Cine
Robert Aldrich y un antiguo testimonio de su grandeza
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Su crueldad es más famosa que su nombre; su puntería, menos mortal que sus besos. Entre esos límites sutiles vive todavía Mike Hammer, un detective odioso para quien la justicia es sólo una forma de la violencia. Hammer es hijo único del peor novelista americano, del gerúndico, grosero y fascista Mickey Spillane, entre cuyo centenar de vituperables historietas hay una perla oscura, veteada y sanguinolenta. Esa perla se llama Kiss me deadly, y hace ya 8 años que Robert Aldrich la transformó en una de las más poéticas visiones del Mal que haya dado el cine.
En Kiss me deadly, Mike y su secretaria Velda persiguen a una banda de contrabandistas que trata de filtrar por la costa oeste de USA ciertos materiales atómicos que serán vendidos a una potencia de ultramar. Hammer está en Los Ángeles, y en su travesía visita un gimnasio, algunos departamentos de los barrios bajos y una lujosa villa en las colinas. A su alrededor se mueven mujeres de caramelo, asesinos susurrantes, policías ineptos y cantantes de ópera. Es una antología de la corrupción, una prefiguración de la muerte y del Apocalipsis.
El propio Aldrich ha confesado que desprecia a Kiss me deadly, aunque casi toda la crítica estima que ésa es su obra maestra. Hizo el film para deslizar dentro de él una reptante repugnancia por el mundo de Hammer y de Spillane. En 1956, Frangois Truffaut le preguntó si el brusco final de la obra, que deja sin aclarar el destino último de Hammer y su secretaria, era una alegoría sobre el fin del mundo. Aldrich contestó que no sabía nada; que la ambigüedad de esa última escena sólo pretendía desorientar a la Liga de Decencia y evitar su intervención. Esa respuesta define, de algún modo, lo que Aldrich ha sido siempre: un zorro cauteloso, un genio de los negocios y de los malos entendidos.

Una familia ilustre
Estaba condenado a ser presidente del Banco de Evanston, en Rhode Island, porque antes de nacer ya sus padres y sus tíos le habían resuelto el destino. Hijo de un banquero; nieto del Nelson W. Aldrich que fue durante 30 años consecutivos senador republicano; sobrino del Winthrop W. Aldrich que ejerció en toda la década del 50 la embajada de USA, en Londres, Robert parecía no tener salvación. Nació el 9 de agosto de 1918, en Evanston, y a los 19 años ya estaba estudiando ciencias económicas en la Universidad de Virginia. Ahí empezó su ruina: la Liga Betha Kapa le encargó elegir a los artistas que participarían en los shows del Germán Club —un círculo donde la high society universitaria se divertía los fines de semana—, y Robert quedó contaminado por el virus.
En 1921 obtuvo su título y no esperó nada para casarse con Harriet Foster (heredera de todo Warwick Neck, en Rhode Island) y marcharse con ella a Hollywood. Aldrich ha declarado que todo lo que quería entonces era "trabajar en cine, sin ninguna función precisa. Pero cuando entré en un estudio me di cuenta de que el amo era el realizador y resolví que yo sería uno de esos amos".
Contratado por la RKO, entró en un casi normal engranaje de ascensos: fue ayudante de producción, auxiliar de montaje, tercero, segundo y primer asistente de dirección. En 1944 advirtió que por ese camino no llegaría a ninguna parte y se estableció como asistente libre. Logró trabajar con Jean Renoir, Fred Zinnemann, William Welman, Robert Rossen y Joseph Losey. En ese aprendizaje quemó otros 9 años.
Tenía mucho dinero entre las manos y resolvió usarlo. Es notorio que en 1951 se asoció con Harold Hecht para producir Ten Tall Men, pero escarmentó cuando medio millón de dólares se escurrió sin vuelta de sus bolsillos. Al año siguiente recomenzó con su antiguo oficio: fue asistente de Charles Lamont en Abbot y Costello contra el capitán Kidd y de Charles Chaplin en Candilejas.
A comienzos de 1953, el productor Marión Parsonnet le propuso dirigir, para la NBC, un ciclo de televisión titulado The doctor. Aldrich aceptó, porque la TV "me permitía ejercitar toda la rapidez e inventiva de que soy capaz y me dejaba ganancias importantes". La obsesión por el dinero lo sacaba de quicio.
A mediados de año, estuvo otra vez de brazos cruzados. Fue, entonces, cuando la Metro le confió la realización de The Big Leaguer, una obra de clase B, cuyos héroes eran algunos jugadores de baseball ávidos de ascender a primera división. Aldrich lo preparó en un par de meses, trabajando en el campo de los New-York Giants. El protagonista era Edward G. Robinson.
Ya en enero de 1954 había puesto en marcha Alerta en Singapur (World for Ransom), y tardó once días en dejarla lista, con montaje incluido. Su figura central era Dan Duryea.

Veloz como el ojo
Nadie ha explicado —ni el propio Aldrich— cómo pudo él realizar 5 obras notables en 6 meses, desde noviembre de 1954 a mayo de 1955. De ese período son:
• Apache (Bronco Apache), producción de Hecht-Lancaster, en tecnicolor, con Burt Lancaster y Jean Peters. El libreto era de James R. Webb.
• Vera Cruz, del mismo grupo productor, en tecnicolor y superscope, con Gary Cooper, Burt Lancaster, George MacReady y Sarita Montiel.
• El beso mortal (Kiss me deadly), producción de Víctor Saville, con Ralph Meeker, Marian Carr y Maxine Cooper. El libreto fue escrito por A. I. Bezzerides.
• Intimidad de una estrella (The big knife), producción del propio Aldrich, con Jack Palance, Ida Lupino, Wendell Corey, Shelley Winters, Jean Hagen, Rod Steiger y Everett Sloane. El tema estaba tomado de un drama de Clifford Oddets.
• Tal como somos (Autum leaves), producción Columbia, con Joan Crawford, Cliff Robertson y Vera Miles.
Todas esas obras (exceptuada la última, un melodrama que Aldrich ama más que a ningún otro de sus films) son un prodigio de iluminación; de actuación sofisticada; de impostados planos largos que duran más de un minuto. La crítica asegura que es un cine abusivo, en el que todo está sacrificado al efecto. Aldrich ha dicho, en respuesta a ese cargo, que "cada uno toma su verdad donde la encuentra. Esta búsqueda de la verdad puede ser pasiva o activa. En lo que me concierne, soy sistemáticamente, en todos los dominios, un partidario de la energía, aunque esa energía me lleve al melodrama. Hay algo más: tengo una irrefrenable debilidad por el lenguaje florido, por los diálogos líricos con pretensiones poéticas. En lugar de decir te amo, mis personajes —hasta los más banales— declaran: Mi corazón late por ti como el ala de un pájaro. Ese es mi estilo."

Ruptura y caída
A comienzos de 1956, Aldrich puso punto final a su mayor obra maestra: Ataque (Attack), una visión desolada y barroca de la guerra, cuyo libreto había sido escrito por James Poe y cuyos protagonistas fueron Jack Palance, Eddiet Albert, Lee Marvin y Robert Strauss.
Luego, se consagró a descansar, pero no del todo. En mayo se erigió en productor y encomendó a Alien Miner la realización de Regreso al honor (The ride back), obra que inició todo el actual proceso de renovación en el western, al narrar, con estilo intimista, una historia fronteriza.
Tres meses más tarde se comprometió a dirigir Bestias de la ciudad (Garment Center), para la Columbia Pictures. En mitad de la filmación, viajó al Festival de Venecia (donde un año antes Intimidad de una estrella había obtenido el León de Plata) y se quedó allí 48 horas. La Columbia
consideró que había roto el contrato y lo reemplazó por Vincent Sherman.
Ese incidente dejó a Aldrich sin trabajo durante un año. Estar inactivo se le hizo insoportable. Se fue a Europa, y entre 1958 y 1959 elaboró dos films catastróficos: Diez segundos al infierno (Ten seconds to hell) y Furia en las montañas (The angry hills). El golpeteo de la crítica lo obligó a publicar una frondosa excusa en todas las revistas prestigiosas de Inglaterra, Francia e Italia. "Tengo la esperanza de descubrir las razones de mi fracaso —escribió entonces—, y creo que lo conseguiré si evoco algunos de los problemas y de las dificultades que debe afrontar un director americano cuando trabaja en Europa".
Al final de su justificación, prometía reivindicarse con un western: The last sunset (El último atardecer), para el que ya había contratado a Kirk Douglas, Rock Hudson y Ava Gardner. "Lo haré en México y seré absolutamente responsable de sus resultados. Cuento con libertad total para trabajar". La obra quedó lista a fines de 1960: Incluía a Dorothy Malone, en lugar de la Gardner, y era un estruendoso fiasco. Robert Aldrich derramó infinitas lágrimas sobre las detracto-ras críticas de los viejos amigos que lo habían exaltado.

Regreso al honor
Se enterró todavía más en el desastre al realizar Sodoma y Gomorra, film costosísimo, que fue perpetrado en medio de accidentes, sed y calamidades, y que logró terminarse gracias a la providencial ayuda de un jefe marroquí.
Ahora, El beso mortal —que será exhibida con 8 años de retraso— traerá la respiración de su mejor talento, el barroquismo, la inteligencia y la poesía, que eran patrimonio de su estilo en 1955; el sabio, increíble y casi creador plagio de Orson Welles, en que Aldrich se envolvía por entonces. Es una manera de encontrar su huella entre las cenizas.
5 de marzo de 1963
PRIMERA PLANA - Página 38

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