La última recepción diplomática en el Kremlin permitió a
Nikita Kruschev agasajar al embajador Pan Tsu-li con una
cordialidad que ya parecía olvidada entre rusos y chinos.
Después de envolverlo en un descomunal abrazo, dijo en voz
alta: —Es una reyerta de familia. En realidad, cuando
arrojemos las últimas paladas de tierra sobre la tumba del
capitalismo, Rusia y China se alternarán en el esfuerzo.
Hacia tiempo que el jefe soviético no representaba el papel
de "sepulturero del capitalismo", con el cual — demagogo
precoz— hizo carrera en su partido a principio de los años
20. Si ha vuelto a las andadas, ha sido, evidentemente, para
complacer a su amigo Mao Tse-tung. Pero Mao no es un
demagogo, sino un fanático.
Una pausa • El día
anterior, el jefe de la diplomacia soviética, Andrei
Gromyko, brindó un almuerzo al embajador Pan. La
conversación fue "amistosa" —más aún: "afectuosa"—, dijo
después a la prensa. • Simultáneamente, en Pekín, Mao
Tse-tung recibía al embajador ruso, S. V. Chevervonenko, con
quien sostuvo una "cordial conversación", afirmó la radio de
Pekín. Mao no es miembro del gobierno; ni siquiera
condesciende a ser jefe de estado. Invisible, como los
emperadores que habitaron antes que él la "ciudad prohibida"
de Pekín, nada ni nadie puede turbar la majestad de sus
pensamientos. Sólo de tarde en tarde se permite descender
por un rato a la Tierra. Si esta vez concedió unos minutos
al señor Chevervonenko, debió ser por alguna razón
fundamental. En realidad, las palabras de Kruschev en
público y las dos reuniones diplomáticas son otros tantos
indicios de que rusos y chinos, sin declinar sus respectivas
posiciones, han convenido en suspender su controversia, y
recapacitar antes de que ella los lleve demasiado lejos.
No se trata de evitar el choque. El "match" ideológico se
llevará a cabo, tarde o temprano. Simplemente, hay que
definir las reglas del "match".
Cara a cara
Albania y Yugoslavia cumplieron su misión de "chivos
emisarios" y en las últimas semanas la prensa de Moscú y
Pekín no disimulaba que "dogmáticos" eran los chinos y
"revisionistas", los rusos. Las notas más altas son las
que dieron "Bandera roja" al sostener que Kruschev se
propone restablecer el capitalismo en Rusia; acusarle de
traición por la entrega de cuatro MiG al señor Nehru;
"Pravda", a su vez, recordó que, si los rusos retiraron sus
cohetes, "Cuba sigue intacta", mientras que China hubo de
restituir el territorio tomado a la India. Curiosamente,
la prensa y la radio chinas practicaron cierto "fair play",
concediendo algún espacio a la argumentación de la otra
parte. Los lectores y el auditorio soviético no conocen las
razones de los chinos sino en la versión del señor Kruschev.
La campaña china estaba orientada, lógicamente, a influir
sobre el comunismo internacional, mientras que los rusos —
seguros en ese campo — se dedicaron a hablar para los países
del Tercer Mundo. Los jefes de Pekín habrían comprendido,
tardíamente, que, además de fracasar en su empeño, iban a
comprometer definitivamente sus relaciones con el grupo de
naciones afroasiáticas. Fue el primer ministro Chou En-lai,
aparentemente, quien tomó sobre sí la tarea de apaciguar al
implacable Mao. El primer ministro adujo, probablemente,
la necesidad en que su país se encuentra: volver a la
cooperación económica con el resto del mundo comunista. Si
el jefe supremo es hombre capaz de "construir el socialismo"
sin ayuda de nadie, aunque ello cueste alguna década más y
sufrimientos inauditos a su pueblo, Chou habría recomendado
— como ya hizo una vez, a propósito de las "comunas
agrarias" — no aferrarse estrictamente a la ortodoxia, por
lo menos mientras China no cuente con su propia bomba
atómica. La prensa japonesa informó erróneamente, el mes
pasado, sobro dos explosiones atómicas en China. No hubo más
anuncios de detección en Occidente. Sin embargo, los
japoneses saben muy bien que en el país vecino se trabaja
día y noche para producir la primera bomba en 1963.
Mao a la ofensiva
En vísperas de la doble reunión diplomática, el "Diario del
Pueblo", de Pekín, enunció las condiciones de Mao para
examinar las posibilidades de una reconciliación: suspender
los ataques contra Albania y condenar a Yugoslavia. Se
trata, en suma, de respetar la declaración firmada en Moscú
por los representantes de 81 partidos comunistas, en octubre
de 1960. En ella se lee que el principal enemigo interno
del movimiento comunista internacional es el "revisionismo".
Los 81 partidos se comprometieron a luchar "contra la
camarilla de Tito" y su nefando ejemplo. Ahora bien: hace
dos meses, Kruschev y Tito declaraban en Moscú que el
principal enemigo es el "dogmatismo". El hecho de que
varios dirigentes comunistas de Europa, en las últimas
semanas, se hayan pronunciado cautelosamente en favor de
conversaciones entre Moscú y Pekín, es prueba suficiente de
que Nikita Kruschev está dispuesto, por fin, a afrontar el
debate a que lo invita Mao. Ese debate deberá hacerse en
presencia de los "partidos hermanos". Simplemente, Mao
pretende disputarle la herencia ideológica del
marxismo-leninismo, aunque la dirección política del
comunismo, conforme a la actual relación de poderío entre
ambas potencias, continúe, por un tiempo, en manos de
Kruschev. Su posición de partida no es defensiva,
ciertamente. ¿Cómo se discutirá, por ejemplo, la cuestión
yugoslava? Diario del Pueblo explica: "No se trata de saber
cómo interpretar la declaración de Moscú, sino si se
defiende esa declaración o se la arroja al cajón de los
desperdicios". En otras palabras: se exige de
Kruschev que comience por repudiar a Tito, como es su deber,
mientras el movimiento internacional no haya abolido la
declaración de Moscú. Revista Primera Plana 12.03.1963
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"Sepulturero del capitalismo" Kruschev repite las frases que
le ayudaron en su juventud a hacer carrera. El embajador Pan
lo festeja. ¿Y Mao? |
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