Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Los rusos andan por la Luna
Revista Gente y la Actualidad
26.11.1970

rusos en la luna
El Lunokhod, quizá el máximo hallazgo de la tecnología soviética, desciende por la rampa del módulo de descenso Luna 17 y comienza a rodar por la superficie selenita


El martes 17 de noviembre a las dos menos trece de la mañana, hora de Buenos Aires, un alucinante insecto de acero apoyado sobre ocho ruedas empezaba a marchar silenciosamente sobre la superficie de la Luna. Tractor, tetera cónica, samovar gigante, apéndice selenita, el artefacto es acaso la más grande conquista soviética en la carrera del espacio. Según los científicos rusos, realiza investigaciones imposibles de lograr desde Tierra y elimina el riesgo humano en la exploración del sistema planetario solar. Ahora recoge datos y televisa su propia imagen desde el Mar de las Lluvias, zona opuesta a la elegida para el descenso de los astronautas de la Apollo 11 en julio de 1969, hazaña que conmovió al mundo.
Martes 17 de noviembre de 1970, 6,47 hora de Moscú, 1,47 hora de Buenos Aires. El Luna 17, un módulo espacial lanzado por la Unión Soviética desde la base secreta de Baikonur, se posa suavemente sobre el Mar de las Lluvias, una zona diametralmente opuesta al Mar de la Tranquilidad, donde el 21 de julio de 1969 el norteamericano Neil Armstrong (Misión Apollo 11) se convirtió en el primer hombre que puso un pie en la Luna. En ese instante la historia de la conquista espacial tripulada no había cumplido todavía su primera década. El acontecimiento ocurrirá el 12 de abril de 1971, décimo aniversario del vuelo orbital del ruso Yuri Gagarin a bordo del Vostock 1, que lo convirtió en el primer ser humano en el espacio. En ese instante, en París, Jean Verne, de 78 años, nieto de Julio Verne, escribía uno de los últimos capítulos de un libro dedicado a su abuelo. En ese instante las estadísticas señalaban que los Estados Unidos y Rusia habían protagonizado, en nueve años y siete meses, 37 vuelos espaciales tripulados. La otra historia, los Sputniks, los Surveyor, los demás exploradores mecánicos, sonaban a historia antigua.
Sin embargo, de las entrañas de! Luna 17 no surgió una troupe de astronautas soviéticos con banderas rojas y retratos de Lenin. Hubo banderas rojas y retratos de Lenin, sí, pero arrastrados por un monstruo que imaginó Verne y que angustió a Ray Bradbury.
En Baikonur lo bautizaron Lunokhod, que quiere decir "el que anda por la Luna". También lo llaman lunamóvil, lunamotor, apéndice selenita, samovar automóvil, tetera cónica. Es una especie de tractor eléctrico de ocho ruedas, de tracción múltiple, manejado por control remoto desde casi 400.000 kilómetros. De la Tierra a la Luna.
Al día siguiente, después que las primeras radiofotos habían mostrado al Lunokhod fuera del módulo, posado sobre la superficie lunar como un insecto gigante, los soviéticos difundían estadísticas y definiciones. "Se trata del primer abordaje internacional de la Luna", anunció Pravda, y explicó: "El Lunokhod, verdadero laboratorio espacial, lleva un equipo de reflexión de rayos Láser fabricado por Francia". Y después: "Se ha producido el paso más importante en la investigación del sistema planetario solar: eliminar la intervención directa del ser humano en el estudio de los cuerpos celestes más cercanos. Conviene tener en cuenta que el Lunokhod 1, de la misma familia tecnológica que el Luna 16 —lanzado hace algo más de un mes para recoger muestras del suelo selenita—, abre una vasta serie de vehículos similares que estudiarán sucesivamente a Marte, Venus, Saturno y Neptuno. Se llamarán Martekhod, Venuskhod, etcétera".
Curioso: después de 37 vuelos espaciales tripulados —37 vueltas de tuerca en torno de la más grande aventura humana—, una de las dos potencias que se disputan lo desconocido desdeñaba la presencia humana, prefería refugiar cuerpos y cerebros en la Tierra, volver a los pioneros mecánicos del principio.
Había otra regresión: después de analizar otros medios de desplazamiento (oruga, colchón de aire) los científicos soviéticos optaron por dotar al Lunokhod de ruedas, posiblemente el punto de apoyo de nuestra civilización.
A partir de ese momento el mundo participó alegremente del srow. El Lunokhod abandonó el módulo de descenso como un coche que saliera de la playa de estacionamiento, ensayó dos velocidades distintas, salvó obstáculos —cada rueda es independiente—, envió datos a la Tierra y televisó su propia imagen.
En Baikonur, los ávidos científicos recogían datos inéditos. Por ejemplo, informes sobre los rayos extragalácticos y la precipitación cósmica en la Luna, dos misterios que la lente deformante de la atmósfera terrestre impide desentrañar y que el instrumental del Lunokhod —una joya de precisión mantenida a 18 grados centígrados y 780 de presión atmosférica, como la cabina de un jet—, empieza a invadir definitivamente.
Sin embargo, este retorno a los medios mecánicos de investigación no significa que los rusos hayan abandonado para siempre la posibilidad de enviar hombres a la Luna. Al contrario, se permiten audacias: mientras el robot sigue su serie de marchas un grupo de técnicos asegura que "autómatas semejantes al Lunokhod estudiarán minuciosamente la Luna y prepararán las condiciones para que el hombre viva en nuestro satélite. Los hombres volarán a la Luna como turistas. Por ahora la estudiamos pero algún día estará incluida en el ciclo económico de la Tierra. Entre otras cosas, este ingenioso robot ha probado sin dudas que en la Luna no existen campos magnéticos ni cinturones de radiación, dato fundamental para los vuelos tripulados al satélite".
En realidad, nadie olvida la importancia de los exploradores mecánicos. Cada hazaña espacial rusa o norteamericana obliga a exhumar datos de los archivos, y en esta oportunidad fue imprescindible recordar el viaje del Luna 9, una experiencia soviética que, desde el Océano de las Tempestades, desvaneció para siempre el mito del polvo lunar que devoraba cualquier objeto posado en la superficie del satélite.
El torrente de informaciones sobre la misión del Luna 17 dejó un punto oscuro: mientras algunas agencias definían al robot como "un aparato irrecuperable", otras afirmaban que el tractor sería regresado a Tierra en día y hora preestablecidas. Por fin, los mismos científicos soviéticos aclararon el enigma: el Lunokhod está preparado para retornar a Tierra, pero entre las muchas etapas de esta misión no está previsto ese operativo. El samovar quedará para siempre en la superficie de la Luna. "Después de todo —anunció la agencia Tass— eso no tiene mucha importancia. Así como llegó el Lunokhod pudo haber llegado un laboratorio científico completo. Todo depende de la meta señalada".
Hasta ahora todas las informaciones llegadas de la Unión Soviética tienden a valorizar la fusión rusofrancesa que implica el equipo de rayos Láser instalado en el tractor lunar. Pero, ¿cuál es la verdadera misión del Láser? Casi un juego fascinante: determinar con precisión —un margen de diferencia de unos pocos metros— cuál es la verdadera distancia entre la Tierra y la Luna; y no es todo: precisará también los parámetros de la órbita lunar e investigará al detalle la oscilación de la Luna en torno de su eje.
Por supuesto, las angustias vividas por el mundo durante la misión Apollo 12 (lanzamiento, 14 de noviembre de 1969 desde Cabo Kennedy, astronautas : Charles Conrad, Alan Bean y Richard Gordon) entona a los rusos para insistir en un punto cargado de motivaciones políticas: la exploración mecánica controlada desde Tierra evita el riesgo de perder vidas humanas en la carrera espacial. Con todo, no dejan de reconocer que el Lunokhod y sus sucesores no son el paso definitivo sino una etapa de seguridad que afirme el terreno para los futuros viajes tripulados. Al fin y al cabo esta aventura es del hombre. Hacia fines de 1972 los norteamericanos habrán lanzado ya el Apollo 20, última etapa del gigantesco proyecto que empezó el 11 de octubre de 1968 con Eisele, Schirra y Cunningham, protagonistas del primer vuelo norteamericano con tres tripulantes (Apollo 7, 163 órbitas en torno de la Tierra). Para entonces, tal vez un astronauta ruso haya pisado también la superficie de algún planeta, una hazaña tentadora cuyo máximo hito atesora Estados Unidos. Bajo una u otra bandera, el hombre seguirá empeñado en conquistar el espacio. Para entonces, acaso no se hable ya de carrera espacial. A lo mejor, simplemente, se hablará de trabajo espacial.

 

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Luna rusa


 

 

Rusos en la luna
Este dibujo, difundido por la Unión Soviética luego del alunizaje, muestra claramente el módulo de descenso Luna 17 (parte inferior) las rampas de deslizamiento y el extraño Lunokhod, el lunamóvil d ocho ruedas que ahora trabaja en el satélite