiante necesidad de amor, que vaya más allá de la cerveza bebida en el bar de Charlie o las cariñosas palmadas del segundo.
Abatido por un boxeador más joven, el peso pesado Rivera tiene que empezar, cerca de los 40 años, a fabricar él mismo su vida. Le ha sucedido lo que a cualquier esclavo: es un intermediario entre un pasado y un futuro, un mendigo de presente. Rivera, fuera de los rings, en las calles bajas de Nueva York, en su sórdido cuarto de hotel, llegará a entrever ese amor que necesita cuando conoce a Grace Miller, una agente de empleos ("en estos últimos tiempos nunca salí con una chica") y advertirá qué poco valen los escrúpulos en el medio que habita.
Rivera es "un fantasma", como dice Rennick, y seguirá siéndolo por salvar a su manager, a quien lo llevó al quinto puesto del ranking mundial. Rivera intuye que no se pertenece y que nada puede por sí mismo: son los otros quienes continuarán decidiendo su vida, organizándola, desmenuzándola, reduciéndola a las dimensiones de un estropajo. Rivera lo intuye pero no puede escapar. Y acepta convertirse en un catcher, manejar las trampas que despreció, disfrazarse con una ridícula vestimenta de indio. La última imagen de la película es definitiva: Rivera circula por el cuadrilátero, con plumas en la cabeza y una capa dibujada, dando aullidos. Ese es el réquiem del ex campeón, el réquiem de un hombre que nunca lo fue.
El mérito del libreto, su gran consistencia, es abarcar esta tragedia contemporánea sin falsa piedad ni arranques sentimentales, sin sacarla de su marco. El libreto ha conseguido ser tan inteligente como su historia, no corromperla: se mete en ella y la describe con una óptica que es algo más que realismo, más que documento: es pasión, fidelidad. La película se abre y se cierra serenamente, se prohíbe el do de pecho y el truco.
Réquiem tiene todos los recursos y ninguna de las fallas del mejor cine norteamericano, un cine limpio y directo como la literatura de sus grandes novelistas, un cine escaso que a veces sale de su ahogo. Empezó a salir, sobre todo, hacia 1955, ayudado por un monstruo al que la industria combatía: la televisión.
Señalar que Réquiem se beneficia con la televisión es una manera de descubrir quiénes han estado detrás de las cámaras, saber por qué tanta franqueza y tanta dimensión moral se plasmaron en los 87 minutos de la obra. Precisamente en 1955, Marty (Delbert Mann-Paddy Chayefski) asombró por lo exiguo de su costo: 300.000 dólares, pero también porque aplicaba una concreta bofetada a muchos años de producciones fláccidas y vacías.
Marty, como varios de los films promovidos por la gente de televisión, hizo algo inusitado en Estados Unidos: mirar alrededor, pero mirar sin mentir. Parece lógico que de allí haya salido un movimiento de renovación y que, desde entonces, los esfuerzos se cobijen bajo una etiqueta: la escuela de Nueva York.
Como desapareció la propia época de oro de la TV norteamericana —1952 a 1955, en las emisiones Celanese Theatre, Studio One, Kraft—, esta irrupción cinematográfica fue transitoria. Las dos industrias terminaron por ponerse de acuerdo. Réquiem es una inesperada prolongación. Tres personas la han hecho posible:
• David Susskind, productor; por las oficinas de su empresa, Talent Associates, desfilaron grandes libretistas y realizadores. Susskind sigue trabajando para la televisión, inclusive en chafalonerías, Pero todos los años sorprende a sus críticos más duros con algún hallazgo. El cine no es su campo, aunque cada vez que se internó en él consiguió triunfos: Réquiem es el tercero. Los otros dos: El hombre que venció al miedo (1956), que lanzó a Martin Ritt como director, y El poder y la gloria (1961).
• Rod Serling, escritor, es hoy el jefe de libretistas de Dimensión desconocida, uno de los dos o tres seriales importantes que se producen en Estados Unidos. Serling tiene 38 años y llegó a la TV en 1951, luego de trabajar en la radio. Réquiem fue uno de sus éxitos en video. Otras dos de sus plays fueron llevadas al cine: El precio del triunfo (Patterns, 1956, dirigida por Fielder Cook), ácida descripción del mundo de las oficinas, y Dios es mi juez (The rack, 1956, realizada por Arnold Laven). Serling pasó tres meses en los medios boxísticos de Nueva York reuniendo material para su historia y utilizó su misma experiencia: 31 luchas como pugilista en el Ejército.
• Ralph Nelson, director, ingresó en 1948 en la NBC, donde fue actor, escritor y realizador televisivo (ganó tres Emmy, en 1957, 1958 y 1959); también trabajó en Broadway y lleva dirigidas unas 90 obras en el video. Réquiem es su debut en cine y una demostración de sabiduría en el uso de la imagen (hay un rendimiento de los planos medios heredado de la TV) y la marcación de los actores.
Entre esos actores está Anthony Quinn, un talento relegado, levantado alguna vez por Federico Fellini y que en Réquiem hace su más enjundiosa labor de interpretación.
Página 41 - PRIMERA PLANA
2 de abril de 1963

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