Eduardo VII, el hombre sexy de la realeza
europea, ha pisado el Palacio de Buckingham por primera vez desde
1936, cuando abdicó para casarse con la aventurera y divorciada
norteamericana Wally Simpson
Después de treinta y un
años de exilio, el rey ha vuelto a su palacio. El palacio es el de
Buckingham, en el mismo corazón sentimental de Londres; el rey, es
Eduardo VII, hoy sólo duque de Windsor, setentón, de salud
declinante, pero insobornablemente airoso en su tradicional
elegancia. Lo acompañó en el "retorno al hogar" Wallis, duquesa de
Windsor, que hace treinta y un años era "esa mujer Simpson" y ahora
hasta la propia Isabel de Inglaterra respeta como la fiel esposa del
ex monarca. El retorno a Londres del exiliado Eduardo fue el
brillante cierre de la historia romántica de un rey que renunció al
trono por amor. También fue la prueba de que la añeja Gran Bretaña
ha muerto y de que ahora existe un nuevo país, con mentalidad joven
y desprejuiciada, tendida hacia el futuro, sin el freno de caducas
tradiciones. Hace dos semanas, esa joven Gran Bretaña vio con
simpatía el retorno del viejo rey sin corona y lo dejó reencontrarse
sin alharacas con los recuerdos que lo aguardaban junto a la tumba
de su madre, la reina María. Eduardo nació príncipe de Gales,
heredero del trono de Isabel, la Grande, y de Victoria, la Imperial.
Durante cuarenta años fue la baza imbatible de "sex-appeal" de la
realeza británica. Muy príncipe y bastante "play-boy", sus viajes,
sus amoríos y sus trajes que inauguraban modas eran considerados con
un guiño cómplice por su pueblo, que no olvidaba su digno
comportamiento en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Hasta
que el 20 de enero ciñó la corona real, y entonces la reina madre
María, la corte, el primer ministro y todos los jefes políticos
tuvieron que "darse cuenta" de que, desde hacía cinco años, Eduardo
mantenía un romance apasionado y nada secreto con Wallis Simpson,
divorciada una vez y casada por segunda vez con un invisible señor
Simpson. Cuando ese amable marido hizo una fugaz reaparición para
conceder el divorcio a Wallis, todos se estremecieron: el proyecto
"imposible" de que el rey se casara con la divorciada norteamericana
tomaba viso alarmante de verosimilitud. Desde hacía muchísimos
siglos, la monarquía en todo el mundo sabía encontrar expedientes
para que un rey de corazón sensible pudiera elegirse como esposa a
una reina sin corona. Pero la corte de Buckingham seguía siendo
victoriana bajo la égida insobornable de la puritana reina María:
todos dijeron un "Nunca" rotundo. El primer ministro Baldwin y el
gabinete mostraron idéntica intransigencia. El ardiente amor del
rey y su deseo de casarse con Wallis, a costa de cualquier
sacrificio, ayudó al primer ministro Baldwin a liberarse de un
monarca con pretensiones de gobernar. Después de 326 días de
reinado, Eduardo abdicó y se marchó al exilio con Wallis,
conmoviendo a los sentimientos de todo el mundo, es decir, a la
inmensa mayoría. Pasearon con lujo, buen tono y elegancia su exilio
por los centros mundanos, pero no sin un dejo de melancolía. Ahora
la melancolía se esfumó: Eduardo y Wallis estuvieron presentes el
día que se conmemoró la muerte de la reina María, la intransigente.
Hace pocos días, el mundo e Inglaterra dijeron al romántico ex rey:
"Welcome home". Revista Siete Días Ilustrados 27 de junio de
1967
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La reina Isabel II y su tío Eduardo |
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